Capitulo 15
Desde el entierro de Marti he estado funcionando con pura adrenalina. Sin embargo, en cuando Cliff y Frannie salen por la puerta me derrumbo. Apago todas las luces, dejo la cocina sin recoger y me arrastro hasta mi habitación, con Murphy.
Sin embargo, duermo con inquietud, y tengo pesadillas. Sueño con Mauro y Hillars, con Jeffrey y los Ryan, con Lydia Greyson y con la hermana Helen. Todos están juntos en una gran vasija, en cuyo fondo están Marti y Justin. Mauro grita que Justin ha desaparecido, y Jeffrey responde que él no sabe nada.
Por la mañana me despierto agotada. No he conseguido descansar.
Sin embargo, creo que he experimentado un cambio. Tengo la sensación de que, desde Río y desde The Prayer House, he viajado a años luz desde la persona que era antes de Jeffrey. Aunque me siento vulnerable e insegura del próximo paso que debería dar, estoy empezando a entender que, desde este punto de vista, esos pasos deben ser más decisivos. Ya es hora de que busque en lo más profundo de mí misma y descubra de qué estoy hecha de verdad.
De algún modo, el hecho de descubrir los tejemanejes de Jeffrey hace que me sienta de una manera que nunca había experimentado. Todo esto me ha quitado unas cuantas telarañas de encima. Mientras estoy en la ducha, decido seguir el consejo de un viejo dicho del periodismo e iluminar los rincones oscuros. Hay demasiados rincones oscuros en todo esto, y quiero cambiarlo.
Voy al estudio a escribir una lista de lo que debo hacer, pero al entrar, me sorprende encontrarme encendido el ordenador. Yo recuerdo claramente que lo apagué después de enviar la columna al periódico.
Esto no me asusta tanto como debiera. Trabajo con Windows 98, y una de sus pequeñas idiosincraias es que, cuando mi ordenador está en modo suspendido, se enciende automáticamente y comienza a limpiar el disco duro para borrar los errores, cuando instalé el sistema, al principio, esto me asustaba mucho. Estaba en el salón, viendo la televisión a oscuras, y de repente, oía cómo se encendía el ordenador, como si alguien se hubiera puesto a trabajar con él. Pero no, la máquina estaba haciendo la limpieza como si fuera un ama de casa barriendo por las esquinas.
Ahora, normalmente siempre lo apago en vez de dejarlo suspendido. De ese modo, no se enciende solo.
¿Será que el otro día no prestaba demasiada atención al apagarlo y apreté, siguiendo un viejo hábito, el botón de «Suspender»? Supongo que es posible, porque tenía prisa por marcharme.
Me siento frente al ordenador, entro en el escritorio y, desde allí, lo apago. Me quedo observando cómo hace lo que le he ordenado, para asegurarme de que no volverá a encenderse mientras yo no estoy.
Después tomo un cuaderno y un bolígrafo y comienzo a escribir la lista.
(1) Averiguar qué es lo que realmente quiere Tommy Lawrence. Sabe demasiado.
(2) Llamar a Mauro, Ben y Karen para saber si Jejfrey ha aparecido.
(3) Hacerle una visita a Harry Blimm, presidente del Seacoast Bank de Carmel.
Si lo que me ha explicado Cliff es lo que en realidad ha ocurrido, creo que Harry puede saber dónde esta Jeffrey. Pienso que Harry y Rick, por la forma en que este último me echó de su oficina ayer, cuando se dio cuenta de que yo era la mujer de Jeffrey, podrían ser sus compinches en la estafa del valle.
O, si Harry es inocente, podría ayudarme a cazar a Jeffrey. Si lo consigo, tendré pruebas contra mi marido. Y eso no sólo ayudará a The Prayer House, sino que si además Jeffrey sabe dónde está Justin, o qué le ha ocurrido, es posible que pueda obligarlo a que lo admita.
