12. Contra la RH

– Así que esta es ella, ¿de dónde ha sacado esa ropa? -dijo un Boris de tantos, mirando a Enea.

– Del apartamento al que llegamos de Armantia -dijo el Boris con quien llegó.

Se encontraba en una gran sala de un blanco aséptico, cuya difusa iluminación no dejaba sombras. El aire, fresco, se movía. A su alrededor, varios Boris cuyas edades oscilaban entre los cuarenta y sesenta. Más allá, aparentemente sumidos en sus quehaceres, otras personas -¡caras nuevas!- caminaban en varias direcciones.

– Soy B3, bienvenida a Oberón -dijo el que habló al principio estrechándole la mano y sonriendo. Los demás sin embargo la miraban con una mal disimulada hostilidad-. Nuestro monitor de personal te guiará y te pondrá al día mientras comes algo. Te aclimatará, en definitiva. En fin, ya hablaremos más tarde, mucho queda por hacer. Oh, es aquel hombre -dijo señalando un pasillo-, al fondo.

Ella asintió sin decir nada, y se dirigió hacia la persona que la esperaba al final del pasillo, apoyado en una pared con los brazos cruzados; aún no la había visto. Era un hombre de mediana edad, pelo castaño y leve barba, vistiendo un uniforme similar al de los cirujanos pero en azul oscuro.

Este se acercó a ella con andares enérgicos al verla.

– Tú debes ser Marla Enea, ¿verdad? -dijo estrechando la mano vigorosamente- bienvenida a las instalaciones… oh, eso ya te lo deben haber dicho, naturalmente. Soy el monitor de personal, y estoy aquí para ayudarte en lo que pueda. En fin, ¿qué te parece si comemos algo? Pareces hambrienta… sígueme, te mostraré el comedor.

Apenas pudo abrir la boca, siguiéndole sin rechistar.

– El comedor no está muy lejos de los dormitorios. A decir verdad… No, es por aquí… A decir verdad debería haberte llevado al dormitorio primero, pero me dijeron que ya estarías descansada al llegar, no así saciada.

– Y es cierto -dijo al fin-, no he comido nada desde que estuve en… en…

– Sé dónde estuviste… Oh, es aquí -dijo cuando entraron en un gran salón que compartía el blanco inmaculado del resto de lugares.

Todo era curvo, sin detalles ni tramas aparentes, de aspecto lechoso… aquella sala en particular tenía largas mesas y bancos del mismo aspecto, sin vislumbrarse encajes en el suelo, dando la impresión de que todo estaba fundido. Muchos asientos estaban ocupados por gente con un uniforme como el del monitor pero en gris, y el sonido ambiente era ciertamente el de un restaurante en hora punta: el murmullo animado de sus clientes.

– Nos podemos sentar aquí -dijo su parlanchín guía señalando la esquina de una de las mesas. Procedieron situándose uno delante del otro. Él, por su parte, se sirvió de uno de los botes que estaban sobre la mesa.

– ¿Qué batido quieres?

– El proteínico.

– Aquí tienes. Así que desde Armantia…

Sorbiendo de la pajita que salía de su batido, Enea mantuvo su silencio, y a medida que este se prolongaba la cara del monitor, quién aún aguardaba respuesta, se hizo algo más seria mientras asentía lentamente.

– Imagino que ahora no debes morirte de ganas de entablar conversación con un desconocido.

Aquello le recordó un detalle.

– Aún no me has dicho tu nombre -dijo ella en el tono más normal que pudo.

– ¡Ah! -dijo él llevándose una mano a la frente- qué idiota soy, es verdad. Soy Miguel, Miguel Hamilton. ¿Ocurre algo? -dijo sosteniendo su ofrecida mano en el aire al percibir su expresión tras oír el nombre.

Ella dejó de nuevo el bote en la mesa, la cual miraba mientras entrelazaba sus manos.

– No… en fin, en realidad sí… Es que…

Todavía no.

– Tan sólo me preguntaba -continuó-, por el porqué del frío recibimiento de los Boris. Me dio la impresión de que no les hizo mucha gracia mi presencia.

