CAPÍTULO 14

Desde que Chad anunció que Jesse asistiría a su boda, June se sentía inquieta, inquietud que se había convertido en una emoción mucho más nociva cuando llegó a sus oídos que venía acompañado de su novia. June no era tonta ni estaba ciega: Jesse era un hombre muy atractivo que siempre había tenido mucho éxito entre las mujeres, y estaba segura de que en esos cinco años habría tenido innumerables aventuras. Pero una cosa era imaginarlo y otra verse obligada a enfrentarse a ello.

June prefería vivir en el pleno desconocimiento de las andanzas de Jesse Gardner, por eso casi nunca hacía preguntas sobre él y lo poco que sabía llegaba a su conocimiento de manera accidental. Nunca había dejado de quererle. Lo amaba cuando lo dejó, continuó amándolo mientras duró su matrimonio con Keith y, ahora que se estaba divorciando de él, seguía queriendo a Jesse Gardner. En el fondo de su alma, June sabía que lo amaría toda la vida.

Con un sabor agridulce en el fondo de su garganta, sacó fuerzas de flaqueza para acudir a la isla Carrot. En un principio había pensado en no ir, pero no tenía ninguna excusa convincente para justificar su ausencia y no quería que se especulara sobre ello. Miranda también había insistido en que lo mejor que podía hacer era acudir a la fiesta y enfrentarse a los demonios de su pasado.

«Tal vez cuando vuelvas a verlo te des cuenta de que lo has idealizado y de que tus sentimientos ya no son los mismos», le había dicho su amiga.

June no apostaba ni un centavo por ello.

Se calzó unas bailarinas blancas, se atusó el cabello en el espejo de la entrada y esperó la llegada de Keith junto al porche de la casa. Había perdido un marido, pero la amistad entre los dos se conservaba intacta. Keith siempre había sido su gran apoyo, el amigo que jamás había dudado en tenderle la mano y que siempre tenía una palabra reconfortante cuando June lo había necesitado. Por fortuna, Keith era la persona menos egoísta de cuantas había conocido, y aunque la seguía amando, le prometió que nunca se separaría de ella. Era el mejor hombre que había conocido jamás, pero no era justo para él estar casado con una mujer que no lo amaba.

Tomarla de la mano mientras caminaban hacia el embarcadero era una costumbre que tarde o temprano tendrían que erradicar pero, en esos instantes, June tenía otras preocupaciones que consumían toda su atención.

Con la ayuda de Maddie y Miranda, Linda fue sacando los platos de las cestas y los fueron colocando sobre las mesas. Estaban cubiertos con papel de cocina para aislarlos del exterior y para que los platos calientes conservaran el calor. Chad también había llevado un DVD portátil conectado a un par de altavoces que ahora reproducía una canción del grupo Hoobastank, The reason. Entre el sonido de las guitarras y los golpes de la batería, despuntó el sonido del motor de una lancha que se acercaba desde la costa de Beaufort y que partía en dos las espumosas aguas del estrecho. Todas las miradas quedaron atrapadas en ella y en sus tripulantes. El hombre estaba situado detrás del volante y la mujer se hallaba a sus espaldas, con la larga melena rubia flotando en el aire.

Jesse reconoció a June a pesar de la distancia pero continuó con la tarea que Chad le había encomendado como si tal cosa. Mientras colocaba las botellas de alcohol sobre otra de las mesas plegables, sintió las miradas clavadas en él en busca de reacciones. Todo el mundo estaba deseando presenciar el reencuentro entre el que fuera un trío inseparable durante los años de secundaria. Pero Jesse no estaba dispuesto a darles material con el que tener tema de conversación durante las próximas semanas.

Aunque nadie mencionó el nombre de los tripulantes de la lancha, Erin supo por el silencio incómodo que se había adueñado de la isla que la mujer era June Lemacks, la ex-novia de Gardner. El actuaba como si nada sucediera, pero su despreocupación era fingida. Erin ya se había familiarizado con muchas de sus reacciones y expresiones gestuales, y cuando apretaba así las mandíbulas es que algo le alteraba.

