Capítulo 17
Cuando Jim llegó al lugar donde habían dejado a Molly, pensó que se había equivocado y que no era aquél su sitio. Allí estaba la pequeña gruta, pero a Molly no se la veía por ninguna parte.
A Jim le dio un vuelco el corazón y luego le empezó a latir con fuerza.
—Debe de haber sido en otro sitio —murmuró—; seguro que era otro sitio. Aquí es fácil equivocarse porque todo está lleno de picos y grutas.
Siguió adelante y buscó; trepó un poco por la roca hacia arriba y bajó un poco hacia abajo. Desalentado no tuvo más remedio que reconocer que el primer sitio era el que buscaba.
—A lo mejor, Molly se ha metido más adentro —pensó—. No se puede haber marchado. Estaba muy bien atada. Lo que pasa es que no he mirado bien.
Volvió atrás y se metió en la gruta hasta que no pudo avanzar más porque había terminado.
¡Ni rastro de Molly! ¡No se veía ni el más pequeño pedazo de ella!
—Molly —llamó Jim en voz baja, y sus labios empezaron a temblar. Salió corriendo de la cueva y gritó el nombre de la pequeña locomotora, lo volvió a gritar y se mordió la mano para no ponerse a llorar.
Empezó a pensar, se hizo un lío con las ideas y tardó un buen rato en tomar una decisión.
—Lucas —pensó de pronto—, ¡tengo que ir a buscar a Lucas en seguida!
Jadeando por la prisa y la nerviosidad subió hasta la punta más alta de la roca y se echó al suelo junto al borde del pozo. Muy abajo distinguió el haz de luz de la linterna de Lucas. Se puso las dos manos junto a la boca y gritó lo más fuerte que pudo:
—¡Lucas, Lucas! ¡Sube! ¡Rápido! ¡Molly no está! ¡Por favor, Lucas!
Pero desde abajo no llegó ninguna contestación. Seguramente el silbido del viento que entraba gimiendo por la boca del pozo y el rugido de las olas que chocaban contra las rocas apagaban cualquier otro ruido.
—Tengo que ir a buscarle —pensó Jim, y empezó a bajar por la escalera de caracol. Pero al cabo de pocos metros desistió de su idea, porque se dio cuenta de que no llevaba linterna y en la oscuridad el descenso por los escalones resbaladizos hubiese durado horas, y para entonces Lucas estaría ya de nuevo de regreso. No tenía más remedio que esperar. Y es fácil suponer que eso le resultaba casi insoportable.
Jim volvió al lugar donde había estado Molly y se puso a buscar por los alrededores. Lo único que encontró, por fin, fue un pequeño trozo de las riendas cubiertas de perlas de las morsas, que habían servido para atarla.
Volvió, con ese triste recuerdo en la mano, junto a Emma, al señor Tur Tur y a la pequeña sirena, y se sentó en silencio a su lado. Su cara, a pesar del color negro de su piel, se había vuelto gris.
—¿Puedo preguntarle, querido amigo —dijo el señor Tur Tur—, qué le ha sucedido? ¿Es que su pequeña locomotora…?
El gigante-aparente no pudo terminar, porque Jim le miró con tanta tristeza y desaliento que no se atrevió a terminar su pregunta. La pequeña princesa de los mares también permaneció callada y llena de pena.
Jim fijó un momento en el mar sus ojos sin expresión, y se mordió el labio inferior para que no le temblara. Luego, con voz monótona, dijo:
—Sí… Molly… está… yo no sé… me parece que se ha ido. Se volvieron a quedar silenciosos durante un rato. El viento silbaba y las olas se rompían tronando sobre las rocas de hierro.
—A lo mejor alguien la ha raptado —murmuró Jim.
La pequeña sirena sacudió la cabeza.
—Aquí no viene nadie, ni siquiera los hombres del mar. Y éstos, seguro que no hubieran hecho una cosa así.
