4. Diploma

Dos guardias impidieron el paso en la verja exterior, por lo que el general se decidió a tomar la palabra.

– Soy Olaf Bersi, actual gobernador de Turín tras la reciente muerte de su Rey, y esta es Marla Enea, gobernadora de Hervine. Venimos a ver a Necrorius.

Ambos guardias se miraron, probablemente sorprendidos ante tales títulos, y dudando les rogaron que esperaran. Uno de ellos se marchó, regresando en su lugar otra persona que al verlos confirmó su entrada.

Una vez entraron, atravesando el intrincado jardín por un pequeño camino empedrado que les condujo justo a la puerta de la mansión, un criado se les acercó.

– Vienen cansados, veo. Mi señor se disponía a almorzar justamente ahora, y quiere que coman en su misma mesa, como corresponde a los señores.

– Será un placer -asintió Marla, diplomática.

Les guió al piso de arriba, donde, en un gran salón, se encontraba Necrorius Van Herberg de espaldas con una mano sobre otra, mirando más allá de las cristaleras, a través de las cuales se percibía una extensa llanura bañada por la luz radiante del mediodía.

El criado cerró la puerta, y Necrorius se dio la vuelta.

Era un anciano, pero conservaba buena parte de su pelo cano. Una mirada a la vez apacible y severa les escrutó, antes de animarles a sentarse.

– Espero que la comida sea de su agrado, la realeza no para muy a menudo por aquí -dijo al fin con voz cavernosa y un tono que daba a entender que así le gustaba que fuera, mientras tomaba asiento.

– No dudamos que lo será -replicó Olaf-. Y, aunque no es agradable la premura en la mesa, quisiera pediros un gran favor.

– Oh, ya sé por qué estáis aquí -dijo el anfitrión dando un sorbo de vino.

Marla y Olaf se lanzaron una disimulada mirada que Necrorius advirtió.

– Estoy algo al tanto de lo que ocurre por Turín, señores. Y en esas circunstancias, que el hijo de Harald Bersi y la depositaria de la confianza de Ellen Lynn, discípula de Boris de Alix, se encuentren aquí en este preciso instante para pedirme un gran favor no apunta a algo de poca monta. Mas, antes de hablar de vuestro favor, os rogaría información de primera mano sobre la evolución de esa invasión que estamos sufriendo.

Olaf le contó todo lo que vivieron hasta escapar de Turín, omitiendo a Miguel Hamilton y la petición de los invasores. El anciano se limitaba a asentir con la cabeza.

– De mal en peor, ya veo… y ahora naturalmente venís a por algo que creéis que os puede ayudar.

– En realidad tan sólo queremos permiso para dirigirnos a un determinado punto de vuestras tierras, está en zona no habitada, no debería molestaros…

– ¿Te inició tu padre en la condición de vigilante, Olaf?

La pregunta fue tan directa y cortante que Olaf tartamudeó levemente antes de poder responder.

– Él me contó… pero… murió antes de que pudiera…

– Entonces no te puedo ayudar -sentenció dando otro sorbo de vino.

– ¿De qué conociste a mi padre? -dijo Olaf perdiendo el tono oficial.

Necrorius sonrió.

– Como último vigilante jefe que queda, conocí la identidad de muchos de ellos. Él no me conoció a mí, no obstante. Los que quedaban guardaban el secreto de un lugar, pero yo guardo el lugar. Soy de la estirpe de los vigilantes guardianes. El más importante de ellos.

– Si sabe usted de nuestra urgencia, ¿por qué no nos deja…?

Necrorius suspiró, y Olaf se interrumpió.

– No puedo decir que sepa exactamente lo que es Diploma -admitió Necrorius alzando las manos teatralmente. Fue liberador para todos oír al fin la palabra-, sólo el lugar en el que está, y por eso no puedo confiarlo sin más. Tú ya debes saber hasta qué punto guardaba tu padre el secreto. Lleva siendo tal cosa cientos de años. Por algo será, ¿no crees?