Chad rompió el silencio cuando la lancha llegó a la orilla y el hombre la amarró al embarcadero, pero los comentarios que siguieron habían perdido chispa. Todo el mundo parecía en tensión y nadie actuaba con naturalidad. Cuando los recién llegados emprendieron el camino sobre la arena de la playa, Erin tuvo la sensación de que hasta el aire se había espesado. Aunque Gardner no le había contado nada en absoluto sobre su relación con la guapa rubia de la fotografía, era evidente por el comportamiento extraño de sus amigos y de él mismo, que la ruptura habría sido un tanto traumática.

Cuando June Lemacks y Keith Sloan llegaron junto al grupo, tuvieron lugar los oportunos saludos de bienvenida. Jesse se quedó atrás junto a Erin y aguardó con las manos metidas en los bolsillos a que llegara su turno. Erin lo miró de reojo, pero su expresión era imperturbable y hermética, casi fría, tan fría como el rápido apretón de manos que intercambió con el hombre; tan distante y árido como el saludo que le dedicó a la mujer. Los ojos azules de la joven expresaban otra cosa mientras buscaban el contacto con los de Gardner, contacto que él rompió en apenas unos segundos, y a la mirada cálida de June Lemacks afloró una emoción que Erin interpretó como desolación.

Gardner la tomó de la mano y la presentó a los recién llegados. El se colocó a sus espaldas y posó ambas manos en su cintura.

—Keith, June, os presento a Erin Mathews. Mi novia.

Jesse disfrutó de ese instante mucho más de lo que había imaginado. June reaccionó a esas palabras como si alguien le hubiera arrojado un cubo de agua fría sobre la cara, pero se obligó a sonreír a Erin porque ella saludó a la pareja con esa simpatía tan innata en ella. Jesse le acarició la cintura expresando su beneplácito y luego la besó en la cabeza. No obstante, cuando el grupo se dispersó y Erin se volvió hacia él, reprobó su actitud con una mirada sincera que consiguió ponerle de muy mal humor.

—¿Por qué me miras así?

—Porque no hace falta que hagas tanto teatro. Si querías hacerle daño, ha tenido suficiente con escuchar la palabra «novia».

Jesse no entendía a las mujeres, y a aquella en particular menos que a ninguna.

—¿Me he perdido algún capítulo? ¿Desde cuándo te importan a ti los sentimientos de ella?

Lo cierto es que a Erin no deberían importarle lo más mínimo, y así era en realidad. Pero sí le importaban los suyos, y acababa de descubrir que no le gustaba nada que Gardner la utilizara para darle celos a otra mujer. Al llegar a esa insólita conclusión, Erin relajó la pose y rectificó.

—Olvídalo, solo era una apreciación sin importancia.

Entonces pasó por su lado y se alejó de él.

Linda fue descubriendo a los ojos de los invitados los jugosos manjares sureños que había cocinado. Allí estaban el tradicional pudin de batatas con pasas, los típicos hushpuppies salados de Carolina del Norte, ensalada de repollo rojo, empanadas fritas y, por supuesto, enormes filetes de ternera para asar. Todo tenía una pinta deliciosa y se notaba que había sido cocinado con esmero. Erin desconocía los ingredientes de la mayoría de los platos porque la cocina sureña no tenía nada que ver con la de Chicago, pero Maddie se encargó de detallárselos uno por uno. Erin tomó nota mentalmente. Cuando disponía de tiempo, le gustaba encerrarse en la cocina de su casa y experimentar un poco.

Pasado el momento de máxima tirantez, el grupo se colocó en torno a las mesas, formándose pequeños subgrupos y conversaciones paralelas. Jesse se sentía extrañamente tranquilo. Durante los días previos al viaje, su máximo temor era que las murallas que había alzado se rompieran al mirar a June a los ojos. Pero eso no había sucedido. Continuaban alzadas, sólidas e inquebrantables. La miró de soslayo, June se servía un plato de ensalada de repollo al tiempo que conversaba con Miranda, y Jesse sintió un atisbo de las antiguas emociones que se removieron tímidamente en su interior. Pero no eran contundentes, no tenían la fuerza suficiente para quebrantar esos muros. Sintió un alivio inmediato que aflojó todos sus nudos internos y le liberó del peso que, sin saberlo, había acarreado a cuestas.