—Vamos a meditar —dijo el gigante-aparente—, ¿no podría ser que se le hubiesen soltado las cuerdas, se hubiera caído en el agua y se hubiera hundido?
Jim levantó la vista. En sus ojos brillaba una lucecita de esperanza.
—Es posible —dijo—, aunque la habíamos atado muy bien y además estaba calafateada.
—Voy a ver en seguida —se apresuró a decir la princesa de los mares—, me meteré en el agua y daré la vuelta a las rocas buceando.
—¡Oh, sí, por favor! —dijo Jim, y la sirena desapareció.
—Siento mucho su pena, mi querido amigo —le aseguró el señor Tur Tur, y empezó a contarle los ejemplos más consoladores de personas que habían perdido algo y lo habían Vuelto a encontrar milagrosamente. Estaba cargado de buenas intenciones, pero Jim casi no le oía.
Por fin volvió la pequeña princesa de los mares.
—¿Has visto algo? —preguntó Jim, lleno de terror.
La sirena sacudió la cabeza.
—Las rocas magnéticas están cortadas a pico hasta el fondo del mar —respondió—, y allí todo es tan oscuro que no le distingue nada. Tendremos que esperar hasta que vuelvan a funcionar las luces del mar.
—¡Pero entonces se quedará pegada allí abajo! —exclamó Jim, en el colmo de la desesperación—. Entonces ya no la podremos sacar nunca más.
—Pero, por lo menos, veríamos dónde está —respondió la princesa de los mares—, y más tarde la podríamos ir a buscar.
Volvió a reinar el silencio; sólo se oía el silbido del viento y el rugir de las olas. Empezó a anochecer.
La vieja y gorda Emma, que estaba a cierta distancia en un lugar llano entre las rocas que caían hacia el mar, había oído algo de la conversación. Había oído muy poco, pero se había enterado de lo que había sucedido. No podía silbar porque no tenía vapor. Pero aunque su caldera estaba vacía tenía la sensación de que estaba a punto de estallar. Se trataba, además, de una verdadera preocupación de locomotora madre.
Pasó mucho tiempo, un tiempo interminable, hasta que Lucas volvió. A Jim le pareció una eternidad. Seguramente el retraso fue debido a que Uchaurichuuum se movía con la lentitud de una tortuga. Pero por fin la voz alegre de Lucas resonó en los oídos de los tres que esperaban.
—Bien, muchachos, aquí estamos. Hemos tardado, pero ahora todo está en orden. Nepomuk nos ha acompañado por la escalera de caracol, yo le he regalado la linterna para que tenga luz cuando le sea necesario. Ha vuelto abajo para empezar en seguida su trabajo. Le ha gustado muchísimo su nuevo hogar. Le he enseñado lo que tiene que hacer y a medianoche encenderá las luces del mar. Ahora está excavando un pozo para conseguir lava. El Nock con caparazón llegará en seguida, tarda más que yo porque es un poco lento.
Lucas contuvo el aliento y les miró asombrado.
—¡Vaya! —gruñó—, ¿qué os sucede y dónde está Molly?
Y Jim ya no pudo contenerse. Hasta aquel momento había conseguido dominarse con valentía, pero ahora cayó en brazos de Lucas y empezó a sollozar desconsoladamente.
Lucas adivinó lo que había sucedido.
—Molly se ha ido —dijo, y Jim pudo afirmar con la cabeza.
—¡Rayos y truenos! —murmuró Lucas—, ¡estamos arreglados!
Abrazó con cariño a su pequeño amigo y le acarició con la mano el encrespado cabello.
—¡Muchacho! —exclamó—, ¡querido muchacho! —Le apretó contra su pecho y le estuvo consolando hasta que Jim se serenó algo.
