46

Alice apenas daba crédito a sus ojos. Allí mismo, ante ella, estaba Jackson, con el pelo revuelto y el lazo de la pajarita deshecho.

—¿Qué estás haciendo aquí?

No hubo ni saludo ni respuesta: Jackson entró sin titubear y cerró la puerta a sus espaldas. El interior estaba en penumbra, la única luz provenía del cuarto de baño, cuya puerta estaba entornada. Desde donde se encontraba podía ver a Tessa dormida en una pequeña cama iluminada por la luz de la luna que entraba por la ventana. El piso se veía diminuto, tan pequeño que solo necesitó una mirada para hacerse una idea del lugar. Volvió a fijarse en Tessa, que dormía indiferente a la repentina tensión que sobrecargaba el ambiente. Jackson cogió a Alice de la muñeca para llevársela hacia la luz con el fin de disponer de un poco de intimidad. En cuanto cerró la puerta del cuarto de baño, la miró frente a frente.

Alice se soltó de un tirón, desconcertada por su actitud. Jackson se la comía con los ojos como un hambriento. Ella todavía llevaba puesto el traje de noche color melocotón que realzaba la palidez de su piel y de pronto sintió el impulso de cubrirse con algo.

—¿Qué demonios te pasa? —espetó ella.

Por toda respuesta, Jackson le aprisionó el rostro entre las manos y la besó con avidez, como si le fuera la vida en ello. No soportaba estar a su lado y no volver a acariciar esos labios que le habían obsesionado. Su mente era un revoltijo de frases que no significaban nada, pues las palabras no podían expresar lo que sentía en ese momento. Solo sus cuerpos y el anhelo que los sacudían importaban. La amaba, y la necesitaba.

Tras el primer amago de rebeldía, Alice se rindió al cerco de sus brazos, en un principio porque sus piernas no la sostenían, después porque su cerebro dejó de pensar. Todo su cuerpo vibró al son de sus anhelos, entregándose a cada caricia con intensidad, llorando por dentro por esa tregua incierta entre los dos.

Resistiéndose a poner fin al beso, las manos de ambos fueron buscando las respuestas en cada roce que se prodigaron con impaciencia, deleitándose en la familiaridad de sus pieles y el recuerdo de sus encuentros. Por fin estaban donde sus vidas significaban sin lugar a dudas algo maravilloso. Jackson la subió al filo del lavabo, la inclinó hacia atrás para tener mejor acceso a su boca y ella le devolvió el beso con la misma mezcla de sentimientos: rabia, deseo, alegría y dolor por lo que seguiría.

Las manos de Jackson desataron el lazo con impaciencia y la tela se deslizó con un suave susurro hasta la cintura. Enseguida sus manos sustituyeron la seda y Alice enterró los dedos entre los mechones rubios de su cabello, acercándolo más a ella, al doloroso deseo que palpitaba en su interior. Jackson pasó la lengua por la cicatriz de su hombro, bajó hasta sus pechos, y ella dejó escapar un sollozo de alivio. Su piel crepitaba, como tierra seca sedienta de lluvia, sensible al roce de las manos de ese hombre que con una palabra podía ofrecerle el cielo o el infierno…

El resto de la ropa cayó al suelo, entre susurros entrecortados y suspiros, caricias y besos. Cada gesto reflejaba su desesperación por volver a sentirse completos. Les urgía unirse de la manera más íntima.

Cuando estuvo dentro de ella, fueron las miradas las que hablaron, tan cerca el uno del otro que sus alientos se mezclaban. Jackson la sujetó por la nuca con una mano y con la otra se aferró a sus caderas mientras los brazos y las piernas de Alice le envolvían.

—Dios, te amo —gimió él sin abandonar sus embates—. Me estás volviendo loco.

—Te he echado tanto de menos… —repetía Alice entre jadeos—. Te amo —añadió con un sollozo que se convirtió en un gemido.

—Dímelo otra vez —le pidió él al oído—, dímelo otra vez.

—Soy Paige… di mi nombre.

