CAPÍTULO 20
Erin se acurrucó contra Jesse y le acarició el vello del pecho distraídamente. Las yemas de sus dedos percibieron sus latidos todavía agitados. Aquella había sido la mejor experiencia sexual de toda su vida y aunque Erin todavía se sentía extenuada por la fuerza de su orgasmo, ya tenía ganas de repetirla. Acopló una pierna entre las de él y apoyó la mejilla sobre su hombro.
—Jesse... —susurró su nombre con intensa suavidad.
—Mmmmm.
—Tenías razón. Me has derretido los huesos.
Jesse sonrió y sujetó la mano de Erin contra su pecho.
—Y tú a mí. ¿No me ves? Me has robado las fuerzas.
—¿Y cuándo crees que volverás a recuperarlas?
Erin no solía ser tan atrevida y jamás había llevado la voz cantante en el sexo. Por eso, pedirle a Jesse que volviera a hacerle el amor la hizo sentir desinhibida, libre y totalmente femenina.
Jesse le acarició el muslo y emprendió una caricia abrasiva que pasó por su nalga, dibujó círculos en su cintura y finalizó en su seno, que cubrió con la palma de la mano. Inmediatamente después buscó su boca y los dos se dejaron llevar por las sensaciones de un nuevo y apasionado beso. Jesse respondió a su pregunta encajando las caderas de Erin contra las suyas y ella se sintió orgullosa de provocarle tanto deseo. Arqueó el cuerpo y se movió suavemente contra él, encendiéndolo y excitándolo. Jesse la penetró en esa posición, de lado, con la pierna de Erin rodeándole la cintura para llegar más fácilmente a su interior. Sus manos la tocaron por todas partes. Le masajearon los pechos, le acariciaron la espalda, se internaron entre los pliegues lubricados de su sexo y se aferraron a sus nalgas cada vez que aceleraba sus envites.
Una vez saciado el instinto primitivo y carnal del primer contacto sexual, el segundo se lo tomaron con algo más de calma. Sus caderas marcaron una cadencia lenta y deliciosa, de exploración y reconocimiento, y las manos se movieron libres, tentando y palpando sus cuerpos en busca de zonas por descubrir. Jesse la besó con pasión y entrega, enlazando su lengua sedienta a la de ella y moviendo sus labios ávidos en su cuello y en su garganta, y Erin le devolvió besos impregnados de todas esas emociones que habían surgido en las últimas horas, porque necesitaba dejarse llevar sin ningún tipo de ataduras.
Jesse la tomó por las nalgas y la subió sobre su cuerpo.
—Móntame —le dijo con la respiración agitada.
Sin estar muy segura de poseer la habilidad para hacer lo que Jesse le pedía, Erin lo intentó dejándose llevar por la mirada ardiente con la que él la incitaba desde abajo. Erin apoyó las manos sobre su pecho y se alzó. Le gustó de inmediato sentirse en posesión del control y disfrutó durante unos segundos de ese privilegio, acariciando su cuerpo grande y poderoso como el de un dios. Descubrió que moverse lentamente sobre él, que dejarle entrar y salir de su interior a un ritmo lento y pausado, era una clase de tortura para Jesse. Él apretó las mandíbulas e hincó los dedos en sus nalgas, pero Erin echó la cabeza hacia atrás decidida a prolongar esa tortura durante tanto tiempo como su propio cuerpo le permitiera.
Erin abrió los labios y exhaló al aire un largo y profundo suspiro de gozo. Los de Jesse le acariciaron los oídos y le erizaron la piel como si todo su cuerpo fuera un excitado órgano sexual. El sexo era algo maravilloso que Jesse Gardner le había hecho descubrir y ella quería exprimir esa aventura al límite.
Volvió a mirarle, con sus caderas oscilando sobre las suyas sin prisas aunque tampoco con pausas, y se topó de lleno con su impaciencia y con esa mirada endiablada que le decía que su control estaba a punto de estallar.
—Muévete, Erin.
A Erin le gustó que se lo pidiera, porque eso indicaba que su paciencia se desbordaba. Sus dedos masculinos se apretaron un poco más fuerte en torno a sus nalgas para mostrarle cómo necesitaba que se moviera. Ella acató su mandato y se deslizó sobre su miembro excitado con un balanceo avivado que intensificó las sensaciones.
