DOS HERMANOS AMPLÍAN LAS FRONTERAS
Los años transcurrían, y el imperio azteca dejaba ya grandes huellas de su poder en gran parte de la entonces Mesoamérica. Tras la muerte de Moctezuma Ilhuicamina, el sucesor idóneo era Tlacaelel, quien desde hacía ya dos mandatos había sido, en gran medida, la cabeza intelectual de la creación de este imperio. Sin embargo, la renuncia de Tlacaelel al trono de Tenochtitlan trajo un pequeño desconcierto al consejo supremo, por lo que se optó por escoger a Axayácatl, que era el más pequeño de tres hermanos y quizá el más sagaz de los tres, ya que uno de ellos, Tezozomoc, que no debe ser confundido con el gran señor de Azcapozalco, nunca llegó al trono de Tenochtitlan. Por otro lado, Tízoc, hijo también de Izcóatl, sería el futuro sucesor de Axayácatl.
Mientras México Tenochtitlan continuaba su desarrollo como una poderosa ciudad junto con las localidades aliadas de la Excan Tlatoloyan, la ciudad gemela, México-Tlatelolco, tenía su propio desarrollo, basado sobre todo en la economía comercial que magnificaba, en gran medida, su mercado. Hasta ahora Tlatelolco, junto con Tenochtitlan y al igual que esta, había tenido sus propios gobernantes, cuatro. Sin embargo, esta última veía a Tlatelolco como un potente rival, por lo que consideraba necesaria su futura destrucción. Las diferencias políticas que se gestaban desde la migración entre ambos pueblos se habían llevado con cierta tranquilidad gracias, en algún momento, a Nezahualcoyotl, que fungía como árbitro de las constantes disputas. Pero su muerte, que coincide con la entronización de Axayácatl, haría que las cosas cambiaran notablemente. La historia de Tlateolco transcurre de forma paralela a la de Tenochtitlan, desde su fundación en 1337, teniendo solamente cinco soberanos: Cuacuahupuzahuac, Tlacatéolt, Cuahutlatoa y Moquihuix, de los cuales parece que solamente los dos últimos fungieron verdaderamente como soberanos independientes ya que antes, como sabemos, pertenecían, al igual que Tenochtitlan, a los tepaneca. Pese a ello, la relación de los tlatelolca con los tepaneca unos años antes que los mexica trajo consigo algunas enemistades y envidias, lo que probablemente agudizó las entregas de Tlatelolco contra Tenochtitlan. Aun desde la etapa de la migración debemos recordar el pasaje en el que ambos grupos mexicas se encontraban con dos bultos sagrados: uno de una piedra preciosa y otra de unos palos por los cuales se pelean, quedando la piedra preciosa, símbolo de la Luna, en manos de los tlatelocas, y los palos, símbolo del Sol, en manos de los tenochcas.
Cuacuahupizahuac reinó desde 1376 a 1418 coincidiendo con los reinados de Acamapichtli y Huiztilíhuitl. Posteriormente sube al trono Tlacateótl, su hijo, quien gobernó pocos años, pues falleció de una muerte violenta algunos años después, no sin haber logrado para su reino y sobre todo para los tepanecas algunas conquistas, llegando hasta Tulancingo, de acuerdo con Nigel Davies. La muerte de Tlacatéoltl coincide con la instauración de la Triple Alianza y la caída del imperio tepaneca, en 1428. En cierta forma, como ha afirmado Isabel Bueno, los tlatelolcas gozaban de Azcapozalco con la implantación de un menor tributo hasta su caída en 1428. Desde este momento, dentro de la Triple Alianza Tlatelolco siempre figuró en segundo término, ya que la misma Tenochtitlan nunca dio oportunidad de asegurarse un puesto dentro de la Excan Tlatoloyan. El siguiente tlatoani de Tlatelolco fue Cuauhtlatoa, quien reinaría cerca de 29 años.
Conocemos muy bien la distribución urbana de Tlatelolco no solamente por los relatos de los conquistadores sino por la extensa zona excavada desde los años cuarenta del siglo pasado y de la cual se conserva el actual sitio arqueológico, mucho mayor que la capital mexica de los tenochcas. Curiosamente, el afamado mercado que sabemos que representó la actividad principal de esta ciudad, y que de alguna manera dio nombre a la ciudad, Tlatelolco, derivado de Tlatelli, “lugar para vender”, aún no ha sido detectado arqueológicamente. Algunos investigadores, como el ya fallecido Francisco González Rul, apoyan la idea de que el nombre de Tlatelolco parece más bien querer decir “lugar del cerro”, derivado de Tlatelolli.
