49

A la mañana siguiente Jackson bajó las escaleras recién duchado y canturreando entre dientes. No madrugar y, por encima de todo, dormir junto a Alice era lo único que necesitaba para sentirse renovado. Solo lamentaba que al despertarse ella ya no estuviera con él en la cama.

En el salón oyó las risas de los niños y sonrió. Con el retorno de Alice, la alegría había regresado a la casa. Se dirigió a la cocina esperando encontrarse a su mujer, pero fue su tía quien lo recibió.

—Hola, Juliette. Voy al pueblo, he quedado con Randy. ¿Necesitas algo?

—Sí, por favor, compra huevos, harina, azúcar y manzanas.

Jackson le robó un trozo de zanahoria de la olla esquivando su mano.

—Anotado. Mira… —Se recostó contra la encimera y robó otro trozo de verdura, aunque logró retirar la mano un segundo antes de recibir un manotazo de su tía—. Mañana por la noche me marcho a Cheyenne. Estaré tres días fuera.

—¿La feria de ganaderos?

—Sí. Ya lo he dejado todo organizado y Rob se hará cargo de los asuntos del rancho. No es la primera vez que toma las riendas. —Jackson carraspeó pasándose una mano por la nuca—. Yo… He pensado que después me gustaría llevar a Alice a una playa en el sur, una pequeña luna de miel…, pero necesito saber si estás dispuesta a quedarte con los niños. —Y siguió precipitadamente—. Sé que te estoy pidiendo mucho, pero solo serán dos o tres días, lo justo para tener un poco de tiempo para nosotros. Si crees que no vas a poder con las cuatro fieras, lo entenderé…

Juliette negó con la cabeza mientras se secaba las manos en el delantal.

—No puedo creer que seas tan tonto como para dudar. No es la primera vez que me quedo con los niños, y uno más no me supone ningún problema. —Le agitó un dedo bajo la nariz con el ceño fruncido—. Llévate a tu mujer y disfrutad de unos días. Una pareja recién casada con cuatro niños necesita estar a solas de vez en cuando.

La abrazó alzándola del suelo y le plantó un beso en los labios que hizo ruborizarse a la mujer.

—¡Será posible! Cuanto más grande, más bobo…

Jackson la dejó en el suelo.

—¿Dónde está Alice?

—Con Gary y los niños.

Entró en el salón, donde Alice estaba cepillándole el pelo a Megan, y besó en la coronilla a su hija Lindsay, que sostenía un tazón de cereales mientras miraba embobada la pantalla de la televisión. Los otros niños y el abuelo lo saludaron con gesto ausente.

—Voy al pueblo. ¿Alguien me acompaña?

Todos negaron, pendientes de la película que estaban viendo.

—Qué guapo es… —suspiró Lindsay.

Jackson miró la pantalla, donde un joven pálido y ojeroso juraba amar a una adolescente embobada.

—¿De qué va? —quiso saber Jackson.

—De vampiros —susurró Alice, que había acabado con Megan y se reunía con él.

—Un bodrio —opinó Gary sin apartar la mirada.

—Entonces ¿por qué la miras? —quiso saber Megan al tiempo que se sentaba entre Lindsay y su hermano en el sofá.

—A mí me gusta el otro, porque se convierte en lobo —gritó Ron y a continuación aulló cerca del oído de Tessa.

Esta se sobresaltó y le propinó un empujón, desatando un efecto en cadena: tras el empujón de Tessa, Ron se desplomó sobre Megan, que a su vez se pegó a Lindsay, que volcó el tazón de leche con cereales sobre sus piernas. Los gritos y las acusaciones estallaron por todo el salón.

—¡Silencio! —gritó Gary por encima del vocerío—. No oigo nada.

—Pero si has dicho que no te gusta —le recordó Ron y acto seguido atizó otro codazo a Megan.

—¡En esta casa no se puede ver una película en paz! —exclamó Lindsay, poniéndose en pie con los pantalones del pijama goteando de leche.

—Yo iría contigo —empezó Alice soltando un suspiro—, pero prefiero que te marches cuanto antes, porque pienso amordazar a los cinco y encerrarlos en una habitación. Por cierto, compra helado de chocolate.

—Me he convertido en el mozo de los recados —masculló Jackson.

—Cómprame un purgante —pidió Gary—, estos amores de adolescentes me están poniendo enfermo. Vaya película más empalagosa, es como un atracón de almíbar…

—¿Entoncez por qué la vez? —quiso saber Tessa y esquivó otro empujón de Ron.

—Porque me da la gana —espetó Gary sin apartar la vista de la pantalla—. Y a ver si os calláis de una vez, que no me entero.