Erin se mordió los labios, pero los gemidos se le agolparon en la garganta y derribaron todas las barreras para aflorar al exterior. Sentía que volvía a fundirse una vez más, que su interior se licuaba y que la sangre se le volvía de fuego. Jesse le moldeó los pechos que saltaban ante sus ojos aguantando todo lo posible el irrefrenable deseo por salir a su encuentro. Hasta que perdió el control. Pidiéndole que se mantuviera en vilo, la embistió con una serie de rápidas y profundas acometidas que a Erin la hicieron temblar como una hoja. El placer volvía a ser una flecha afilada que la traspasó de punta a punta. El cerebro se le nubló y Erin se escurrió sobre Jesse hasta que sus senos tocaron el pecho de él. Refugió la cara allí y se agarró a sus hombros mientras su orgasmo se prolongaba y le arrancaba las fuerzas hasta dejar su cuerpo laxo y extenuado, como si un huracán acabara de pasarle por encima. Jesse le apresó la cara entre las manos y la besó profunda y casi bruscamente mientras él se derramaba en su interior.
Erin permaneció agarrada a él, escuchando los latidos de su corazón que bombeaba a un ritmo tan trepidante como el suyo. Ninguno de los dos tenía fuerzas para moverse. El cansancio y la profunda satisfacción los dejó inertes y silenciosos, envueltos en la calma que sucedía a la tempestad.
Al cabo de unos pocos minutos fue ella quien buscó su mirada. Jesse tenía un brazo flexionado y apoyaba la cabeza sobre la palma de la mano. Tenía los ojos cerrados, pero los abrió al intuir que ella le observaba. Las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba.
—Ahora voy a necesitar algo más de tiempo —le dijo Jesse.
—Yo también —sonrió ella.
Erin se dejó caer y cerró los ojos. Estaba rendida y sumergida en un remanso de aguas cálidas y pacíficas en el que le apetecía quedarse todo el tiempo que fuera posible. Sentía el cuerpo desconectado de la cabeza, donde no habitaba pensamiento de ningún tipo. Se había quedado desalojada, y todo lo que sentía lo percibía a través de los sentidos.
No mucho tiempo después se quedó profundamente dormida.
El arrepentimiento le sobrevino nada más abrir los ojos. En ocasiones, cuando dormía fuera de casa, se despertaba desorientada y transcurría un tiempo hasta que volvía a ubicarse. Pero eso no sucedió en esta ocasión. Sabía dónde estaba, con quién estaba y lo que había sucedido entre los dos. Todo estaba muy oscuro a su alrededor, él debía de haber apagado la luz del pasillo en algún momento, pero las imágenes que desfilaron ante sus ojos eran muy nítidas y detalladas.
La angustia le oprimió las entrañas.
Erin se removió en la cama y topó con el cuerpo desnudo de Jesse. Su respiración era pesada, síntoma de que dormía, y tenía un brazo suyo rodeándole la cintura. Trató de retirar su brazo con cuidado de no despertarle y cuando se vio libre, salió de la cama. Los fogonazos continuaron bombardeando su cerebro mientras se guiaba a través de la habitación en penumbras: Jesse lamiendo sus pechos, ella saltando sobre su miembro, Jesse con la boca enterrada en su sexo, ella alzando las caderas y gozando de sus envites... Erin se había entregado a él sin ningún tipo de pudor, le había exigido con descaro, y había tenido dos orgasmos extraordinarios.
La angustia se acentuó y el arrepentimiento fue en aumento.
De camino a la puerta recogió su vestido y sus bragas y luego huyó a su dormitorio. Solo eran las cuatro de la mañana, pero el sueño se había acabado para ella esa noche. Tal vez no conseguiría pegar ojo en unos cuantos días.
Le apetecía darse una ducha para borrar los rastros de su culpabilidad, pero no podía arriesgarse a despertarle. Se puso la camiseta de Jesse, se sentó en el borde de la cama y se tapó la cara con las palmas de las manos.
