EL PANTEÓN AZTECA
Resulta paradójico que entre los mexicas la partícula Téotl se refiera a dios como paternidad y firmeza, mientras que en el mundo griego sea tan parecido lingüísticamente a Theos, que significa brillar o resplandecer. Es el doctor León Portilla, una de las máximas autoridades en el estudio de las religiones del mundo mexica, quien nos deja entrever este aspecto de la lingüística. Nuevamente debemos hacer referencia al hecho de que los dioses que llegaron al pueblo mexica ya tenían, en su mayoría, una larga tradición en torno a su culto y creencia, desde los olmecas hasta, por supuesto, los toltecas. Prácticamente dentro del panteón mexica son muy pocos los dioses que podemos justificar como de creación propiamente mexica.
En el mundo mesoamericano, como ya vimos, no podemos hablar de dioses totalmente buenos ni malos, como sucede en el mundo clásico. Por el contrario, y como ya vimos, las ausencias universales están impregnadas en cada uno de estos personajes. Debemos decir que los dioses mexicas tenían las siguientes características:
Ocupaban todos los espacios del universo, y residían en todas las cosas como cargas divinas. Presentaban una materia ligera, que los convertía en seres imperceptibles, y solo con una serie de técnicas especiales era posible acceder a ellos. Eran inmortales, lo que implica no aniquilación y transformación.
Pero una de sus características más singulares era que algunos dioses podían fundirse con otros para crear uno solo, y a su vez cada uno podía separar sus atributos para mostrar distintas individualidades divinas. Es lo que López Austin ha identificado como la fusión y fisión de dioses, muchas veces mostrada en la misma iconografía de algunas piezas y en las representaciones en códices.
De esta manera, la dinámica de esta geometría cósmica está también presente en los dioses mexicas. Así, otra de las funciones que los mesoamericanos atribuían a los dioses era la creación de seres humanos a partir de su propia sustancia. Esta proporciona las características a los grupos creados, guía a los hombres a la tierra prometida, toma posesión de los seres humanos y actúa con ellos.
Esta es la versión que dan algunos de los cronistas españoles al hablar del panteón mexica:
No había duda de los ídolos de México, por haber hecho muchos templos y muchas capillas en las casas de cada vecino, aunque los nombres de los dioses no eran tantos; mas, sin embargo, afirman pasar de dos mil dioses y cada uno tenía su propio nombre, oficio y señal. (Francisco López de Gomara, Historia de las Indias y de la conquista de México)
Tres dioses principales del panteón mexica fueron pintados en este documento en su mitad superior. A la derecha Tláloc pintado de color negro. Al centro probablemente el dios de los muertos Mictlantecuhtli y a la izquierda Tlahuizcalpantechutli “el señor de la casa del alba”. Tonalámatl de los pochetcas, fol. 25.
Existe una deidad que ha causado gran polémica y confusión entre los investigadores, y es que aúna las sustancias divinas de los opuestos ya mencionados, pues este dios está compuesto por sustancias tanto femeninas como masculinas, de manera que de esta unión de sustancias opuestas y complementarias se crean los demás dioses. Nos referimos a Ometéotl, que significa “Dios dos”. De este dios supremo se derivan las demás parejas de dioses, tanto masculinos como femeninos, cuyas características están presentes tanto en sus atavíos y poderes como en su personalidad propia.
Dentro de la jerarquía del panteón mesoamericano reconocemos varios tipos de dioses. De acuerdo con López Austin, como era de esperar, el ámbito de lo frío, lo terrestre y lo lunar estaba presidido en su mayoría por deidades femeninas, como son Tlazoltétol, Toci, Cihuacóatl, junto con el dios Tláloc, dios de la lluvia; mientras que los dioses masculinos como Xiutecuhtli y Huitzilopochtli presidían el nivel contrario, solar y celeste.
Un ejemplo de este tipo de dioses también lo encontramos en los llamados dioses patronos, que como ya vimos crean, protegen y brindan las características a grupos de humanos específicos. En este caso, el dios patrono de los barrios mexicas o calpullis era Calpultéotl. La profesión de cada uno de los barrios era designada por las características de los dioses del calpulli. Sabemos, por ejemplo, que en el barrio de los pochetcas o comerciantes el dios Yacatecihtli, “señor de la nariz”, fungía finalmente como su deidad patrona.
En escalas mayores, la mayoría de los dioses que vemos en el panteón mexica fueron adoptados, ya fuera de su pasado o de las sociedades contemporáneas con quienes les tocó vivir. Otros tantos, los menos, fueron realmente inventados por los mexicas.