Dudaba de lo que sentía ella aunque, francamente, le traía sin cuidado. Lo mismo que le traía sin cuidado lo que sintiera Keith Sloan. De alguna manera, Jesse había hecho las paces con June, pero no así con Keith. Su traición jamás podría perdonarla. Pensar en hablar con él le revolvía las tripas. Por fortuna, la isla era grande y el grupo lo suficientemente amplio como para evitarle problemas.

Daban buena cuenta de los apetitosos manjares de Linda cuando el sol se ocultó tras las copas de los árboles más altos y la isla se cubrió de mágicas sombras doradas. Las aguas del océano se oscurecieron y las olas se agitaron al subir la marea, formando otras olas más grandes. Todavía no se hacía necesario encender los candiles de aceite que Dan había colocado sobre la arena. En un pasado no muy lejano podían encenderse hogueras en la playa, hasta que descubrieron que el humo asustaba a los caballos que había en la otra parte de la isla y el Ayuntamiento prohibió esa práctica.

Como todos los demás, Erin se paseó junto a Maddie alrededor de las mesas para servirse un poco de cada plato. Quería probarlos todos. Era una suerte contar con la agradable compañía de Maddie Gardner, que parecía dispuesta a no separarse de ella mientras Jesse estuviera lejos. Maddie también se había percatado de que Erin estaba siendo objeto de estudio, sobre todo, por parte de June y Miranda. A Erin no le importaba, le parecía normal que aprovecharan cualquier momento para mirarla cuando creían que ella estaba distraída, pero sentía sus miradas fugaces y analíticas en cuanto se daba la vuelta.

—Es una pena que no hayamos traído los trajes de baño —comentó Maddie.

—¿Sueles bañarte de noche?

—Cuando íbamos al instituto todos lo hacíamos. Eran otros tiempos. Ahora seguro que pillaríamos una pulmonía —bromeó.

La cena transcurrió de forma amena entre conversaciones cruzadas. Aunque no todo el mundo participó en ellas con la misma implicación, pues Keith y June se mostraron reservados en sus comentarios y distantes en su actitud, el ambiente era festivo y casi todo el mundo estaba de muy buen humor. A petición popular, Linda y Chad volvieron a explicar cómo había surgido el amor entre ambos, coincidiendo en que había sucedido de forma inmediata nada más regresar Linda a Beaufort.

—En cuanto Linda puso los pies en la inmobiliaria para que le enseñara apartamentos en alquiler, supe que iba a casarme con ella.

A Jesse le costaba reconocer a su amigo Chad bajo toda aquella sensiblera palabrería, pero a Erin le agradó mucho que un hombre expresara abiertamente sus sentimientos en público.

Chad debió apreciar la desgana con la que Jesse acogía las palabras amorosas que se prodigaron él y Linda, y antes de que otro se le adelantara, decidió poner a su amigo en un nuevo aprieto. Era su despedida de soltero y tenía ganas de pasarlo bien.

—¿Por qué no nos cuentas cómo os conocisteis Erin y tú? Creo que soy el único que está al corriente de vuestra bonita historia de amor.

Jesse hizo un tremendo esfuerzo por no dar un paso adelante y agarrar el cuello de Chad hasta asfixiarlo con sus propias manos. Lo miró con los ojos entornados y llameantes, y Chad también hizo esfuerzos por no echarse a reír.

—Yo también estoy deseando escucharlo —intervino Maddie.

—Que lo cuente Erin, a ella se le da mucho mejor que a mí relatar historias. —Sus ojos continuaban clavados en los de Chad cuando Erin comenzó a hablar.

—Nos conocimos hace tres meses en Point Park, el parque que bordea la costa del lago Michigan. Jesse había ido a hacer pruebas con su bote y yo estaba dando un paseo antes de acudir a la redacción. —Erin también se vio obligada a explicar que era la directora de una revista especializada en el estudio de fenómenos paranormales y, aunque pasó por el tema de puntillas, nunca antes había visto a tanta gente conteniendo expresiones de asombro. Regresó de inmediato a su encuentro con Jesse y lo contó tal y como lo habían ideado la noche anterior, omitiendo lo del amor a primera vista—. Me pidió el teléfono y quedamos al día siguiente —concluyó.

—Me parece una historia de lo más romántica. —Sarah sonrió—. Qué bonita forma de conocerse. ¿Qué es lo primero que te llamó la atención de Jesse, Erin?