—Paige, Paige, Paige…

—Te amo…

Ella ahogó un jadeo que Jackson silenció con sus labios y todo su cuerpo se estremeció. El placer estalló tras sus párpados cerrados y se derramó por el resto de su cuerpo como una corriente eléctrica. Dejó que su mente vagara por las sensaciones que él despertaba en ella, ajena al resto del mundo que los rodeaba.

A Jackson la imagen le pareció tan sensual que no tardó en seguirla; la estrechó aún más entre sus brazos y se dejó llevar por el goce que recorrió su cuerpo de arriba abajo, dejándole sin aire en los pulmones.

En el cuarto de baño no se oía más que sus respiraciones entrecortadas. No se miraban, pero sus cuerpos seguían entrelazados, sudorosos, lánguidos y conscientes del momento de locura y pasión que acababan de vivir.

La primera en recobrar el sentido común fue Alice, que se removió en sus brazos.

—Déjame, he de asegurarme de que Tessa no se haya despertado.

Sin alzar la vista, se apartó de él, se puso el albornoz y salió en silencio. Necesitaba reordenar sus pensamientos, erigir una pared que la protegiera, porque después de la felicidad del reencuentro, sin duda vendrían las preguntas, los reproches y la decepción.

En el cuarto de baño Jackson se miró al espejo, pensando que acababa de cometer una locura. No entendía qué le había empujado a saltar encima de ella de esa manera. Después de eso, ¿cómo demonios iban a hablar? Se puso los pantalones, repentinamente avergonzado por su actitud.

La oyó volver con pasos livianos, apenas perceptibles sobre la moqueta.

—¿Se ha despertado?

—No, está agotada. —Alice se peinó con los dedos temblorosos—. ¿Por qué has venido, Jackson? ¿O debo pensar que ya has conseguido lo que esperabas de mí?

Él le sujetó la barbilla para obligarla a mirarlo a los ojos.

—¿Cómo puedes insinuar una cosa así?

—No lo sé, dímelo tú —contestó sin parpadear.

—¿Crees que he venido hasta aquí para lo que acabamos de hacer?

Su voz delataba tanta incredulidad que Alice se avergonzó.

—No lo sé, Jackson. Ya no entiendo nada.

—Pues ya somos dos.

La soltó a desgana para ponerse la camisa, que se dejó sin abotonar. Ambos se sentían incómodos e inseguros. La pasión los había arrastrado, pero una vez pasada la locura del momento, se observaban con desconfianza y miedo. Los dos eran conscientes de tener las emociones a flor de piel y cualquier traspié, el menor malentendido, se convertiría en una sentencia.

—Tu hija… No me dijiste que tenías una hija…

—Se llama Tessa —respondió Alice, a la defensiva—. No es mi hija biológica; de hecho todavía no puedo considerarla de manera oficial hija mía, es una protegida de Michelle a la que quiero adoptar. Esta noche he pedido a Marc que me ayude.

El alivio lo inundó. Al menos no se lo había ocultado.

—¿Por qué te fuiste del rancho sin despedirte, como una ladrona?

Los ojos de Alice se abrieron de par en par.

—Te recuerdo que me echaste…

Ella se sentó en el filo de la bañera e inclinó la cabeza, con las manos entrelazadas sobre el regazo. No soportaba estar tan cerca de Jackson y a la vez sentirlo tan lejos, al menos emocionalmente. Le oyó suspirar.

—Tienes razón, me porté como un idiota.

—Estabas en tu derecho. Pero ya que lo mencionas, esta noche sí que te has portado como un imbécil —espetó alzando la cabeza y con los ojos brillantes de indignación.

—Quería herirte, fastidiarte la noche.

—Muy maduro por tu parte. Espero que lo hayas pasado en grande.

—Alice… —dijo, y su voz sonó como un ruego.

Ella se puso en pie, cansada de tener que controlar sus emociones, esconder lo mucho que Jackson la turbaba, cuánto necesitaba que la abrazara.

—Vete, Jackson. Tu acompañante te estará esperando y yo estoy agotada.

