EL LUGAR DE LOS TULES

Nos encontramos a principios del siglo X después de nuestra era, en el centro de la entonces Mesoamérica. El señor Serpiente Nube, mejor conocido como Mixcóatl, llega con un reducido ejército compuesto por indígenas de me diana estatura ataviados con pieles de animales y armados especialmente con arcos y flechas para someter a todo aquel que se interponga. Cuentan los que lo conocen que su viaje ha sido largo, pues ha salido desde el norte: “Cuando los chichimecas irrumpieron, los guiaba Mixcóatl. Los cuatrocientos mixcoas vinieron a salir por las nueve colinas, por las nueve llanuras...” (Anales de Cuauhtitlan), quizá debido, entre otras cosas, a un cambio climático que les ha obligado a establecerse en regiones mucho más prósperas. Antes de llegar al centro mesoamericano dedicaban su tiempo a la caza y recolección para su subsistencia, es por ello que nadie puede detenerlos, son expertos en el uso del arco y la flecha, armas nunca antes vistas por la región, pues recordemos que el arma por excelencia era el lanza dardos. Después de varias batallas, Mixcóatl logra someter a varios de los pueblos locales, entre ellos algunos de filiación otomiana, con quienes se mezclan.

El señor Serpiente Nube continúa su expansión hasta llegar a una región cercana a Tepoztlán (estado de Morelos). Ahí se enamora de una joven hermosa llamada Chimalma, con quien tiene un hijo, Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl. Para desgracia del pequeño Topiltzin, su padre es asesinado antes de su nacimiento, y Chimalma, su madre, muere durante el parto, y es cuando por algún tiempo esconden al joven Topiltzin de ojos de un usurpador llamado Ihuitímal.

A la muerte del usurpador, Topiltzin es restablecido en su trono para ser el máximo sacerdote y gobernante. Continúa con la herencia de su padre sometiendo otros territorios, entre ellos la antigua ciudad de Xochicalco, lugar donde posteriormente se hace simplemente llamar Quetzalcóatl (La Serpiente Emplumada). Manda trasladar los restos de su padre a lo alto del cerro del Huxaxtépetl para que se le rindan honores. Ce Ácatl Topiltzin, ahora convertido en Quetzalcóatl, desea llevar a cabo la expansión de su territorio, pero antes debe establecer un reino desde donde gobernar. La empresa no parece fácil, ya que del otro lado se encuentran los olmeca-xicalanca, quienes gobiernan desde el señorío de Cholula y no dejarán que estas conquistas se lleven a cabo tan fácilmente. Por esta razón, Quetzalcóatl se dirige con su ejército hacia Tulancingo (actual estado de Hidalgo), y posteriormente a Tula Xicocotitlan, para fundar una grandiosa ciudad que impulsará las artes, la filosofía, la política y el desarrollo urbanístico y de la civilización más refinado, aspecto conocido como la Toltecáyotl. Cuentan algunas fuentes que los toltecas eran sabios. El conjunto de sus artes, su sabiduría, procedía de Quetzalcóatl. Los toltecas eran muy ricos, muy felices, nunca tenían pobreza ni tristeza. Eran experimentados. Tenían por costumbre dialogar con su propio corazón. (Códice Matritense de la Real Academia).

Por todo lo anterior, Tula sería la materialización de una ciudad mítica y divina llamada Tollan, y Quetzalcóatl sería su máximo representante. Sus habitantes estarían conformados por tres filiaciones étnicas distintas, los otomíes, oriundos de la región; los tolteca-chichimeca, guiados por Mixcóatl, y los nonoalcas-chichimeca procedentes de la Costa del Golfo, quienes participaban en las la bores de construcción de la ciudad.

