3. La negociación
Marla se despertó tan sola como llegó a la cama. Acostumbrada a dormir con Olaf, su ausencia aquella noche la incomodó, más si cabe considerando la intermitente vigilia que mantuvo las últimas horas. Le localizó en el salón hablando con Gardar y varios guardias, bastándole con que se diera cuenta de que estaba despierta.
Ella prefirió esperó fuera, con el agradable frescor matinal que hacía soportable la oleada de calor de los últimos días.
– Nos iremos en breve -escuchó detrás. Era él.
– Dios, estás echo un asco -exclamó ella al ver su aspecto demacrado y ojeroso-. No puedes pasarte noches enteras sin dormir. Descansa algo antes de partir, por favor…
– Alguien tiene que dejar de dormir para que los demás puedan hacerlo. He estado planificando la negociación por si todo se torciera -dijo levemente irritado.
– Eso es algo que puede esperar al menos un par de horas. Necesitas descansar.
– Olvídalo. Además -añadió sonriendo- tú tampoco pareces muy descansada. ¿Lista?
– Sí. Escucha, mi amor… -dijo en su tono más meloso- ¿Crees que Gardar es la persona más idónea para semejante negociación?
Olaf notó que quería algo, y se puso a la defensiva.
– Explícate.
– Ya sabes… es joven y manipulable, ya ha ocurrido antes. Y además, ahora correrá un gran riesgo.
El general torció el gesto previendo que los tiros irían por ahí.
– Es el Rey -respondió como si así cerrara cualquier discusión posible.
– También lo era cuando te intentó…
– Marla, no -interrumpió en un tono que le aconsejaba no seguir.
El viaje hacia el pueblo fue tenso, pero tranquilo dentro de lo que cabía. Se llevaron a cuarenta hombres, por lo que pudieran encontrarse, quienes en todo el trayecto no tuvieron ni una conversación, ni una broma, ni un canto… la gente se limitaba a mirarse de reojo de vez en cuando. Los soldados sólo sabían de los invasores lo que oyeron a los supervivientes del primer ataque, declaraciones confusas y algunas exageraciones que no hicieron sino minar la moral general.
– Tengo un oscuro presentimiento sobre todo esto -se lamentó Marla cuando estaban llegando-. ¿Qué pueden querer? Han invadido y exterminado todo un pueblo. La conquista no es algo muy negociable…
Olaf la reprendió con la mirada, señalando a los demás discretamente con la cabeza. Bastantes malos ánimos hay ya sembrados para hablar de exterminios y conquistas, dijeron sus ojos.
Marla maldijo por millonésima vez desde que llegó a Armantia su larga lengua.
Aminoraron al vislumbrar al final del camino el portón de madera que daba al interior del pueblo. Estaba cerrado, y no se veía a nadie apostado en la parte superior de la muralla que albergaba la puerta. La aparente calma no hizo sino multiplicar los nervios de los presentes.
Finalmente Gardar tomó la iniciativa.
– Iré sólo -anunció-, veamos qué tienen que decirnos.
– Eso no es lo que acorda… -se apresuró a protestar Olaf.
– No, no voy a poneros en peligro a vosotros también. Soy joven e inofensivo, así que no me pasará nada. Tranquilos.
Olaf se le quedó mirando unos instantes, admirando la sangre fría del muchacho.
– Suerte.
Marla inclinó la cabeza como gobernadora de Hervine, y el joven Rey, que le devolvió el gesto, partió lentamente a caballo hacia el portón de madera, que estaba a unos cien metros.
Una vez enfrente del portón, Gardar parecía insignificante.
– ¡Soy Gardar Sturla, Rey de estas tierras, y vengo a parlamentar!
En respuesta, el portón se abrió hasta la mitad. Nadie salió, así que, tras asomarse, el joven Rey entró con el caballo. Poco después volvió a cerrarse.
Tensa la espera, todos miraron a su alrededor, esperando un ataque en cualquier momento. Pudo ver en Olaf que más allá de su lealtad a la jerarquía turinense, estaba de acuerdo con ella sobre el chico.
Mas no tuvieron que aguardar mucho. En apenas cinco minutos salió Gardar a caballo con trote premuroso pero extraño, cerrándose el portón tras de sí. A media distancia Olaf supo que algo iba mal, y le dio un vuelco al corazón cuando distinguió lo que era, pero el horror le retrasó a la hora de intentar evitar que Marla mirara. Todos lo vieron perfectamente.
Gardar estaba decapitado.