Estas exploraciones, entre otras muchas cosas, permitieron conocer la gran similitud que existía entre el Templo Mayor de Tenochtitlan y el de Tlatelolco. Edificios como el Templo Calendárico, el dedicado a Ehécatl y otras estructuras permiten reconstruir de forma interesante esta gran ciudad. Resalta el hecho de que no conocemos nada de las respectivas exploraciones que desarrollaran desde los años 40 Antonieta Espejo, y Robert Barlow. Gracias a las recientes investigaciones de Salvador Guilhem hemos conocido un repertorio escultórico tan impresionante como el de la ciudad gemela de Tenochtitlan. Sin embargo, sí contamos con algunos de los mejores ejemplares y de las más ricas colecciones de cerámica azteca III que actualmente forman parte de las colecciones mexicas del Museo Nacional de Antropología, así como con interesantes ejemplos de la pintura mural y las tallas en madera de los bellos dinteles que decoraban la ciudad.
El principal pretexto para que Tlatelolco sucumbiera ante Tenochtitlan y la situación se transformara en una verdadera guerra fueron los supuestos malos tratos que la hermana de Axayacatl sufría de Moquixix, el gobernante de Tlatelolco. El choque entre ambas ciudades se había dado incluso desde los tiempos de la peregrinación, pues desde un principio se apoyaron en los tepanecas como tributarios, y lo que más enfureció a Axayácatl fue el supuesto maltrato de Moquihuix sobre su hermana, lo que sin duda encolerizó al señor de Tenochtitlan y trajo consigo una guerra rápida y sangrienta.
Antes de la gran batalla, los capitanes generales del ejército tlatelolco instruían a sus jóvenes guerreros en las lagunas con dardos para cazar patos y les aconsejaban, diciéndoles: “Si podéis matar aves qué no podréis hacer a los tenochcas, que van a pie.” Se cuenta que tanto Moquihuix como Axayacatl sirvieron al trono de sus respectivas ciudades casi al mismo tiempo, y que Moquihuix, siendo invitado a la entronización de Axayacatl, se negó rotundamente a asistir para acrecentar los roces entre ambas ciudades.
Sabemos que los mexicas no ejercían un control político directo sobre las ciudades sometidas, ya que mientras ellas brindaran el tributo solicitado por Tenochtitlan podrían, en cierta forman continuar con sus propios gobiernos; pero en el caso de Tlatelolco parecía claro que no. La batalla se inició en un lugar llamado Tezontlalan macuayan, “el lugar del tezontle”. Algunas fuentes argumentan que realmente la batalla se dio entre el mismo Axayácatl y Moquihuix, justa que aparece representada en algunos documentos pictográficos como el Códice Cozcatzin, en el cual se aprecia la cabeza de Moquihuix escupiendo sangre sobre el topónimo de Tlatelolco. Se cuenta que Moquihuix intentó ponerse a salvo en el templo principal de Tlalelolco, pero Axayacatl logró alcanzarlo y lo despeñó por el templo para posteriormente mandar quemarlo.
Tras la derrota tlatelolcoa se impuso una anexión total y completa de este pueblo al imperio, y sobre todo al gobierno de Tenochtitlan. Ya no tendrían más soberanía como ciudad independiente. Esto incluía los grandes beneficios y potenciales económicos que el mercado representaba inicialmente para Tlatelolco.
Antes de que se produjera la conquista, Axayácatl se dedicó en cuerpo y alma a extender más el territorio de su imperio, estableciendo un control importante en el valle de Toluca y lo que actualmente es la parte del territorio del Estado de México sobre el pueblo llamado matlatzinca y otomí; es decir, hacia el lado oeste del imperio.
La narración de cómo se llevó a cabo dicha empresa militar destaca por el hecho de que Axayácatl estuvo a punto de fallecer, fue gravemente herido y seguramente acabó agotado tras la batalla, pero fue milagrosamente salvado por sus señores.
Así, el principal señor de Tenochtitlan, el señor “rostro de agua”, el que tiene el poder de hablar el Huey Tlatoani, se reunió con el sabio y ya viejo cihuacóatl Tlacaelel en su palacio. Era Tlacaelel ya tan viejo que debían llevarlo en brazos entre varios de los siervos de la corte mexica. La reunión debía, sobre todo, servir para preparar la batalla para la conquista de la región matlatzinca. De este modo, también se reunieron los príncipes aliados de Texcoco, Nezahualpilli, y Chimalpopoca de Tlacopan, también conocido como Tacuba. Igualmente, los generales de mayor rango tlacochcálcatl y tlacatecatl, para decidir el futuro de la zona de Toluca.