– A algunos no se la haces, desde luego. Es un tema delicado, recuerda que tu compañera nos ha atacado, resultando en la muerte de uno de ellos. Y, a fin de cuentas, tú eres su doble.

– Si tan poco bienvenida soy… ¿Qué hago aquí?

– Eso te lo tendrán que decir los Boris.

– ¿Y porqué hay unos más viejos que otros?

Una sonrisa forzada de Miguel le bastó para darse cuenta de que era otra pregunta comprometida que sólo podría ser respondida por quienes ya sabía.

– Pero no me fío de ellos -dijo Enea en un repentino arranque de sinceridad, pues no pensaba decirlo. Miguel volvió a sonreír forzadamente.

– Y no te culpo. Yo tampoco llegué aquí, sin más.

– Dígame, señor Hamilton…

– Oh, por favor, por favor, ahora trabajamos juntos y no soy tu superior, llámame Miguel.

– De acuerdo, Miguel… tú… ¿Has estado en Armantia alguna vez?

– No, sólo en nuestra Tierra y aquí.

Ahora.

– Hmm -murmuró ella mostrándose deliberadamente sorprendida.

– ¿Por qué lo has preguntado? -inquirió mirándola fijamente.

– Eso te lo tendrán que decir los Boris -replicó tranquilamente.

– Me has preguntado si he estado en Armantia -insistió él suspicaz, en un tono que hizo trizas su habitual diplomacia-, ¿acaso me has visto allí? No te hagas la interesante.

– No soy quien debería decírtelo.

– ¿Quieres decir que ellos lo saben?

Enea asintió.

– Pero no me fío de ellos -concluyó imitándola con una sonrisa triste, viendo a dónde quería ir a parar.

Enea también lo hizo, alzando ambas cejas.

– Así que -dijo ella-, tal vez podamos fiarnos de nosotros mismos y dejarnos de secretitos… ¿no te parece?

Miguel lanzó una disimulada mirada a su alrededor antes de continuar.

– De acuerdo -dijo bajando un poco el tono de voz- pero tendrás que empezar tú, y espero que valga la pena.

Enea le contó lo que sabía por Marla, acerca del extraño que llegó con los invasores, y que le dio el mapa de Diploma antes de morir. Su nombre, Miguel Hamilton. Más tarde, Boris le contó que fue él quien le envió.

– ¿Boris, el que te sacó de Armantia?

– El mismo.

– B14… me dijo que nunca haría algo así. En cualquier caso ya lo han echado. Maldito hijo de…

Con gusto hubiera terminado la frase, pero se interrumpió al cambiar a rojo la iluminación ambiental.

– La alarma silenciosa -dijo Miguel mirando a su alrededor-, creo que será mejor que nos movamos. Ven…

Otro corto trayecto de pasillos blanquecinos se vio constantemente obstaculizado por el movimiento de personas que acudían a sus puestos siguiendo el protocolo. Mientras reparaba en que aún no había visto nada parecido a una ventana por ninguna parte, se topó con la sala más alta de las que había visto.

Diversas hololáminas translúcidas recorrieron la abovedada sala, distinguiendo en ellas todo tipo de gráficos y algunas fotos. Iban y venían, descendían y se elevaban como alfombras voladoras, y el epicentro de todo aquel movimiento estaba en una esquina en la que varios Boris evaluaban la información. Gesticularon, inquietos.

– ¡Lo confirmo! -gritó uno- ¡Sondas Von Neumann de la Red de la Humanidad!

Se oyeron muchas quejas y maldiciones.

– ¿Cuántas hay ya? -dijo otro.

– Trece, y el ritmo de crecimiento parece ser de una por hora. Estamos a tiempo, de momento sólo se están replicando las primeras. Tal y como se organizan da la impresión de que nos estén cercando, pero creo que aún no nos han visto. Deberíamos poner la estación en modo discreto. ¡Desactivad los rotadores, ahora!

– ¿Estación, rotadores? -dijo Enea desorientada mirando a su compañero- Miguel, ¿a dónde carajo me habéis traído?