Dentro de los dioses masculinos ubicados en el panteón azteca se encuentran por antonomasia su dios patrono, representante de la guerra y por tanto un oficio que brindaría a su pueblo, vinculado con el águila y con el sol. Nos referimos a Huiztilopochtli, deidad que hasta antes de la migración mexica realmente no había sido concebida por ningún pueblo mesoamericano. Resalta el hecho de que dentro de la escultura mexica no exista una representación clara de este dios, pese a que algunos investigadores deseen encontrar su representación en las imágenes de monumentos como el Teocalli de la Guerra Sagrada, expuesto en la sala mexica del Museo Nacional de Antropología. Esto se explica también porque su imagen estaba elaborada con una semilla muy popular en México, conocida como amaranto, con la cual actualmente se elabora un dulce típico mexicano llamado alegría. Este Huitzilopochtli de amaranto, al que algunos se refieren simplemente como una serie de “bledos”, se colocaba dentro del recinto dedicado a esta deidad en el Templo Mayor y se pegaba con la sangre de los sacrificados para que, una vez terminadas las ceremonias, algunos sacerdotes terminaran por comérsela, eliminando de esta forma todo tipo de evidencia arqueológica. Dentro de la quinta temporada de exploración del Proyecto (anexo) Templo Mayor tuvimos la opción de hacer algunas excavaciones dentro de la etapa II del recinto de Huitzilopochtli, por dentro de una banqueta con el fin, entre otras cosas, de obtener datos a este respecto y debo aclarar al lector que realmente poco fue lo que encontramos en esta ocasión.
Prácticamente igual de importante, y compartiendo con Huitzilopochtli la capilla principal del Templo Mayor, se encontraba Tláloc, dios de la lluvia identificado por sus anteojeras formado por dos culebras de agua que se entrelazan y forman los ojos y la nariz de esta deidad, y al abrir sus fauces forman la boca del personaje. Tláloc, quizá uno de los dioses más famosos de toda Mesoamérica, fertiliza la tierra para que de ella surja el preciado alimento, el maíz, y es quizá por esta razón por la que el Templo principal de los mexicas ha sido relacionado con dos de las más importantes actividades que regían la economía mexica: por un lado la guerra y el tributo vislumbrado por Huitzilopochtli, y por otro la agricultura, representado por Tláloc. Estas interpretaciones han sido originalmente expuestas por el maestro Eduardo Matso.
Sin embargo, a diferencia de Huitzilopochtli, Tláloc no es propiamente una invención mexica, pues bien sabemos que ya desde el Preclásico se le adoraba en otras sociedades mesoamericanas, aunque debido a su gran importancia agrícola siempre fue motivo de culto en prácticamente todas las culturas mesoamericanas, con sus respectivas representaciones locales y nombres.
Con el paso del tiempo, también se fueron produciendo modificaciones en la representación del dios. Por ejemplo, en Teotihuacan aparece representado como dios benefactor; en su región principal, el Tlaolcan, aparece arrojando semillas de maíz, y a partir del Epiclásico y entrado sobre todo el horizonte Posclásico, no solamente Tláloc sino todos los dioses empiezan a adoptar un carácter netamente belicista, pues ya no solamente aparecen como benefactores de la humanidad, sino también como dioses guerreros, y esto se ve acentuado en las representaciones que tenemos de ellos en Tula y, por supuesto, en México Tenochtitlan. Uno de los principales atributos que proporcionan a estos dioses su carácter militar es que están constantemente sujetando entre sus atributos un chimalli o escudo.
Ya hemos mencionado a otros como Yacatechutli, dios de los comerciantes, que entre otras cosas se representa sujetando un gran bastón; Tonahtiú Xiuhtcutli, deidad solar representada en el centro de la Piedra del Sol; Tlaltecuhtli, deidad terrestre que se encargaba entre otras cosas de devorar los cuerpos de los muertos y de la cual se ha recuperado en las recientes exploraciones del Templo Mayor la más grande escultura antes vista; Mictlantecuhtli, amo y señor del mundo de los muertos, fácilmente identificable por estar prácticamente descarnado, con el rostro cadavérico y muchas veces también representado con los cabellos enmarañados o Xochipilli, dios de la música y la danza, caracterizado por estar tatuado con una serie de flores en su cuerpo.
Tezcatlipoca, vinculado al mundo de la oscuridad y representado por el jaguar, fue otra de las principales deidades a las que rindieron culto los mexicas. Su principal atributo era precisamente tener una pierna amputada y, en su lugar, tener un espejo humeante. Sobre los alimentos, los mexicas contaban con dioses como Cintéotl, “el dios del maíz”.
