10. Diferencias

Cuando Enea despertó el silencio era el mismo que antes de dormirse. La luz solar sin embargo se había vuelto insoportable. Intentó dar la orden de filtrarla y soltó una inteligible murmuración. Finalmente tuvo que levantarse y beber un sorbo de agua.

Tras filtrar la luz a la mitad, se acercó a mirar las transparentes paredes que mostraban el exterior. Se trataba, aparentemente, de la misma ciudad que recordaba; la única diferencia notable era el gran número de unos extraños y enormes vehículos de color violáceo y altamente reflectantes que se hallaban estacionados en sitios clave. Supuso que serían de la famosa RH.

Al fijarse en los transeúntes recordó que ella ya no trabajaba para Alix, y por tanto no tenía que ir por ahí como si no existiera… ¡Podía comportarse como una persona normal! De pronto tuvo una idea. Boris no había llegado, nadie la echaría en falta si salía un rato.

Buscó un ropero por todo el apartamento, encontrando uno cerca de la sala de aseo que para su fortuna también contenía ropa de mujer. Tras dar una ojeada se decidió por lo más genérico y a la vez informal que pudo considerando el calor exterior; un hidrocamisón azul turquesa que acababa en enredaderas grises. Pero no pudo salir sin antes darse una reconfortante ducha como no se daba en mucho tiempo, cuidando particularmente su pelo, el cual perfiló de forma distinta al que llevaba habitualmente cuando iba a trabajar.

Una vez desbloqueada la puerta, atravesó un largo pasillo hasta el ascensor, tensa por si se encontraba a alguien. Pero no se topó con nadie hasta salir al exterior, recibida por una oleada de aire caliente que tenía olvidado y que la obligó a detenerse y respirar hondo. Al hacerlo le llegó un olor cotidiano, el de los aditivos que le aplicaban al carburante hidrogenado en la mayoría de los vehículos del abundante tráfico.

¿Y porqué no? Pensó. Podría dar un paseo cerca de Alix, tenía mucha curiosidad.

Cuando con decisión atravesó un gran paso peatonal, fue sorprendida por la imagen de un enorme rostro en los visores publicitarios de las fachadas de los rascacielos. Era el de Julio Steinberg, presidente de Alix, quien sin embargo aparentaba ser más viejo que en sus recuerdos.

«Buenos días ciudadanos de la Red de la Humanidad, me complace anunciar que las piezas averiadas de la gran desaladora del Sur han sido sustituidas gracias a esta Red, evitando una importante crisis. Otra ventaja para este mundo de pertenecer a nuestra gran Red»

Así que Steinberg es el líder de la RH. Pero, ¿era el mismo? También el Boris que la llevó allí era más viejo que el que conoció. Algo se le estaba escapando.

– ¿Ventaja? Y una mierda -oyó a su izquierda. Al volver la cabeza descubrió a un hombre que le era muy familiar.

– Usted, usted es… ¿Egidio Roberts? -dijo parpadeando rápidamente.

Fue muy conocido por haber sido el candidato más popular en las elecciones presidenciales, que perdió cuando su rival solicitó los servicios de Alix. En ese momento no tenía buen aspecto, dio la impresión de estar bebido y lucía una barba de varias semanas.

– Vaya, alguien que se acuerda de mí y me llama por mi nombre. Aunque lo de Egidio Capone empezaba a gustarme – rió patéticamente, intentando mantener el equilibrio, y señaló a una de las pantallas con el rostro de Steinberg-. Menudo pendejo ¿eh?, creíamos que sólo se encargaban de escáneres médicos caros, investigaciones contra el cáncer para aparecer en los medios o armas de radio frecuencia para el ejército en secreto, y mírale; amo y señor de varios universos. Aunque el tiempo parece haberle tratado peor que a mí -dijo riendo y tosiendo escandalosamente.

– Desde luego -asintió Enea mirando la gran pantalla.

