Capitulo 13

Las dos nos sentamos en el banco, bajo el roble, yo con mis vaqueros, y Lydia Greyson con los suyos. Ya no es la misma mujer elegante y rica, de unos cincuenta años, que estaba junto a la tumba de Marti acompañando a la hermana Helen y a Ned Bright. Evidentemente, aquí trabaja la tierra junto a las otras mujeres. Tiene los pantalones manchados de verdín, y me doy cuenta de que sus manos están curtidas y ásperas de pasar muchas horas en el campo, en la lavandería, en la cocina.

—La hermana Pauline me ha dicho que ha venido usted a hablar con Helen, ¿no es así? —me pregunta, con un tono de voz distante y frío.

—Sí, pero ella no quiere hablar conmigo —respondo yo—. ¿Sabe por qué? Durante el entierro, me pareció que tanto Ned como ella estaban muy disgustados conmigo.

Lydia Greyson me observa con atención. Cuando me habla de nuevo, se nota que siente ira hacia mí.

—No creo que pueda resultarle difícil imaginarse por qué.

Irritada, yo respondo en el mismo tono.

—Bueno, pues lo siento, pero sí. No creo que haya hecho nada que pueda disgustar a la hermana Helen, al menos, no durante los últimos veinte años, desde que salí del convento.

—No personalmente, quizá, pero... —ella se interrumpe, y después, continúa—: Señora Northrup, ¿la ha enviado su marido?

—¿Mi marido? No, claro que no. ¿Por qué?

—¿De verdad no lo sabe?

—Señora Greyson, yo he venido aquí a hablar con Helen sobre Marti. ¿Qué tiene que ver mi marido con todo esto?

Ella sigue estudiándome, y finalmente, asiente.

—Supongo que debo creerla.

—No entiendo nada. ¿Por qué no iba a creerme?

—Píenselo, señora Northrup. Su marido se ha pasado todo este año intentando que yo le vendiera The Prayer House con todos sus terrenos, sin éxito. Creí que quizá hubiera venido usted como su emisaria. Si es así, me gustaría que se marchara ahora mismo. También le agradecería que informara a su marido de que no he cambiado de opinión, y de que no tengo intención de hacerlo.

Esto me toma por sorpresa. Lo único en lo que he pensado desde Río ha sido en la desaparición de Justin y lo que Jeffrey haya podido tener que ver con el secuestro. Lydia Greyson le ha dado un nuevo giro a la situación.

—Lydia, ¿puedo tutearla?

Ella asiente, aunque con rigidez.

—Y, por favor, llámame Abby. Lydia, te juro que yo no sé nada de esto. ¿Por qué iba a querer Jeffrey comprar The Prayer House?

—Oh, por favor. ¿Y tienes que preguntarlo?

—¡Sí, tengo que preguntarlo! ¿Qué está sucediendo?

Ella señala un pico distante, como ha hecho la hermana Pauline un poco antes.

—¿Ves aquella montaña? Nuestra propiedad llega hasta allí por el este. Y hasta allí por el oeste. Más allá de esos límites, sin embargo, por todos los lados, está la propiedad de tu marido. Estamos rodeados de sus tierras.

Yo me quedo estupefacta.

—¿Jeffrey ha comprado tanto? No tenía ni idea.

—Oh, ha sido muy listo. Ha comprado silenciosamente durante todos estos años. Sólo hay un problema, desde su punto de vista. Nosotros estamos justamente en medio de las tierras que les quiere vender a los promotores, que, a su vez, construirán carreteras, campos de golf, mansiones... Aunque yo quisiera vender la finca, cosa que no quiero hacer, no les permitiría que hicieran eso. Algunos de nosotros, en Carmel Valley, hemos estado luchando durante mucho tiempo por conservar el valle sin edificaciones. Sin embargo, puede llegar el momento en que no podamos resistir más contra todos los que quieren convertir este precioso paraje en la gallina de los huevos de oro. Mientras tanto, yo, al menos, pienso mantenerme firme.

—¿Y Jeffrey? ¿Dices que quiere vendérselo todo a los promotores?

—Los promotores no le comprarán las tierras hasta que tenga la seguridad de que The Prayer House va en el lote. Cuando traigan más agua a esta parte del condado, construirán un gran complejo, con dos hoteles, varios restaurantes, un centro comercial y un club de campo. He sabido por ciertas fuentes que tu marido ya tiene varios compradores dispuestos. Pero sin embargo, hasta que no pueda prometerles las tierras de The Prayer House, ellos no firmarán la compraventa.

—Dios mío. Estamos hablando de millones de dólares para Jeffrey.

—De muchos millones, diría yo.

—¿Y la hermana Helen sabe todo esto?