—Pues... —Erin tragó un trozo de empanadilla y tomó el camino fácil—. Sus ojos. Jesse tiene unos ojos muy bonitos y una mirada muy penetrante.

Jesse la miró con gesto contrariado.

—No fue eso lo que dijiste cuando nos vimos al día siguiente y te invité a mi casa a tomar una copa. —Ella se quedó muda—. Se había fijado en cómo se me amoldaban los vaqueros mojados al culo ¿No es verdad, cariño? —Todos rompieron a reír excepto Erin, June y Maddie—. Y ese mismo día tuvo la ocasión de comprobar que le gustaba todavía más sin ellos puestos.

Erin esbozó una sonrisa forzada y agradeció la oscuridad para que nadie notara que se había puesto roja hasta la raíz. Estaba furiosa con él; de haber estado solos le habría lanzado el plato de empanadillas y hushpuppies a la cabeza.

Se le ocurrieron un montón de comentarios ingeniosos con los que atacarlo, pero entonces se saldría de su papel y se desenmascararía. No tenía más remedio que seguirle la corriente.

—Tienes unos ojos muy bonitos y un culo increíble, cariño. —Aun así, no pudo evitar que su comentario sonara ácido.

—Jesse, eres un grosero —lo atacó su hermana.

—Sarah ha preguntado y yo le he respondido.

—No seáis estrechas. Todos sabemos que os fijáis en los culos de los tíos —dijo Chase.

—El tuyo me costó encontrarlo hasta que no acudiste al gimnasio —replicó Sarah.

Todos rieron al comentario de Sarah y luego la conversación fue tomando otros derroteros.

Cuando la carne estuvo lista para comer, la noche ya había desplegado sus alas negras y estrelladas sobre aquel idílico paraíso, adueñándose de cada pequeño rincón y de cada amplia extensión de la isla. La luna brillaba en lo alto del cielo como un potente faro en la noche, a punto de entrar en la fase que más interesaba a Erin. Jesse se encargó de encender los candiles de aceite con la ayuda de Dan y bajo la atenta mirada de Erin, que nunca había visto un candil de aceite en su vida. El rudimentario artefacto le hizo pensar en tiempos muy antiguos, cuando no existía la electricidad y la gente lo usaba como fuente de iluminación. La luz que desprendían, tenue y titilante, generaba suaves tonos ambarinos que recreaban una atmósfera muy íntima y cálida.

Con el regreso de Gardner y Dan, las posiciones originales cambiaron y Gardner reapareció a su lado.

—¿De dónde los habéis sacado? —le preguntó ella.

Sus ojos de color chocolate brillaron a la luz de los candiles y Jesse volvió a detectar la singular fascinación que se apoderaba de Erin con cada pequeña cosa que descubría.

—Dan es el propietario de la tienda de antigüedades de Beaufort.

—¿Y vende estos candiles?

—Vende candiles y otras muchas cosas. ¿Te gustan?

Erin observó el que tenía más cercano. Unos cuantos de ellos quedarían de maravilla en la terraza de su casa.

—Me encantan. Me parecen preciosos, ideales para crear ambientes... íntimos.

A Jesse le llamó la atención la sensualidad de su voz y que sus ojos parecieran perderse en algún pensamiento de tipo sentimental. Solo le faltó emitir un suspiro. ¿Estaría pensando en cenas románticas a la luz de las velas con ese imbécil de Parrish?

Jesse tuvo la necesidad de comprobar si era capaz de arrancarla de allí. Deslizó la mano bajo su frondosa melena castaña y apoyando la palma en la base de su nuca, la acercó a él. Jesse movió los dedos sobre la tersura de su cuello y lo acarició con mimo antes de dejarlos caer a lo largo de su espalda desnuda. Erin estaba rígida, parecía no respirar.

—No estaría mal si fingieras que te encantan mis besos y mis caricias —le dijo Jesse con la voz susurrante.

—Creí que dijiste que guardaríamos las distancias.

—Te dije que no te besaría en la boca, pero no nombré nada sobre no tener gestos cariñosos contigo delante de mis amigos. —Su mano volvió a pasearse por su cuerpo, esta vez le tanteó la cintura y luego la dejó allí quieta, con el pulgar acariciándola por encima de la tela del vestido.