Los soldados se alteraron, y el pánico se apoderó del ambiente. El general, pasmado, ignoró por momentos el estado de histeria en el que Marla cayó súbitamente: gritaba constantemente entre lágrimas en dirección al portón, fuera de sí.
– ¡Hijos de puta, tenía quince años!
Pero no tuvo ánimos para calmarla. Unas cuantas siluetas aparecieron en lo alto de la muralla y les dispararon varias veces, derribando al menos a cuatro soldados. Los demás huyeron en desbandada y el general tuvo que llevarse a rastras a Marla, a quien no afectaban lo más mínimo los lejanos petardeos de los rifles a la hora de increpar a los atacantes.
Cuando se disponía a huir del alcance de los disparos, observó que el cuerpo de Gardar conservaba, atado a sus rígidas manos, un pedazo de papel. Se acercó a cogérselo, pero un repentino espasmo de la mano que lo sostenía le llegó a nublar la vista del susto. El corazón le latió con fuerza cuando pudo quitarle finalmente el ensangrentado papel y comprobar que estaba escrito por el otro lado, cuyo contenido tan escueto como desolador rezaba:
“QUEREMOS A MARLA ENEA Y DIPLOMA”
Apenas llevaban unos minutos de huída, Marla se detuvo para mirar atrás, y Olaf intentó animarla a seguir, susurrando la necesidad de regresar lo antes posible. Probó a tirar suavemente de su brazo, que ella retiró con fuerza.
– ¡Déjame! -le gritó -¡Dejadme en paz!
Reemprendió la marcha por su cuenta y el general consideró que sería mejor dejarla sola el viaje de vuelta.
Una vez llegaron al castillo turinense, Marla se dirigió directamente a sus aposentos, y allí volvió a derrumbarse. Mas esta vez, para su sorpresa, Olaf no fue a consolarla. La imagen de Gardar sin cabeza era con diferencia lo más horrible que había visto nunca, pese haber visto horrores similares cuando en Alix viajaba a otras épocas. Pero Gardar no era un desconocido y supo que aquella imagen la acompañaría el resto de su vida. Así pasó varias horas, hasta que, reflexionando, llegó a la conclusión de que era la única que tenía algo que decir en aquella historia.
Sólo ella conocía el letal armamento del enemigo, y sin embargo le servía únicamente para agravar sus remordimientos de conciencia. Se sentía culpable. Boris confió en ella, Lynn confió en ella, Olaf confiaba en ella, y ahora tenía la oportunidad de demostrar que acertaron.
Dicha culpabilidad se multiplicaba por el factor Armantia. Se debía a mucha gente, era gobernadora, compartía con Olaf la responsabilidad de garantizar la supervivencia de aquel gigantesco tubo de ensayo sociológico creado por la necesidad. Ante cualquier cosa nueva que los demás no entendieran ella siempre intercedía, sus conocimientos la aventajaban.
Pero no podía hacer absolutamente nada.
¿Por qué yo? No era nadie. Nadie…
En ocasiones su odio por Boris Ourumov emergía tan violentamente que le oprimía el pecho. Pensó en hablarlo con Enea, pero ambas acordaron no hablarse de su vida anterior: sólo podían convivir olvidando cualquier cosa anterior a la llegada a Armantia, dado que ese fue el momento en que pasaron a ser dos personas distintas con vidas diferentes. Lo contrario hubiera traído consigo la desagradable sensación de estarse leyendo la mente la una a la otra.
Sacudiendo la cabeza, procuró concentrarse de nuevo en el presente, pero siguió llegando a la conclusión de que no podía hacer nada.
Eso no me vale, pensó, tensando los puños.
Así fue en busca de Olaf, al que encontró sentado en el salón del trono con la mirada perdida en el estandarte turinense que tenía ante él.
Estaba llorando. Jamás le vio derramar una lágrima.
Pese a ello se limitó a coger una silla y sentarse frente a él, sin decir nada, intentando no aparentar que la estampa le conmovió profundamente, pues le haría sentirse peor. Pasados unos minutos, el general volvió a la realidad.
– No quería que me vieras así.
– Todos estamos igual, descuida.
A continuación Olaf derrumbó su enigmático carácter sacando a la luz el amplio abanico de servidumbres con los que ya no podía cargar. Expresó su frustración por la esquiva paz. Sí, la paz entre cuatro países era mucho decir, pero suficiente para un hombre. Dedicó toda su vida a ello y a ser el orgullo de su difunto padre. Se creyó victorioso al evitar la última guerra que Delvin maquinó. Pero la vida se lo quitó todo. En el intento, mataron a su familia. Mataron a su esposa. Nunca supo lo que su padre habría querido para él. La guerra se manifestaba una y otra vez por mucho que intentara apagar sus fuegos, y ahora le hacían eso a Gardar.