—Escúchame, Jim —dijo Lucas—, Molly no puede haber desaparecido sin dejar huellas. Tiene que estar en algún sitio. Conseguiremos saber dónde y la iremos a buscar. Si te digo esto, puedes tener confianza en mí. Eso lo sabes ya…
—A la orden, Lucas —balbuceó Jim, intentando sonreír en medio de las lágrimas.
—Hemos pensado —el señor Tur Tur les interrumpió—, que a lo mejor la pequeña locomotora se ha soltado y se ha caído al agua.
—Sí —añadió la pequeña sirena—, yo la he buscado, pero el fondo del mar está tan oscuro que no es posible ver nada. Tendremos que esperar a que se vuelvan a encender las luces del mar.
—Pero Molly puede encontrarse en una situación muy difícil —exclamó Jim.
Lucas fumó y meditó.
—Nos sumergiremos en seguida —dijo decidido—, y además con Emma. Las puertas y ventanas son impermeables, la tapa del ténder cierra bien y además la presión del agua la cerrará mejor. Podremos buscar por el fondo con los faros de Emma.
Jim miró a Lucas con los ojos muy abiertos.
—Sí, pero… pero Emma no se puede hundir —tartamudeó—; está calafateada.
—Haremos una prueba —explicó Lucas y fumó pensativo—, abriremos la válvula de la caldera y el grifo del agua. Al llenarse de agua la caldera, la locomotora se hundirá. ¡Rápido, Jim, no perdamos más tiempo!
—Pero, ¿cómo avanzaremos por el fondo del mar? —preguntó Jim, muy nervioso—. Sólo se puede maniobrar la instalación de los imanes desde fuera, desde el tejado. Nosotros estaremos en el interior de la cabina y no podremos salir.
——¡Exacto! —gruñó Lucas, y se rascó detrás de la oreja—; ¿qué hacemos? Señorita, ¿no podría ocuparse usted de dirigir los imanes?
Se acercaron a Emma y la empujaron hasta el agua. La sirena intentó mover el mástil, pero en vano. En realidad era una persona muy pequeña y no estaba preparada para hacer cosas que requirieran tanta fuerza.
Por fin llegó Uchaurichuuum. Al enterarse de lo que había sucedido, intentó mover los imanes. No es que le faltaran fuerzas, pero había otra dificultad: debido a su coraza sólo podía mover las manos hacia los lados y no hacia adelante y con una sola mano, naturalmente, no podía sostener el mástil.
—¿No podemos volver a enganchar a tus morsas? —le preguntó Jim a la pequeña sirena, y miró hacia el mar, donde de vez en cuando uno de los animales asomaba, jugando, por encima de las olas.
—No es posible —respondió Sursulapitchi—, porque no pueden aguantar demasiado rato debajo del agua y tienen que estar siempre cerca de la superficie. Pero se me ocurre otra cosa: muy cerca de aquí he visto pacer algunos caballos de mar de las cuadras de mi padre. Los podría ir a buscar y engancharlos delante de la locomotora.
—Un par de caballos de mar no tendrán mucha fuerza —murmuró Lucas, furioso.
—¡Pero no hay sólo un par! —exclamó la sirena—, ¡hay más de mil, una verdadera legión!
Rápidamente, mientras Lucas y Jim desmontaban la instalación de los imanes que sólo hubiese sido un estorbo en aquella expedición, la pequeña princesa de los mares se dispuso a ir a buscar a la manada de caballos de mar. Apenas habían terminado los dos amigos su trabajo, cuando ya estaba de vuelta. Detrás de ella brillaban más de mil graciosos cuerpos de pequeños caballos con colas en forma de caracol. Si se prestaba atención, se podía oír cómo relinchaban en un tono claro, argentino, aunque muy bajo. Cada uno de ellos tenía unas minúsculas bridas de oro. Era un espectáculo encantador y en otras circunstancias Jim se hubiese sentido entusiasmado. Pero sólo pensaba con preocupación y miedo en su pequeña locomotora. Y esto es algo que no se le puede echar en cara.