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Esa noche apenas pudo permanecer sentada, en la habitación el silencio le parecía una mortaja que la ahogaba. El miedo no la abandonó, ni cuando dio la cena a Ron, ni cuando el niño se quedó dormido, o cuando los latidos de su corazón acabaron por sosegarse. Hablar con Jackson se le antojaba la única salida; no quería ni imaginarse su reacción si alguien identificaba a Dash y el sheriff acababa por aparecer en su casa haciendo preguntas comprometidas.

De pie frente a la ventana, miraba el firmamento oscuro. Intentaba recordar quién podía haber odiado a Dash hasta el punto de matarlo. Recordó las palabras del sheriff. Alguien lo había golpeado hasta matarlo. Eso requería mucho odio o mucha sangre fría. O ambas cosas.

Se estremeció ante tales pensamientos. No tenía muy claro si la asustaba más que la policía la relacionara con Dash o que un desconocido capaz de matar la siguiera. En ambos casos estaba en una situación sumamente comprometida.

Vio el cielo teñirse de púrpura hasta que la luz venció la oscuridad, pero la calma siguió mostrándose esquiva con ella. Cuando el niño se despertó le dio los buenos días fingiendo entusiasmo y tuvo que esforzarse por mantenerlo en la cama.

—¿Cuándo llegará papá? —preguntó por enésima vez.

—Todavía falta, vendrá sobre las diez. Pero piensa que no podremos irnos hasta que el doctor Stoner no te dé el alta médica.

—No quiero desayunar aquí, está asqueroso —se quejó Ron.

—Pues al menos tómate la leche —le aconsejó Alice, sentándose en la cama—. ¿Te gusta tu escayola ahora? —preguntó en un intento de distraerlo—. Todavía estamos a tiempo de retocar algo.

Ron alzó el brazo enyesado y sonrió satisfecho. Después de un amplio debate, Alice logró convencerlo de que la cara de Spiderman podía salir un poco torcida y arrugada. Ron decidió que quería un fondo azul marino con estrellas y planetas. No era una obra de arte, pero el niño parecía contento con el resultado.

—No, me gusta como está. ¿Mis amigos podrán firmármela?

—No es que quede mucho sitio, pero si quieres, pueden hacerlo.

Tomándola por sorpresa, Ron le echó el brazo sano al cuello y le plantó un beso húmedo en la mejilla.

—Me alegro mucho de que te quedaras conmigo. Me caes muy bien…

Alice le devolvió el abrazo y se conmovió al sentir el pequeño cuerpo pegado al suyo.

—A mí también me caes bien —le susurró al oído.

La visita del doctor Stoner los interrumpió. Ron dio un grito de alegría cuando le oyó decir que todo estaba listo para que se fuera a casa.

—¿Por qué no llamas a papá y le dices que ya estoy curado? —preguntó Ron. Arrugó la nariz ladeando la cabeza para mirar al médico—. ¿Tendré que devolver la escayola?

—No, es toda tuya. De todas formas, ten en cuenta que para quitártela tendrán que cortarla. Tal vez se estropee…

A Ron no le importó mucho y volvió a preguntar por su padre, que para alivio de Alice llegó antes de lo previsto. Al salir del edificio, ella no pudo reprimir el miedo mientras sus ojos buscaban el Ford blanco. En esa ocasión el aparcamiento estaba mucho más lleno y le resultó imposible fijarse en todos los coches. En cuanto se incorporó a la carretera siguiendo a Jackson, vigiló cada vehículo que se acercaba hasta que llegaron al pueblo. Pararon en la calle principal y Jackson se acercó a su ventanilla.

—Quédate con Ron, voy a comprar los medicamentos que le han recetado.

Alice pasó al otro vehículo para estar con Ron.

—¿Podré llamar a mi amigo Dexter para que venga a ver mis juguetes nuevos?

Ron apenas podía mantenerse quieto y no paraba de dar saltitos sobre el asiento. El pelo, que Alice le había peinado antes de salir del hospital, aparecía de nuevo hecho un revoltijo, y las mejillas lucían un rubor fruto de la excitación. Como todo niño, había olvidado los dos últimos días y miraba hacia delante, pensando en lo que realmente le importaba.

—Me imagino que sí. Se lo preguntaremos a Juliette y si la mamá de Dexter está de acuerdo, puedo ir a buscarlo.

—¡Sí!

Alice vio a Esther, que se acercaba con su hija cogida del brazo, y apenas logró contener el bufido de fastidio. No estaba de humor para los chismorreos de la cotilla del pueblo. Para colmo, el sheriff se aproximaba por el lado contrario de la calle. Se preguntó si un zorro acorralado por una jauría de perros desquiciados se sentiría como ella en ese mismo momento.

Esther fue tan delicada como de costumbre y golpeó la ventanilla hasta que Alice la abrió.

—¿Cómo está Ron? Juliette me comentó que tuvo un percance. —Sus pequeños ojos fueron del niño a ella—. Ya veo que ha salido del hospital.

—Sí —contestó Alice a desgana.

