COSMOVISIÓN
Como en todas las culturas de la humanidad existe una explicación del orden de todas las cosas, y ese orden generalmente parte de los aspectos más generales derivados de un ordenamiento universal, generalmente establecido. Así lo hacen ver dichas civilizaciones, a través de las manos de los dioses. En este caso, el universo mesoamericano estaba sustentado por un equilibrio bastante simétrico, en el cual todas las cosas tanto divinas como terrenales se involucran en una balanza de esencias determinadas por la geometría cósmica.
Nuestras principales fuentes de investigación para el conocimiento de la religión mexica son en sí bastante abundantes. Simplemente el registro arqueológico está plagado de innumerables narraciones que hacen especial alusión a una ideología que permeaba todas las escalas y actividades de este pueblo, prácticamente desde el amanecer hasta el ocaso, desde la escala más alta, derivada de una ideología especial del Estado, hasta la más sencilla, proveniente de la vida cotidiana de los pueblos más sencillos de la antigua Mesoamérica... Estos contextos reflejan sobre todo un contacto continuo de los hombres con lo sobrenatural, expresado por una especial alusión al equilibro cósmico en el que, según sus creencias, se encontraban inmersos. Encontramos muestras de estas interpretaciones sobrenaturales sobre todo en códices y en narraciones recogidas por los frailes, que en su afán por evangelizar a los indígenas, recogían información sobre las idolatrías de Mesoamérica, como ellos las llamaban.
Las representaciones en códices como el Magliabechiano, en aquellos del grupo Borgia, o en los primeros libros del Códice Florentino y el Tonalámatl de los Pochetcas, también llamado Fejervary Mayer, son una base documental para el estudio de la región mexica. A nivel arqueológico, tenemos un registro de innumerables monumentos escultóricos y artísticos que reflejan gran parte de esta ideología, además de los grandes contextos de ofrenda localizados en el Templo Mayor y otros sitios del Posclásico del altiplano, que reflejan claramente los rituales de estas sociedades.
Para Alfredo López Austin, una de las máximas autoridades en el estudio de las religiones mesoamericanas, la cosmovisión debe ser entendida como un hecho histórico que se presenta como producto de las relaciones cotidianas de los hombres entre ellos mismos y con la naturaleza.
Realmente, hablar de una cosmovisión teotihuacana y una cosmovisión mexica es, en esencia, casi hablar de lo mismo, ya que en ambos casos las características más profundas, “el núcleo duro” (diría López Austin), se mantiene con el paso de los siglos, y la diferencia radica en la forma de expresión de esta cosmovisión, en cómo cada sociedad en el tiempo y espacio de la historia mesoamericana se presenta, incluyendo una serie de detalles que indican una cierta evolución de dicho pensamiento.
En resumen, existe una fuerte unidad de los pueblos mesoamericanos en torno a las ideas religiosas, pero a su vez existe una fuerte pluralidad en función de la manera en que esa unidad es expresada por cada pueblo.
Así, en lo referente a los dioses, el Tláloc de los mexicas es lo mismo que el Cocijo de los zapotecos; solo cambia en nombre y en algunas características, pero en esencia en Oaxaca y en Tenochtitlan sigue siendo el dios de la lluvia.
Cada uno de estos aspectos “esenciales de la cosmovisión mesoamericana va en algunos casos cambiando, evolucionando y transformándose, en tanto que otros se mantienen; esta es actualmente una de las principales líneas de investigación sobre religión mesoamericana; es por ello por lo que podemos hablar de una tradición mesoamericana que, increíblemente, todavía permanece en el seno de las comunidades indígenas del México actual, y que aunque ya está fundida con las creencias religiosas europeas, no deja de ser una fuente de vital importancia en el conocimiento de esta religión, algo que no siempre sucede en las sociedades de la antigüedad.
Espacio horizontal del universo conceptualizado por los mexicas con los cuatro rumbos cardinales y al centro un dios armado con lanzadardos precide la escena, se trata de Xihutecutli, dios del fuego. Tonalámatl de los pochetcas, lámina 1.