A partir de aquí, no estoy segura de lo que puede suceder. Escribo también lo poco que sé, con la esperanza de que al hacerlo se me ocurran más ideas.
(1)Justin fue secuestrado por personas desconocidas, y por una razón que aún desconozco.
(2)Marti le pidió ayuda al presidente Chase y posiblemente le reveló que él era el padre biológico de su hijo.
(3)Chase le dio instrucciones a Jejfrey, que es su mano derecha, para que dirigiera en secreto la investigación para encontrar a Justin.
(4) Jeffrey decidió fingir que estaba poniendo en marcha la investigación, cuando en realidad, no movió un dedo, posiblemente por miedo a que la paternidad de Justin pudiera trascender en medio de lo que podría convertirse en una búsqueda por todo el país, destruyendo así la reputación del honorabilísimo presidente.
Lo cual me hace pensar en una teoría alternativa: si presidente no es tan honorable. Él fue quien le dijo a Jeffrey que mantuviera la desaparición y la paternidad de Justin en secreto.
Es una suposición, claro, pero sea cierta o no, el resultado final es el mismo. No hay investigación oficial, no se ha hecho ningún esfuerzo por encontrar al hijo de Marti.
Sé que mi marido es un sinvergüenza, pero... ¿es lo suficientemente diabólico como para dejar a un niño de quince años en manos de su secuestrador o secuestradores, que han amenazado con mandarle la cabeza del chico en una bolsa a sus padres si ellos les dicen algo al FBI o a la policía?
¿Y por qué no ha habido exigencia de rescate?
Además, ¿es Jeffrey lo suficientemente diabólico como para haber matado a Marti para asegurarse de que no hablaba sobre su estafa en el valle de Carmel?
Y, finalmente, en mi lista: hablar con Mauro y Hillars. Decirles que sé cuál es el motivo real por el que están aquí, y por qué el Servicio Secreto persigue a Jeffrey.
Después de un rato, observo por la ventana del salón que el mar está bastante salvaje hoy y las olas son muy altas. A Murphy le encanta esto, así que lo llevo a dar un paseo por la playa. Cuando entro de nuevo por la puerta, el teléfono está sonando.
—Eh —dice Ben cuando descuelgo el auricular—. ¿Dónde has estado?
—Oh, por ahí —le digo fríamente. Me molesta que me pregunte esto, cuando le he estado dejando mensajes en el contestador durante días.
—Ayer conocí a tu hermana Helen —me dice—. En ese lugar llamado The Prayer House.
—¿De verdad? —«vi tu coche escondido ahí fuera», quiero decirle, pero no lo hago.
—¿Has hablado con ella? —me pregunta.
—No —lo cual no es una mentira.
Hay un pequeño silencio. Él sabe que yo estaba allí. ¿Por qué no puede decírmelo?
—¿Qué te ha dicho? —le pregunto.
—No mucho. Es una mujer muy asustadiza.
—Bueno, una visita de la policía puede provocar eso.
—Estás un poco rara hoy.
—No sé por qué lo dices.
Él suspira.
—¿Te dijo ella que yo estaba allí?
—No, no hablé con ella.
—Entonces, ¿por qué...
—Mira, vamos a dejarlo, ¿de acuerdo? ¿Qué te dijo?
—Sólo que no sabe nada de Marti ni de Justin. Dice que no había visto a Marti en mucho tiempo, y que no sabía nada de que tuviera un hijo.
Eso sí que es una mentira descarada. Los Ryan me dijeron que la hermana los visitaba regularmente. Así que la inescrutable hermana Helen se está guardando muchas cosas. Pero ¿por qué? ¿Qué quiere conseguir con ello?
—Te llamé ayer —dice Ben.
—No recibí el mensaje —respondo yo.
—No dejé ningún mensaje.
Otro silencio.
—¿Has encontrado a Jeffrey, por suerte? —le pregunto.
—No.