Los aliados decidieron conjugar sus fuerzas de manera que cada aliado y barrio aportaría un número suficiente de guerreros para establecer las líneas de combate y las unidades específicas dentro del campo de batalla. Dentro de ellos se estableció a los niños de más de 15 años quienes, recién salidos del telpochcalli y el calmecac, demostrarían sus aptitudes guerreras por vez primera.
Una vez que estuvo todo preparado, marcharon los ejércitos aliancistas rumbo al territorio de los toloques. Los principales señores de la confederación iban al frente de los ejércitos, ataviados con hermosos plumajes y oro.
Los guerreros mexicas, ataviados con trajes de águila, jaguar y coyote, y los novatos, que acompañaban a sus maestros cargando el arsenal y que iban vestidos simplemente con pequeños máxtlatl o taparrabos, marchaban hacia la batalla.
Las huestes comenzaron a entrar en el actual territorio mexiquense. Sometieron territorios como Atlacolco y Xialatlaco, y se adentraron en las inmediaciones del valle de Toluca para, finalmente, encontrarse frente a frente con los ejércitos matlatzincas, quienes eran reconocidos en toda la cuenca de México por su arrojo y el buen uso de la honda.
Los ataques comenzaron en contra de los matlatzincas, cuya estrategia estaba basada en la experiencia de Tlacaelel. Se transmitió la orden de salir por el puente de Chinahuatenco para destruir las tropas de Toluca, y sobre todo para capturar prisioneros para el sacrificio. Se transmitió la orden a todo el ejército, y comenzó la batalla con el retumbar de los tambores. Los guerreros toloques y mexicas se enfrascaban así en una fuerte refriega. La segunda línea de los esforzados mexicas se metía para capturar a los prisioneros, mientras la primera atacaba a diestro y siniestro, una táctica que sirvió para que muchos guerreros toloques fueran capturados y sacrificados.
Terminada esta batalla de forma inmediata y sin mediar descanso, alistaron los ejércitos para marchar en contra de los pueblos otomíes de la parte septentrional del valle de Toluca, para someter la región. El principal puesto era la capital de Xiquipilco, donde residía Tlilcuetzpalin, el gran tlatoani otomí.
El señor otomi era tan poderoso, que Axayácatl decidió que deberían medir sus fuerzas directamente, y lo buscó entre la batalla para enfrentarse con él cara a cara. Con gran habilidad, comenzaron su propia batalla. El señor Axayácatl fue alcanzado por el macuahuitl del señor de Xiquipilco en el muslo. Al percatarse de esto, los generales otomíes se prestaron a atacar a Axayácatl, derrumbándolo a golpes. Los mexicas cercanos se lanzaron contra los enemigos para liberarlo. Los guerreros águila y jaguar mexica se lanzaron con furia contra los otomíes. Sus dioses fueron destruidos; la ciudad, saqueada y quemada. Gran parte de esta batalla puede ser vislumbrada en documentos pictográficos como el Códice Azcatitlan y el Telleriano Remensis.
Algunos de los estados sometidos en esta empresa fueron Xiquipilco, Atlacomulco, Xocotitlan. La herida producida por el señor de Xiquipilco dañó permanentemente a Axayácatl, dejándolo cojo hasta el momento de su muerte.
Lo que impedía a Axayácatl poder extenderse hacia las costas del Pacífico era sobre todo el poderoso pueblo de los tarascos, el más importante rival militar de los mexicas. Al final de su reinado había logrado someter a más de 37 pueblos enemigos; sin embargo, su más importante victoria sobre Tlateloco contrasta con su más fuerte derrota en contra del señorío purépecha.
La segunda gran campaña militar de Axayácatl después de la derrota de los señoríos de Toluca fue contra los tarascos de Michoacán. Este enfrentamiento es uno de los más famosos en la historia prehispánica, ya que es una de las pocas derrotas que sufrieron los mexicas durante su expansión imperial. Las atribuciones logísticas y, sobre todo, el sistema de armamento son los fundamentos básicos para argumentar el por qué de esta derrota.