Existe un tipo de deidades heredadas de los antepasados o bien adoptadas de otras regiones de Mesoamérica. Una de estas deidades ha tenido una trascendencia sin parangón en la historia mesoamericana; nos referimos a Quetzalcóatl, la famosa “Serpiente emplumada” que además de contar con una larga tradición de culto también tiene un fuerte trasfondo político y cultural, sobre todo en las sociedades del altiplano central. Ya hemos visto cómo, desde el Posclásico tardío e incluso desde el Epiclásico, se produjo un auge al culto de la serpiente emplumada en sitios como Xochicalco, y sobre todo en Tula, bajo su gobernante y sacerdote Quetzalcóatl, que tiene sus principales antecedentes en Teotihuacan. Mucha de la ideología militarista que comenzaba a imperar en estos periodos previos a la época mexica se encontraba relacionada con el culto a la serpiente emplumada, llevando de esta forma un nuevo orden político y religioso en donde sus gobernantes se hacían llamar Quetzalcóatl en el altiplano central; Kukulkan, en la zona maya; Kucumatz, en Guatemala. Finalmente, entre los mexicas fue adoptado bajo una de sus más interesantes advocaciones como el dios del viento, es decir como Ehécatl-Quezalcóatl, cuyo templo principal de forma circular se encontraba en el centro de la gran ciudad de Tenochtitlan, enfrente del Templo Mayor.
El dios Tezcatlipoca, señor de la oscuridad. Códice Florentino, Lib. I, f. 10r
Otro dios que los mexicas adoptaron de su pasado inmediato fue el dios viejo del fuego, Huehuetétotl, que tenía su principal antecedente en el Preclásico superior, con culto en sitios como Cuicuilco, y que pasó después por Teotihuacan y la costa del Golfo hasta terminar por adaptarse a la versión mexica. Se trata de un personaje de edad avanzada; es un dios viejo, que se caracteriza por estar sentado y sostener en su espalda un gran recipiente que representaría un volcán, por lo menos esta es la acepción más generalizada que se dio desde el Preclásico.
Entre los dioses que fueron adoptados de las regiones vecinas se encuentra Xipe Totec, “nuestro señor descarnado”, que deriva de las regiones de la costa del Golfo y que estaba relacionado con los cambios de estación y, en cierta manera, con la fertilidad de la tierra y al cual, como veremos más adelante, se honraba con macabros rituales de desollamiento de víctimas sacrificadas; por ello se le conoce como “nuestro señor el descarnado”, precisamente identificado por ser un personaje que lleva colocada la piel de un sacrificado.
De las regiones chichimecas fue adoptado el afamado dios cazador, Mixcóatl, “Serpiente de Nubes”, que se caracteriza por el uso del arco y la flecha.
De entre las deidades femeninas, dos de las más importantes están vinculadas al famoso mito en el cual las estrellas y la Luna son vencidas por el dios tutelar mexica Huitzilopochtli. En este caso, la diosa tierra, que alimenta a hombres y dioses, es representada como la de las faldas de serpiente, la diosa Coatlicue, representante de la tierra y su fertilidad. Esta diosa ha sido magistralmente consagrada por su afamada representación en piedra ubicada en las colecciones del Museo Nacional y por sus intrincadas representaciones en diversos códices como el Florentino, y está caracterizada sobre todo por su falda elaborada de serpientes.
Otra protagonista de esta historia ya antes narrada es la diosa Coyolxauqui, “la de los cascabeles en el rostro”, que como sabemos fue arrojada del cerro de Coatepec por el enfrentamiento con Huitzilopochtli, y de la cual existen diversas representaciones en piedra y hasta contamos con la extraordinaria versión en piedra verde del Museo Peabody en los Estados Unidos. Esta diosa, como sabemos, es la representante de la Luna, de lo femenino y lo frío, todo lo contrario de Huitzilopochtli. Nuevamente encontramos esta incansable lucha de opuesto, esta era la vida de los mexicas.
La pareja por antonomasia del Señor de los muertos fue Mictecacihuatl, también representada como un personaje femenino en estado de putrefacción y con el rostro cadavérico, descarnado y con algunos rosetones de papel plisado en su tocado, característico de este tipo de dioses de la muerte.
Pero no todas las deidades femeninas estaban vinculadas a la oscuridad, también se cuenta con dioses que se relacionan mucho con la fertilidad del la tierra, la alimentación y las aguas, tal es el caso de diosas como Chalchitutlicue, la de las faldas de jade, que es la representante de los lagos y los ríos; Xilonen, representativa diosa del maíz.
De esta forma, las deidades mexicas, como verán, son múltiples y cumplen variadas funciones, que finalmente se entrelazan unas con otras. Los ritos y las ceremonias que se les dedicaban cada día y mes del año están registradas perfectamente en los calendarios. La actividad eclesiástica en México Tenochtitlan era bastante dinámica, y mucho de ello ha sido reconstruido a través, por un lado, de las crónicas españolas, y por el otro, de los innumerables contextos de ofrenda que han podido recuperarse en el Templo Mayor en la Ciudad de México.