—Tengo una memoria excelente, Jesse Gardner, y tus palabras exactas fueron que no me pondrías un dedo encima ni aunque fuera la última mujer sobre la faz de la tierra. Y ahora no tengo uno, sino cinco dedos tuyos paseándose por mi cuello, por mi espalda y por mi cintura. —Erin estableció contacto con esos ojos tan azules que, ahora oscurecidos por la penumbra de la noche, también la miraban seductores. Por supuesto, esa mirada suya no era real, sino parte del juego. —Pues es evidente que te mentí.

—¿En qué más me has mentido? Y no me digas que Neil el mendigo es amigo tuyo y orquestasteis el robo de mi coche para divertiros a mi costa.

Jesse rió ante su ocurrencia.

—Se me ocurrió demasiado tarde.

—Entonces seguro que el baño de la planta baja funciona correctamente y no tiene atascadas las tuberías.

—¿Y qué conseguiría yo mintiéndote en eso? —Gardner se puso frente a ella y todo el mundo desapareció de la vista de Erin tras el imponente tamaño de su espalda—. Te aseguro que las tuberías están muy atascadas.

Ahora ya no era una mano grande y caliente la que acariciaba su cintura, ahora eran las dos. Erin no sabía qué hacer con las suyas, que colgaban flácidas a ambos lados de su cuerpo.

—¿Qué haces? —susurró, con los ojos muy abiertos y las pulsaciones un poco alteradas—. No me apetece lo más mínimo seguirte el juego en este momento, ¿sabes? Y menos todavía después de lo que acabas de decir hace un rato.

—Lo que he dicho es cierto. Me miraste el culo.

—¿Y qué si lo hice? —le confesó, y él sonrió—. Por si no te has dado cuenta, me has avergonzado delante de todo el mundo. No vuelvas a mencionar nada sobre nuestra hipotética vida sexual en público o lo lamentarás.

Erin hablaba muy en serio pero Jesse no podía tomarse de la misma manera sus amenazas. La acercó un poco más hacia él, hasta que su pelvis contactó con la suya. Ella se puso tensa como una flecha y sacó pecho, y él admiró su escote en silencio.

Estar así con ella hizo que se olvidara de todo y de todos. Sus intereses reales se enredaron con otros que él intentaba mantener al margen. ¿Qué diablos le pasaba? El tacto de las curvas femeninas de Erin le estaba dejando el cerebro sin oxígeno y acelerándole la sangre.

—Si existiera vida sexual entre los dos, te aseguro que no hablaría de ella.

Erin sintió que lo decía como si deseara que la hubiera y entonces volvió a quedarse sin palabras. Bajó la mirada para que él no pudiera interpretar su inquietud como el deseo que sentía por besarlo, el mismo deseo que había descifrado en sus ojos.

Antes de excitarse y de que ella pudiera sentirle duro como una piedra contra su vientre, cosa que estaba a punto de suceder, Jesse recuperó el sentido común y se retiró. Erin se sintió agradecida cuando apartó su mirada enigmática de ella y se marchó de su lado.

La fresca brisa del océano, que parecía haber dejado de soplar mientras Erin estuvo rodeada por aquellos brazos musculosos, le enfrió las mejillas y le devolvió la serenidad.

Los chuletones de ternera fueron decreciendo a buen ritmo y, un rato después, con los estómagos ya saciados y al ritmo de una canción de Nickelback, Someday, comenzaron a recoger los platos sucios y vasos vacíos para ir depositándolos en bolsas de basura. Dan y Chase se encargaron de llevarlas hasta los botes, pues en la isla no había contenedores.

Las botellas de alcohol, los vasos alargados de cristal y las cubiteras con hielo reemplazaron a los platos de comida. Alguien subió un poco más el volumen de la música y Chad se dispuso a servir las bebidas atendiendo a las peticiones de sus invitados. Entre toda la amalgama de botellas de vidrio cuyas etiquetas y contenido eran totalmente desconocidos para Erin, reconoció una botella de licor de avellanas que era idéntica a la que Gardner había encontrado la noche anterior en la guantera del viejo sedán. Aunque no le apetecía beber especialmente, no quiso ser la nota discordante y por eso le pidió a Chad que le sirviera un vaso.