Él la miró aturdido y furibundo. Era increíble cómo lo desconcertaba la actitud de Alice. Unos minutos antes reconocía que lo amaba y después le echaba.

—¿Así, sin más?

—Sí. Entre nosotros dos ya no hay nada. Yo te mentí y tú te has vengado esta noche: asunto concluido.

La indignación superó cualquier emoción que sintiera en ese momento. La sujetó ligeramente del brazo y la zarandeó con suavidad.

—¿Crees que lo que acaba de pasar ha sido una venganza?

—Creo que ninguno de los dos conoce al otro. No sé qué esperar de ti, ni tú de mí, de manera que lo mejor para los dos será seguir con nuestras vidas manteniendo las distancias.

—Alice, eres la mujer más irritante que jamás he conocido —dijo Jackson mordiendo las palabras, con los ojos brillantes de irritación.

—Soy Paige.

—Maldita sea, lo sé —exclamó, sintiéndose al límite—. Y me da igual que seas Paige o Alice. Te amo y quiero vivir contigo, estar a tu lado. ¿No lo entiendes? —La acercó a su cuerpo de un tirón—. Mírame a los ojos y dime que no me amas, que mentiste hace unos minutos y me iré de tu lado. Pero sé sincera contigo y conmigo. Nos lo merecemos. Dime que no me amas.

Ella tragó con dificultad. No quería creer sus palabras, pero tampoco estaba dispuesta a mentir. No más engaños.

—Nunca podría decir una cosa así…, pero me temo que tú estás enamorado de una mujer que ya no existe…

Incapaz de contenerse, Jackson la abrazó con fuerza para que no lo apartara.

—Perdóname. Perdóname y vuelve al rancho conmigo. No amo a otra mujer, te amo a ti. Mírame —susurró contra su pelo. Se apartó unos centímetros para perderse en sus ojos—. No te voy a negar que cuando conocí a tu hermana, me sentí atraído por su belleza, su alegría de vivir y su dulzura, pero has sido tú la que me ha robado el corazón. La mujer que conocí en Vancouver era un espejismo; tú eres real, tan especial que no sé cómo he podido vivir sin ti estas últimas semanas sin volverme loco. —La estrechó de nuevo y posó los labios sobre su coronilla. Inhaló para infundirse valor—. Cásate conmigo. Quiero que seas la madre de mis hijos, verte por las mañanas, oír tu voz cada día, dormirme en tus brazos…

Ella colocó sus manos en el pecho de Jackson y lo apartó con suavidad pero con firmeza. Sus palabras la herían como cuchillas, no podía albergar esperanzas.

—Ahora resulta muy fácil decirlo, pero piensa en todo lo que te hizo pedirme que me fuera del rancho. No ha cambiado nada, sigo siendo una mentirosa, y si no quiero acabar en la cárcel, seguiré mintiendo.

Jackson soltó un suspiro, negándose a soltarla. Se perdió en aquellos ojos demasiado grandes, que revelaban tantas emociones como escondían secretos. ¿Cómo había llegado a pensar que podía vivir sin ella?

—¿Es que nunca te has arrepentido de algo que hayas hecho?

—No te imaginas cuántas veces —replicó ella con un deje de amargura.

Jackson soltó un suspiro, sintiéndose repentinamente extenuado.

—Llevaba días pensando que en ti había dos mujeres, pero me negaba a ver la verdad. Tú eras Alice, lo veía en tu rostro, pero tus ojos me decían otra cosa que yo no quería aceptar. No quise aceptar la realidad. No supe reaccionar cuando me contaste la verdad, fui un cobarde y pedí que te fueras porque no sabía cómo enfrentarme a lo que acababas de contarme.

—Nada ha cambiado. Sigo siendo la misma persona, la que cometió tantos errores, la que mató a un hombre aunque fuera un accidente.

La sujetó por los hombros.

—Lo sé, soy consciente de todo; no he olvidado ni un detalle de lo que me contaste aquel día. Hasta la última palabra está grabada a fuego en mi memoria. Sé que nada ha cambiado, pero sin ti no soy más que un idiota sin rumbo. Llevo semanas pensando en ti, odiándote por hacerme tan infeliz y amándote más que nunca.