– Eso de la Red de la Humanidad es una jodida patraña, y aquí todos perdieron el culo por seguirle el juego al prometerles que la estructura de poder se mantendría o incluso les resultaría mejor. ¿Cómo no se han dado cuenta los muy imbéciles? ¿No es irónico? La gente normalmente vota promesas, no soluciones, pero los electos al parecer no han sido más listos, y han hecho lo mismo con ese de ahí. Con lo de la desaladora se lo está estampando a todos en la cara, y nadie se percata o no quieren hacerlo ¡Ja!

– ¿Por qué, qué pasa con lo de la desaladora? -le preguntó ella al no seguir sus razonamientos.

– Piensa en lo que ha dicho, hermosura… ¡Hemos repuesto la desaladora, somos los mejores! Las piezas eran insustituibles; cuando se montó la desaladora la tecnología iónica aún era legal, pero hoy por hoy ya no queda ninguna jodida infraestructura para fabricarlas. ¿De dónde crees que la han sacado entonces? ¡Ventaja gracias a la Red! -rió mirándola unos instantes, esperando a que ella misma se respondiera- ¡Se las han robado a otro universo de la RH por el amor de Dios! Pero no pasa nada, claro, a nosotros nos ha beneficiado… ¡Hic! Veremos qué pasará cuando en el universo que habita ese cerdo se averíen los molinos del programa Ozono y empiecen a coger de los nuestros. Lo que me iba a reír…

Realmente como dijo Boris, pensó ella sin apartar la mirada de Steinberg, un imperio multiversal. Terrorífico.

Egidio se puso a gritar aún más fuerte en contra de Steinberg, intentando llamar la atención, y ella, que prefería la discreción, continuó su camino.

Al llegar a la plaza que daba a las instalaciones de Alix ralentizó su ritmo, notando cómo el pulso se le disparaba. Boris la advirtió acerca de salir del apartamento y ella estaba nada menos que ante Alix Corp. Todo estaba exactamente igual que como lo recordaba en su universo, e intentó identificar desde una distancia prudente, entre la multitud que recorría la plaza, a la gente de uniforme que entraba; muchos le eran conocidos, e incluso atisbó alguna tarjeta amarilla. Pero una figura sospechosamente familiar la puso en alerta; subía las escaleras que separaban la plaza de uno de los edificios, y se volvió de improviso.

Era ella misma.

Cuando parecía que continuaría subiendo, Marla volvió la mirada con renovada atención, directamente hacia Enea. Al reconocerla primero se vio visiblemente sorprendida, pero luego su rostro emanó tristeza. Enea, por contra, entrecerró sus ojos.

¿Qué es lo que estás haciendo?

Marla bajó la mirada, y se dio la vuelta, renovando su andar, más ligero, hasta entrar en el edificio.

No puedo entrar ahí. Mierda.

¿Qué le habría podido pasar? Hubo complicidad en la mirada, por tanto debía ser su compañera. La reconoció. Pero entonces Boris tenía razón, y ahora era una agente de la RH. No tenía ningún sentido. ¿La delataría?

No, no será capaz.

Con una profunda confusión se dispuso a regresar a su provisional apartamento, pero a medio camino la interrumpió su IA: tenía una comunicación entrante por radio. Tras pensarlo unos instantes, alzó su mano a la altura del oído, sin decir nada.

– En la esquina izquierda de la calle Otto Linderbrock, dentro de quince minutos, sola -dijo la voz que esperaba oír antes de cortar el contacto. Aún es temprano, pensó. Seguramente Boris no habría regresado todavía.

Se dirigió al lugar en cuestión, mirando a su alrededor por si pillaba a alguien vigilándola; que Marla le rogara acudir sola no le dio buen pálpito -¿en compañía de quién creía que estaba?-. Ignoraba qué se encontraría, qué diría ella y, en general, qué cambió. El porqué de aquella evasiva.

Con una creciente paranoia llegó a la calle Linderbrock, que daba a un parque. Fue en la esquina cercana a este donde la vio ya esperando, haciéndole un gesto con la cabeza para que la siguiera, y comprendiendo que quería ir a algún lugar más privado en el interior del parque.