Marla intentó consolarle, sintiéndose mal por haber pensado poco antes que era ella la víctima de todo aquello. Le dijo que no tenía que cargar con todo él sólo, que ella estaba a su lado.
Pero tras decir esto el general la miró fijamente, acrecentando el tamaño de la inmensa bola de nieve en que se convirtió su impotencia. ¿Cómo voy a protegerte a ti? El concepto del multiverso le sobrepasaba, se esforzaba en entenderlo pero estaba a su merced. Para él Armantia era el único mundo o universo que existió siempre, y sin embargo llegaron exterminadores del exterior contra los que nada pudo y de los que nada supo. No sé absolutamente nada, dijo. Se sentía como un niño con armas de juguete perdido en medio de un campo de batalla. Titubeando, reveló sólo en parte el contenido del papel que encontró en manos de Gardar.
El invasor quería Diploma.
Marla le preguntó por lo que sabía de Diploma, pero su respuesta no fue demasiado concluyente. Un lugar, creo. Tampoco quería usarlo como moneda de cambio. Ella propuso que ambos lo encontraran antes que el enemigo, pero la sola idea le indignó. Diploma era un secreto sagrado que podría destruirles de no estar aún preparados para recibirlo.
Marla insistió alegando que sólo eran suposiciones y divagaciones, pero Olaf seguía rechazando la idea poniendo todo tipo de objeciones. Aquel persistente negativismo terminó enfadándola. Él no era así.
– Entonces… ¿Nos quedamos aquí charlando y esperamos el fin? Venga Gran General, ya estuvimos hace poco en un peligro parecido.
Sus ojos se clavaron en los de ella de nuevo, como si con la mirada le adelantase lo que iba a decir.
– La gente está aterrada, Marla. Entre los turinenses crece el rumor de un castigo divino. ¡En Turín! En Debrán sólo la noticia será devastadora. No hablamos simplemente de organizar una defensa, entiéndelo, nadie va a luchar, ni se puede; la situación es totalmente distinta a la de hace meses, entonces fue entre nosotros. Cerbatanas que escupen fuego, oí decir a uno de los soldados. ¿De dónde van sacar valor contra algo así?
– Bueno…
– ¿Qué les decimos, Marla? ¿Que no se preocupen y se encierren en sus casas? ¿O que se defiendan ante esto?
– Eh, ya vale de tanto derrotismo, soy muy consciente de nuestra situación.
Al fin, Olaf sonrió.
– Lo siento. Se supone que la pesimista eres tú. Me alegro de que hoy estés tan resuelta, Armantia necesita de nuevo a la salvadora…
– No me llames así -cortó Marla alzando el dedo índice y echándose hacia atrás.
– Oh vamos, ya hemos hablado de esto…
– No soy salvadora de nadie, y maté a gente. Por encargo.
Fui entre otras cosas una asesina profesional; los salvadores no hacen eso, Olaf -dijo con gesto severo.
– Pero eso fue en una vida pasada, tú misma me dijiste que por entonces eras fría, perdida…
– Y ahora soy lúcida -cortó-, y lo recuerdo todo muy bien. No soy una heroína de libro, tú mismo lo dijiste una vez. Así que no vuelvas a llamarme…
Olaf la interrumpió con un beso en la frente.
– La gente te lo terminará diciendo por méritos propios. Ya lo verás…
Un guardia se presentó en la sala, interrumpiendo la conversación.
– Señor, hemos abatido a uno de los invasores, le cogimos dirigiéndose hacia aquí. Iba solo.
Esto pilló por sorpresa a Olaf.
– ¿Está muerto?
– Aún no, pero tiene mal aspecto. Los muchachos se asustaron tanto que lanzaron toda una descarga.
– Que lo vea un médico, necesitamos interrogarle a toda costa. Y llévanos hasta él.
Llegaron rápidamente al establo que lindaba con el castillo, lugar donde dejaron al herido. Allí Marla se llevó una mano al pecho cuando le reconoció; identificó en el caído al soldado que se dirigió a ella durante el asalto al pueblo.
– ¿Iba solo decís? -le dijo al guardia.
– Sí, señora.
– Parece inconsciente -añadió Olaf.
– Lo está a ratos -comentó el guardia-. A veces murmura cosas sin sentido. Está muy malherido.
El caído mostraba puntos sangrantes en los muslos, costados y hombros, y un terrible olor a putrefacción evidenció lo empapadas que estaban sus ropas.
