9. Siempre Boris

Olaf se acercó a la gruta de Diploma en alerta. Toda la región estaba desierta, y no hubo ni rastro de Necrorius Van Herberg o sus criados cuando pasó por su mansión. Más tarde reconoció la entrada y el lugar concreto en el que recibió el impacto en el hombro; aún se veía la sangre seca sobre el empedrado suelo, lo que le hizo, involuntariamente, mirar una vez más a su alrededor. Pero seguía solo.

Con paso decidido entró en la gruta, reconociendo la luz antinatural que iba devorando poco a poco a la del atardecer que dejó atrás. Tras toparse con el muro de metal, sin que ninguna voz etérea le increpara, pensó repetir lo que vio hacer a Marla cuando estuvieron allí. Con sumo cuidado intentó tocar el muro con la mano, pero esta lo atravesó.

Tras retirarla y comprobar que no le pasaba nada, cerró los ojos y cruzó el muro en pocos pasos; no sintió nada más allá de la excitación creada por el hecho de adentrarse en las entrañas de un secreto que llevaban escondiendo siglos y que era clave en la oscura historia de Armantia. Al volver a abrirlos no se llevó ninguna sorpresa, el túnel aún se prolongaba un poco más, si bien para su sorpresa la luz era sensiblemente más intensa. Continuó hasta toparse con unas escaleras de metal, cuyo sonido al poner el pie le inquietaba al hacer más ruido del que quería, acaso no fuera ya alarmante el hedor a putrefacción que cruzaba.

Una gran sala débilmente iluminada apareció ante sus estupefactos ojos: en el centro se alzaba un extraño árbol grisáceo cubierto de ramas de varios colores y particular brillo que acababan en lo que a su distancia parecieron huevos de cristal.

Tras uno de ellos se movió una sombra, lo que le puso en alerta. Esta, al acercarse, se descubrió, reconociendo al hombre de traje oscuro.

Era él.

– ¿Quién eres? -dijo Boris.

Pero en ese momento Olaf no pensó en responderle. Le consumió una furia como pocas veces había sentido, y esta actuó por él: se aproximó veloz y con el brazo libre le atinó un puñetazo en la mejilla.

– ¡A dónde te la has llevado!

En el suelo, Boris se palpó la boca.

– Espera, dime…

– ¡Escúpelo, a dónde!

Otro puño salió disparado al rostro de Boris, aunque esta vez este se apartó a tiempo y devolvió el golpe con el canto de una mano en el hombro herido, delatado por el cabestrillo. Olaf se vio obligado a arrodillarse, gritando de dolor. Su oponente se dirigió a él y le agarró el hombro, presionándolo levemente y produciéndole más dolor.

– ¿Quién te envía? -le dijo mientras Olaf gruñía para no gritar.

– ¡Nadie!

– ¿Ah no? ¿Y cómo sabes quién soy y a quien envío o dejo de enviar?

– Aquí todo el mundo lo sabe… todo el mundo conoce a Boris de Alix.

– Cierto -dijo Boris soltándole el hombro y levantándose-. Cierto, fue B1. Pero sabes demasiado para ser un nativo. Obviando que has llegado hasta aquí, claro.

– Yo… yo conocí a Marla Enea… a las dos…

– La que los Boris nos llevamos estaba frente a un castillo, creo que no muy lejos de aquí.

– Enea… -musitó Olaf- pero… entonces… mi Marla…

El ruso le miró reprimiendo una carcajada.

– ¿Tu Marla? ¿Fuiste pareja de la otra?

Olaf no respondió, pero su expresión fue suficiente.

– Jej -sonrió Boris limpiándose la sangre en la manga de su traje-, no perdió el tiempo.

– ¿Sabes dónde está?

– ¿Ahora mismo? He oído que en Gemini -dijo mirando a su alrededor-, lástima de instalación.

– ¿Gemini?

– El lugar del que provienen los que os han invadido.

– ¿Vosotros nos podéis ayudar?

– ¿ Vosotros ?

– Los Boris… ¿No es eso lo que queréis, salvar Armantia?

Boris le dedicó una mirada extraña, tal vez preguntándose cuánto podía saber aquel aldeano.

De pronto, apenas pudo reprimir una carcajada.

– Salvaros… claro… -siguió riendo- ¿Cómo te llamas?

– Olaf Bersi.

– Bien, Olaf. Lo de querer salvar Armantia es la versión corta y simplona de la historia, y me temo que ni tú ni tus coetáneos entenderán jamás la larga. Lo que sí te puedo decir es que yo ya no tengo nada más que ver con ellos. Me desterraron aquí para siempre muy poco después de llevarme a la chica. En fin, dime Olaf Berzas…

– Bersi.

– Lo que sea… ¿Qué sabes de este lugar?

Le contó la tradición de los vigilantes, y la leyenda de Diploma tal y como le fue contada.

– Fascinante -respondió Boris-. Siempre hemos querido saberlo todo sobre los que montaron esto… gente de historia huidiza. Tras varios siglos ahora nos encontramos en su misma situación, y sin embargo -dijo mirando a su alrededor- todo esto es tan contemporáneo…

– ¿Hubo gente aquí? -dijo Olaf sintiendo aún palpitar el hombro- Cuando llegué aquí con Marla, una voz atronadora nos recibió ante el muro de metal.