Durante el reinado de Quetzalcóatl, quien además se había consagrado como un gran sacerdote, sabio y buen gobernante, se logró el desarrollo de esta próspera ciudad, y se implantaron ciertos dogmas religiosos que, aseguran las fuentes, estaban en contra del sacrifico humano; por ello tenía muchos seguidores pero también detractores, entre ellos un grupo de seguidores del culto a Tezcatlipoca. Los hechiceros de Tezcatlipoca, utilizando ciertas artimañas logran que Quetzalcóatl se emborrache durante una fiesta, cayendo en una serie de escándalos frente a sus seguidores.

Producto de estas situaciones embarazosas, Quezalcóatl es obligado a salir de la ciudad de Tula: “¡Ya no es el gran sacerdote, puro y sabio, es necesario que sea excluido de todas sus investiduras de gobernante!”, dicen algunos. Sus seguidores lo acompañan, y antes de salir promete que regresará para ocupar nuevamente su trono. Los que vieron este suceso dicen que tomó rumbo hacia el lugar del Rojo y el Negro (Tlillan-Tlallpan). Otros, que llegó a las costas del Golfo de México y desapareció en una balsa hecha de serpientes.

Después de él, sube al trono Huémac, quien gobernó durante muchos años. Cuenta un mito indígena que en alguna ocasión los dioses de la lluvia lo retaron a jugar el juego de pelota. Las apuestas para ambos lados serían una serie de plumas y jades. Después de terminada la competición, Huémac se alza como vencedor, y al reclamar su paga, los dioses de la lluvia, en lugar de entregarle plumas y jades, pretenden darle unas mazorcas de maíz. Huémac, enfurecido, reclama su verdadero trofeo, junto con el que recibió cuatro años de sequía para Tula. Finalmente a Huémac le toca vivir el desmoronamiento de la ciudad, allá por los años 1050 a 1250 d.C. aproximadamente. El último gobernante tolteca muere en la cueva de Cincalco, en Chapultepec. Eso es lo que dicen las fuentes escritas y la historia, pero es bastante contradictorio con lo que la arqueología puede informar sobre la ciudad de Tula.

En 1940, el arqueólogo Jorge Acosta desentierra los restos de una ciudad de pequeñas dimensiones que nada tiene que ver con la Tula de Topiltzin. No solo por sus dimensiones, sino por la pobreza de sus manifestaciones plásticas, que comparadas con lo que antes había desarrollado Teotihuacan muestran que las fuentes escritas y las evidencias arqueológicas se contradicen. Esta ciudad es actualmente conocida como el sitio arqueológico de Tula, en el actual estado de Hidalgo. “El lugar de los tules” fue edificado entre los cerros de La Malinche, el Cielito y Magone, con una extensión aproximada de dieciséis kilómetros cuadrados. Después de un proceso de desarrollo cultural y polémicos asentamientos en el área, producto de las diversas oleadas de migraciones provenientes del norte mesoamericano, finalmente Tula se convierte entre los años 950 y 1150 d.C. en una próspera ciudad con una población cercana a los 60.000 habitantes que, sin embargo, comparada con Teotihuacan, que albergaba a cerca de 200.000, podemos decir que realmente Tula era una ciudad pequeña.

La Tula arqueológica que más se conoce es la llamada Tula Grande, conformada por edificios de mediano formato. Una gran plaza rectangular era el eje rector del plano urbanístico de la ciudad. Contaba con dos juegos de pelota y varios edificios administrativos y religiosos. De ellos el Edifico B, localizado al norte de la ciudad, era probablemente el más importante. Junto a este se encuentra el Palacio Quemado, un conjunto de tres grandes salas hipóstilas decoradas con una serie de banquetas con los relieves de varios guerreros armados en procesión. Dentro de este edificio los arqueólogos encontraron una ofrenda que contenía, entre otras cosas, un peto ritual elaborado con conchas marinas. Cercano al Palacio Quemado se encuentra uno de los juegos de pelota ya mencionado, el designado como número dos, y cercano a este se encontraron los restos del tzompantli, una estructura de madera en la que se colocaban los cráneos de los sacrificados. Los edificios K y C cierran finalmente la gran plaza, espacio ritual y administrativo de la bélica ciudad de Tula. A las afueras de la gran plaza existe un pequeño templo de planta circular muchas veces poco conocido por los visitantes del sitio arqueológico, este templo estaba dedicado al dios Ehécatl Quetzalcóatl, y es conocido popularmente como El Corral, por la forma circular que presenta.