Con suerte no le han tocado ninguna arteria, pensó.
El soldado, pálido, abrió los ojos y dejó caer su cabeza hacia un lado, respirando aprisa cuando vio a Marla.
– Eres… eres… tú…
– ¿Te conoce? -le preguntó Olaf, tras apartarla levemente del soldado.
– Eh -replicó ella sorprendida-, ¿qué crees que me va a hacer? En fin… yo no recuerdo haberle conocido a él. Aunque… llegué a verle junto al resto de soldados en la invasión. Dijo mi nombre antes de que huyéramos.
– ¿Y por qué no me lo dijiste?
– No quería hacerlo hasta saber qué significaba, y tampoco quería preocuparte con…
El hombre interrumpió con más balbuceos.
– Bol… sillo… mi bolsillo…
– ¿Bolqué? -preguntó el general.
Marla se soltó bruscamente de Olaf y se acercó al herido, metiendo su mano en un pliegue que tenía cerca del esternón del que pudo sacar una hoja plegada y levemente salpicada de su sangre.
– Interesante.
Al desdoblar la hoja, se le aceleró el pulso al ver su foto de personal de Alix B junto a su nombre. Más abajo, un texto rezaba:
“Dáselo a esta persona”
– El… otro… el otro lado… -murmuró el hombre.
Le dio la vuelta a la hoja, y la recorrió con la mirada varias veces para asegurarse de que lo estaba viendo era real. Las manos empezaron a temblarle.
– Lo tenemos, Olaf.
– ¿Está… bien? ¿Os vale? -murmuró el hombre con un hilillo de voz.
– Desde luego -dijo ella-. Es justo lo que necesitábamos. ¿Quién te lo…?
El hombre la interrumpió exhalando y cerrando los ojos, y ella enseñó la hoja a Olaf, visiblemente excitada.
– No entiendo… -dijo él- ¿Qué es esto?
Ella le miró a los ojos.
– Un mapa con la situación de Dip…
Pero el general le tapó inmediatamente la boca con la mano, casi de un golpe.
– Puedes retirarte -le dijo al guardia.
Cuando este salió, retiró la mano.
– Buenos reflejos -dijo ella de mala gana frotándose los labios-, pero con haberte llevado el índice a la boca me hubiera callado ¿Sabes?
– ¡Esconde eso, rápido!
Marla comprendió entonces su actitud. Diploma era su gran secreto; se estaba comportando como un vigilante.
– Venga, aquí nadie sabe qué es.
El general señaló con la cabeza al herido. Tiritaba.
– ¿Quién te envía? -le preguntó Marla.
No respondió.
– Necesita que le saquen las puntas de las flechas cuanto antes, y que le laven las heridas -dijo a Olaf.
– Ya hice llamar a un médico.
El hombre resolló con dificultad.
– Fue él… me envió… traicionero…
– ¿Quién? -dijo Marla acercándose- ¿Quién te envió?
– Boris… Ourumov…
Ella dio un respingo, y su organismo se aceleró. Con el corazón bombeando con violencia, salió de allí corriendo como si así dejara con el herido los viejos miedos que volvían a acosarla.
Olaf se lamentó mientras iba tras ella a sabiendas de lo que estaba ocurriendo, y la encontró a las puertas, de rodillas en la hierba, gritando al cielo constantemente.
– ¡Te odio!
Incorporándola, la abrazó, intentando calmarla.
– Está en todas partes… No podemos librarnos de él… – sollozaba.
– Vamos… ven… tal vez aún pueda contarnos más.
– ¿Pero qué puede querer Boris, sea el que sea? El que yo conocí murió aquí… ¿Es que no pueden dejarnos en paz? No quiero que me lleven de nuevo… No quiero… -gimoteaba mientras volvían.
– Nadie te podrá separar de mi lado.
Cuando regresaron al establo, y algo más calmada, se excusó ante el general. Olaf asintió intentando mostrarse despreocupado, pero maldita la gracia que le hizo volver a tener noticias de Boris. Le señaló al desconocido, quien parecía dormido.
– Sabes mejor que yo qué preguntas hacerle.
– Prefiero esperar la ayuda médica, está muy malherido…
– Marla, tenemos a todos atendiendo a los heridos por la invasión. Cuando alguno llegue puede que sea tarde.
Ella asintió suspirando, volviéndose al herido.
– Eh -susurró-, ¿me oyes? ¿Estas consciente?
Con pesadez levantó los párpados hasta entrecerrarlos.