– ¿Ya entrasteis aquí antes?- replicó asombrado.

– Sólo ella. Teníamos la esperanza de que aquí hubiera algo que nos ayudase. Pero dijo que todo fue un fraude; al salir nos esperaban invasores y yo quedé inconsciente. Me recogieron los hervineses pero ella ya no estaba.

– Como te dije, está en Gemini, o eso es lo último que supe de ella -respondió Boris distraído.

– ¿La han raptado verdad? ¿Pero para qué? Lo debe estar pasando muy mal…

El fugitivo miró a Olaf sombríamente.

– Te conviene que cambiemos de tema -dijo con voz grave-. ¿Sabes para qué es este lugar?

– ¿No es una especie de almacén de conocimientos? – respondió Olaf tras mirar a su alrededor.

– Sí, creo que esa era la idea… -murmuró pensativo, caminando con ambas manos cruzadas tras la cintura y observando los grandes huevos de cristal que se erguían a los pies del árbol central- debió servir para toda Armantia, pero no cuajó. Y por lo que veo -añadió al darse cuenta de que los huevos estaban vacíos- los gemineanos terminaron el trabajo. Una pena, nos hubieran podido contar muchas cosas.

– ¿Quiénes?

– Los precursores, naturalmente. Estuvieron aquí. Se conservaron de algún modo, y con tecnología que no me es del todo ajena.

Miró a Olaf suspirando.

– Es una pena que no te estés enterando de nada. Ni siquiera de lo que le está pasando a tu novia.

Olaf reunió esfuerzos para levantarse.

– ¿Lo sabes?

– Tampoco lo entenderías.

– ¡Eso tengo que decidirlo yo! -gritó con frustración.

– Eso tengo que decidirlo yo -repitió Boris burlonamente.

Olaf contuvo su ira, decepcionado.

– Sólo eres un viejo miserable, no como el que trajo a Marla. No el que sale en los libros, ¡en los cuadros!

– ¿Los libros hablan sobre B1? -rió a carcajadas- ¿Así se cubrió las espaldas, echándose flores en vuestra historia? – sacudió la cabeza sin parar de reír-. Esta si que es buena. Desengáñate Berzas, él era un perfecto hijo de puta, como todos nosotros -su sonrisa desapareció, y su tono se volvió a tornar serio- Nada de lo que aquí pueda haber hecho limpiará lo que desató… lo que desatamos… en cualquier caso no es algo que tu aldeana mente pueda alcanzar a comprender ni aún contándotelo tu Marla…

Boris le hizo un gesto de silencio, mientras se acercaba a una esquina. Al agacharse levantó una placa brillante fijada al suelo.

– Pues claro -musitó Boris para sí mismo- así es como pensaban hacerlo. Los gemineanos se dejaron unos cuantos, seguramente por las prisas. Pero… -se puso a levantar más placas del suelo- se llevaron la gran mayoría. Esto no va a salvar Armantia, aunque… ¡Acércate Berzas!

Olaf se agachó a su lado curioso por saber de qué se trataba, pero antes de darle tiempo a reaccionar, Boris sacó algo del hueco de la placa y golpeó con el objeto en el brazo bueno de Olaf. Este sintió un agudo pinchazo que le hizo apartarse rápidamente.

– ¿Qué has hecho? -le gritó al ver un pequeño punto de sangre en su brazo y sentir cómo se le entumecía.

– Escucha atentamente -le dijo Boris gesticulando nerviosamente-, lo que he hecho es por tu bien. Tienes que decirme exactamente lo que sientes, y si recuerdas algo nuevo. Es muy importante.

– Siento frío en el brazo -gimió Olaf aterrado.

– Sí, no te preocupes. Es normal. ¿Recuerdas algo nuevo? ¿Te sientes mareado? ¿Algo?

Olaf estaba concentrado en sus sentidos, aún con una mano donde sintió el pinchazo. Pero por lo demás estaba igual.

– No. Y el frío se va.

– Bueno, esperemos un poco, no tiene porqué actuar de inmediato.

– Pero… ¿Qué me has hecho?

– Te he inoculado lo que aquí se protegía. Hay hueco tras hueco en el suelo, pero tus invasores han vaciado todo y sólo dejaron tirados unos cinco inyectores. Sin embargo hay espacio para albergar miles, que aún así… se me antojan pocos. Debe haber otros lugares como este por aquí.

– ¿Más lugares como Diploma?

– Sí. ¿Recuerdas algo ahora?

– No…

– Entonces tal vez tu chica tuviera razón y se echara todo a perder. Esto tiene un aspecto bastante ruinoso -dijo mirando a su alrededor-, seguramente lo que te he inyectado perdió su eficacia, sea lo que fuere.

Boris se levantó dando un largo suspiro.

– ¿Pensáis hacer algo? -le dijo a Olaf.

– ¿Quiénes?

– Vosotros, hombre, los armantinos. ¿Os quedaréis aquí lamiéndoos las heridas de la invasión o tenéis algún plan?

– Un compañero hervinés ha ido junto a varios hombres a hacerse con la última nave invasora que parta de aquí.

Boris ladeó la cabeza, sorprendido.

– ¡Bien! -replicó aprobando la idea-. Os ayudaré.