—Bien.
Oigo que suelta un gruñido. Estamos empezando a parecer Arnie y él.
—¿Te lo has pasado bien en Río? —me pregunta.
—Más o menos —respondo.
No permito que se dé cuenta de que me ha sorprendido el hecho de que sepa que he viajado a Brasil, ni que le digo que encontré los Ryan. Recuerdo la advertencia de Tommy sobre que Ben, probablemente, nunca guardaría en secreto algo que fuera de naturaleza profesional para él. Es una opinión con la que estoy de acuerdo. Y no quiero que la policía del condado de Monterrey ni el Servicio Secreto se echen encima de los Ryan antes de que hayan podido volver a casa y readaptarse.
—Bueno, es mejor que colguemos —digo yo—. Tengo cientos de cosas que hacer.
—Sí. Supongo que será mejor.
—Entonces, ya hablaremos después.
—De acuerdo.
Cada uno espera a que cuelgue el otro. Yo lo hago primero, pero sólo consigo un poco de satisfacción al haberme adelantado.
Harry Wilkins Blimm, dice el letrero de la puerta de cabaña. La abro y me encuentro con la cara de asombro de la asistente de Harry, que está sentada en el escritorio de la oficina exterior a su despacho. Es nueva, y no me conoce. Y probablemente, no es de mucha ayuda que yo lleve unos vaqueros viejos y no parezca en absoluto una vieja matrona de Carmel.
—Discúlpeme —dice ella, mientras se levanta—. ¿Tiene cita?
—No —respondo, y continúo caminando hacia la puerta del despacho de Harry. Al contrario que muchos otros presidentes de bancos, no se sienta en un lugar donde todos los clientes puedan verlo. Siempre me he preguntado qué tiene que esconder.
—Espere, no puede entrar —me dice la recepcionista.
Pero ya estoy dentro. Harry, tan sorprendido como ella, está al teléfono. En voz baja, dice:
—No puedo hablar ahora. Llámame después —y cuelga.
Creo que debería decirle a Ben que compruebe la lista de llamadas que recibe el bueno de Harry. Claro que, si era Jeffrey el que estaba al otro lado de la línea, podría haber llamado con su teléfono móvil.
Pero lo dudo. Los sinvergüenzas que meten la pata son aquellos que sienten tanta seguridad en sí mismos y tanta confianza que no creen que nunca los vayan a cazar. Y una cosa que nunca le ha faltado a Jeffrey es seguridad.
—¿Qué tal le va? —le pregunto como si nada, mientras me siento frente a él.
—¿A quién? —me pregunta él a mí, mientras se mete el dedo por el cuello de la camisa.
—A Jeffrey. Era él, ¿no?
El rubor le sube desde el cuello hasta la cara regordeta, y termina en su calva. Abre la boca para hablar.
—Ni te molestes —le digo—. Para ser el presidente de un banco, no eres muy buen mentiroso, Harry. Mira, ahora voy a decirte lo que sé, y tú ni siquiera tendrás que hablar. Sólo tendrás que asentir para decir que sí y sacudir la cabeza para decir que no. De ese modo, no habrá nada que pueda incriminarte en esa cinta que tienes grabando en el primer cajón de tu escritorio. ¿Qué te parece?
No espero a que me responda.
—Lo primero de todo es que ayer pasé unas cuantas horas en Carmel Valley. En un lugar llamado The Prayer House. ¿Lo conoces, Harry?
Él no responde, y yo digo:
—Vamos, Harry. Asiente.
El asiente.
—Así que conoces The Prayer House. Sabes que Jeffrey ha estado intentando comprarlo, ¿verdad?
De nuevo, él asiente.
—¿Y has estado metido en este chanchullo para alterar los precios de los terrenos del valle, Harry?
En esta ocasión, él sacude la cabeza y dice, tartamudeando:
—No... no sé de qué me estás hablando.
