SEÑALES FUNESTAS
De 1502 a 1517, la vida en Tenochtitlan corría con tranquilidad, y el señor Moctezuma pudo disfrutar de sus jardines palaciegos hasta que una serie de rumores atrajeron su atención, que poco a poco fue convirtiéndose en una obsesión.
Esta obsesión se inició con una serie de acontecimientos fuera de lo común. Algo estaba a punto de acontecer, y el señor de Tenochtitlan tenía que tomar las riendas del problema que se avecinaba.
Nuevamente, como en los tiempos de la migración, la historia y el mito se entremezclan para dar cabida a una serie de acontecimientos que reclamaron inmediatamente la atención del gran Moctezuma. Estos acontecimientos, que inicialmente eran percibidos por el pueblo, después fueron hechos propios del tlatoani.
En una ocasión, el cielo se había llenado de color rojo. Una especie de rayo de fuego había sur cado los cielos de la ciudad de Tenochtitlan. Decían que el rayo había pinchado el cielo, y por eso este se teñía de rojo.
El pueblo estaba tranquilo cuando alguien, a lo lejos, comenzó a gritar: “¡Mexicanos, venid deprisa: se apagará, traed vuestros cántaros!” El templo Mayor de Tenochtitlan estaba ardiendo por causas sobrenaturales. Cuanta más agua le echaban, más ardía el templo principal de los mexicas.
El templo de Xihutecutli había recibido un fuerte rayo que solamente había destellado en los patios de la ciudad, pero sin que se hubiera escuchado trueno alguno.
Las mujeres se encontraban cocinando dentro de sus casas. Uno de los jóvenes telpochtlis corrió para avisar a su madre de que el agua de los lagos estaba inundando su casa. Por el otro lado, otro joven advertía de que había visto cómo el agua del lago estaba hirviendo, se había salido de su cauce y había inundado algunas casas.
Parecía que, poco a poco, todo comenzaba a volver a la normalidad en Tenochtitlan. La gente no sabía qué había pasado, y Moctezuma se mostraba cada vez más preocupado. Todos los días, alguien llegaba para contarle sucesos extraños y solicitaban la ayuda del estado mexica. Hasta los guerreros se encontraban un poco asustados; sin embargo, esa noche Tenochtitlan había dormido tranquilo, o quizá eso pensaban, pues cerca de las casas se escuchó un quejido espeluznante: una mujer, llorando, gritaba por las calles: “¡Hijitos míos, pues ya tenemos que irnos lejos! ¡Hijitos! ¿adónde os llevaré?”. Era una mujer que lloraba por sus hijos. Hay quien piensa que este es uno de los antecedentes del famoso personaje de las tinieblas de época colonial en la Ciudad de México al que se denominó La Llorona, aunque realmente tiene otros fundamentos también prehispánicos de época mexica, que después conoceremos. Este fue otro de los presagios funestos que se vivieron en Tenochtitlan.
Los presagios ya no solo llegaron a oídos de Moctezuma, sino que él mismo llegó a presenciar algunos de ellos. En una ocasión, unos pescadores creyeron capturar en el lago una especie de grulla entre sus redes. Por lo extraño que parecía, consideraron pertinente mostrársela a Moctezuma en la casa de lo Negro, la casa de estudios mágicos, para que diera su opinión. Lo que les parecía más extraño era que ese pájaro tuviera una especie de objeto circular brillante en su mollera, como si fuera un espejo. Cuando Moctezuma revisó la mollera de este pájaro cenizo, de pronto una visión se reflejó en el “espejo”: eran las estrellas. Se podía observar el cielo desde el espejo. Moctezuma, perplejo, no creía lo que estaba viendo, y apartó la vista. Cuando volvió a mirar, la visión había cambiado; se veía a una serie de personas que corrían y que se trasladaban como en una especie de ciervos que estaban dispuestos para hacer la guerra. Cuando Moctezuma pidió a sus sabios que vieran lo que él veía y explicaran el hecho, ya nada se veía.
Otras veces, la gente del pueblo capturaba seres extraños, hombres con dos cabezas que llevaban ante Moctezuma para obtener una explicación, y cuando esto sucedía, antes de que el Huey Tlatoani los viese, desparecían.
Todo esto es lo que las fuentes indican que comenzó a suceder diez años antes de la llegada de los forasteros europeos.
En el año 1517, Francisco Hernández de Córdoba había zarpado desde Cuba a tierras mesoamericanas, hasta la costa de Yucatán. En ella se había enfrentado a las huestes mayas en Potochtan. Estas son algunas de las primeras palabras de los conquistadores españoles acerca de los indígenas: “Vinieron por la costa muchos escuadrones de indios del pueblo de Potonchan, que así se dice, con sus armas de algodón que les daba a la rodilla y arcos y flechas, y lanzas y rodelas, y espadas que parecen de a dos manos, y hondas y piedras, y con sus penachos, de los que ellos suelen usar...”. (Bernal Díaz del Castillo.) Muy seguramente, esta noticia llegó a oídos del señor de Tenochtitlan.
Un año después, la expedición de Juan de Grijalva llegaría a las costas de Veracruz, y alguno de los vasallos del gran Moctezuma, un macehual de la tierra de Mictlancuahiutla muy escondido entre las malezas de la selva, observaba atónito con sus ojos un gran cerro que flotaba en el mar de un lado a otro y que no llegaba a las costas.
La serie de señales funestas habían hecho que Moctezuma se pusiera un poco nervioso, y los acontecimientos que de oídas le llegaban sobre la llegada de una serie de extraños en las costas de su imperio le daba dolor de cabeza. ¿Qué era lo que estaba pasando? ¿Qué era lo que el destino y los dioses le habían preparado a este señor mexica? ¿Era acaso que finalmente Quetzalcóatl había vuelto?
Recordemos esta historia:
Hace muchos años, en tiempos toltecas, el gran sacerdote Quetzalcóatl se había consagrado en cuerpo y alma a enaltecer la capital de los señores toltecas. Pero por una serie de estratagemas, los sacerdotes de Tezcatlipoca hicieron que Quetzalcóatl partiera hacia el oriente, prometiendo regresar en una fecha que extrañamente coincidía con la llegada de estos forasteros.
Por esta serie de coincidencias, el gran Moctezuma convocó a sus magos y sabios para que le explicaran todo lo que estaba aconteciendo, pero nadie pudo dar una explicación concreta. De pronto, un joven macehual aparece agitado y cansado entre la multitud, y grita: “¡Señor y rey nuestro, perdóname mi atrevimiento! Llegué a las orillas de la mar grande y vi un cerro que se movía entre las aguas de la costa, y sobre él una serie de individuos posados sobre unos grandes ciervos. Tienen sus carnes blancas, más que las nuestras, y llevan las barbas y el cabello que hasta las orejas les da”. Se dice que este hombre, este macehual no tenía orejas, y los dedos de sus pies estaban cortados.
Enseguida, con una gran angustia, Moctezuma hizo llamar a una serie de sacerdotes y artistas para que fabricaran una serie de joyas, ornamentos, objetos de piedra, oro y plumería, de las aves más supremas que se tenían en Tenochtitlan, seguramente traídas de la zona maya por medio del tributo.
Así, ordenó a uno de sus principales mayordomos que diera al grupo de mensajeros (que iría a las costas a supervisar la llegada de los extraños) una serie de cargas con presentes, mantas, alimentos y diversas riquezas de las cortes mexicas para que las entregasen a los forasteros. ¿Qué es lo que esperaba en las costas a estos mensajeros de Moctezuma?