Las huestes mexicas estaban a punto de enfrentarse al ejército tarasco en la región de Tlaximaloyan. La mayoría de las veces el ejército mexica era bastante reticente a enfrentarse a ejércitos de mayor superioridad numérica que el suyo, pero en este caso el ejército tarasco lo superaba considerablemente, además de que la organización de la campaña en general parecía haber sido deficiente. Durante la primera arremetida tarasca, el ejército azteca salió huyendo. Sin embargo, al día siguiente los generales decidieron atacar nuevamente, dejando un resultado bastante catastrófico para la historia del ejército mexica. Una buena cantidad de soldados fueron capturados y otra buena parte fueron aniquilados, quedando un reducido número de guerreros.
Tras esta derrota, Axayácatl llevó a cabo algunas pequeñas campañas más para limpiar su nombre de la derrota sufrida. Estas pequeñas campañas se dieron en poblados cercanos a Puebla, capturando alrededor de 700 guerreros para el sacrificio y sofocando algunas rebeliones menores.
Además de la superioridad numérica del ejército tarasco también se explica esta derrota por la supuesta superioridad en los sistemas de armamento.
Realmente durante la época azteca la mayoría de los pueblos mesoamericanos conocían los mismos tipos de armas, incluyendo el novedoso macuahuitl; sin embargo, la mayoría de los investigadores atribuyen ya no solo la forma sino los materiales de elaboración como uno de los principales factores de superioridad. En este sentido, el pueblo tarasco comenzaba a tener un alto grado de desarrollo metalúrgico, tecnología con la cual elaboraron muchos artefactos, incluyendo algunas armas.
Las armas ofensivas de largo alcance que usaron los tarascos fueron principalmente el arco y la flecha, y en ciertas ocasiones, la honda. Como armas ofensivas de rango corto usaban lanzas y, principalmente, el quauhololli. Esta particular arma se componía de un palo de madera al cual se añadía una gran pelota de piedra que era utilizada como mazo. En muchas representaciones de códices aparece la gran contundencia que tenía esta arma para causar lesiones, principalmente graves fracturas de cráneo. Como armas defensivas usaban escudos y corazas de algodón, que decoraban con pun tos y líneas rojas. Por otro lado, parece que no fue tan generalizado entre los tarascos del macuahuitl pero algunas referencias de ciertos documentos como la Relación de Michoacán afirman que toda la gente llevaba unas porras de encina. Otras, en las cabezas de aquellas porras, ponían muchas puyas de cobre, agudas (Relación de Michoacán). También el metal era utilizado para la fabricación de puntas de lanza y flechas, así como de hachas que también podían utilizarse para el trabajo de la madera. Se piensa que solo los veteranos utilizaban armas de choque como mazos y macuahuitl, y que el armamento de largo alcance estaba reservado para los novatos. Desde otra perspectiva, también se considera que solo los nobles podían usar armas de corto alcance. En algunas regiones como Pátazuaro, donde el algodón no es muy común, se utilizaban armaduras de fibra de maguey.
Generalmente, antes de partir a la guerra, se llevaban a cabo diversas ceremonias en las que se fabricaban algunas pelotillas de olores que sometían al fuego para que desprendieran ciertos humos que llegaran a los dioses; todo ello acompañado de ciertas oraciones que auguraban buena suerte en las batallas: “Tú, señor, que tienes la gente de tal pueblo en cargo, recibe estos olores, y deja a algunos de tus vasallos para que tomemos parte en las guerras” (Relación de Michoacán). Terminada la ceremonia, el gran cazonci, nombre que se les daba a los gobernantes tarascos, enviaba a todos los rincones de su señorío varios mensajeros para que cada pueblo reuniera a sus respectivos guerreros y se alistaran para la guerra.
Entre tanto, esta misma ceremonia se repetía localmente. De esta manera, los guerreros marchaban a la batalla repletos de provisiones, ropajes y una bebida de harina de maíz, para dar energía en el camino. Buena parte de estos guerreros eran enviados precisamente a la frontera con México, donde muchas veces ya los estaban esperando varios guerreros mexicas, principalmente los llamados otomíes u otómitl.
Es importante destacar que la magia jugaba papeles importantes en la guerra, ya que los tarascos, en algunas ocasiones, enviaban a sus espías para allanar las moradas de sus enemigos y colocar las mismas pelotillas de olores usadas en sus ceremonias militares junto con plumas de águilas y flechas ensangrentadas.