Yo me pongo en pie y doy un golpe con las palmas de las manos sobre el escritorio.
—¡Maldita sea, Harry, no estás respetando las reglas del juego! Te dije que te limitaras a asentir.
Él estira la espalda mientras se aleja de mí y me mira directamente a los ojos.
—No sé qué es lo que quieres, Abby, pero ni estoy ni he estado involucrado nunca en ninguna operación ilegal ni en ningún chanchullo, como tú lo llamas, con Jeffrey. Nuestra relación es de banquero a cliente, y siempre ha sido, repito, siempre ha sido legítima.
Yo lo observo atentamente durante unos momentos y me pregunto si está diciendo la verdad. De lo contrario, estoy segura de que se habría derrumbado. He tenido que echarle la bronca a Harry más de una vez en una fiesta por volverse demasiado alborotador, y todas las veces se ha desmoronado.
Yo me dejo caer de nuevo en mi silla y digo:
—Vamos a imaginarnos que no sabes lo que ha estado haciendo Jeffrey, entonces. Digamos que todo es una fantasía. Tú conoces a Rick Stone, ¿verdad? El agente inmobiliario de End-of-the-Trail Realty.
Él responde en un tono cauto.
—Sí, claro que sí. Conozco a la mayoría de los agentes inmobiliarios de por aquí.
—Y también conoces a muchos tasadores, ¿verdad?
—A unos cuantos.
—Bien, ya estamos llegando a algún sitio. Entonces, hipotéticamente, no te resultaría difícil concertar una reunioncita entre Jeffrey, Rick Stone y uno de esos tasadores, ¿verdad?
—Estás suponiendo que yo quisiera hacer algo así.
—Digamos que quieres. Y digamos que entre ellos tres, deciden hacer un estudio comparativo y una tasación falsos para unas cuantas parcelas que Jeffrey tiene en el valle, porque existe un comprador dispuesto a pagar lo que sea sólo porque va a creer que la comparativa y la tasación son verdaderas. ¿Me sigues, Harry?
Él no responde, así que yo continúo.
—Jeffrey obtendría una cantidad mucho mayor que la que pagó por esas tierras, y claro, estaría dispuesto a compartir los beneficios con sus compinches. Sería un buen trato para mi trío imaginario, ¿no, Harry?
—Supongo que sí, pero...
—Pero necesitarían a alguien más. Un banquero, Harry, que estuviera dispuesto a prestarle tanto dinero a un comprador para que adquiriera una propiedad que sabía que a Jeffrey le había costado un treinta por ciento menos tan sólo unos meses antes. Un banquero que fuera un amigo y que no hiciera demasiadas preguntas sobre por qué la propiedad ha llegado a ser tan cara tan rápidamente, porque él también se va a llevar un pedazo del pastel.
Harry se congestiona y se levanta de la silla. Habla con la voz tensa por la ira.
—Ya veo adonde quieres llegar con esto, Abby, y tengo que decirte que me siento profundamente ofendido. Yo nunca habría aceptado semejante cosa. No puedo creer que alguna vez haya pensado que eras una buena amiga. Quiero que te marches de aquí ahora mismo. De hecho, si no te marchas por tu propio pie, llamaré a seguridad —dice, y alarga la mano para descolgar el auricular.
—No te preocupes, Harry. Ya tengo lo que había venido a buscar.
Si no le dice a Jeffrey que yo sé lo de su estafa, yo no me llamo Abby. Ahora, lo único que tengo que hacer es esperar y ver si Jeffrey viene por mí, de la misma forma que ha ido, o puede no haber ido, por Marti.
La siguiente parada la hago sólo unas manzanas más allá. Y no me sorprendo cuando, al preguntar por Tommy Lawrence en La Playa, me dicen que no está allí alojado, y que nunca lo ha estado.