—Helen lo sabe desde hace tiempo. Marti, ella y yo hablábamos de esto con frecuencia. De hecho fue Marti la que me dio esta información hace varias semanas.

Entonces, ¿es ésta la razón por la que Marti y Helen se volvieron contra mí? Después de todo, ¿no era porque pensaban que Jeffrey estaba detrás del secuestro de Justin?

—Ellas debieron de pensar que yo estaba junto a Jeffrey en el plan de conseguir The Prayer House. O al menos, que lo apoyaba.

—Bueno, verdaderamente, tú llevas...

—¿Una vida privilegiada? Tienes razón. Pero ¿por qué la gente piensa que una mujer es la copia de su marido? Sobre todo, Marti. Ella era mi mejor amiga. Debió haber sabido que yo nunca apoyaría a Jeffrey para que destruyera algo como esto.

—En realidad, creo que no estaba completamente segura. Después de lo que le ocurrió a Helen, Marti se convirtió en una firme defensora de los sin hogar, especialmente de la gente enferma y anciana. Sentía indignación porque tu marido quisiera arrebatarles The Prayer House a las hermanas que volverían a perder su casa y se verían obligadas a marcharse de aquí.

—Es lógico que se sintiera así —digo yo, asombrada—. Pero me gustaría que hubiera hablado conmigo. ¡Yo la habría ayudado, maldita sea! Ella debería haberlo sabido.

—Hay más —dice Lydia—. Debes enterarte de todo. Marti sospechaba que tu marido manipuló los precios del terreno del valle. Descubrió que había comprado tierras a bajo precio en el momento de mercado adecuado. Sólo unos meses después, vendió unas parcelas escogidas de esa misma tierra a precios inflados. El objetivo de tu marido, según Marti, era aumentar el valor, no sólo de las primeras parcelas que vendió, sino también de las demás hectáreas. De esa manera, podría vender todo el terreno a los promotores con un enorme beneficio.

—Pero el valor de las propiedades aumenta todo el tiempo. Eso no es ilegal.

—No, claro que no. Pero sí lo es la forma en que él infló ese valor. El precio subió rápidamente, demasiado rápidamente. Marti sospechaba que tu marido estaba involucrado en una manipulación ilegal del mercado. Quería desenmascararlo.

La voz de Lydia toma un tono de amargura.

—Por desgracia, fue asesinada antes de poder aportar pruebas ante las autoridades. Conveniente, ¿no te parece?

Ella me mira fijamente.

—Lo siento —digo yo—. Mi marido tiene muchos defectos, pero... ¿ser un asesino?

Incluso al decir esto, en lo más profundo de mi alma sé que, por dinero y poder, Jeffrey haría muchas cosas. ¿Y si Marti se interpuso en su camino?

Yo me pongo de pie y camino hasta el punto más alto de la colina. La vista del Carmel Valley desde allí es una de las más bellas que he visto en mi vida. No hay carreteras ni edificios en todo el campo de visión.

Lydia se acerca a mí.

—Siempre ha sido mi sueño —me dice, suavemente— construir un centro aquí. Nada complicado. Eso sí, me ocuparía de que los árboles y todos los recursos naturales fueran protegidos. Ya tenemos suficiente agua potable para abastecer el centro, y el huerto nos proporciona suficiente comida. Es orgánica, así que los residuos no dañan las tierras circundantes.

—¿En qué tipo de centro estás pensando? —le pregunto.

—Un lugar para mujeres sin hogar, por supuesto. No sólo para monjas, sino también para mujeres comunes, que se han visto sin techo por un periodo de tiempo, digamos que por la pérdida de un trabajo, o por facturas médicas extraordinarias. No sería sólo un refugio. Les ofrecería clases para que pudieran aprender cosas nuevas de los trabajos que les gustaran, y habría tiempo para el ejercicio y las artes creativas, cosas que las ayuden a reconstruir el espíritu mientras están reconstruyendo sus vidas.

—Me gusta mucho la idea —le digo yo.

Su sonrisa se disipa.

—Bueno, entonces, habla con tu marido. Él es el único que podría estropearnos todos los planes.

—Pero tú has dicho que te niegas a venderle The Prayer House.

—Sí, bueno, pero eso ha sido una fanfarronería. Aunque todavía no se lo he contado a ninguna de las mujeres que viven aquí, me temo que tu marido ha comenzado una campaña para echarnos.

—¿Qué tipo de campaña?

—Lo último es que ha presentado una demanda para que tire abajo el interior de The Prayer House y la reconstruya siguiendo la normativa. Es un edificio antiguo, y cuando yo me hice cargo de él, hace veinte años, construí la cocina nueva, baños, planté los huertos...

Hace un gesto de derrota y continúa.