—¿Y dónde está Jackson? —inquirió Jenny con el ceño fruncido.

Antes de que pudiera contestar, el aludido salió de la farmacia y se topó con el sheriff. Alice soltó un suspiro de fastidio; la situación se estaba complicando por momentos.

—Alice, quiero irme a casa —se quejó Ron.

—No estará tan mal cuando ya empieza a portarse como un niño consentido —soltó Esther con una mueca de disgusto—. Siempre le he dicho a Juliette que los está malcriando.

Alice no se molestó en replicar, demasiado pendiente de Jackson y el sheriff, que acababan de saludarse y se dirigían hacia Esther y Jenny. Esta se colgó del brazo de Jackson al instante.

—Vaya susto me llevé cuando me enteré de que Ron estaba ingresado en el hospital —dijo la joven con voz melosa—. ¿Por qué no me dijiste nada? Habría ido a cuidarlo…

—Te lo agradezco mucho, pero nos hemos apañado. Alice se ha quedado con Ron por las noches.

Jenny hizo un mohín.

—Lo habría hecho encantada, ya lo sabes…

Jackson se soltó con suavidad y dio un paso a un lado. Su actitud no pasó desapercibida a Jenny, que fulminó a Alice con la mirada.

Esta, ajena al gesto airado de la joven, peinó a Ron con los dedos.

—No salgas del coche, ahora nos vamos.

—Pero yo quiero ir a casa y llamar a Dexter —se quejó el niño.

—Lo siento, pero tendrás que esperar. A cambio te prometo unas tortitas con miel, como te gustan.

Salió a regañadientes del vehículo y el sheriff la saludó. Esa mañana se habría publicado una foto de Dash en el periódico y el sheriff podía tener noticias. Como leyéndole el pensamiento, Jackson preguntó:

—¿La foto ha dado resultado?

—¿Qué foto? —inquirió Esther.

—La que Ernest ha publicado del tipo que fue asesinado en el motel en las afueras de Billings el día de Navidad —explicó el sheriff—. Tal vez alguien sepa quién es.

—No he comprado el periódico todavía. Echaré un vistazo. Ya sabes que conozco a todos los habitantes del valle —se jactó Esther hinchando pecho.

Alice se arrebujó en su abrigo, sintiendo que de nuevo se le aceleraba el pulso al preguntarse si Esther habría visto la cara de Dash. Se echó a temblar: el cerco parecía cerrarse cada vez más a su alrededor.

—¿Tienes frío? —preguntó Jackson.

—Un poco…

—Bueno… —intervino el sheriff—, si podéis aportar algún dato, llamad a comisaría. No quiero un cadáver sin identificar.

Cuando Thomas se marchó, Esther meneó la cabeza agitando sus mejillas flácidas. No parecía dispuesta a guardarse sus observaciones.

—Es una vergüenza, ya no podemos fiarnos de nadie. Un asesino podría estar entre nosotros…

Los ojos de Jenny se clavaron en Alice con desconfianza.

—Sí, es cierto. No podemos fiarnos de los extraños.

Alice le mantuvo la mirada sin pestañear, a su lado Jackson soltó un suspiro de impaciencia, ninguno de los dos quería dar alas a Esther.

—Bueno —dijo la señora Winter, viendo que los demás no añadían nada—, nosotras ya nos vamos. Por cierto, Jackson, dile a Juliette que iremos a verla esta tarde. Entre los niños y el abuelo, no gana para sustos… Pobrecilla.

El grupo se disolvió y Alice se quedó mirando cómo las dos mujeres se alejaban.

—No las soporto —masculló sin advertir que Jackson la oiría.

—No son las más populares de por aquí, pero Esther es un pilar de la comunidad. Su padre y su abuelo fueron alcaldes del pueblo durante décadas. Todos la temen por su lengua y por los muchos contactos que tiene. Gary es de los pocos que se han atrevido a enfrentarse a ella.

—No entiendo cómo la soporta Juliette.

Jackson la cogió del codo y la acompañó a su coche.

—Se conocen desde niñas. Y cuando mi tío falleció, Esther ayudó a Juliette, tal vez porque fue cuando su marido la dejó y se sintió un poco identificada con mi tía. Por eso le está agradecida. Creo que es la única que la aguanta.

—Ya, y tú soportas muy bien las atenciones de Jenny…

Jackson sonrió con aire de satisfacción.

—Es agradable saber que uno levanta pasiones a pesar de la edad, ¿no te parece?

Ella le fulminó con una mirada.

—Pues si las atenciones de Jenny te parecen tan agradables, ¿por qué no la conviertes en algo más que una admiradora abnegada?

—Porque no es la mujer que me quita el sueño, así de simple.

Alice bajó los ojos y sonrió. Estaba tan cerca de la felicidad que le costaba imaginarse en cualquier otro lugar. Volvió a pensar en la foto del periódico, rezando para que Jackson olvidara comprarlo y no viera el rostro de Dash. Tenía que hablar con él cuanto antes. Ya no le quedaba tiempo.