Había llegado el momento de dar comienzo a la auténtica labor por la que Erin había cruzado varios estados para llegar hasta Beaufort. Durante la comida en casa de los Gardner, Maddie le había prometido que aprovecharían esa ocasión para hablarle de la leyenda de los amantes de la luna llena y contestar a todas sus preguntas. No tuvo que recordárselo: Maddie reapareció a su lado con un refresco en la mano y la invitó a que abandonaran el epicentro de la fiesta. Juntas, se alejaron hacia la orilla de la playa, deteniéndose en un punto donde era posible conversar sin necesidad de alzar la voz por encima del sonido de la música y las voces.

Maddie extendió sobre la arena una esterilla que había llevado consigo y tomaron asiento de cara a las inescrutables profundidades del océano Atlántico.

—Cuando Jesse me dijo que conocías la leyenda casi me puse a dar saltos de alegría. En este trabajo la gente no suele recibirte con mucha simpatía y la mayoría te cierra la puerta en las narices en cuanto escucha la palabra fantasma o alguna de sus variantes. —Erin afianzó el vaso de licor de avellanas sobre la arena.

—Esta tarde he hecho algunas llamadas de teléfono a algunas personas para hablarles de ti y de tu investigación. Te van a recibir encantados.

—Te agradezco tu colaboración y que me allanes el camino —le dijo con sinceridad—. Jesse me dijo que hace unos años el pueblo recibió muchas visitas de parapsicólogos.

—Había de todo, gente que era profesional y gente que no lo era tanto. Como el Ayuntamiento nunca les concedió una licencia para acceder al interior de la mansión, se instalaban frente a su puerta y allí se pasaban las horas muertas, a la espera de captar algún sonido o grabar alguna imagen con las cámaras de vídeo que siempre llevaban a cuestas. Sobre todo acudían allí por la noche, porque según cuenta la leyenda, era durante las tempranas horas de la madrugada cuando el espectro de Mary Truscott se asomaba a la ventana de su dormitorio. —Movió la cabeza—. Pero nadie consiguió demostrar nada y la leyenda pasó de moda. Desde entonces nadie ha vuelto a venir por aquí interesándose por ella.

Antes de entrar en la parte que concernía a la leyenda, Erin le pidió que la pusiera al corriente de los antecedentes históricos, y Maddie lo hizo con la misma pasión que ponía en las explicaciones de sus clases de historia. Erin la escuchó con mucha atención.

—Los hechos acontecieron en el año 1865, durante la batalla de Bentonville, que fue la mayor que se libró en Carolina del Norte. Anthony Main era un soldado del norte que luchaba en las tropas del ejército de la Unión. Era un joven soldado recién licenciado de la academia de West Point y esta era su primera batalla. Cuentan que Bentonville fue especialmente dura y sangrienta, y Anthony cayó herido a manos del ejército confederado. Fue abandonado a su suerte pero consiguió llegar hasta las orillas de Black Sound con una herida en el hombro causada por una carabina.

—¿Dónde está Black Sound?

—Al otro lado del bosque. Black Sound es el brazo del Atlántico que delimita las islas pesqueras con la mansión Truscott. Es una zona muy extensa, y se cree que Anthony Main estuvo dos días perdido por esos páramos hasta que Mary Truscott le encontró.

»Ella era la hija mayor de una adinerada familia sureña, que se dedicaba al cultivo del algodón. Un día salió a cabalgar por los alrededores, como hacía todas las mañanas, y halló el cuerpo inconsciente de Anthony muy cerca de Lenoxville, a orillas del pantano. Se dice que Mary era una joven con un gran corazón, por eso, y aunque sabía que socorrer a aquel joven soldado podría acarrearle muchísimos problemas, no dudó en ayudarle. Supongo que consiguió reanimarlo de alguna manera y Anthony hizo uso de las últimas fuerzas que le quedaban para subirse a la grupa del caballo de Mary. Luego lo llevó consigo a casa, donde permaneció oculto durante tres meses hasta que se repuso de sus heridas.

—¿Mary también se lo ocultó a sus padres?