Esta vez intervino Marla.

– No sé si es consciente…

– Marla… -interrumpió Olaf al haberla advertido de que sólo él trataría con Necrorius.

– No sé -repitió ella con fuerza mirando al anfitrión, haciendo callar a Olaf-, si es usted consciente de la situación. Quizá deba conocer algunos detalles adicionales. Primero, los invasores buscan Diploma, y arrasarán Armantia hasta encontrar el maldito lugar. El asedio en Turín ya debe haber terminado, y en breve comenzarán por Debrán y Los Feudos.

Necrorius se quedó perplejo.

– Y segundo -continuó ella-, la situación de Diploma la conocemos porque alguien infiltró entre los invasores a un individuo con el encargo de darnos el mapa de su situación exacta. Y el individuo no era de por aquí, si usted me entiende. Mire… no queremos llegar a Diploma por capricho, es una cuestión de ellos o nosotros; ¿y si Diploma tuviera respuestas e incluso soluciones a nuestra situación? Si no fuera así, la línea de vigilantes morirá como moriremos todos, y no por ello dejarán de hacerse con Diploma.

El anfitrión se quedó en silencio, con la mirada perdida en la mesa.

– He perdido el apetito -anunció.

Tras ella recibir una recriminadora mirada de Olaf, Necrorius se levantó, y ellos le imitaron.

– Mis criados les acompañarán a la salida -dijo señalando en dirección a la misma-. Está oscureciendo, los guardias que tengo allí sin duda deben estar haciendo el relevo. Buenas tardes, y que tengan ustedes suerte.

– Usted también -respondieron ambos.

En cuanto atravesaron la puerta, Olaf la regañó.

– Lo has echado todo a perder, te dije…

– Nos ha dejado ir allí, Olaf. Y de forma muy descarada.

– ¿Cómo has dicho?

– Ahora los guardias que vigilan Diploma están de relevo, ya le has oído. ¡Vamos!

Mapa en mano, se dirigieron al lugar en el que estaría lo que fuera Diploma.

– Siento no haberte hecho caso con Necrorius, pero como ves dio resultado -dijo Marla preocupada por lo callado que estuvo Olaf desde que partieron.

El general siguió apartando las ramas que molestaban su avance por la frondosa foresta que se interponía entre ellos y su destino, sin responder.

– No estás enfadado por eso -concluyó ella.

– No estoy enfadado.

– Pues lo pareces -dijo Marla irritada con el tono que solía usar cuando sabía que Olaf escondía algo. Lo detestaba.

Tras detenerse, Olaf se volvió, apoyándose con el brazo en un árbol.

– Marla… no sé si te has percatado de que Turín, mi patria, mi pueblo, mi hogar, mi cuna… está siendo arrasada y exterminada mientras hablamos -retomó el andar-. Y yo me he ido dejándoles a su suerte. No esperes que me comporte como un animado compañero de excursión.

Casi se le cae el mundo encima.

Bruta y mil veces bruta. Cómo se te pudo escapar, él lleva toda su vida aquí. Siempre pensando en ti…

Pudo devolverle a su rostro el atisbo de una sonrisa tras deshacerse en disculpas. Sin embargo sus sentimientos se fueron enterrando a medida que se acercaban a Diploma, para dar paso a la excitación ante lo desconocido.

– Como conocedor de la tradición vigilante… ¿Qué esperas encontrar allí? -dijo Marla.

– No lo sé. ¿Y tú?

– Por la leyenda que te contó tu padre, sólo sé que tiene que ser algo muy revelador.

Tras varias horas de trayecto, llegaron al punto indicado en el mapa. Un túnel de piedra atravesaba la rocosa pared.

– Parece que es aquí -dijo ella.

– No sé, sólo veo una caverna…

– Mira -replicó Marla señalando al pie de la puerta.

Muchas pisadas les rodeaban, pero ninguna iba más allá de la entrada.

