Capítulo 19

Cuando Jim se despertó, se puso de espaldas y miró el cielo. Las últimas estrellas palidecían y empezaba a amanecer.

Notó que se encontraba sobre una arena muy blanda. Oyó un ligero chapoteo como de pequeñas olas. Levantó un poco la cabeza y vio a su izquierda y a su derecha a Lucas y al señor Tur Tur que, como él, empezaban a despabilarse.

Jim se levantó. Todavía estaba atontado. A sus pies, sobre la húmeda orilla, vio a la pequeña princesa de los mares que había apoyado la mejilla en la mano y parecía estar esperando. Un poco algo más lejos, en el agua, estaba la buena y vieja Emma, con las puertas de la cabina abiertas de par en par.

—¡Hola! —dijo Sursulapitchi—, estoy contenta de que por fin os hayáis despertado.

—¿Dónde estamos? —preguntó Jim, ya más despejado.

—Os hemos traído a una pequeña isla cuya playa sube suavemente desde el fondo del mar y los caballitos de mar os han arrastrado por ella. Ha sido un viaje muy largo, pero era la única posibilidad que teníamos de salvaros.

Jim miró alrededor. Luego se frotó los ojos y volvió a mirar. ¡No era posible! ¡Pero era cierto!

¡Estaban en Lummerland!

—¡Lucas! —gritó Jim, sacudiendo a su amigo—. ¡Lucas, despierta! ¡Estamos otra vez en casa, en Lummerland!

—¿Es cierto? —preguntó Sursulapitchi, batiendo palmas—, ¿esta es vuestra tierra? Cuando os trajimos, no lo sabíamos.

Lucas se levantó con dificultad y miró desconcertado alrededor. Pero al ver su pequeña estación de ferrocarril y la casa del señor Manga y la tienda de la señora Quée y la montaña con los dos picos desiguales, entre los cuales se erguía el castillo del rey Alfonso Doce-menos-cuarto, echó su gorra hacia atrás y miró a Jim con una mirada muy significativa.

—¡Rayos, muchacho! —gruñó—, tengo la ligera impresión de que somos dos tipos con suerte.

—Yo también lo creo —aseguró Jim con un suspiro que le salió de lo más profundo del alma.

—No lo puedo creer. —Y Lucas se dirigió a la sirena—: No hubiéramos podido soportar un viaje tan largo en nuestra cabina.

—Claro que no hubieseis podido —respondió Sursulapitchi con orgullo—; si Uchaurichuuum no hubiese estado con vosotros. Conoce muchos misterios y es además un gran médico. Cuando llegamos y abrió las puertas de vuestra locomotora, estabais como muertos. Os sacó y os acostó en la arena. Vio que os quedaba un soplo de vida y entonces se sacó del bolsillo una botella que lleva siempre consigo y os hizo beber una misteriosa medicina. Al momento, empezasteis a respirar de nuevo.

—¿Dónde está este maravilloso Nock con caparazón? —exclamó Lucas—, quiero estrechar su mano salvadora.

—Se fue nadando —explicó la sirena—, en cuanto vio que estabais salvados. Marchó en busca de Nepomuk para tratar entre los dos el llevar a cabo la misión que le ha encargado mi padre. Me dijo que os saludase y os diese las gracias por vuestra ayuda. Sin vosotros, jamás hubiera conocido a un ser de fuego.

—Sí —gruñó Lucas—, pero todo se ha arreglado por sí solo. Dígale por favor, a su prometido que no olvidaremos nunca lo que ha hecho por nosotros. Cuando se casen, vengan a visitarnos.

—Claro que iremos —respondió la princesa de los mares y por la alegría se puso de un color verde muy oscuro—. Ah, se me olvidaba deciros una cosa; mi padre, el rey de los mares, Lormoral, me ha encargado os diga que le pidáis lo que queráis.

—Molly —dijo Jim rápidamente—, a lo mejor la puede hacer buscar y devolvérmela.

—Se lo diré —contestó Sursulapitchi—, y ahora adiós, me voy a reunir con Uchaurichuuum. Espero que os hagáis cargo, hace tanto tiempo que no nos vemos…

—Es natural —dijo Lucas y la saludó tocándose la visera de la gorra con dos dedos—, salude a todos de nuestra parte y adiós.