—Por desgracia, la cocina no cumple la normativa necesaria para que podamos vender las sopas y los panes que cocemos al público. Yo no preví, cuando remodelé el edificio, que haríamos esto algún día. Pero las mujeres de aquí han trabajado mucho para mantenerse, y el condado ha hecho la vista gorda durante estos años, principalmente porque saben que mantenemos el lugar muy limpio. Sin embargo, recientemente alguien dijo que se había puesto enfermo por nuestra comida. La demanda consiguiente nos ha traído todo tipo de problemas —con un suspiro, continúa—: ¿Sabes? Siempre me he enorgullecido de ser una mujer fuerte. Pero la reconstrucción y el mantenimiento de The Prayer House todos estos años han terminado con la mayor parte de mis recursos, y ahora, tener que defendernos de esa demanda... En vez de llevar a cabo el tipo de mejoras que me exigen, es posible que me vea obligada a cerrar The Prayer House. De hecho, la quiebra no es algo impensable, no sólo para The Prayer House, sino también para mí, personalmente.

—Dios mío —digo yo—. Y eso encajaría a la perfección con los planes de Jeffrey. Él se echaría sobre The Prayer House en un segundo.

—Y sobre las tierras que quiere comprarme —dice ella—. Claro que no puedo demostrar que tu marido esté relacionado con la demanda, pero...

En ese momento, se vuelve hacia mí y me mira fijamente.

—Tengo que ser sincera contigo, Abby. Fui a la policía justo después de que Marti fuera asesinada. Les conté lo que me había dicho Marti, que sospechaba que Jeffrey Northrup había manipulado ilegalmente los precios de los terrenos del valle. También le dije que creo que tu marido no habría tenido escrúpulos a la hora de asesinar para impedir que Marti sacara a la luz este chanchullo. Creo que ésa es la razón por la que lo están buscando ahora.

Yo me quedo en silencio durante un largo instante, mirando hacia el valle.

—¿En qué estás pensando? —me pregunta Lydia Greyson.

—En que he sido tonta —respondo—. Por muchas otras cosas que haya hecho Jeffrey, nunca habría sospechado que pudiera hacer algo así.

—No, no has sido tonta por querer a un hombre y creer en él —me dice Lydia, suavemente.

—Es peor que eso. He sido tonta por creer a un hombre al que no he querido desde hace años.

La hermana Helen no aparece, y yo dejo a Lydia Greyson sobre la colina, observando el futuro de The Prayer House y sus esperanzas de poder construir un nuevo centro. De camino hacia la carretera, me pregunto en cuántas otras cosas he sido una tonta. En otra colina baja, que está frente a ésta, veo un coche que me resulta familiar. La vegetación está seca en ese punto, y es posible que yo no me hubiera dado cuenta de que el coche marrón de incógnito que usa Ben está allí mismo, camuflado.

«Ben ha estado vigilando The Prayer House», pienso al principio.

¿O es a mí a la que ha estado vigilando?

Si Ben me sigue a casa, yo no veo su coche detrás de mí. Aunque, en realidad, el trabajo de Ben es conseguir que la gente no se dé cuenta de que la está siguiendo. Y, para aumentar mi angustia, cuando llego compruebo que no he tenido ninguna llamada suya. Telefoneo a la comisaría, pero me dicen que «no está disponible».

Cuelgo el auricular y llamo a Frannie para preguntarle si podría venir a cenar con su nuevo novio esa misma noche.

—Sé que es tarde —le digo—, pero me gustaría hablar con Cliff sobre un asunto inmobiliario. Necesito enterarme de unas cuantas cosas.

Ella acepta por los dos, y le digo que vengan sobre las siete.

Mientras preparo pollo al cilantro con verduras, el plato favorito de Frannie, pienso en todo aquello que he sabido en The Prayer House. No es mucho, pero las cosas están empezando a encajar en mi mente.

Cuando la comida está en el horno, me llevo a Murphy a dar un paseo por Scenic. Mientras estamos caminando, busco al chico que me lo trajo la otra noche a casa, pensando que él también podría estar paseando a sus perros. Me gustaría devolverle su correa. Hay mucha gente con sus mascotas, pero no veo al muchacho por ninguna parte.

Volvemos a casa y le doy de comer a Murphy. Después lo meto en mi despacho. Le gusta pedir comida mientras la gente cena, y aunque a mí no me molesta, distrae a Frannie.

Cuando llegan mis invitados, ya tengo la mesa puesta y la ensalada lista para servir. No hay tiempo para aperitivos antes de cenar: esta noche tengo una misión. Con suerte, aprenderé lo suficiente como para poner al descubierto a Jeffrey por su manipulación ilegal del precio de los terrenos en Carmel Valley.

Y, al hacerlo, es posible que se lo quite de encima a Lydia.

«Y lo atraparé por ti también, Marti. Te juro que lo haré».