Debemos decir que la mayoría de los dioses, a diferencia de lo que se veía en Teotihuacan, están marcadamente representados con tintes altamente militaristas. Ya no son solo los dioses benefactores, portadores de la fertilidad de la tierra en la que aparecen vertiendo semillas de fecundidad como se ve en algunos murales en Teotihuacan; ahora, gracias a los fenómenos culturales y políticos gestados desde el Epiclásico, hasta los dioses, algunos de ellos como Tláloc y Quetzalcóatl, aparecen representados con trajes de guerreros y fuertemente armados, ¡se ha iniciado la época más militarista de Mesoamérica!

Ahora trasladémonos en el tiempo y veamos una escena cotidiana en la vida política y religiosa de la antigua Tula, considerando especialmente los datos arqueológicos. Se ha construido una gran estructura de madera al este de la gran plaza. En el centro, cerca de un pequeño altar, un sacerdote preside los actos religiosos de un terrible ceremonial que está a punto de llevarse a cabo. Viste una gran manta elaborada de plumas verdes de quetzal, su rostro, pintado de negro, está enmarcado por las siluetas que rodean sus ojos y su boca simulando la máscara del dios de la lluvia, Tláloc. Un grupo de varios guerreros toltecas muy cercano a la estructura de madera tiene prisioneros a varias decenas de cautivos. Los guerreros llevan vistosos tocados de plumas, un pectoral de madera en forma de mariposa protege sus pechos y cada uno lleva en sus manos un lanzadardos cargado con una saeta, preparado por si alguno de los prisioneros intenta salir huyendo. No lejos de ahí se encuentra un sacerdote, dotado de un cuchillo de sacrificio con el cual dará muerte a los prisioneros.

A lo lejos resuenan los tambores y las flautas, desde lo alto del templo dedicado a Tlahuizcalpantecuhtli (El Señor de la Casa del Amanecer) en donde otros sacerdotes observan la escena junto con el gobernante Quetzalcóatl. El edificio está decorado por una procesión de coyotes y zopilotes que devoran los corazones de sacrificados, y en la parte superior, por detrás de Quetzalcóatl, un conjunto de monumentales pilares de piedra sostiene el techo bajo la imagen de su gobernante ataviado como guerrero.

Entre tanto, por detrás de este templo se está llevando a cabo un juego de pelota ritual, un grupo de varios jugadores intenta introducir una pelota de caucho de cerca de 5 kilogramos de peso por una pequeña argolla de piedra. El juego dura varias horas, hasta que finalmente hay un grupo ganador.

De vuelta a la gran plaza, ya por la noche, la ceremonia ha concluido, prácticamente ya no hay nadie en ella, solo se aprecia un escenario un tanto espeluznante. La gran estructura de madera escurre en sangre, y los cráneos de las decenas de prisioneros yacen clavados en las espigas de madera como un trofeo para los dioses y para el mismo Quetzalcóatl. Esta imaginaria escena sería poco esperada en la Tula de las fuentes escritas, pero bastante acorde con la Tula arqueológica que irradia en su iconografía escenas de sacrificio y guerra. Esta es, sin duda, una de las polémicas más interesantes que aún prevalecen alrededor de Tula.