—¡Adiós! —repitió Jim.

Y la pequeña princesa de los mares desapareció.

Por fin el señor Tur Tur se despertó también y miró a su alrededor con sus grandes ojos llenos de asombro. Los dos amigos le explicaron dónde estaba y el gigante-aparente casi no podía contener su entusiasmo al contemplar la hermosa y pequeña isla que tenía ante sí, envuelta en la luz rosada del amanecer y en la que desde ahora tenía el oficio de faro.

Lucas y Jim empujaron a la gorda Emma hasta tierra y la dejaron debajo del tejado de la estación de ferrocarril sobre sus viejos rieles. Luego Jim marchó corriendo a la casa con la pequeña tienda, se acercó a la cama de la señora Quée y la abrazó. También despertó a Li Si y pronto en la casa se armó un jaleo tremendo por los gritos alegres de saludo y bienvenida que se daban.

Entretanto, Lucas había despertado al señor Manga y le había presentado al gigante-aparente; ahora se hallaban los tres delante del castillo del rey tratando de conseguir que éste se levantara de su colchón de plumas.

Cuando, por fin, el rey Alfonso Doce-menos-cuarto apareció en la puerta, Lucas exclamó:

—Aquí, Majestad, le presento al señor Tur Tur, nuestro futuro faro.

El rey Alfonso tardó un buen rato en darse cuenta de que el señor Tur Tur era realmente un gigante-aparente, porque visto de cerca era, como ya sabemos, incluso media cabeza más bajo que Lucas el maquinista. Por desgracia era imposible demostrárselo porque en Lummerland no había manera de alejarse lo suficiente del señor Tur Tur. No tuvo más remedio que fiarse de la palabra de su súbdito.

Cuando hubieron terminado, los oyentes permanecieron en silencio, emocionados, porque todos sentían una gran pena por la pérdida de la pequeña locomotora; Li Si dijo de pronto muy bajo:

—Me parece que yo sé quién tiene a Molly.

Jim la miró sorprendido. Li Si le preguntó:

—¿Cómo eran exactamente las rocas magnéticas?

Lucas se las describió con todo detalle e incluso se las dibujó en un papel.

—¡Esas son! —exclamó Li Si—, las reconozco. Son las rocas de hierro donde los piratas del mar me entregaron al dragón Maldiente. ¡Los Trece han raptado a Molly! Lucas miró consternado a Jim, luego golpeó la mesa con el puño y todas las tazas y cubiertos saltaron.

—¡Rayos y truenos, Jim! —tronó—, ¿cómo no lo hemos adivinado al ver los topes de hierro? Al fin y al cabo no los hay a montones en el mar. Ahora sé también quién rompió el imán: ¡naturalmente, el dragón! En aquella ocasión, cuando recibió a Li Si. Porque de no ser así, el barco de los piratas no hubiese podido llegar ni remotamente hasta las rocas sin destrozarse.

Fumó con los ojos medio cerrados y siguió diciendo:

—Bien, tenemos algunos asuntos que arreglar con los Trece Salvajes. En primer lugar, raptaron a Jim en algún sitio y lo metieron en el paquete para mandárselo a la señora Maldiente y ahora han robado su locomotora. Esos miserables no se imaginan lo que les espera cuando les encontremos. Sólo me pregunto cómo nos arreglaremos para dar con ellos. El océano es muy grande y pueden estar navegando por cualquier sitio entre el Polo Norte y el Polo Sur.

Los dos amigos todavía no podían hacer nada para salvar a la pequeña locomotora. No tenían más remedio que esperar que surgiera alguna pista para conocer dónde podían encontrar a los Trece Salvajes.

Así pasaron los días.

El señor Tur Tur vivía provisionalmente en casa del señor Manga mientras Lucas y Jim le construían en Nuevo Lummerland, una hermosa y pequeña casa blanca con postigos verdes. Él mismo les ayudaba muy diligente y el trabajo adelantaba con rapidez.

Tal como habían acordado, por las noches el señor Tur Tur se colocaba en el pico de una montaña con una linterna en la mano. Por el momento no pasaban por allí muchos barcos, pero el gigante-aparente quería practicar su nuevo oficio. Además, pensaba, nunca se puede saber cuándo pierde el rumbo un barco.