Alice tragó con dificultad; no quería venirse abajo y ceder al peso que le oprimía el pecho hasta resultar doloroso.

—Soy una mentira, nunca podré dejar de mentir —insistió ella.

Él inhaló lentamente, dándose tiempo.

—No digas eso, eres una persona maravillosa… Vivir sin ti sería una locura… —No pudo más y la abrazó—. Te necesito tanto…

—Yo no maté a Dash —susurró ella con un hilo de voz contra su hombro.

—Lo sé, nunca pensé que fueras capaz de matarlo. Nunca más volveré a dudar de ti. Nunca más te dejaré sola.

—¿Y Tessa? —preguntó. Una débil llama de esperanza se encendió en su interior—. Ahora forma parte de mi vida. No puedo emprender nada si ella no quiere.

—Tessa será una hija más —le aseguró acariciándole el pelo—. Si la quieres, yo también la amaré. Seremos sus padres, tú y yo. Vente conmigo a casa. Regresa a tu hogar, con Tessa.

El corazón le latía tan rápido que se sentía mareada.

—¿Estás dispuesto a mentir el resto de tu vida por mí? Nunca más podré ser Paige Hooper, tendré que ser Alice Ridgway.

—No —la corrigió—, serás Alice Silverstone. Y sí, estoy dispuesto a vivir con ese secreto.

Alice se estremeció ante la perspectiva que se desplegaba ante ella. Por primera vez veía un atisbo de esperanza: una vida junto a Jackson, sin mentiras, sin engaños, sin secretos, al menos entre ellos. Se puso de puntillas para besarle los labios.

—¿Mamá?

—La hemos despertado —dijo Alice con un suspiro. Sus labios estaban a escasos centímetros de los de Jackson.

—Ve a tranquilizarla —le aconsejó él con voz ronca.

Alice asintió.

—¿Mamá?

—Ahora voy, cariño. —Enseguida añadió bajando la voz—: ¿Qué harás luego?

—Pues quedarme a tu lado y hacer planes para que vuelvas cuanto antes.

Alice sintió un revoloteo en la boca del estómago. Todavía no podía creerse lo que estaba sucediendo. De repente pensó en Prados Verdes.

—Tengo que hablar con Michelle, no puedo abandonar el proyecto sin más.

—Llámala mañana por la mañana. Me ha dicho que Andrew dará saltos de alegría cuando se entere de que te vas, o algo así. —La besó en la frente y la empujó suavemente. Empezó a abotonarse la camisa—. Ve con Tessa. Luego veremos cómo nos apañamos.

Cuando Alice estaba a punto de salir, Jackson le preguntó:

—No me has dicho si te casarás conmigo.

—¿Tú qué crees? —le contestó ella sonriendo.

—Mamá…, ¿quién ez eze zeñor? —dijo Tessa desde su habitación.

Jackson siguió a Alice, que encendió la lamparita de la mesilla y se sentó en la orilla de la cama. Los ojos somnolientos de la pequeña parpadearon y observaron a los dos adultos con detenimiento.

—¿Recuerdas a Jackson, cariño? Lo conociste esta noche.

Tessa asintió sin apartar la mirada del aludido.

—Verás, Jackson es un amigo al que quiero mucho —siguió Alice al tiempo que le acariciaba el pelo enmarañado—. Tengo que hacerte una pregunta…

La niña le prestó toda su atención.

—¿Qué te parecería tener un papá? Tendrías hermanos y un abuelo y una abuela…

Jackson puso una mano sobre el hombro de Alice y esperó la reacción de la niña con el aliento entrecortado. En ella estaba la clave de su felicidad, en una pequeña a la que no conocía y que le observaba con los ojos como platos.

—¿Aquí, en ezta ziudad?

—No, cariño, en otro sitio, en el campo. ¿Te gusta el campo, Tessa? —inquirió Alice mientras la angustia crecía en su interior, casi incontenible. Era consciente de la mano crispada de Jackson sobre su hombro y se sentía dividida entre el hombre a quien amaba y la niña que le había conquistado el corazón.