Para poder comprender todo lo que permeaba en la vida religiosa de los antiguos mexicas, debemos partir de las ideas más generales sobre lo que para ellos era la geometría cósmica; es decir, cuál era la distribución del universo y en qué espacio de este se habitaban tanto los seres sobrenaturales, caracterizados sobre todo por ser imperceptibles, ocultos, misteriosos y peligrosos, como aquellos que representan a la naturaleza misma.
La geografía cósmica está explicada a través de varios mitos que hablan de una separación de los cielos y la tierra. Uno de ellos habla de cómo, por mandato divino, un monstruo mítico llamado Tlaltecuhctli fue dividido en dos partes: en la superior, los cielos, y en la inferior, el inframundo. Pero la parte natural de este ser fantástico, la tierra, quedó entre ambos mundos, y para evitar que regresara a su estado original, se colocaron cinco árboles cósmicos en medio. De esta forma se establecía la geometría vertical del cosmos. Antes de continuar, debemos resaltar que todas las cosas en el universo mexica estaban plagadas de una serie de sustancias esenciales. Estas sustancias proporcionan las características propias de cada una de las materias con las cuales todas las cosas están hechas. Lo sobrenatural, elaborado con una materia ligera, es en esencia imperceptible e indestructible, y lo natural, perceptible y destructible. Cada una de estas materias, como ya hemos dicho, está cargada de una serie de esencias o sustancias cósmicas con una serie de características de opuestos; materia caliente, luminosa, alta, masculina, viva y seca, y materia fría, oscura, baja, femenina, muerta y húmeda.
Todo lo que habita en los cielos está en su mayor parte creado a partir de la primera materia, caliente, luminosa, alta, masculina y viva, mientras que todo lo que habita en el inframundo está cargado de una materia fría, oscura, baja, femenina muerta y húmeda. Pero no todo en el universo vertical mexica era tan estático. La dinámica de estas sustancias se movilizaba a través de los cinco árboles cósmicos, de manera que las sustancias calientes bajaban al inframundo y a su vez las sustancias frías subían a los cielos, de forma que en la parte de los cielos confluía en cierta manera lo frío, y en el inframundo, lo caliente, con sus respectivas características binarias. Pero era finalmente en la tierra, el centro de ambos sitios, donde se encontraban los hombres, donde ambas sustancias se mezclaban en un movimiento helicoidal que los mexicas representaban bajo un glifo llamado Malinalli. Finalmente, esta geometría binaria estaría compuesta por 18 partes verticales. Con una parte del monstruo divino se formaron los nueve pisos del inframundo, y con la restante, los nueve cielos, incluyendo otros cuatro que conformarían los de la tierra misma. Así se habla de trece cielos y nueve niveles para acceder al inframundo o mundo de los muertos.
Por ello, todas las cosas con las que el hombre mexica habitaba, tanto naturales como sobre naturales, estaban clasificadas en algún tipo de estas esencias binarias universales, como los animales, los alimentos, las enfermedades, los propios humanos y, por supuesto, los dioses. De esta manera, el equilibrio cósmico siempre estaba dado por una serie de opuestos que podrían, en cierta manera, equipararse con el concepto chino del yin y el yang. Este aspecto también tuvo influencia en las esferas políticas, económicas, militares y sociales. Así, por ejemplo, a nivel político mucho se ha dicho que Tenochtitlan es el principal referente de lo caliente, lo masculino, el sol, el águila, la guerra, y de Tlatelolco como su opuesto, lo frío, lo femenino, la luna, el jaguar, el comercio.
Pero la geometría cósmica no era solo vertical, también se podía vislumbrar a nivel horizontal, representada por los cuatro rumbos del universo dentro del cual la misma Tenochtitlan y sobre todo el Templo Mayor ejercían la función de ser el centro de ese universo, en cuyo nivel vertical confluían las esencias del universo.
En cada uno de estos puntos cardinales se encontraba posado uno de los árboles cósmicos antes mencionados, y por supuesto el quinto se encontraba en el centro. Así, eran representados por colores; por ejemplo, al norte se colocó una ceiba blanca; al este, una de color rojo; al oeste, la negra, y al sur, la amarilla, mientras que la del centro era de color verde.