Jackson llegó al pueblo con una sonrisa colgada de los labios. Algunas veces le asustaba tanta felicidad, porque pensaba que algo tan bueno no podía durar mucho. Aun así, esos pensamientos se esfumaban cuando recordaba a sus hijos gritando de alegría mientras jugaban con Alice. Ella era el alma de la casa, la que exhalaba una energía que convertía cada momento en algo especial.

Apenas hubo bajado del coche, una mano se cernió sobre su hombro.

—Vaya, vaya, aquí viene el recién casado —lo saludó Randy, sonriendo—. ¿Cómo va la familia?

—Todos bien. ¿Y la tuya?

—Creciendo, Elaine está embarazada otra vez. Me he enterado esta mañana. Y mi suegra me ha dicho que si no me hago una vasectomía, ella misma me la corta.

Pese a la clara amenaza, el rostro de Randy reflejaba una felicidad solo comparable con la de Jackson.

—¿Era eso lo que querías decirme?

Se miraron sonriendo como dos idiotas hasta que rompieron a reír.

—Ríete lo que quieras —barbotó Randy—, pero tú vas por el mismo camino. Ya tienes cuatro y sospecho que no tardaréis en tener uno más.

—Dame un respiro, pero tenemos que celebrar esa noticia. Vayamos al bar de Lou a tomar algo. Invito yo.

De camino se encontraron con el sheriff, que se acercó a ellos con sus andares tranquilos.

—¿Cómo se siente el recién casado? —quiso saber Thomas.

Jackson esbozó una sonrisa.

—Estupendamente.

Tras una corta conversación en la que todos se interesaron por sus respectivas familias, Randy hizo la pregunta que más temía Jackson.

—¿Se sabe algo más sobre la muerte del tipo del motel?

Los habitantes del valle no estaban acostumbrados a los asesinatos, los veían de lejos en las noticias sintiéndose inmunes. La muerte de Dash despertaba inquietudes, sobre todo porque el culpable seguía libre, lo que llevaba a los vecinos a preguntar con frecuencia al sheriff.

—Nada excepto la huella de un hombre con un historial delictivo tan largo como mi brazo, nada más.

El temor que Jackson llevaba reprimiendo emergió de repente. Si el propietario de esa huella estaba relacionado con la muerte de Dash, ese hombre había estado muy cerca de Alice aquella noche. Por suerte, ella había logrado escapar, pero cuando pensaba en lo que podría haber sucedido se le erizaba la piel.

—¿Un hombre peligroso? —inquirió.

Thomas meneó la cabeza, con gesto serio.

—Sí: agresión, extorsión, resistencia a la autoridad y dos denuncias por violación que fueron retiradas en última instancia por las víctimas. Me imagino que las amenazó. Y robo a mano armada, pero el tipo supo negociar con la policía y colaboró denunciando a sus cómplices. A cambio apenas pisó la cárcel por el delito.

Un escalofrío recorrió la espalda de Jackson.

—¿No habéis dado con él?

—No, lleva unos meses desaparecido. Aparentemente no ha hecho nada para llamar la atención, ni siquiera le han puesto una maldita multa de tráfico, de manera que no hay ninguna pista para buscarlo. Aun así, no tenemos pruebas de que fuera el asesino. Una huella en un lugar que casi se podría considerar público no es prueba suficiente para inculparlo.

Tras despedirse siguieron su camino, pero para entonces Jackson había perdido su buen humor y apenas escuchaba a su amigo. Cavilaba sobre el posible peligro de tener a un asesino cerca. Era absurdo, el hombre habría huido, solo un insensato se quedaría donde estuviesen investigando el crimen que había cometido. Si es que era el asesino.

Entraron en el pequeño local de Lou, donde siempre olía a cacahuetes tostados. No había muchas mesas ocupadas y casi todos los rostros estaban pendientes del partido de béisbol en diferido. Al verlos, el dueño los saludó con una mano alzada y una sonrisa socarrona dirigida a Jackson.

—Aquí tenemos al recién casado —vociferó Lou—. Enhorabuena, muchacho.

Jackson le devolvió una sonrisa un tanto forzada, aunque le hizo gracia que Lou siguiera llamándole muchacho, como cuando de niño acompañaba a su padre o a su abuelo y se sentaba en una mesa bebiendo su refresco mientras los adultos se tomaban una cerveza intercambiando noticias. Lou era un sesentón calvo y con sobrepeso, cuyo rostro redondo recordaba una calabaza de Halloween arrugada. Su abultada barriga tiraba de los botones de sus camisas como si se comprara siempre una talla menos de la que necesitaba.

—Gracias, Lou.

—Te invito a una cerveza —dijo este—. Me alegro de que por fin te decidieras…

A su lado Randy sonrió con picardía.