– Agárrate a la baran…

Pero su guía no llegó a terminar la frase. Sintió de forma repentina una caída al vacío mientras se le elevaba el estómago, asiéndose a la barandilla que agarraba Miguel como si le fuera la vida en ello. Con estupor se dio cuenta de que no caía a ningún sitio.

Flotaba.

Se agarró aún más fuerte a la barandilla, confusa y mareada.

– ¿Nunca has estado en gravedad cero? -le preguntó Miguel.

En respuesta Enea comenzó a tener arcadas.

– Supongo que no -añadió agarrándola de forma que no se ahogara si vomitase ni girara de forma descontrolada, según el procedimiento estándar. Uno de los Boris, al verles, se enfadó.

– ¡Sacadla de aquí, lo va a poner todo perdido! ¿Quién la ha traído?

– Ya voy, ya voy… -respondió Miguel mientras se impulsaba con ella desde la barandilla hacia el exterior de la sala. La llevó a otra más pequeña con una ventilación mucho más generosa.

– ¿Mejor?

Enea resolló con dificultad.

– Más o menos… ¿Quieres aclararme ahora exactamente dónde estamos? Me dijeron que estaríamos cerca de Armantia.

– La cercanía es relativa… mejor que lo veas con tus propios ojos.

Dibujó con el dedo en la pared un cuadrado de aproximadamente un metro de lado a lado, dejando una silueta oscura a su paso, como si fuera un lápiz. Después, con un pequeño impulso se retiró a su lado, mirando al cuadrado. Tras unos instantes, la sala se oscureció salvo el rectángulo marcado, que pasó a ser de un azul luminoso.

Miguel la acercó hacia el recuadro y entonces comprendió el porqué del azul.

El recuadro era la ventana a un mundo que en un principio imaginó la Tierra. Pronto captó las diferencias con su planeta natal, al menos como lo conocía; prácticamente no veía continentes, sólo terrenos ampliamente fragmentados, unos más grandes que otros. Un enorme, complejo y numeroso archipiélago.

Enea preguntó si allí abajo se encontraba Armantia, y la respuesta fue afirmativa, aunque en aquel momento no se veía pues se encontraba al otro lado, en plena nocturnidad. Aquello lo cambió todo. Miguel le explicó que la mayoría de las islas estaban habitadas por colonias individuales, y Gemini, al nordeste de Armantia fue quien comenzó la invasión.

¿Pero de dónde… qué objetivo… por qué…? Era tanto lo que no sabía… supo por guía que todas las colonias tenían el mismo objetivo que Armantia, pero distinto origen. Cada colonia venía de un espectro multiversal con un desarrollo distinto de la historia de la humanidad, una humanización distinta de Tierras derivadas, pero lo suficientemente parecidas como para que un día, huyendo de la guerra multiversal, se reunieran alrededor de aquel mundo e inocularan en cada isla su propio pasado, que en el caso de Armantia era el modelo de historia del espectro original de ella y Miguel.

– Sí, eso lo entiendo -dijo Enea recuperando su respiración habitual-, pero, ¿cómo es posible que no las previnieran de luchar entre sí? Era obvio que se pelearían.

– Ahí entraron los vigilantes de cada colonia, que se encargaron de evitar cualquier intento de exploración del exterior, velar por la supervivencia de…

– Ya sé lo que hacen los vigilantes -cortó-, pero no han impedido que los gemineanos campen a sus anchas por Armantia sin dejar vida a su paso.

– Y ahí entraría la RH -añadió con un tono más grave.

– ¿La Red de la Humanidad? ¿Tiene acceso a este mundo? Dios mío…

– Eso me temo. Con este universo están empezando a asomar la patita al caos. Qué mejor que empezar por el lugar que alberga a sus opositores…

– No lo entiendo… ¿Por qué tienen que hacerlo a través de los habitantes locales, usando por ejemplo a los gemineanos? ¿No pueden venir aquí en masa como han hecho en nuestros mundos?

Miguel puso cara de circunstancia.

– Esa es la parte más delicada de todo el tema, y lo que te deberían explicar los Boris.