Si por algún revés del destino su padre llegaba a enterarse de lo que había hecho, no la despediría ni la desheredaría como castigo. No. Su padre la mataría, la trocearía y después se la daría de comer a los perros de su casa de campo. El odio que Jesse Gardner sentía por Wayne Mathews era mutuo, se le hinchaban las venas y se le salían los ojos de las órbitas cada vez que nombraba al piloto.
Temía a su padre como al mismísimo demonio y le preocupaba mucho que pudiera descubrirlo, pero esas cuestiones no eran las más relevantes ni las que más la preocupaban. Le pesaban mucho más los sentimientos que habían nacido en esos cuatro días y la falta de voluntad que había demostrado para mantenerlos a raya. ¿Por qué había permitido que crecieran cuando sabía de sobra que una relación con Jesse Gardner era del todo imposible? Había hecho todo lo contrario a lo que se había propuesto.
«Haberlo pensado antes, ahora ya es tarde.»
No podía hacer otra cosa más que asumirlo y aceptar las consecuencias.
Erin se tumbó sobre la cama y cruzó las manos sobre el regazo. A esas horas tan tempranas, no podía hacer otra cosa más que esperar a que amaneciera.
¿Cuáles serían los sentimientos de Jesse?, se preguntó con la mirada clavada en el techo. Sus múltiples aventuras con mujeres le precedían, pero Erin no estaba completamente segura de haber sido una más de la larga lista. Quizás eran imaginaciones suyas, o su deseo de haber significado algo más para él que una simple noche de sexo —aunque no hubiera sido precisamente simple—, pues había habido momentos entre los dos a lo largo de esos días en los que juraría que Jesse se había implicado con ella algo más de la cuenta.
Erin suspiró y cerró los ojos.
El despertar de Jesse fue completamente distinto al de Erin. Por una parte la echó de menos al no encontrarla a su lado, pero por otra parte le molestó que hubiera sido ella la que se había largado de la cama. Normalmente, era él quien abandonaba los lechos ajenos de madrugada.
Jesse se incorporó y consultó la hora. Había amanecido hacía un rato y la luz inundaba el dormitorio. Escuchó sonidos en la habitación de al lado, ruido de cajones, de puertas y de cremalleras. Erin debía de estar haciendo las maletas y eso le recordó que los aguardaba un largo viaje de regreso a Chicago.
Se levantó de la cama y se puso lo primero que encontró en el armario mientras observaba, a través de la ventana, las pequeñas embarcaciones pesqueras sondeando las aguas del estrecho.
La puerta del dormitorio de Erin estaba cerrada, así que bajó a la cocina e hizo café. Jesse no solía invertir mucho tiempo analizando el comportamiento de las mujeres, a veces tan disparatado e imprevisible, pero todos los indicios apuntaban a que Erin no se había tomado las cosas tan bien como él. Estaba casi seguro de que iba a necesitar más de una taza de café y por eso preparó una buena cantidad.
No se equivocó. Cuando Erin irrumpió en la cocina su aspecto parecía el de alguien que se hubiera pasado toda la noche dándole vueltas a los problemas. El cansancio que transmitía parecía más mental que físico, y estaba tan seria que costaba creer que alguna vez sus labios hubieran esbozado una sonrisa.
—¿Café? —le preguntó Jesse.
—Sí, por favor.
Jesse sirvió dos tazas, que bebieron de pie y rodeados de un silencio que crepitaba. Cuando se sirvió la segunda taza Erin también le acercó la suya.
—¿A qué hora nos marchamos? —preguntó ella.
—Lo que tardemos en ducharnos y en despedirnos de mi familia. ¿Te parece bien?
—Claro. —Erin cogió la taza con las dos manos y bebió un sorbo.
Jesse la observó largamente con la seguridad de que ella no iba a devolverle ninguna mirada. Las evitaba, y él ya se estaba cansando de aquel mutismo suyo tan exasperante.
—Abandonaste mi cama con mucho sigilo.
Erin asintió lentamente y sus ojos revolotearon sobre los suyos sin detenerse demasiado tiempo.
—No quería despertarte.
—No me habría importado. A lo mejor nos hubiéramos animado a hacerlo otra vez.