—Pues ya puedes invitarme a mí también. Elaine está otra vez embarazada…

—¿Cuándo vas a dejar tranquila a tu mujer? —dijo el hombre con una risotada.

Un murmullo a escasos dos metros le interrumpió y Randy vio con el rabillo del ojo que Jackson se ponía tenso.

—No les hagas caso… —le aconsejó su amigo.

Pero Jackson ya se había erguido y apretaba los puños. Lou frunció el ceño y soltó sobre la barra el paño con el que había estado secando vasos.

—Seth, no quiero peleas en mi bar.

Apoyados en la barra, los dos hermanos Bowman se tomaban una cerveza con la vista clavada en el televisor de la pared. Eran grandes como armarios y conscientes de que muchos los temían. Con razón, porque ambos eran dos cuarentones camorristas y con frecuencia soltaban comentarios ofensivos a sabiendas de que pocos se atrevían a callarlos. Y los que se arriesgaban solían verse las caras con dos pares de puños demoledores que golpeaban sin piedad.

Pero Jackson no pensaba dejarlo pasar. Lo que acababa de decir Seth era un insulto que no le sorprendía viniendo de un tipo como aquel, pero de todas formas estaba dispuesto a hacer que se tragara sus palabras.

—¿Qué has dicho? —inquirió, volviéndose hacia el hombre.

Seth bebió un trago con parsimonia, se limpió las comisuras de los labios con el dorso de la mano y finalmente lo miró a la cara.

—He dicho lo que muchos piensan en el pueblo pero nadie se atreve a decir en voz alta.

—Jackson…

La voz de Randy era tensa, anticipándose a lo que estaba por venir. El aludido hizo oídos sordos.

—Retira lo que has dicho y pide disculpas.

Los dos hermanos se dieron un codazo y soltaron unas risitas.

—¿Le has oído, Robin? Quiere que le pida disculpas cuando ha sido él quien se ha metido entre las sábanas de la viuda de su primo y de paso entre sus piernas.

—No sé qué decirte, Seth —replicó el otro—. ¿Recuerdas lo que se rumoreaba cuando esa Karla se largó casi al mismo tiempo que Daniel? Tiene que ser cosa de familia…

Randy agarró a Jackson por la manga.

—No seas idiota, te están provocando.

Lou se puso delante de los hermanos Bowman con brazos en jarras.

—Largaos de aquí, la última vez ya os dije que no consentiría una pelea más.

Pese a ello, los hermanos siguieron con su cháchara insultante. En el local los otros clientes habían enmudecido y prestaban atención a todo lo que decían los Bowman. Jackson intuía que si no paraba aquello en ese mismo momento, los rumores irían a más y Alice acabaría enterándose. Y estaba su orgullo, que le hacía apretar más los puños. Que se metieran con él no le importaba; desde que Karla los había abandonado, había aprendido a ignorar los comentarios, pero aquello afectaba a la mujer que amaba y no pensaba permitir que la insultaran.

Sin mirar a Lou, se quitó el chaquetón y lo dejó sobre la barra.

—Lo siento, espero que lo entiendas. —A pesar de la rabia que bullía en su interior, su voz sonó sorprendentemente calmada.

—¿Entender el qué? —espetó Lou.

—Mándame la factura.

Acto seguido agarró a Seth por la solapa y lo puso en pie de un tirón. Jackson era alto, pero su contrincante lo superaba en unos cuantos centímetros y pesaba al menos quince kilos más; sin embargo, no supo de dónde le salieron las fuerzas para dejarlo de puntillas.

—¿No vas a disculparte?

Algunos clientes empezaron a apartarse, conscientes de lo que se avecinaba.

—¿Por qué habría de disculparme? ¿Por decir lo que piensan todos? —replicó Seth, sonriendo con malicia.

Estas palabras bastaron para que Jackson lo arrojara contra la barra y se abalanzara sobre él para asestarle un puñetazo en la barbilla. En ese momento el caos estalló en el bar para pesar de Lou, que apartaba vasos y botellas del desastre mientras gritaba en vano que llamaría al sheriff.

Por su parte, cuando Randy vio que Robin se disponía a golpear a su amigo por la espalda, no se lo pensó dos veces y se enzarzó en una pelea paralela a la de Jackson y Seth. En el interior del local los ruidos de los golpes, gruñidos y los gritos de Lou superaban con creces las observaciones encendidas de los comentaristas de la tele que alababan una jugada espectacular.