– Soy todo oídos -dijo ella como si no hubiera oído la última parte.

Miguel asintió haciendo una mueca, recordando su acuerdo y pensando en cómo decirlo. Le contó lo que ocurría con los viajes entre espectros diferentes de universo, la gente envejecía, él mismo era un poco más viejo. B1 y las Marlas que enviaron a Armantia no lo hicieron por alguna novedad en el proceso que B1 se llevó a la tumba.

– Es por eso que no se ha producido una invasión masiva desde el exterior -concluyó-, y es también por ello que los Boris tenían mucho interés en traeros aquí. Lamentablemente la RH parece que se ha hecho con tu compañera, y eso ha generado muchísima preocupación.

– ¿Por qué, qué teméis que haga?

Según le contó Miguel, el miedo no se trataba de lo que hiciera Marla, sino de lo que hicieran con ella.

– Si lo consiguieran… -continuó- si la RH replicara lo que os hace especial…

La frase quedó en el aire, pero Enea no necesitó mucho tiempo para terminarla.

– Se dedicarían a captar infinidad de Marlas para crear hordas de ellas que invadan Tierra B, y con ella a Armantia – concluyó-. Invadirán, interrogarán, ejecutarán. Debí convencerla de que viniera conmigo cuando tuve ocasión…

Le contó su encuentro con Marla antes de llegar a la estación, relato que dejó a Miguel meditabundo.

– ¿No te contó en qué trabajaba? -dijo al fin.

– Dio a entender que estaba tras los últimos sabotajes que habéis sufrido.

– Cierto, cierto. ¿Ya estás mejor?

– Empiezo a acostumbrarme… ¡Eh!

Cayó lenta y suavemente al suelo, como si en el agua expulsara el aire de sus pulmones.

– Están reactivando los rotadores, ahora quédate sentada hasta que volvamos a una ge, será un par de minutos. Es gradual, por seguridad.

Ella asintió, aspirando profundamente. La sensación de volver a notar el peso de sus entrañas era bastante desagradable, y tuvo la estresante impresión de que el aumento de gravedad no pararía y terminaría espachurrada en el suelo.

– Ya podemos incorporarnos.

Con piernas temblorosas, Enea se incorporó.

– No recordaba que pesara tanto.

– Suele pasar la primera vez -sonrió Miguel-, en fin, creo que ya he terminado mi trabajo. Ahora debes hablar con el consejo.

– Imagino quiénes lo forman…

– Piensa mal y acertarás. Procura no ponerte nerviosa, ya te puedes imaginar que no debes hablarles sobre todo lo que te he dicho de ellos o de lo que os hace especiales. Te he hablado de la RH, la estación, Tierra B y punto. Sígueme.

Volvieron a la sala abovedada donde desactivaron los rotadores, pero reinaba en aquel momento un silencio sepulcral; los Boris -contó nueve- estaban en ese momento sentados en fila frente a la entrada, apoyados en una mesa blanquecina fundida con el suelo que no recordaba haber visto allí. Entre ellos y los Boris existía otro recuadro- ventana en el suelo, mostrando una porción de Tierra B.

Miguel se retiró, y uno de los Boris alzó una mano.

– Acércate -dijo señalando al recuadro virtual que existía entre ellos.

Ella se aproximó lentamente hasta estar justo encima de la ventana, donde notó con vértigo el movimiento del planeta bajo sus pies.

El Boris que estaba en medio tomó la palabra.

– Primeramente queremos darte de nuevo la bienvenida. Tal vez la reacción de algunos de nosotros fue un poco brusca cuando llegaste, pero sin duda ya debes saber porqué estamos en alerta. Tu compañera anda tras nosotros, y tú eres su doble.

– B14 ya debe haberos contado que no somos tan…

El orador alzaba la mano asintiendo.

– Lo sabemos, lo sabemos. No te estamos acusando de nada, ya no. En estos momentos tal vez te estés preguntando ¿y ahora qué? Aceptaste entrar en esta organización y aun no sabes cual va a ser tu papel en ella.

– No muy distinto del que tenía en Alix, supongo.