Los ejércitos estaban organizados en escuadrones de 400 hombres aproximadamente. Los guerreros llevaban sus escudos en la espalda, junto con sus carcaj para llevar las respectivas flechas (poco más de 20 por carcaj), llevando también consigo brazaletes, orejeras y cascabeles de oro, que han sido recuperados arqueológicamente cosidos a fragmentos de tela, lo que indica la forma en que los colocaban en sus ropajes. En las espaldas llevaban unos mástiles de madera con banderas para que los diferenciaran de sus adversarios por el color y motivos inscritos.
Los tarascos tenían un buen conocimiento de la poliorcética (arte de sitiar), ya que generalmente cuando iban a destruir un pueblo juntaban una buena cantidad de leña para incendiar el poblado conquistado. Varios escuadrones cercaban el lugar a destruir, en tanto que otros prendían fuego a las casas y los templos saqueando, tomando a mujeres y varones y dejando de lado a la gente mayor y los niños.
Al igual que los mexicas, los tarascos conformaron un vasto imperio basado en las conquistas militares, imperio que abarcaba cerca de 75 kilómetros cuadrados comprendidos entre el río Lerma, al norte, y el Balsas, al sur. Los tarascos, básicamente desde el reinado de Axayácatl, confeccionaron una frontera fortificada que siguió vigente durante el reinado de Ahuitzotl y Moctezuma II, quienes también intentaron la conquista de la zona, sin éxito.
Los mismos tarascos también practicaron el sacrificio humano y confeccionaron sus propias versiones de lo que los mexicas llamaron en lengua náhuatl tzompantli, es decir, que probablemente también llevaron a cabo la captura de varios enemigos dentro de sus constantes batallas, e incluyeron también la recaudación de tributos. Contrastando con la arqueología mexica, las evidencias del pueblo tarasco y su práctica militar no son tan concretas. Más sabemos de ello por las fuentes que por la arqueología misma. Ejemplo de ello son algunas hachas de cobre recuperadas de di versos centros tarascos, entre ellos la capital de imperio, Tzin Tzu Tzan.
Durante su reinado, Axayácatl también se ocupó de supervisar el embellecimiento y engrandecimiento de la ciudad. Las narraciones del padre Durán describen que se mandó esculpir “una piedra famosa y grande, muy labrada, donde están esculpidas las figuras de los meses, los años, los días y las semanas, con tanta curiosidad que era cosa de verse”. No es otra cosa que lo que podríamos considerar el segundo escudo nacional mexicano, mal llamado calendario azteca, y mejor conocido como la Piedra del Sol. Algunos investigadores como León Portilla aseguran que Axayácatl vivió para inaugurar un templo en el cual se encontraría empotrada esta importante manifestación del arte mexica. Sin embargo, resulta paradójico saber por estudios arqueológicos que dicho monumento ni siquiera fue terminado; es decir, es una escultura inacabada que inicialmente de acuerdo con las hipótesis de Hermann Beyer y de Felipe Solís fue elaborada para ser un temalácatl o piedra de sacrificio, y durante el proceso de elaboración se fracturó y terminó siendo lo que actualmente conocemos como la Piedra del Sol.
Hacia el año 1790 fue encontrada en el centro de la Ciudad de México y estudiada inicialmente por don Antonio de León y Gama, siendo así considerada como el primer hallazgo de la arqueología mexicana oficial.
El gran monumento circular aún conserva en sus costados gran parte de los vestigios de roca que los artistas indígenas no pudieron desbastar.
Iconográficamente, el monumento describe las cuatro eras cosmológicas anteriores a la era mexica. El primer círculo tallado en la escultura comienza con el glifo de trece ácatl o trece cañas, que representa bajo el sistema calendárico indígena la fecha que sabemos que corresponde al reinado de Axayácatl, conforme a la versión de algunos investigadores. Este glifo es el parte aguas para que dos grandes serpientes de fuego, llamadas Xiuhcóatl, se encuentren frente a frente en la parte inferior del monumento. El siguiente círculo representa una serie de rayos solares que están atravesados por espinas de maguey, símbolo del autosacrifico. El último círculo es, sin duda, el que inicialmente dio el nombre a la escultura, ya que representa una serie de glifos calendáricos alusivos a los meses indígenas.
De acuerdo con la cosmovisión indígena, en algún tiempo en que aún no estaban los hombres, existieron cuatro grandes eras, que estaban representadas por los dioses patronos del viento, el agua, la lluvia y el fuego. La primera era aquella en la que los protohombres se habían transformado en monos en la fecha 4 ehécatl o 4 viento. Se dice que eran monos por el movimiento que ejercen al subir los árboles, como el viento, además de ser representantes de Ehécatl Quetzalcóatl, una advocación de Quetzalcóatl en el que el mayor atributo es el viento. Después, en el año 4 océlolt, los protohombres fueron devorados por grandes jaguares, quienes representaban a la noche y al dios Tezcatlipoca. En la siguiente estaba representado Tláloc. Esta fue destruida por lluvia de fuego. La cuarta era la de Chalchihuitlicue, diosa del agua que devastó a los protohumanos al transformarlos en peces. Esto último ocurría en la fecha 4 atl o 4 agua.