– Cierto, deben ser de los guardias.

Ambos se miraron, unieron sus manos y, tras respirar hondo, se adentraron en el túnel.

Al poco tiempo la luz fue cediendo en la caverna, cuyo suelo, más bien arenoso, fue endureciéndose hasta el punto en que Marla se vio obligada a detenerse.

– Espera -dijo ella.

Se agachó y fue apartando arena con las manos, mas no tuvo que cavar muy hondo para sentir el frío tacto del metal.

– Desde luego -dijo eufórica-, vamos por el buen camino, sigamos…

Para su sorpresa la caverna dio a otro claro, un pequeño espacio inaccesible más que desde aquella salida a un área completamente rodeada de roca. Al frente, dos columnas de piedra en estado ruinoso guardaban un túnel metálico bañado con una extraña luz azul.

Definitivamente artificial.

– Prometedor, sí señor… -dijo Marla.

Avanzaron por el nuevo túnel con mayor rapidez y seguridad, hasta divisar una pared igualmente metálica al final, donde temieron un callejón sin salida, mas llegando se llevaron un susto de muerte cuando todo se encendió de golpe. La luz azul se convirtió en un cegador brillo blanco de origen incierto; Marla reparó en que la iluminación era totalmente difusa, ambiental. No fue capaz de vislumbrar sombra alguna.

De procedencia igualmente desconocida, se oyó una voz muy grave, extraña y potente.

– Contraseña.

Ambos permanecieron callados un rato mirando a su alrededor, aún confusos, para luego exasperarse por no haber sabido nada de ninguna contraseña.

– Necrorius no nos dijo nada, él tenía que conocerla… – empezó a quejarse Olaf.

– Más bajo…déjame esto a mí -susurró ella, para volver a levantar la voz-. No sabemos la contraseña.

Olaf la miró incapaz de creer lo que había dicho.

– ¡Sin contraseña no se puede estar aquí -bramó la voz haciendo temblar al túnel-, salid ahora mismo, y como digáis que habéis estado aquí, os daré caza y moriréis vosotros y los que os han visto!

Una gran corriente de aire les sorprendió, haciendo que entrecerraran los ojos, a lo que se sumó un ruido espantoso que parecía un grito y el parpadeo de las luces. Olaf tiraba con fuerza de Marla intentando huir, aterrado, pero ella no se amilanó.

– ¡No me amenaces con tus trucos baratos, vengo de otro universo!

Grito y aire desaparecieron, y la luz se volvió estable. Fue entonces cuando realmente notó los temblores de pánico de Olaf.

– Parla -dijo otra voz totalmente distinta, una especie de susurro aquejado considerablemente más lejano.

– Estamos aquí porque una fuerza invasora desconocida está eliminando la población de Armantia, y según ellos mismos, quieren Diploma. No sabemos si aquí se esconde algo que pueda ayudarnos a evitar la amenaza, pero consideramos conveniente entrar antes que ellos. No daré más detalles hasta estar dentro -dijo ella, firme.

– ¿Probar lo parla que puede?

– No -replicó volviéndose hacia Olaf con el ceño fruncido por la extraña forma de hablar del anónimo interlocutor-, pero tenemos la bendición de Necrorius Van Herberg, el único vigilante que queda con vida. El padre de mi compañero también fue vigilante. Yo llegué hace poco de la misma manera que vosotros, y sabemos por qué se creó este lugar.

– Entra usted solamente pues.

– No entraré sin él.

– No entra pues.

Olaf se volvió hacia ella.

– Marla… mejor entra tú. No me creo preparado para ver lo que hay dentro. Tú lo encajarás mejor.

Ella asintió, y cuando Olaf la fue a besar, Marla le selló los labios con la mano.

– No, nada de despedidas. Volveré enseguida, no te muevas de aquí -se volvió hacia el muro de metal, y alzó la voz-. ¡Estoy lista!