– Así es. Te seré franco, en esta estación ya tenemos bastante trabajo destruyendo cada sonda automática que envía la RH a este universo. Pero ahora mismo la acción se está desarrollando ahí abajo, y apenas tenemos gente preparada para esos menesteres. Viajar de vuelta a nuestro universo original para captar personal se ha convertido en un lujo demasiado caro…

Enea supo leer entre líneas.

– Pero que quieras volver a Armantia facilita las cosas – continuó el que estaba a la derecha del todo-; es nuestra única parcela en este planeta, y queremos salvarla.

– ¿Me destinaréis allí? -dijo visiblemente más animada. Las expresiones que siguieron a su pregunta acabaron con sus esperanzas.

– Lo estarás -volvió a tomar la palabra el del centro- pero las actuales circunstancias nos exigen fijar nuestra vista en Gemini. Sí, la colonia de los invasores. Hemos evitado intervenir hasta ahora, pues se trata de una humanización diferente a la nuestra, y si seguimos el plan original de los precursores, no deberíamos mezclarnos.

– Evidentemente -dijo el que estaba al extremo izquierdo-, ese aseptismo fue dinamitado con la invasión de Armantia por los gemineanos. Nos consta que la RH está detrás; infiltraron a alguien allí y les azuzó para la invasión.

– Lo que queremos -continuó el de en medio- es que reviertas el efecto. Anular al contacto de la RH y borrar del mapa las pretensiones de invasión antes de que sea demasiado tarde.

– ¿Cómo esperan que yo sola haga todo eso?

– Como mismo lo hizo el contacto la RH, una vez allí ya averiguarás la manera. Eres una agente de campo y ya en Armantia tu compañera dejó huella en ese sentido.

Vosotros no estuvisteis allí.

– De todos modos -continuó-, no estarás sola. El señor Hamilton te acompañará. Haréis buena pareja. ¿Alguna pregunta?

– Creo que no -dijo ella con poco entusiasmo.

– De acuerdo, saldréis en cuatro horas, no se hable más. ¡Hamilton!

Miguel volvió a aparecer en la entrada.

– Iros preparando.

Cuando salieron de la sala los Boris se susurraron entre ellos con escasa discreción.

– ¿Qué tal fue? -dijo Miguel mientras caminaban.

– No hablamos gran cosa. Dime, ¿en qué descenderemos sobre Gemini?

– ¿Descender? ¿Quién hablo de descender?

– ¿Tenéis aquí vuestra propia sala de tránsito? -dijo Enea asombrada.

– ¿Como lo que teníais en Alix? No, usamos una unidad, tenemos varias. Por aquí…

Llegaron a otra sala idéntica a las demás, vacía salvo por varios asientos. A Enea se le hacía imposible recordar caminos en aquel entorno.

– Toma asiento -dijo Miguel-, aquí esperaremos a que traigan la unidad, ahora deben estar programando las coordenadas.

Durante ese tiempo se limitó a hablar sobre trivialidades de la estación, su relato de cómo llegó, la vida que allí llevaba… Finalmente llegó uno de los Boris portando un cubo metálico.

– Esto ya está listo, señores -dijo al entrar.

– ¿Dónde nos va a dejar? -dijeron casi al unísono Miguel y Enea, levantándose al verle.

– En una zona aparentemente despejada, a varios kilómetros de lo que parece un núcleo urbano, según las fotos aéreas. Pero vayamos al grano, la unidad no es difícil de usar…

– Espera, espera… -dijo Enea gesticulando con las manos- ¿Aparentemente? ¿Según? ¿Nos van a soltar a la buenaventura, sin más? ¿Sin información, sin atuendos, sin referencias, sin nada de nada?

Boris se la quedó mirando con una espesa ceja alzada.

– Señorita -dijo en un tono que la envaró-, esto no es Alix, supongo que se ha dado cuenta. Así que lamento que no disponga de su monitor de época. Os estamos ofreciendo lo más seguro que tenemos por ahora, y si no le gusta, no haberse ofrecido.