Con todos los sentidos en alerta, la siguió marcando unos tres metros de distancia, hasta que encontró una esquina vacía. Una vez allí, Marla se dio la vuelta, mirándola a los ojos.

En ese momento Enea se olvidó de todo lo que le había ocurrido tras salir de Armantia, y la abrazó con todas sus fuerzas. Después de todo lo que le estaba pasando, la alegría de verla con vida fue correspondida.

– ¡Te di por muerta! -dijo Marla alzando la voz, emocionada.

Eran, en esencia, dos náufragos que se encontraban en la playa. Pero esa sensación se fue disipando a medida que volvían a la realidad.

– Pero… ¿qué haces aquí? -dijo Enea.

Marla se volvió visiblemente incómoda.

– He recuperado mi vida tal y como era antes de…

– ¿Y antes te dedicabas a asesinar a científicos fugitivos? – replicó de mala gana, interrumpiéndola.

Marla encajó mal la acusación, señalándola con una mano igualmente acusadora.

– ¿Acaso tú no?

– Entonces era cierto -dijo Enea parpadeando mientras recordaba todo lo que Boris le dijo.

– ¿Qué era cierto? -replicó su compañera poniendo los ojos en blanco y dejando caer los brazos.

– Marla… la única persona que he matado en mi vida es a nuestro antiguo jefe, y lo hice para salvar la tuya.

– ¿Qué has dicho? -replicó ladeando la cabeza.

– Que no somos iguales, o al menos no exactamente.

Marla retrocedió unos pasos.

– Eso… eso es ridículo. Nos habríamos dado cuenta… yo…

– Acordamos no hablarnos de la etapa de Alix, por eso no nos dimos cuenta- decidió contarle también lo de la regla de los ochenta y ocho puntos.

Ella negaba incrédula, como si por alguna razón se sintiera traicionada, pero Enea insistió.

– Yo no participé en ninguna operación letal de Alix, se las dejaba todas a Marco. No somos iguales, Marla.

En un movimiento repentino y fugaz, su compañera sacó un arma de su espalda, encañonándola a la altura de la frente, los ojos brillantes.

– ¿Y qué me impide matarte ahora entonces? ¿Eh? ¡¿Eh?!

Enea mantuvo la calma, sin mover un músculo, mirándola fijamente a los ojos.

– Que te salvé la vida. Que me has abrazado hace dos minutos. Que soy tu amiga. Tu hermana.

Una lágrima bajó por el rostro horrorizado de Marla, quien tras mirar unos instantes su arma, la tiró cuan lejos pudo con repulsión, como si hubiera estado sujetando un animal peligroso. Lentamente, deslizando su espalda por la pared, se sentó al flaquear las piernas, sus dedos hundidos en el pelo.

Y con dificultad, como conteniendo algún dolor, exhaló.

Otra de sus crisis… ahora soy yo quien la compadece, pensó Enea con ironía y lástima. Decidió sentarse a su lado, sin decir nada. Creía que Marla lloraría, pero esta se limitó a mirar más allá de la pared de enfrente, y en su rostro se apreciaba una mayor madurez, fruto de muchas cicatrices emocionales.

– Estoy cansada Enea -dijo al fin-. Cansada de que nada sea lo que parece, cansada de peligros constantes, de incertidumbres y miedos, de que las cosas nunca vayan a mejor, cansada de una responsabilidad que nunca elegí… Sólo quería una vida normal… como la de antes…

A la mente de Enea llegaron imágenes de los días grises e idénticos que vivió antes de llegar a Armantia.

– No creo que la de Alix sea una vida que te gustara retomar.