—No lo … ¿Podré tener un perro?

Jackson soltó el aire y rompió a reír.

—Ya tenemos un perro, se llama Harry y le gustan mucho los niños. Y tenemos un poni que se llama Mirabella. Y muchos caballos.

La boca de Tessa se abrió por el asombro que despertaban en ella las palabras de aquel hombre.

—¿De verdaz? ¿Y tendré hermanoz?

—Dos hermanas y un hermano —le explicó Jackson, cada vez más emocionado y encandilado por Tessa—. Se llaman Lindsay, Megan y Ron.

—Me guzta… Ziempre he querido tener hermanoz.

Los ojos de Alice se nublaron al oír el intercambio de frases entre Jackson y Tessa. En silencio dejaba que se fueran conociendo con el corazón henchido de gozo.

—¿Y tendré un abuelo y una abuela? —insistió la niña, que para entonces se había sentado en la cama.

Jackson le acarició la mejilla.

—Sí, aunque ya verás que son un poco… diferentes.

—Michelle ziempre dice que laz perzonaz diferentez tienen máz personalidaz y zon máz interezantez —aseveró la niña muy seria. A continuación ladeó la cabeza, como si oyera una vocecita que le recordara un detalle de suma importancia—. ¿Entonces tú zeráz mi papá?

—Sí, Tessa, si me aceptas.

La presión en el hombro de Alice se intensificó y ella apoyó la mano sobre la suya, esperando.

—Me pareze bien tener un papá. ¿Volveremoz a montar en avión? Me haze cozquillaz en la tripa cuando zube y baja…

Alice asintió en silencio, demasiado emocionada para articular palabra. Tessa también asintió con solemnidad.

—Ahora voy a dormir un poquito —dijo bostezando—, y despuéz iremoz a eza caza.

En pocos segundos la respiración de la niña se hizo profunda, sumida en un sueño inocente colmado de nuevos horizontes. Alice la arropó con cuidado.

—¡Es tan dulce! —dijo ella con la voz entrecortada.

—Ya lo veo, es un encanto. Y creo que encajará muy bien con los niños y con Gary. Los conquistará enseguida.

La abrazó balanceándose en un suave vaivén.

—Nunca pensé que venir hasta Nueva York sería tan emocionante.

—Ni yo; en realidad temía encontrarme contigo —reconoció Alice en un susurro.

De repente él recordó las enigmáticas palabras de Michelle.

—Tu amiga me ha dicho algo que no he entendido. Algo acerca de un regalo que ha abierto y no ha encontrado un montón de mierda en su interior, y que vale la pena guardarlo. ¿Entiendes algo?

Ella se echó a reír contra su pecho. Michelle era realmente especial a la hora de mandarle mensajes: con esas palabras sin sentido para Jackson, la severa fundadora de Prados Verdes daba el visto bueno a su relación con el hombre que la abrazaba en ese mismo momento.

—Sí, y significa mucho para mí. Un día te lo explicaré.

Jackson se encogió de hombros y decidió que por esa noche no indagaría más. Se sentía demasiado aturdido por los acontecimientos como para descifrar esas palabras; prefería centrarse en la mujer a la que abrazaba como si fuera el regalo más preciado que le hubiesen hecho.

—Te quiero… —le susurró. Dudó y preguntó—: ¿Cómo quieres que te llame? Reconozco que ando un poco perdido.

—Lo quiera o no, soy Alice, pero cuando hagamos el amor, seré Paige, solo para ti.

Los dos eran conscientes de los problemas que podía acarrear llevar una vida de mentiras frente a todos.

—Así será —le aseguró él, dispuesto a enfrentarse al mundo entero por ella.

Aquella noche, abrazados en la estrecha cama de Alice, donde apenas cabían, hablaron del futuro y de cuanto deseaban compartir. En el otro dormitorio Tessa dormía profundamente, soñando con sus hermanos y el perro.