Desde hacía un tiempo el carácter de Jim había cambiado, Se había vuelto más serio. En algunas ocasiones, cuando el muchacho trabajaba sumergido en sus pensamientos y en silencio, Li Si le miraba de reojo un poco asustada.

—He sufrido tanto por ti, Jim —le confesó una vez—, durante todo el tiempo que habéis estado lejos. Por Lucas también, pero por ti mucho más.

—Estando con Lucas —contestó Jim, sonriente—, es imposible que le suceda nada a nadie.

Había transcurrido más o menos una semana desde que llegaron cuando de improviso atracó en la playa de Lummerland el barco correo.

Lucas, que en aquel momento estaba en la estación junto a Emma, saludó al cartero.

—Hola —dijo éste—, tenéis un faro muy curioso. Se le distingue desde cincuenta millas de distancia. ¿Se trata del gigante-aparente a quien queríais ir a buscar? En la oscuridad sólo se ve la linterna.

Lucas condujo al cartero hasta el pico de la montaña y le presentó al señor Tur Tur. El gigante-aparente se alegró de conocerle y sintió un poco de orgullo porque aquélla era la primera vez que trataba a alguien en su papel de faro. Luego los tres fueron a casa de la señora Quée.

—Tengo aquí una carta —dijo el cartero—, con una dirección tan incomprensible como la que había la otra vez en el paquete que contenía a Jim Botón. He pensado que ahora también lo mejor era traerle la carta a la señora Quée.

Entraron en la pequeña cocina. Jim y Li Si estaban jugando a «Hombre no te enfades» y la señora Quée hacía punto. Cuando vio la carta se asustó.

—Por favor, lo mejor será que se la vuelva a llevar —exclamó en seguida—. Prefiero no saber lo que pone. Seguramente no será nada bueno.

—Esta carta es de los Trece Salvajes y está dirigida al dragón Maldiente —gruñó Lucas.

—A lo mejor nos aclara algo sobre el paradero de Molly.

Y abrió el sobre, desdobló el papel y leyó:

Mui aPresiaDa SeñoRa MAlDieNTe

¿PORKE nos a dEjado eZTA peQueña i TonTA MaKina dE BApor En las rOCAs MAjneTiKas? ¿Ke Kiere ke ajamos con HElla? Un VarriL De roN nos uViera Sido MucHO mas Hutil PORKE el Biejo esTA Kasi Bazio. ADemas esta usTez EN DEUDa con NosoTros. No PermitiMos Ke naide Se vurLE de NosoTRos. Le Debolbemos esTA Tonta maKina de BaPoR PoRKe a Nosotros solo nos OCasioNaria mOLEsTIas. Si La pROsima BeZ Tan PoCO laHENcontraMos a HUSTez ToDo Avra TerminaDo HEnTRE noZotros PORKE es HuNa frEscURa.

Tiemble Hustez anTe NuestrO furoR.

LoS 13 SALBajEs

Lucas dejó caer el papel.

—Aquí está la prueba —dijo—, tienen a Molly. Creen que es una máquina de vapor y esperan que el dragón se la cambie por ron.

—Todavía no se han dado cuenta —les hizo notar Jim—, de que la señora Maldiente ya no puede acudir a la cita.

—No parecen demasiado listos —dijo Lucas—, al menos a juzgar por esta carta.

—Y que usted lo diga —y el cartero, suspirando, sentenció—: Esto es una ignominia.

—De todos modos —aclaró Lucas—, todavía retienen a Molly y quieren llevársela al dragón en el próximo viaje. Hemos de encontrarla antes de que eso suceda porque nadie sabe lo que harán con la pequeña locomotora cuando vean que el dragón no está allí.

—¿Pero cuándo será ese «próximo viaje»? —preguntó Jim, asustado.

—Ah —gruñó Lucas—, si supiéramos eso y algo más… Mañana por la mañana pensaremos un plan. Pero para ello necesitamos tener la cabeza despejada.

Luego acompañaron todos al cartero hasta su barco, le dieron las gracias por la valiosa ayuda y se quedaron mirando como se alejaba.

Algo más tarde dormían todos en sus camas. Sólo el señor Tur Tur velaba sobre el más alto de los dos picos con su linterna en la mano.