Erin sintió que el café le obstruía la garganta. Se la aclaró.
—Jesse, yo...
—¿Arrepentida?
«¿Para qué andarse por las ramas?» Ella lo expresaba todo con los ojos.
—En cierta manera, sí.
Jesse ya lo suponía, pero eso no evitó que su respuesta le sentara como un mazazo y le hiriera el orgullo. ¿Qué pesaría más sobre ella? ¿Sentir que había traicionado a Wayne Mathews o a Neil Parrish?
—Supongo que no quieres hablar de ello.
—Este no es el momento. Tenemos que ponernos en camino y hay mucho que hacer todavía. —Erin apuró su café—. Voy a darme una ducha rápida.
«Mejor así», pensó Jesse mientras Erin abandonaba la cocina. Encariñarse con ella era una auténtica estupidez y él no era ningún estúpido. Había relaciones que era mejor no comenzar porque desde el principio estaban destinadas al fracaso. Erin era la hija de su mayor enemigo. ¿Acaso pensaba que lo elegiría a él de verse obligada a decidir? Dentro de unos meses todo iba a estallar de nuevo y ella siempre iba a estar del lado de su padre. No tenía ninguna duda al respecto.
Sus conclusiones se detuvieron en ese punto y ahondó en ellas. ¿De verdad estaba pensando en relaciones y en encariñarse con ella? Bueno, lo segundo era cierto, Erin se había colado en sus pensamientos como ninguna mujer había hecho hasta la fecha, pero de ahí a plantearse una relación mediaba un abismo.
—Joder, me estoy ablandando —murmuró, devolviendo las tazas ya limpias al armario.
Una hora después Jesse introducía las maletas en el maletero del Jeep y ponía rumbo hacia la casa de sus padres. Gertrude y Maddie salieron de la casa con una sonrisa agridulce en los labios mientras él aparcaba. Siempre se ponían tristes con las despedidas y lograban contagiárselo a él, aunque esta despedida iba a ser por menos tiempo del habitual. Jesse pensaba volver a Beaufort en breve y así se lo hizo saber de nuevo en cuanto las tuvo en sus brazos.
—Cariño, voy a echarte muchísimo de menos.
Los ojos de Gertrude Gardner se cubrieron de lágrimas. Acariciaba sin cesar el rostro de su hijo y transmitía tanto amor que a Erin se le encogió el corazón y se le puso un nudo en la garganta.
Jesse le besó la cabeza repetidamente y la estrechó muy fuerte contra su cuerpo. Maddie acarició los hombros de su madre para infundirle consuelo.
—Madre, ni se te ocurra llorar, ¿me oyes? —Pero ya era tarde, las lágrimas habían rebosado sus ojos y Jesse se las secó con los dedos—. Esta no es una despedida como las anteriores. Volveré tan pronto que no te dará tiempo a extrañarme.
—Jesse James, has estado cinco años sin pisar Beaufort. ¿Por qué iba a creerte ahora?
—Ya lo hablamos la otra noche —le dijo con voz dulce y comprensiva. Su madre necesitaba que se lo repitiera cien veces para poder creerle, aunque a Jesse no le sorprendía—. ¿Qué es lo que te dije?
—Que ya no amas a June y que ya no existe ningún motivo para no venir.
—Exactamente. —Jesse sonrió a su madre—. Te prometo que ya no hay nada ni nadie que consiga alejarme de este lugar, ni de vosotras dos.
Miró a Maddie, y su hermana también se unió al abrazo.
Erin parpadeó reiteradamente para controlar sus propias lágrimas. Las muestras de afecto entre padres e hijos siempre conseguían emocionarla hasta hacerla llorar, tal vez porque ella siempre había carecido de ellas. Se mordisqueó las mejillas y se cruzó de brazos: a ella tampoco le gustaban las despedidas. Ocho años atrás, la de Alice le marcó el corazón y, desde entonces, no las soportaba sin venirse abajo.
De improviso, Gertrude Gardner también la abrazó a ella y la besó en las mejillas. Era imposible que Erin se mantuviera fría ante la cálida despedida de la mujer. Que Jesse blasfemara lo que quisiera, pero Erin le devolvió el abrazo y los besos con la misma efusividad.