Para su sorpresa, la pared no se abrió, sino que se desvaneció, y una vez dentro reapareció a sus espaldas. El túnel continuó durante varias decenas de metros en las que el aire se volvió progresivamente más caliente y hediondo, y se llegó a plantear si debía continuar.

Pero a tiempo apareció algo reconocible: una escalera del mismo metal que bajaba hasta una profunda negrura. Tras cuatro escalones, de nuevo se encendió progresivamente una luz difusa cuyo origen ignoraba.

Y entonces lo vio todo.

La sala era cúbica, de unos treinta metros de diámetro a simple vista. Cargaba mucha suciedad, óxido y algo verdiblanco en algunos sitios concretos, tal vez moho. Una compleja trama de cables iba desde el punto central del techo al suelo, finalizando en varias cápsulas verticales que sostenían cuerpos extraños, figuras envueltas en la maraña de cables que se estremecían al unísono.

– Llegó como nosotros usted dice -dijo aquel familiar susurro quejicoso.

Marla, con la mano en la nariz por el terrible hedor, miró hacia su derecha y se encontró a una de esas figuras dirigirse acercándose en una pequeña base motorizada negra que recordaba vagamente a una silla de ruedas, y que avanzaba defectuosamente, con leves parones. No pudo distinguir

dónde terminaba la base y dónde comenzaba el tronco de aquella criatura, de piel pálida y enormemente arrugada, con terribles manchas de melanina. Tampoco distinguió brazos, pero el rostro era… parecía el de un simio sin pelo, completamente arrugado y cuya caída y desdentada boca babeaba. Aunque los ojos… sí, los ojos eran humanos.

– ¿Qué… eres tú? -preguntó ella con visible repugnancia.

– Uno que los de crearon sitio este. Lamento mi parlar forma rara, tiempo no idioma hablo este. Mucho.

– Pero… -dijo ella mirando el resto de cuerpos que albergaban las cápsulas mientras se estremecían- ¿Qué os ha pasado?

– Tiempo mucho… plan nuestro conservación perfecto, pero hongo un desconocido… consumiéndonos siglos.

– ¿Qué les ocurre? -dijo señalando los temblorosos cuerpos de las cápsulas.

– Luz molesta probable.

– ¿Y por qué están ahí?

– Exoesqueleto hongo diluye, no movimiento más individual, inmóviles terminar así. Mío resistencia más, afección pero igual progresiva. Último autónomo. Tiempo poco quédame.

No puede ser. No puede ser…

– Dime… ¿Qué hay aquí? ¿Para qué creasteis este lugar?

– Supervivientes recompensa conocimientos festín, cuando vigilantes por civilización preparado considera. Eso por Diploma llamarse. Quedamos para nosotros aquí saliera para que todo bien, y no humanidad fabricar en el dañina futuro tecnología. Hongo pero todo siéntolo ruina. Ruina. Siéntolo.

Mucho.

Ella aspiró profundamente en el intento de contener tanto su ira como las ganas de vomitar.

– Escucha… escucha atentamente… un número ingente de hombres armados con rifles… sí, rifles, debe sonarte, viene hacia aquí buscando algo. Sea lo que fuere, ahora sé que no lo van a encontrar. Pero van a destruir a todo vuestro pequeño caldo de cultivo armantino y no quedará nadie con vida, ¿entiendes? Así que dime… ¿Hay algo aquí que pueda ayudarnos?

– Siéntolo.

Apretando los puños miró a su alrededor. Las figuras suspendidas en las cápsulas ya no se estremecían.

– Esto… esto es… un fraude… ¡Esto no puede ser Diploma! ¿Para qué guardarlo en secreto tantos cientos de años? ¿Dónde quedó la tecnología, donde están todos los que vinieron y diseñaron Armantia?

– Siéntolo.

La ira le ganó la batalla, y se dirigió a la salida sin decir nada más.

– ¡Señora!

Eso la detuvo, volviéndose con el rostro contraído de desesperación.