– Era la que tenía, una vida auténtica en un lugar auténtico. Ya estaba establecida. Además, aquí ya no tengo que esconderme, ni pasar miedo… desde que ese malnacido nos secuestró, hemos vivido un engaño, y cuando creemos salir de él nos topamos con otro mayor, y otro y otro…

– También en Alix vivíamos en un engaño -dijo Enea con una sonrisa amarga-, supongo que es una cuestión de ignorancia voluntaria. En Alix nos conformábamos con saber pero no admitir. Ahora nos vemos forzadas a conocer todas las tretas y actuar en consecuencia.

– Tú siempre te adaptaste mejor a la situación, eres la optimista -dijo Marla mirándola con intensidad y asintiendo con la cabeza. Parecía empezar a aceptar… -. ¿Cómo podemos ser distintas y a la vez tan parecidas? ¿Cuándo tomaron nuestras vidas un rumbo levemente diferente? No me lo explico.

Enea se sentó a su lado, y ambas compararon aspectos de su vida pasada, anteriores a la llegada de Alix, pero todos coincidían.

– No me extraña que los ochenta y ocho puntos coincidieran -dijo Marla-, pero algo tuvo que hacernos distintas, inspirarnos de forma diferente o…

Con los ojos cerrados y profundamente concentrada en sus recuerdos, Enea estuvo unos minutos en silencio, y cuando parecía que ya no iba a decir nada, dibujó una pequeña sonrisa, como si hubiera dado con algo importante.

– ¿Conoces esto?

Recitó en voz alta.

– ”Levántate, oh marinero perdido, levántate oh marinero atrevido, desafía al viento y al vendaval que te ha tendido, mas perdónale al final, pues guiarte será su cometido”.

– ¿Qué es? -dijo Marla.

– ”Barco a la Luna y otras aventuras”, publicado en el dos mil quince. El libro que marcó mi adolescencia, y el primero que leí enteramente en texto, esa misma noche, sin representadores ni narradores. Hubo que transferirlo desde la biblioteca estatal, pues estaba descatalogado.

Miró a su compañera, quien se tapó la boca, con gesto de sorpresa.

– Ese es el libro que le pedí a Papá a los ¿catorce?, sí, catorce años -dijo Marla alterada.

– Igual que yo. ¿Pero…?

– Pero no pudo transferirlo a la biblioteca de casa. Se hizo efectiva aquel día la Ley de protección cultural contra el terrorismo ideológico, y se bloquearon las bibliotecas. Recuerdo que me enfadé mucho con él, pensando que era capaz de arreglarlo. Fue una noche triste -miró a Enea con una fascinación adolescente-, ¿pudiste leer entonces Muerte a Diez Pasos o El Regreso de Hermes?

– No -sonrió-, también estaban en mi lista, pero en mi caso la ley se aprobó al día siguiente. Y el funcionario al que Papá tenía que pedir permiso para transferirlos, le dijo que no cumplía los requisitos psicológicos. Lo cierto es que simplemente le caía mal…

– Sí, Rupert González, el tipo con quien tuvo la discusión cuando hizo la declaración.

Se quedaron unos minutos en silencio.

– Vaya -dijo al fin Marla con asombro-, un libro. Eso es lo único que hace que yo esté aquí y tú ahí. Un día y un libro. Me hubiera gustado leerlo…

Continuaron mudas varios minutos, pensativas.

– Pero aquí estamos -anunció Enea levantándose, con un tono que daba a entender que tenían entre manos asuntos más acuciantes-, juntas en un buen lío, tras haber seguido dos caminos diferentes.

Marla asintió seria, mirando al suelo, estrechándose ambas manos con los brazos sobre las rodillas.

– Estas en su bando, supongo. El de los Boris.

– No estoy en ningún bando, de momento.

– A estas alturas deben odiarme -continuó como si no la hubiera oído-. Saboteé una de sus instalaciones, me consta que varios de ellos no sobrevivieron.

– Tal vez lo comprendan, nos quieren vivas a ambas. Además, son los únicos que pueden llevarnos de vuelta.

– ¿De vuelta? -preguntó Marla mirándola con curiosidad.

– Claro, a Armantia.