—Ha sido una alegría inmensa conocerte, Erin. Eres la mujer ideal para Jesse, lo supe en cuanto te vi. —Sonrió—. Espero que muy pronto vuelvas a visitarnos, apenas hemos tenido tiempo de conocernos.
—Por supuesto, Gertrude. Yo también me alegro de haberos conocido a las dos. Sois estupendas —dijo de corazón.
—Oh, tengo algo para ti. —Gertrude cogió una de las dos bolsas que llevaba consigo cuando salió de la casa y sacó una bufanda de lana del interior—. Esperé a conocerte para saber qué colores debía utilizar. Escogí el verde porque me has devuelto la esperanza de que Jesse siente la cabeza, y el azul, porque me transmites mucha paz y tranquilidad. Espero que te guste.
Erin la cogió y volvió a morderse los labios para no llorar. Junto con los cuadros de Alice, aquel era el regalo más bonito y sincero que le habían hecho nunca, y además era preciosa y tenía un tacto suave como la seda. Creyó que las palabras no le iban a salir de tan emocionada como estaba.
—Gracias, Gertrude. Es preciosa.
Después recibió el amistoso abrazo de Maddie, con la que había hecho muy buenas migas a pesar del poco tiempo que habían compartido juntas.
—Te enviaré por correo electrónico todas las recetas de mi madre, incluidas las de los menús de la boda —le prometió—. Y recuerda que es luna llena una vez al mes. Espero que tengas mucho éxito con tu investigación; tienes que regresar para contárnoslo.
—Descuida. Serás de las primeras en saberlo.
Gertrude cogió la otra bolsa y se la entregó a Jesse, a quien le había cambiado el humor tras los besos y los abrazos entre las mujeres. Se sintió miserable por haber provocado esa situación y responsable de que hubieran nacido sentimientos entre las tres. A su madre le iba a doler mucho recibir la noticia de que ya no estaba con Erin.
—¿Qué es esto? —Curioseó en el interior, donde había dos envases de plástico enormes con sus respectivas tapas.
—Comida para el camino. El viaje es muy largo y necesitáis reponer fuerzas. Además, la comida que sirven en los moteles de carretera es una porquería.
—No tenías que molestarte.
—Me encanta cocinar, no ha sido ninguna molestia, hijo.
Diez minutos después, cuando ya circulaban por la autopista, Erin tenía un nudo en la garganta que no conseguía disolver, y todavía le quedaba enfrentarse a la parte más difícil de todas. No habían intercambiado ni una sola palabra desde que subieran al coche. Jesse solo había abierto la boca para decir que conduciría él y que a media mañana podía relevarle. Erin asintió, aunque no iba a ser necesario.
La autopista dividía en dos las extensas llanuras sembradas de trigo que circundaban Beaufort, y a Erin le pareció que había pasado una eternidad desde que las vio por primera vez.
—Jesse, tengo que decirte algo.
Él la miró un instante antes de volver la vista hacia la carretera.
—Te escucho.
—Esta mañana temprano me conecté a Internet y compré un billete de avión a Chicago. El avión sale dentro de tres horas desde el aeropuerto de Raleigh.
Jesse asintió lentamente, dándose tiempo para asimilar las palabras. No dijo nada durante un buen rato, pero Erin supo que no había acogido con agrado su iniciativa porque lo percibió en las reacciones de su cuerpo. Sus manos grandes y morenas apretaban con fuerza el volante y su mandíbula estaba rígida y tirante. Sus ojos entornados taladraban el asfalto.
—Como quieras —se limitó a decir.
Erin hubiera preferido cualquier clase de reacción excepto aquella fingida frialdad, pero en cierta manera lo entendía. En el desayuno, Erin se había negado a explicarle las razones de su súbito cambio de humor y ahora él le devolvía la pelota.
Jesse tomó el desvío hacia Raleigh y entraron en otra autopista que estaba algo más transitada que la anterior. Ella dejó pasar los minutos, observando un paisaje que en realidad no veía, pues tenía la mente abigarrada de cientos de emociones enfrentadas. Al cabo de media hora rompió el agobiante silencio y decidió ser sincera con él y consigo misma.