– Por desconexión favor. Somos necesidad no ya. Hongo dolor. Manual sólo desconexión. Por favor. Ayuda.

Aguantando las lágrimas, continuó su camino.

– ¡Señora, señora!

Tras andar por el túnel se topó con el muro de metal, pero no paró; confiando en su instinto continuó caminando y lo atravesó. Sólo era una ilusión. Allí seguía Olaf, quien la miraba, expectante. Intentó decirle algo, consiguiendo únicamente llorar abiertamente y abrazarle con fuerza.

– ¡Estamos perdidos! Perdidos…

– ¿Pero qué ha ocurrido? ¿Qué has visto?

– Fue todo un fraude. No tenemos ayuda, Olaf. Tampoco ellos van a encontrar lo que buscan…

– Desde luego, no lo harán si puedo evitarlo.

Él se dispuso a añadir que se calmara, pero fue suficiente seguir abrazándola.

– Salgamos de aquí, necesitas que te de el aire -murmuró el general finalmente, estrechándole el brazo.

Una voz les sorprendió mientras recorrían la caverna.

– ¡…Marla!

La voz salía de su anillo.

– Sí, Enea.

– Llevo varios minutos intentando conectar, me tenías muy preocupada…

– Debe ser por haberme adentrado en un túnel. Ya sé qué es Diploma, Enea.

Y le contó todo lo ocurrido. Sin embargo, ella no se inmutó. Sus preocupaciones diferían.

– De acuerdo, ya se nos ocurrirá algo. Ahora tenéis que retroceder, aquí estamos intentando armar una defensa. El rumor corrió a Debrán, y están empezando a llegar refugiados a mansalva, también nos llegan armas de Dulice, sin duda la última defensa será aquí, en Hervine. ¡Debéis venir! Este es el único sitio seguro que queda.

– Eso haremos. Mantendré el contacto.

– Hasta que lleguéis.

Siguieron su camino, encontrándose con algo que no esperaban a la salida. Una fila de soldados invasores se aproximaba a lo lejos, y un golpe seco a su derecha, plac, captó la atención de Marla. Era Olaf.

Había recibido un disparo y yacía en el suelo.

Ella gritó, agachándose para verlo de cerca; el general gemía apretando los dientes con una mano agarrada a su hombro izquierdo, pero consiguió reunir fuerzas para levantarse mientras aullaba de dolor. Marla le dijo que corriera, que sería mejor que huyeran por separado.

– ¡No! -gritó Olaf dolorido.

– Son muchos y nos tienen en bandeja, será mejor que nos dividamos… ¡maldito seas Olaf, no tenemos tiempo para esto!

Él no se movió, sus ojos tristes.

– Van a por ti…

– ¿Qué?

– En el papel… también dijeron que te querían a ti… así que no puedo dejarte…

Ella calló, paralizada, pero otro disparo la devolvió a la realidad.

– ¡Mírate! ¡No puedes protegerme! Sabes que me puedo cuidar sola, ¡ahora corre! ¡Si sólo vienen a por mí podrás escapar!

Los cercanos impactos la obligaron a huir en la otra dirección.

Mientras se reincorporaba en el follaje percibió sin embargo que el fuego iba dirigido a Olaf y no a ella. Con lágrimas en los ojos deseó que pudiera escapar, aunque sabía que si iban tras él, en el estado en el que lo dejó no tendría nada que hacer.

Nunca antes corrió tan rápido por su vida, mientras las palabras del general resonaban en su mente.

Van a por ti…

Se topó con un invasor que la apuntaba; agachándose bruscamente corrió como pudo en otra dirección, pero se encontró a otro justo delante. Pronto se dio cuenta de que estaba rodeada.

Su suerte estaba echada. Decidió detenerse y, lentamente, incorporarse alzando ambas manos, contemplando con el corazón en un puño a los distintos soldados que tenía alrededor, quienes se acercaban poco a poco, apuntándola.

El que parecía el jefe, alzó la mano y gritó.