Seth se estrelló contra una silla vacía, tirando de paso todo lo que había sobre la mesa, y se levantó para embestir a su contrincante con un cabezazo directo al estómago. Los dos cayeron al suelo en una maraña de piernas y brazos, pero Jackson logró zafarse y devolvió los golpes. No le gustaba pelear y no solía hacerlo, pero la ira lo sacudía con tanta fuerza como los puños de Seth. Con el rabillo del ojo vio que Randy estaba enzarzado con Robin y soltaba gruñidos cada vez que los puños del otro le daban de lleno.

Se pusieron en pie entre golpes, y Jackson esquivó por los pelos una silla que se estrelló contra una pared. Aprovechó para asestar un nuevo puñetazo seguido de otro hasta que arrinconó a su adversario contra la barra. Fue lo único que necesitó para devolver con creces cada revés hasta que Seth dejó de defenderse.

Detrás, alguien le agarró el brazo que se alzaba de nuevo.

—Ya está bien —le instó Lou—, ya le has dado lo que se merecía.

Seth se dejó caer al suelo resollando como un animal. Jackson notaba la adrenalina corriendo por sus venas como un torrente y apenas sentía los latigazos de dolor allí donde Seth le había golpeado. Respiró hondo tratando de recobrar el control. A su lado, Randy se recostó contra una silla y escupió sangre. Robin, por su parte, estaba tirado cuan largo era entre las mesas a los pies de los espectadores boquiabiertos.

—Creo que me ha roto un diente —barbotó Randy.

—¿Estás bien? —preguntó Jackson, con la respiración aún agitada.

—Creo que sí… ¿Y tú?

—Todo bien, no te preocupes.

Se arrodilló para agarrar la solapa de Seth y tiró de él hasta sentarlo al tiempo que emitía un gruñido de dolor. A continuación acercó su rostro tanto que pudo oler su transpiración agria.

—Estás avisado. Si me entero que vas escupiendo esa mierda por ahí, volveré para enderezarte la cara. Ni se te ocurra hablar de Alice ni de mi familia. ¿Lo entiendes?

Seth asintió y tosió, pero se mantuvo en silencio sin mirarlo a la cara.

Ignorando el pinchazo que le martirizaba el costado, Jackson se irguió frente a todos los que le observaban a una distancia prudencial.

—Y si alguien tiene algo más que decir, que lo haga ahora y así podré aclarárselo como acabo de hacer con Seth. Mi mujer es intocable, no quiero oír ni un solo comentario, y lo mismo digo del resto de mi familia.

Algunas cabezas negaron con vehemencia, otros metieron las narices en sus jarras de cerveza y unos pocos se pusieron a cuchichear entre sí. Jackson oteó el local. Los conocía a todos, se sabía sus nombres de pila, pero jamás consentiría que nadie se atrevieran a faltarle el respeto a Alice, aunque ella no estuviese delante.

Con gestos lentos se puso el chaquetón, conteniendo una mueca de dolor, y después se limpió el hilo de sangre que le corría por la mejilla con un paño que Lou le tendió. La boca le sabía a rayos por el corte que le recorría el labio inferior.

—Lo siento, Lou. Mándame la factura de los desperfectos.

—Qué, ¿ya podemos irnos? —quiso saber Randy.

No tenía mejor aspecto que Jackson: el pómulo izquierdo se le empezaba a hinchar y apenas podía abrir el ojo, y cuando hablaba se le veían los dientes ensangrentados.

—¿Tienes prisa? —quiso saber Jackson—. Todavía no hemos tomado nada.

La carcajada que soltó Randy sorprendió a todos.

—Pues ya que lo preguntas, mi suegra me ha encargado una tarta para celebrar el embarazo de Elaine. Cuando me vea con esta cara, no solo querrá cortarme las pelotas, sino que encima me molerá a palos por aparecer en su casa con estas pintas.

Jackson percibió que la tensión se aflojaba. De repente se sintió mejor, satisfecho por haber hecho lo correcto, y se preguntó cómo reaccionaría Alice cuando lo viera aparecer por casa con el rostro machacado. La risa brotó de sus labios maltrechos y salió escandalosa. Con cada carcajada, unos pinchazos agudos y profundos le laceraban el costado, pero el exceso de energía necesitaba salir, era preciso descargar la tensión que aún pulsaba en cada músculo de su cuerpo. Se volvió hacia su audiencia.

—¿Lo habéis oído? Randy ha de comprar una tarta y tenemos un poco de prisa. Así que si tenéis que decir algo con respecto a mi matrimonio…

—Largaos de aquí —espetó Lou meneando la cabeza con pesar al mirar una silla hecha añicos—. Os advierto que os mandaré a los cuatro la factura de todo lo que habéis roto.

Los dos amigos salieron sosteniéndose entre risas.

—Hacía años que no nos metíamos en un lío —dijo Randy.

—No es que lo echara en falta, pero casi me ha sentado bien… Lo malo es que no podré masticar nada en una semana…