—Creo que separarnos ahora es lo mejor que podemos hacer. —Jugueteó con el anillo de brillantes que llevaba en el dedo anular. Estaba nerviosa—. No tengo ni idea de lo que esta aventura habrá significado para ti, supongo que no mucho más que lo que han significado el resto, pero en mi caso es diferente. Cuando te dije que solo había mantenido relaciones sexuales cuando existía un sentimiento hacia otra persona, no te estaba mintiendo. No sabría calificar ese sentimiento hacia ti, o tal vez no quiera o no me atreva a hacerlo, lo único que sé es que no me queda más remedio que arrancármelo de encima.
Jesse no dijo nada, pero aceptó su explicación con una leve inclinación de cabeza. Erin se sintió muy frustrada por su falta de respuesta, y los ojos se le volvieron a cubrir de lágrimas que escondió volviendo la cabeza hacia la ventanilla de su derecha. Hizo girar el anillo repetidamente en su dedo y apretó los dientes hasta que volvió a ser dueña de sí misma.
Las ruedas del todoterreno continuaron quemando kilómetros y acortando la distancia hacia el aeropuerto de Raleigh. El aire del interior del coche era tan espeso que costaba respirarlo, y los minutos se iban agotando al igual que las esperanzas de que Jesse se mojara y expresara su opinión sobre la declaración de Erin.
A Erin le dolía la nuca de tanta tensión acumulada.
—¿No piensas decir nada? —le preguntó al fin, observando la expresión tenaz de su perfil.
—¿Para qué? Ya lo has dicho tú todo.
—¿Significa eso que estás de acuerdo conmigo?
—No. Lo que significa es que tú has tomado una decisión y que no has tenido el valor de compartirla conmigo. —La frialdad se había evaporado, y Jesse contestó con sequedad.
—Compartirla contigo no habría cambiado las cosas.
—Si estás tan convencida de eso, entonces no hay motivo para continuar con esta conversación.
Jesse hizo un adelantamiento a una larga fila de coches, parecía tener prisa por llegar al aeropuerto.
—Me gustaría conocer tu opinión.
—Mi opinión es que no has entendido nada de nada. ¿De verdad te valoras tan poco que tú misma te incluyes en la irrelevante lista de mis aventuras sexuales? —Erin vaciló y los ojos de Jesse centellaron—. Ya veo que sí.
—Apenas te conozco.
—Me conoces mejor de lo que crees —aseveró—. Y sabes tan bien como yo que lo que empezó anoche no tiene por qué terminar aquí. Así que no utilices argumentos absurdos para justificar tus miedos.
Si Erin se quedó sin palabras fue porque las de Jesse eran ciertas. En el fondo lo sabía: el sexo no era lo único bueno que había surgido entre los dos, pero se resistía a verlo porque así era más fácil decirle adiós.
—Si dependiera solo de mí, yo... —Se mordió los labios. No podía contestar, no quería ahondar más en aquello o se echaría a llorar—. Dejémoslo aquí.
Jesse aspiró con lentitud. Entendía perfectamente que la balanza se inclinara hacia el lado de su familia y de ese tío del que decía estar enamorada. No había ningún lazo que lo uniera a ella, solo una formidable noche de sexo que los había dejado con ganas de más. No obstante, teniendo en cuenta que eso no le había pasado con ninguna mujer desde que su relación con June se acabara, no podía quitarle relevancia.
La miró de soslayo, pero solo vio su reflejo en la ventanilla. Tenía la mirada perdida y vacía y los labios apretados. Su pesar era mayor de lo que Jesse suponía.
Entraron en Raleigh y el todoterreno enfiló la carretera que conducía al aeropuerto. En cinco minutos llegaron a la terminal desde la que partía el avión de Erin. En la puerta había un montón de taxis, de coches particulares y de gente que entraba y salía cargada de maletas. Jesse estacionó donde pudo y luego sacó las maletas de Erin del maletero. Ella parecía actuar por inercia; su cabeza y su cuerpo no estaban en consonancia y se puso nerviosa porque no encontraba el billete de avión en el bolso.