Los mexicas estaban viviendo en esta última era, que según su cosmovisión perdura hasta nuestros días: la era del nahui ollin o 4 movimiento, representada precisamente por la unión de los cuatro cuadrantes antes descritos y bellamente representados en el centro de la Piedra del Sol. Estos cuadros, en los cuales fue plasmada la imagen de los dioses patronos, rodean un gran rostro que emerge como el dios del sol Tonatihu Xihutecuhtli, quien está sediento de sangre y debe ser alimentado con la sangre de los sacrificados. Por ello emerge de su boca una lengua en forma de cuchillo de pedernal. En conjunto, la era de nahui ollin deberá ser destruida por terremotos. Esta es, en general, la descripción de uno de los monumentos más interesantes que finalmente Axayácatl, al parecer, no tuvo oportunidad de ver concluido aun cuando las fuentes escritas digan lo contrario, A menos que se trate de otro “calendario con símbolos” que de momento la arqueología no ha podido descubrir, una nueva polémica surge del contraste entre los resultados que ofrece el estudio de los documentos del siglo XVI y las muestras de arqueología mexica que van apareciendo.
Así pues, en el año 1481 fallece Axayácatl con una fuerte derrota y probablemente como resultado de la fuerte herida que sufrió durante las guerras en Toluca. Esto dio paso a un nuevo tlatoani, al que desafortunadamente la historia no ha dado el mejor de los créditos. El séptimo tlatoani de Tenochtitlan, Tizoc, desviándose de la política impositiva y militarista de sus sucesores, dedicó gran parte de sus esfuerzos a ampliar el gran Templo Mayor. Debemos decir que al final de la historia mexica, en poco más de cien años, el Templo Mayor fue ampliado cerca de doce veces, una de ellas por encargo de Tizoc. Hipotéticamente, cuando crecía el imperio crecía el templo principal, según López Luján.
Los Anales de Tlatelolco registran con este gobernante una docena de campañas, algunas dirigidas al actual estado de Guerrero o a la zona de la Mixteca, en Oaxaca. Resalta también el hecho de que durante una gran ceremonia, sin haber obtenido ningún logro militar importante, premió a varios guerreros águila. Y aún más extraño resulta el hecho de que arqueológicamente contemos con un extraordinario monumento que fue descubierto a finales del siglo XIX en la Ciudad de México, muy parecido al de su predecesor Moctezuma Ilhuicamina, la famosa “piedra de Tizoc”.
Se trata también de un monumento en el cual aparece Tizoc ataviado como guerrero, sujetando de los cabellos a los dioses patronos de 15 pueblos sometidos por él en sus mandatos. Como sabemos, una de las primeras cosas que debían hacer los tlatoque durante su coronación era llevar a cabo una expedición militar para comprobar su eficacia como generales de las fuerzas mexicas y para obtener cautivos para las fiestas y ceremonias de sacrifico humano. En esta ocasión, la expedición inaugural se dirigió hacia Meztitlan, al oeste de la Huasteca, donde el incompetente tlatoani logró solamente 40 cautivos, según Nigel Davies, para honrar su coronación, y tuvo una pérdida de más de 300 guerreros mexicas. Solo se conocen cinco escasos años de su gobierno al mando del Pueblo del Sol, en los que logró anexar algunos poblados al imperio, como fueron Tuxpan, Tlacotepec o Tlapan, en Guerrero.
Las fuentes describen que, de un momento a otro, Tizoc muere misteriosamente, muy probablemente por alguna conspiración en su contra. Así, dos eran los objetivos de las administraciones pasadas: obtener más pueblos tributarios y, en teoría, tratar de neutralizar la frontera con los tarascos. De esta forma, los pueblos de la entonces Mesoamérica se dieron cuenta de que el invencible ejército mexica tenía algunas épocas de flaqueza, y por ello era necesaria la llegada de un tlatoani que pusiera las cosas en claro y que presentara a los mexicas como los verdaderos hijos del sol. Ese hombre iba a ser Ahuítzotl, el coyote en el agua.