A las afueras de la ciudad, la gente del común está preparando su propia ceremonia, en este caso en honor al dios Tláloc. Han elaborado desde hace varios meses una gran cantidad de vasijas en miniatura con la forma de su dios. Los temporales no han sido del todo buenos y es necesario realizar unas súplicas para la llegada de las lluvias. Por ello ascienden a uno de los cerros más cercanos, llevan consigo alimentos y, sobre todo, la fuerte dotación de vasijas en miniatura, las cuales después de algunas plegarias serán enterradas en lo alto del cerro. Ellos saben que Tláloc utiliza vasijas muy parecidas, de dimensiones colosales, para hacer llover, pues las llena del líquido preciado y comienza a golpearlas con un bastón en forma de serpiente. Al escurrirse, el agua descenderá en forma de lluvia, pero esperan que a Tláloc no se le pase la mano y las rompa, pues en tal caso verán venir de los cielos veloces rayos que se estrellarán sobre sus tierras.

Y no solo eso, según sus creencias, también consideran que Tláloc y Chalchihuitlicue han depositado el agua dentro de los cerros, solo es necesario que se resquebrajen un poco para que broten de lo alto y bañen sus cultivos. Esta era una de las formas de explicar parte del paisaje que les rodeaba y más del origen de los ríos.

Los especialistas no se han puesto totalmente de acuerdo sobre hasta dónde y de qué forma se dio la efímera expansión tolteca por tierras mesoamericanas. Una de las que más controversia ha causado es la presumible influencia tolteca en las lejanas tierras mayas, en donde destaca como principal ejemplo la ciudad de Chichén Itzá. Uno de los rasgos más característicos de esta es el enorme parecido de sus ornamentos y elementos arquitectónicos con la ciudad de Tula. Representaciones de jaguares y aves devorando corazones, grandes columnas en forma de serpiente, esculturas en forma de un personaje semi recostado que sujeta en sus manos un recipiente para depositar la ofrenda de los sacrificados y que es tradicionalmente conocido como chac-mool, son actualmente uno de los misterios más interesantes que existen en torno a la historia mesoamericana. Algunos autores como Leonardo López Luján y Alfredo López Austin argumentan que Tula y Chichén Itzá son dos ciudades que posiblemente estuvieron muy relacionadas con un grupo de pueblos del noroccidente mesoamericano cuyos antepasados procedían de un mítico lugar llamado Zuyuá, vínculo ideológico por excelencia de estos pueblos. En palabras de los autores “...estos hombres impusieron un orden político militarista, por medio del cual unas cuantas capitales pretendían englobar a todos los pueblos indígenas circundantes. [...] Tanto en el norte como en el sur, los gobernantes de las nuevas entidades se mostraban como representantes de un personaje llamado Serpiente Emplumada, e incluso algunos llevaron su nombre” (El Pasado Indígena).

Sea como fuere, al igual que su predecesora Teotihuacan, la ciudad de Tula y sus habitantes sufrieron un repentino y enigmático colapso. El año 1156 d.C. es la fecha que marca la destrucción total de Tula. Hay quien dice que pudo deberse a cambios drásticos en el clima septentrional de Mesoamérica y a invasiones provenientes de la zona lacustre de Altiplano Central. En la actualidad, la caída de este efímero imperio está en proceso de investigación, incluyendo sus misteriosas relaciones con ciudades como la antigua Chichén Itzá.

Con la caída de Tula se inicia una nueva etapa en la historia mesoamericana, pues a partir del siglo XII comienza una nueva oleada de migraciones del norte que llegan al centro de México. Estos pueblos, los chichimecas, vieron en los alrededores de la cuenca de México una zona basta en recursos naturales para ser explotados. Uno de los principales caudillos de esta expansión fue Xólotl y también sus descendientes, quienes recorrieron amplísimos territorios fundando ciudades como Tenayuca, Coatlinchan y Texcoco. Muchos de estos grupos sentarían las bases de lo que posteriormente serían algunos de los pueblos protagonistas, que se desarrollarían, años después por la que sería la tierra de los aztecas.

Templo de los Guerreros en Chichén Itzá. En su entrada dos columnas en forma de serpientes reciben al visitante.