—Prueba en ese bolsillo de ahí. —Erin lo encontró, pero el alivio no hizo mucha mella en ella—. ¿Qué quieres que haga con tu coche cuando llegue a Chicago?
Erin pensó en el día que tenía por delante y se le contrajo el estómago.
—Llegaré tarde y no estaré en casa. Déjalo aparcado frente al edificio. —Le dio la dirección exacta—. Las llaves puedes entregárselas al portero.
—De acuerdo —asintió—. ¿Quieres que te ayude a transportar las maletas?
—No es necesario. A ti te espera un largo camino, es mejor que lo continúes cuanto antes. —Se metió el cabello detrás de las orejas en un impulso nervioso—. Bueno, será mejor que me vaya a embarcar.
Erin se dio la vuelta y agarró la maleta con ruedas del asa. Tenía la sensación de que se derrumbaría ante él si continuaba mirándole a los ojos. Cuando sintió el tirón de su brazo, las emociones cruzadas volvieron a estrellarse unas con otras. Quería largarse de allí cuanto antes y a la vez deseaba con todas sus fuerzas marcharse con él. Pero había tomado una decisión en sus horas de máxima lucidez, y se atendría a ella pasara lo que pasase.
—Espera, todavía hay un asunto pendiente entre los dos.
Jesse se llevó la mano al bolsillo de los vaqueros y extrajo su cartera de piel. Buscó en el interior hasta que encontró el cheque de mil dólares que Erin le había entregado al comienzo del viaje y como pago parcial de su acuerdo. Jesse lo tomó entre los dedos y lo observó como si fuera la primera vez que lo veía mientras a Erin se le secaba la boca y una intensa decepción se unía también a la lista de sentimientos que le oprimían el corazón.
—Lo había olvidado —balbució ella—. Dame un minuto y rellenaré el otro.
Dirigió una mano trémula al bolso donde guardaba su talonario de cheques, pero él detuvo su movimiento tomando sus dedos entre los suyos. Jesse hubo de hacer un espectacular esfuerzo por no exteriorizar lo ofendido que ella le hizo sentir. No obstante, no se lo tuvo en cuenta porque saltaba a la vista que Erin no estaba en pleno dominio de sus facultades.
Rompió el cheque frente a sus ojos aturdidos y luego dejó caer al suelo los mil pedazos.
—No quiero tu dinero ni lo he querido nunca. Ni siquiera recordaba que estaba ahí —le dijo con tanta crudeza que ella lo creyó de inmediato.
—Si no fue por dinero ¿por qué me elegiste a mí? Conozco tu versión oficial pero, francamente, no me convence.
Jesse ya no tenía nada que perder, por lo tanto, decidió ser sincero con ella.
—Ya sabes lo mucho que deseo ver a tu padre entre rejas y hundido en la miseria, así que se me ocurrió que a través de su hija podría lograr esos fines. —Jesse lamentó tener que presenciar el dolor que causaron sus palabras en ella—. Nunca llegué a tener demasiado claro de qué manera pensaba beneficiarme de esta situación, entre otras cosas porque conforme te fui conociendo, me olvidé por completo de esos planes originales. Ahora sé con certeza que tú no tienes nada que ver en ese tinglado, pero no solo creo en tu inocencia, sino que tu personalidad me ha deslumbrado por completo. Me gustas más de lo que puedas imaginar y jamás te haría daño intencionadamente. —Jesse le acarició la mejilla casi de forma reverencial. Esperó que Erin le rechazara, pero no lo hizo. Luego la atrajo por la parte posterior de la cabeza y la besó duramente en la boca.
Cuando se separó, sus ojos castaños brillaban y Jesse pasó la punta del dedo pulgar por sus labios húmedos—. Que tengas buen viaje.
Erin ni siquiera pudo desearle lo mismo. Sufrió un intenso bloqueo mientras Jesse subía al coche, que se alargó durante el tiempo en el que el coche se alejaba entre el tráfico creciente de Raleigh, y perduró hasta que el estridente pitido de un claxon le indicó que estaba obstaculizando el área de estacionamiento.
Renunciar a Jesse Gardner fue mucho más duro de lo previsto.