– ¡¿No haberme ofrecido?! Esto es… encima que… – balbuceó Enea indignada comenzando a alterarse. Miguel interrumpió para que no fuera a más.

– ¿Podremos comunicarnos de algún modo con la estación?

– No -dijo Boris de forma tajante-, por seguridad preferimos no saber nada de ustedes.

– Claro, ni siquiera hay confianza entre ellos mismos, como para confiar nosotros en ellos… -dijo Enea dando vueltas por la sala con las manos en la cintura.

– ¿Volveremos con la propia unidad? -interrumpió Miguel, intentando callarla también con la mirada.

– No. Está programada para un sólo uso. Una vez allí se autodestruirá. No es seguro que portéis un objeto de estas características, y menos si hay gente de la RH en Gemini, tendrían un atajo directo a la estación. De vuestro regreso ya nos ocuparemos nosotros en cuanto percibamos cambios favorables en la situación, presumiblemente producidos por vuestras acciones.

– O lo que es lo mismo -continuó ella sarcástica-, haced bien el trabajo o ahí os pudráis.

– Lo único que os podemos dar -dijo Boris ignorándola- es una tableta de nutrientes deshidratados. Guardadlas en los bolsillos -continuó dándoselas-. Nada más tengo que deciros, sólo un breve recordatorio. Haced volver a Armantia las tropas gemineanas y quitadles de la cabeza la invasión. Nos da igual lo que hagáis y cómo lo hagáis, Gemini no es asunto nuestro. Aquí tenéis la unidad, tocadla ambos y luego presionad la parte inferior. Tiradla en cuanto lleguéis allí, ella misma se destruirá.

Le dejó el cubo metálico a Miguel, para luego alejarse hasta situarse en la entrada a la sala.

– Podéis proceder.

Enea tocó la parte superior del cubo, y con el pulgar presionó la inferior, acordando con Miguel el instante usando la mirada.

Sólo Boris oyó la implosión.

Un silencio inquietante fue lo único que les recibió allí, aparte de una pequeña extensión árida que reflejaba débilmente la azulada luz de una Luna ya menguante.

– Qué silencio -dijo Miguel, para luego murmurar de asombro al ver el gran arco azulado en el cielo que se comía las estrellas.

– En aquella dirección -dijo Enea centrándose en el asunto que se traían entre manos. Caminaron sin decir palabra unos minutos, hasta apreciar a lo lejos la ciudad esperada.

Centrándose en las diferencias con lo que recordaba de los distintos lugares de Armantia en los que estuvo, no descubrió gran cosa a simple vista, salvo mucha más piedra que madera, y estilos más orientales.

– Espero que el sonido de nuestra llegada no haya alertado a nadie -dijo su compañero.

Continuaron en dirección a la ciudad. Fueron sigilosos, pero Enea no pudo evitar preguntarle si sabía algo más que ella sobre aquella Luna.

– Yo no -respondió mirando hacia el cielo-, aunque ellos sí. Siempre procuran no hablar del tema, pero por la forma en que lo evaden, estoy seguro de que hay algo allí. Planean varias cosas que no me han contado, el otro día me pareció oírles hablar sobre cepas de algo. Y sobre todo un secreto que guardan con celo, de nombre en clave Ishtar, como el dios gemineano, que usan en términos de contacto y negociación. Sospecho que se trata de una organización o algo así, pero no sueltan prenda…

Enea tuvo la impresión de que a Miguel no saber lo que tramaban los Boris le irritaba de un modo especial, en particular lo de Ishtar , como si tuviera su propia cruzada personal al respecto. Estaba segura de que él también ocultaba algo…

– ¡Quién anda ahí! -oyeron ambos entre la espesura.

– Viene de allí -dijo Miguel en voz baja señalando a lo lejos.

Enea miró en esa dirección, sin ver nada.

– No veo…

– Lo siento, chica.

Recibió un violento golpe en la mejilla desde la dirección en la que estaba su compañero. Tuvo la sensación de caer al suelo a cámara lenta, llegando a discernir a Miguel perdiéndose rápidamente en la penumbra antes de que la negrura lo llenara todo.