—Así es, solo lo sabía la dama de compañía de Mary, que siempre guardó el secreto por expresa petición de la joven. Es increíble que sus padres o los criados nunca sospecharan que en la casa había un intruso. —Maddie estiró las piernas desnudas sobre la arena y se retiró un mechón de cabello rubio que la brisa trajo a sus ojos—. Mary cuidó de él hasta que Anthony pudo valerse por sí mismo, pero mientras duró su convalecencia sucedió algo con lo que ninguno de los contaba: se enamoraron. Imagínate qué problema. Anthony no podía permanecer escondido eternamente, porque si las tropas del sur lo encontraban lo condenarían a muerte. Probablemente, si el señor Truscott lo hubiera encontrado escondido en el cuarto de Mary, también lo habría matado. Tuvo que marcharse y hubo de hacerlo solo. Una noche de luna llena ambos tomaron el camino hacia las aguas de Black Sound, donde el padre de Mary tenía un pequeño barco que utilizaba para ir de pesca. Anthony abandonó Beaufort esa noche, pero le prometió a Mary que regresaría a por ella cuando la guerra hubiera finalizado. —Emitió un lánguido suspiro—. Tras despedirse, Mary subió a la casa y se asomó a la ventana para verlo marchar. La luna llena iluminaba las islas pesqueras y Mary estuvo allí hasta que el barco se perdió en el horizonte. Su dama de compañía la encontró a la mañana siguiente tirada sobre su cama, con las ropas todavía puestas y llorando desconsoladamente. Se cree que Anthony nunca regresó, porque Mary Truscott se casó cinco años después con el hombre que su padre había elegido para ella, un rico terrateniente amigo de la familia al que Mary conocía desde que era niña.

—¿Qué pasó con Anthony?

—No existen referencias históricas sobre Anthony Main después de su partida. Tal vez murió en la guerra, o tal vez se olvidó de Mary y rehízo su vida al lado de otra mujer.

—Qué historia tan triste. —Erin secundó el suspiro de Maddie y miró al frente, donde solo se veía oscuridad—. ¿Tú crees en la leyenda? ¿En que el espectro de Mary se materializa en las noches de luna llena?

Maddie movió la cabeza con una sonrisa en los labios.

—Aunque me llaman la atención estos temas, confieso que soy un poco escéptica. Pero esas personas a las que he telefoneado esta tarde para hablarles de ti, dicen haberla visto. También es cierto que el único testimonio al que le concedo un poco de crédito es al de Samantha Jenkins. El resto son algo irrisorios, pero tal vez a ti te sirvan de algo. Mañana por la mañana te daré sus nombres y sus direcciones.

—¿Y qué hace el testimonio de Samantha Jenkins diferente al de los demás?

—La persona de la que proviene. Samantha era mi profesora de física y matemáticas en el instituto y siempre solía decir que no creía en nada que no se pudiera demostrar con una ecuación matemática. —Sonrió con el recuerdo—. Que una persona con una mente tan empírica asegure haber visto el espectro de Mary Truscott merece mi respeto.

A Erin también le pareció que podía tratarse de un testigo muy creíble.

—Gracias, Maddie. —Erin apoyó la mano en la muñeca de la joven y le dio un ligero apretón—. No sabes lo mucho que esto significa para mí.

—No tienes que agradecerme nada, lo hago encantada —aseguró.

—Jesse me dijo que podrías enseñarme la mansión.

—Me temo que Jesse no está al tanto de la decisión que tomó el alcalde hace unos años. El Ayuntamiento se reunió en pleno y prohibió la entrada a raíz de las visitas de los parapsicólogos. Antes de que se tomara esa medida sí que es cierto que se podía entrar con permisos especiales. Yo llevé a mis alumnos de las clases de historia.

—¿Y crees que yo podría obtener uno de esos permisos especiales?

Maddie la miró y deseó decirle que sí. Estaba fascinada por la historia.

—Lo dudo mucho. El alcalde decretó en un pleno municipal que la mansión quedaría cerrada a todos los efectos cuando se tratara de ejercer en su interior «prácticas socialmente deleznables». Creo que se refería al trabajo que hacéis los que investigáis fenómenos paranormales.

De todas formas, Erin no tenía muchas esperanzas de poder acceder al interior de la mansión. Habría sido demasiado bonito para ser verdad.