LA CIUDAD DONDE NACEN LOS DIOSES

Teotihuacan fue fundada en el altiplano central mexicano, más concretamente al noreste de la región denominada Cuenca de México, durante los últimos años del Preclásico Tardío (200 a.C.); sin embargo, su verdadero desarrollo se dio durante el período siguiente, conocido como Clásico, horizonte que cubre aproximadamente los primeros ocho siglos de la era cristiana. Los habitantes de este momento podían admirar desde lo alto de cerros como el Patlachique los flujos de agua que distribuían el líquido preciado gracias a los afluentes de ríos como el San Juan y los manantiales existentes en la región. El paisaje teotihuacano estaba rodeado de abundantes bosques de pino y encinares que sirvieron de combustible para alimentar las grandes hogueras que proporcionaban el calor suficiente para elaborar los alimentos y la cerámica.

Mientras en Europa comenzaba el Imperio Romano con el reinado de Augusto, la ciudad de Teotihuacan, una de las más grandes y cosmopolitas de la América precolombina, experimentaba un incipiente desarrollo y control de los recursos naturales que estaban a su alcance. Ello se debe a su excelente ubicación, pues estaba estratégicamente construida en zonas cercanas a manantiales; lagos, como el de Texcoco, minas de obsidiana, (un tipo de vidrio volcánico con el cual podían fabricar infinidad de herramientas) y gozaba de una posición geográfica privilegiada en las rutas comerciales entre la costa del Golfo y la cuenca de México. La abundancia de cuevas representaba para los indígenas la puerta para acceder al inframundo, y es precisamente sobre una de estas cuevas, al este de la ciudad, donde los constructores levantaron la gran pirámide del Sol, una de las principales estructuras del recinto ceremonial teotihuacano.

Urbanísticamente, Teotihuacan estaba organizada a partir de un eje que corría de norte a sur, llamada Calzada de los Muertos. Hacia el norte estaba delimitada por la Pirámide de la Luna y su gran Plaza, y al sur por varios conjuntos residenciales y la Ciudadela. Un segundo eje este-oeste ubicado cerca de la Ciudadela configuraba la ciudad en cuatro cuadrantes. A su alrededor estaba integrada por numerosas zonas de habitación. La mayoría contaban con una red de alcantarillado subterránea que proporcionaba agua potable de los diversos manantiales ubicados alrededor de la ciudad.

Imaginemos por un momento cómo transcurría la vida cotidiana en una casa del común de época teotihuacana... El señor de la familia está llevando a cabo algunas reparaciones de la casa. A las afueras de esta, prepara unos bloques de arcilla (adobes) para reponer algunos que han sido destruidos de las paredes de su hogar como consecuencia de las lluvias. Entre tanto, la mujer extrae de una gran vasija de color anaranjado varios chiles, que pone al fuego junto con un pequeño conejo que su marido ha traído horas antes. Después de cazarlo en los bosques también consiguió algunos vegetales como verdolagas o zapote blanco, que servirán de guarnición a los alimentos de ese día. Del otro lado de la ciudad, en la zona residencial, una de las grandes familias de la elite lleva a cabo una ceremonia familiar colectiva dedicada a los dioses del hogar. Esta ceremonia se da dentro de un gran patio ubicado en el centro de la casa, alrededor de un pequeño altar. Terminada la ceremonia, vuelven a sus tareas cotidianas. Alrededor de este patio se distribuyen las habitaciones. En una de ellas, la mujer prepara los alimentos; sale constantemente a un cuarto contiguo donde, en grandes vasijas de cerámica, tiene almacenadas enormes cantidades de granos de maíz, frijol, calabaza y diversos alimentos de todo tipo, entre los que también se encuentran algunos chiles. Muy cerca de ahí, el padre lleva la comida a sus animales, entre ellos algunos guajolotes y perros. En este caso el hombre no pierde tanto tiempo en hacer reparaciones en su casa, ya que a diferencia de las que se encuentran a las afueras de la ciudad, ha sido elaborada de piedra y estuco (un tipo de mezcla de cal y arena que servía como cementante para recubrir las paredes). Por eso, en lugar de ello colabora en algunas de las labores que están haciendo en uno de los pasillos principales. Se está pintando con colores ocre, rojo, verde, azul y café la imagen de un jaguar, que decora y describe algunos relatos míticos de esta misteriosa ciudad.

Mientras esto pasa, ha llegado a Teotihuacan un cargamento de obsidiana procedente de la Sierra de las Navajas; los talleres ubicados al norte de la ciudad utilizan este material para la elaboración de diversos objetos, entre ellos puntas de lanza, flechas, navajas y cuchillos. Así, también el golpeteo de las piedras resuena cuando un taller cercano a este está elaborando una gran escultura en piedra. Llevan ya varias semanas, ya está cincelada más de la mitad de la figura y la roca comienza a tomar la forma de una mujer que lleva puesto un quechquémitl (blusa), una falda y está dispuesta con los brazos levantados hacia el frente, en actitud de plegaria. Una vez terminada la obra, tienen la instrucción de colocarla muy cerca de la Pirámide de la Luna, edificio consagrado a la diosa del agua, Chalchihutlicue.