Miró al suelo, negando con la cabeza.

– Todo aquello… fue un error. Nunca debió pasar -dijo mientras se levantaba, procurando evitar el tema-. Creo que debería regresar, me alegro de volver a verte y comprobar que estás bien… -añadió empezando a caminar.

– No, no, no… espera un momento… ¿Cómo que fue un error?

– No le diré a nadie que estas aquí -dijo Marla sin detenerse.

– ¡Marla! -gritó Enea enfurecida- En Armantia -continuó saboreando cada letra-, un Olaf Bersi moribundo acarició mi mejilla pensando que era la tuya. Que digas que todo fue un error rebaja mucho la opinión que tengo de ti, pero no es la mía la que te debería importar, sino la suya. Piénsalo.

Marla se había detenido, pero tras unos instantes continuó alejándose hasta perderla de vista. Por su parte Enea permaneció un rato allí, sus ojos cristalinos y la mente inmersa en una marea de sentimientos contrapuestos, decidiendo emprender también su regreso.

Por el camino tuvo que cambiar de acera debido a que la policía se estaba llevando a un Egidio que entre gritos y carcajadas no paraba de gritar ¡De mayor quiero ser como Steinberg, consigue crear la mayor farsa de la historia de la humanidad y además le lamen el culo por ello! ¡El sueño de todo político!

Y cuando entró de nuevo en el apartamento, se encontró una desagradable sorpresa. Boris estaba allí, de pie, apuntándola con una pistola diminuta. En respuesta ella se quedó totalmente inmóvil en la puerta procurando no parecer una amenaza.

– Identifícate -dijo él.

Por Dios .

– Escribí en la mano de tu compañero.

Suspiró y bajó el arma.

– Era yo el que debía identificarse de ese modo, ¿no te dijo que no salieras? ¿Y de dónde demonios has sacado esa ropa?

– Del armario.

– Pero no es nuestra… es igual, nos vamos, a eso quería llegar. Creo que sabes lo suficiente como para tomar la elección…

– …como si la tuviera…

– … de en qué bando quieres estar. Con la RH, o con nosotros.

– Si me hubieras dicho con la RH o en su contra habría quedado mejor -suspiró resignada-, tenéis que prometerme que podré volver a Armantia.

Boris sonrió.

– Operamos muy cerca de allí. ¿Hecho?

Enea asintió de mala gana.

– Hecho. Por cierto… La he visto, hablé con ella -dijo en tono serio.

– ¿Cómo dices?

– La otra Marla, está aquí. Sí que es quien os saboteó. Dice que le ofrecieron volver a su antigua vida en Alix, claro que ahora al servicio de la RH. Pero daba la impresión de ser aún rescatable.

– A ver si me aclaro, se carga a varios de nosotros ¿y ahora tiene remordimientos? Sigue viva sólo porque no tengo órdenes de…

Se vio interrumpido por un sonoro bofetón.

– ¿Quién narices eres para hacer juicios de valor? -le dijo Enea alzando la voz en un arranque de ira- ¡Todo es culpa vuestra, vosotros destruisteis su vida, como todo lo que tocáis!

Boris parpadeaba sorprendido, con una mano en la enrojecida mejilla.

– Pero… pero… yo no tuve nada que ver con su…

– ¡Todos sois responsables, estuvisteis en Alix, les vendisteis vuestros descubrimientos y provocasteis esta situación! De no ser por vosotros ella no os estaría dando caza en una compañía que aísla a sus trabajadores del resto de la sociedad; no os escudéis en que os habéis organizado contra la RH; habéis llegado a un punto en el que tenéis que protegeros de vosotros mismos. Así que nunca, nunca vuelvas a juzgarla en mi presencia. ¿Queda claro?

– Sí, sí, como el agua -dijo Boris de mala gana intentando que parara, con gesto agrio- ¿algo más?

– Eso es todo.

– Bien. Voy a programar la unidad para el salto, así que cuando yo te lo indique, tócala tú también.