– Estoy… grave… ¿Verdad?
– Hay un médico en camino.
– Es… una sensación… horrible… frío…
– Fiebre. ¿Cómo te llamas?
– Miguel… Hamilton…
– ¿Conoces Alix?
– La… compañía… claro…
– Nos vamos acercando. ¿Y Ricardo Garriot?
– El… el… que fue…nuevo… presidente…
Olaf contemplaba a Marla asentir, confuso, pues no entendía nada.
– Sí, creo que somos del mismo universo, o al menos del mismo espectro. ¿De qué conocías a Boris?
Pero ya no dijo más, tras varias convulsiones todos sus músculos se tensaron, y expiró.
– Maldito bastardo -dijo ella-, otro al que untó para uno de sus recados. Y mira cómo acaba.
Como pude acabar yo, pensó en silencio examinando el cadáver. Luego volvió su cabeza a un lado, observando largamente al hombre que evitó que eso ocurriera.
– Pero por lo que parece, quiere ayudarnos -replicó Olaf-. Lo cual es extraño considerando que ellos están buscando Diploma. ¿Un infiltrado? Saca de nuevo el mapa…
Ella tardó unos momentos en reaccionar, y con mucho cuidado extrajo la hoja de su traje.
– Déjame ver -dijo Olaf-. Vaya… nunca pensé que pudiera estar ahí.
– ¿Dónde?
– En Los Feudos. Será fácil llegar, pero luego…
– ¿Llegar? Espera… para llegar hay que ir… ¿Has cambiado de opinión?
Él sonrió a su pesar.
– Haga lo que haga, diga lo que diga… no soy un vigilante ni me inicié como tal. Mi padre lo fue, pero él supo cosas que yo ignoro; a decir verdad me sorprende que hasta ahora no me lo hayas reprochado.
– Pensaba hacerlo, no lo dudes. Has dicho que será fácil, ¿pero…?
– Pero está en la zona norte. La gobierna uno de los señores más extraños de Los Feudos, corazón del comercio en Armantia y el lugar en el que los cuatro países intercambian recursos… pero también donde se arrebatan información. La paz sólo existe fuera de los Feudos, dentro vale todo.
– ¿Todo?
– El espionaje y las muertes por intereses comerciales forman parte del día a día allí, pero nadie se hace responsable ni admite nada de lo que ocurre en esas tierras. Por eso nunca te he llevado. Naturalmente los señores de Los Feudos están muy mimados, y todos están en el bolsillo de alguno de los cuatro países. Todos menos Necrorius Van Herberg, el hombre que nos ocupa.
– Suena tétrico. Como si tuviera una mansión.
– ¿Cómo lo sabes? -dijo Olaf frunciendo el ceño.
Marla le miró unos instantes con los ojos desorbitados.
– Si me dices que además es vampiro doy media vuelta.
Olaf negó con la cabeza ante otra de las rarezas de Marla.
– No admite actividad espía en sus tierras, tan sólo comercial. Igualmente y según parece, no es buen vecino de los otros señores y no gusta de las intromisiones.
– Lo que traducido, significa que esconde algo. Quizás los cadáveres de quienes chupa la sangre…
– ¡Marla!
– Perdón -dijo ella tapándose la boca para evitar que se le viera reírse. Añoraba las bromas.
– Todos los señores de Los Feudos esconden algo -dijo Olaf suspirando y rascándose el cuello-, este simplemente es más reservado. Ese es el problema. No podemos meternos a husmear sin más, tendremos que hablar con él y convencerle. Y será difícil sin hablarle de Diploma. Espero que la gravedad de la actual situación facilite las cosas.
Marla asintió y extendió ambas manos, apremiándole a ponerse en marcha.
– El tiempo es oro.
Esa frase pareció resultarle curiosa a Olaf.
– Vaya, ese dicho no lo conocía. Mas yo diría que es mucho más valioso que el oro. Con el metal dorado puedes amasar o recuperar, pero con el tiempo sólo puedes elegir la celeridad con la que te desprendes de él…
Se interrumpió al oír unos alaridos lejanos, y corrieron al ventanal más próximo desde que oyeron los primeros disparos: los anónimos invasores empezaban a salir del follaje, abatiendo a los guardias que aún no habían huido.
– No creo que volvamos -dijo el general con voz apagada-, si hay algo que te quieras llevar…
Tras negar en silencio se dirigieron raudos al establo. Olaf gritaba a todo el que veía que huyera a Debrán, pero ellos cabalgaron al sur. Tenían una cita pendiente con Necrorius Van Herberg.