Otro grupo expedicionario especializado en el comercio ha preparado su equipaje, con un mecapal compuesto por varios paños de fibras de vegetales, dentro de los cuales han colocado algunos alimentos, plantas medicinales, y sobre todo grandes cantidades de vasijas de cerámica y herramientas de obsidiana que llevarán a cuestas en su espalda para comerciar con regiones alejadas, muy al sur de su ciudad. No irán solos, debido a que un pequeño destacamento de guerreros, armados especialmente con lanzas, lanza dardos, guarecidos de corazas de algodón que les protegen el pecho y los brazos, les acompañarán. Serán ellos los representantes políticos en el extranjero. Después de varias semanas de camino y de algunas paradas en otros centros de comercio, finalmente llegan a uno de sus principales destinos, la ciudad de Tikal, en la zona maya. Al llegar, el Halach Huinic o señor principal de Tikal los espera sentado en un templo. Los guerreros teotihuacanos son los primeros en aproximarse para hacer las debidas reverencias y saludos de parte de los señores de Teotihuacan, seguidos por detrás de los comerciantes, quienes ya llevan en sus manos algunos presentes y parte de los objetos motivo del viaje. Algunos de estos objetos son grandes vasos cilíndricos de cerámica color naranja que llevan una ornamentada tapadera. Sus soportes de forma cuadrada han sido decorados con pequeñas incisiones en forma de “A”; según ellos esta decoración representa el símbolo del año.

A su regreso muy probablemente vayan a Monte Albán, otra ciudad ubicada mucho más al noroeste de donde se encuentran, para continuar las relaciones comerciales y políticas con sus vecinos, los zapotecos. Las relaciones que han tenido desde hace cierto tiempo han dado tan buenos frutos que hace ya años que algunos zapotecos se han trasladado hasta Teotihuacan como inmigrantes para fundar un pequeño barrio, llamado Tlailotlacan, donde por lo menos entre 600 y 1.000 zapotecos conviven de forma pacífica con los mismos teotihuacanos.

Los señores de Teotihuacan, después de supervisar la entrada y salida de estos productos comerciales, se dedican a los preparativos de una macabra ceremonia, ya que no solamente son la clase gobernante y administrativa de la urbe, sino también la clase sacerdotal. En algún momento algunos de sus guerreros lograron capturar a un grupo de enemigos que van a ser finalmente sacrificados. El ritual se lleva a cabo en la ciudadela, una estructura cuadrangular que tiene los accesos muy limitados, pues solo gente del gobierno podrá tener acceso, entre ellos los mismos guerreros, quienes quizá también desarrollen, a su vez, las labores sacerdotales. Está casi concluida la construcción del templo de Quetzalcóatl en su interior, y lo único que resta es traer a los cautivos para iniciar el ritual. Son cerca de dieciocho jóvenes, casi todos del sexo masculino, y algunas, extrañamente, son mujeres. Pertenecen a una casta militar extranjera. Los llevan con los brazos atados en la espalda, ataviados entre otras cosas con collares y pendientes, algunos de concha y otros con verdaderos maxilares humanos, con dientes y todo. A la altura de la cintura llevan unos discos de pizarra a manera de pendientes.

Por su parte, los sacerdotes llevaban grandes mantos de algodón decorados con plumas y cuentas de oro, y algo que los caracteriza, sus grandes tocados, que en este caso formaban la cabeza de un cocodrilo de la cual emergían sus rostros impávidos y serios. Después de algunas acciones rituales, dan muerte a cada una de las víctimas extrayéndole el corazón, utilizando un cuchillo de pedernal de forma curva, como si fuera una hoz. Posteriormente, los cuerpos son depositados en unas oquedades excavadas en el piso del interior del templo. El ritual culmina cuando los sacerdotes colocan una cantidad considerable de puntas de flecha elaboradas de obsidiana junto al cuerpo de los recién fallecidos; de esta forma permiten que los constructores concluyan las labores de levantamiento del templo sobre los cadáveres previamente enterrados.

La vida continuó en Teotihuacan de esta manera durante más de siete siglos, desde su fundación hasta el año 750 d.C., y los controles comerciales y políticos de Teotihuacan se vieron desestabilizados por el surgimiento de nuevas ciudades. Esto provocó, entre otras cosas, una revuelta social interna importante, a la que se suma la invasión de grupos extranjeros que incendian el centro ceremonial, incluyendo los templos y palacios. El colapso de la ciudad es inevitable. Estas son algunas de las causas que los especialistas proponen como parte de la destrucción de la ciudad, tan polémico es el surgimiento como la caída de esta importantísima ciudad precolombina.

Con su destrucción comienza un periodo de inestabilidad política, económica y cultural en buena parte de Mesoamérica. Varios centros de menor importancia, que podrían haber estado pisando en algún momento los talones de Teotihuacan, ven en este tambaleo las posibilidades para subir al trono como la próxima potencia comercial y política del altiplano central y gran parte de Mesoamérica. Ello, sin duda, incrementó las hostilidades entre los pueblos, lo que dio pauta para la conformación de cuerpos militares cada vez más profesionales y especializados. Durante 200 años este proceso continuó, y el actual territorio mexicano fue escenario de la aparición y el colapso de grandes ciudades y civilizaciones como Xochicalco, Cacaxtla, Teotenango, entre algunas más. Muchas de ellas se caracterizaron por estar fuertemente fortificadas, lo que sin duda nos habla del desarrollo posterior y poco estudiado de la poliorcética mesoamericana (arte de las estrategias de asedio y conquista). Los habitantes de estas ciudades eran de muy diversas etnias, unidas muchas de las veces en una sola entidad política que buscaba llenar el hueco político y cultural dejado por Teotihuacan. Este proceso de transición es conocido como el período Epiclásico o Clásico Tardío (700-900 d.C.) Años más tarde, se alzará una gran potencia militar en el centro de México, que efímeramente intentará ocupar el lugar hegemónico dejado por Teotihuacan. El surgimiento de esta ciudad dará la pauta para que los investigadores den por iniciado el período Posclásico, entre los años 900 a 1521 d.C.