Entro al bar del hotel y me siento en un taburete. Jimmy John no está hoy, así que le pregunto al camarero de turno, al cual conozco, si ha visto a un tipo llamado Tommy Lawrence por aquí. Él me dice que no le suena el nombre, y me pide que se lo describa.
Le digo que es alto, delgado, de pelo castaño y que parece un niño larguirucho.
—¿Se refiere a uno que siempre anda haciendo preguntas sobre la gente del pueblo?
—Ese mismo.
—Claro, ha estado por aquí tomando una copa varias veces. Aunque hoy no lo he visto.
—¿Está Jimmy John?
Él sacude la cabeza.
—Lo han despedido.
—¿De verdad? ¿Por qué?
—El jefe lo ha sorprendido muchas veces soltando demasiada información sobre los huéspedes.
—¿Y cuándo lo despidieron?
—Hace un par de semanas.
Al menos, una semana antes de que Tommy Lawrence llegara a Carmel. A menos que haya mentido acerca de eso, también, y lleve aquí mucho más tiempo del que me ha dicho.
—¿Y dice que ha visto a ese tipo alto, Tommy, haciendo preguntas por aquí últimamente?
—Sí, algunos días.
—¿Le ha dado usted, o alguna otra persona, información sobre mí?
—Yo no —dice, y sonríe—. A mí me gusta mi trabajo.
Yo saco mi libreta del bolso.
—¿Podría hacerme un favor?
—Claro.
—Cuando vuelva a ver a ese tipo, por favor, déle esta nota.
—Por supuesto.
Escribo en una hoja: Conozco la verdadera razón por la que estás aquí.
Lo firmo con mi nombre y lo doblo. Después, escribo el nombre de Tommy en la parte delantera.
El camarero toma la nota y se la guarda en el bolsillo. Yo le doy las gracias y salgo del bar.
Esa tarde, estoy sentada en mi salón con Murphy, tomándome una taza de café y esperando. Miro el reloj. Son las siete y veinte. Ha anochecido, y está muy oscuro fuera.
He agitado las jaulas de unas cuantas personas, y ahora me pregunto cuánto falta para que aparezca, al menos, uno de ellos.
Antes he visto que se acercaba una tormenta por el este, y parecía grande. Aun así, el repiqueteo fuerte de la lluvia en mi chimenea me sobresalta. Me acuerdo de que esas tormentas han recorrido el Pacífico, rugiendo, desde Hawai hasta aquí, y han arrancado árboles y tejados de Scenic. Por costumbre, me paseo por la casa comprobando que las ventanas están bien cerradas y bajo las persianas. Cuando me acerco a la que Tommy me dijo que estaba suelta, me doy cuenta de que no puedo hacer mucho. La bisagra de la ventana está rota y no hay forma de cerrarla, así que tengo que contentarme con apretar la manivela lo máximo posible. Como da al patio de la casa, y el patio está rodeado por una valla alta de madera, no tengo que preocuparme por el pasador. Después de todo, esto es Carmel, un pueblecito relativamente seguro.
Hasta ahora. Desde que Marti fue asesinada, todo me parece posible.
Pongo varios botes de tomate frito y una botella de vino en el alféizar de la ventana. Si alguien entra por allí, hará ruido al tirarlas.
Después, me siento con Murphy en el salón. Es más tarde de las ocho, y todavía no ha aparecido nadie. Esperaba a Jeffrey, o a Tommy, o incluso a Harry Blimm.
Cuando por fin suena el timbre, casi me muero del susto.
Enciendo la luz del porche y miro a través del cristal de la ventana que hay junto a la puerta de la entrada, pero sólo distingo una figura encorvada, oscura. No es lo suficientemente alta como para ser Tommy ni Jeffrey, ni lo suficientemente gorda como para ser Harry Blimm.
¿Quién es?
Mi sorpresa no puede ser mayor cuando abro la puerta y veo, con una gabardina negra y un chai oscuro sobre la cabeza, a la hermana Helen.