¡HA LLEGADO QUETZALCÓATL!
Corría el año 1519, y Moctezuma creía que finalmente la tradición y sus códices estaban en lo cierto; lo que se avecinaba por la costa indicaba que realmente había llegado Quetzalcóatl, “¡Nuestro príncipe!”, decía, y era menester recibirlo como se merecía. Pero la realidad era otra, a quien estaba a punto de recibir era ni más ni menos que a las huestes españolas convocadas por el capitán Hernán Cortés, oriundo de un pequeño pueblecillo español de Extremadura llamado Medellín, lugar donde actualmente se puede encontrar un monumento con una escultura suya. Desde Cuba, había recibido de la mano del gobernador Diego de Velázquez el nombramiento de capitán de una expedición hacia un país desconocido. Un joven de 34 años con conocimientos de Derecho, Administración agrícola, Ganadería, y algunos conocimientos muy claros del oficio de las armas.
Sin embargo, los mensajeros de Moctezuma eran conscientes de que debían hacer solemnes reverencias y, sobre todo, presentar el gran tesoro de Quetzacóatl que tan celosamente habían conservado los anteriores señores de Tenochtitlan, precisamente para este momento, la llegada de su príncipe: este tesoro incluía, entre otras cosas, una máscara de serpiente de turquesas, un travesaño para el pecho hecho de plumas de quetzal, ajorcas de piedras verdes y jades, llamadas chalchihuites, un lanza dardos guarnecido de turquesas, unas sandalias de obsidiana...También incluía el atavío de Tezcatlipoca y, sobre todo, el de Quetzalcóatl, con el mal denominado penacho de Moctezuma, que más que suyo, era el que, en ceremonias especiales, se colocaba sobre una efigie de Quetzalcóatl. Nos referimos al afamado penacho que sabemos que se encuentra en Viena (Austria), y del que contamos con una reproducción en el Museo Nacional de Antropología de México.
Cabe destacar que muchos de estos objetos que Moctezuma entrega a Cortés fueron, con el paso del tiempo y los azares del destino y la historia, a parar a diversas colecciones de arte y arqueología del mundo. Una de ellas es la que formaría parte de la colección de arte de la enriquecida familia de los Medici en Italia, y que por motivos que no cabe explicar aquí fue posteriormente comprada por el Museo Británico para formar más adelante su sala mexicana, en la que se incluyen objetos como las famosas máscaras de turquesas que tanto describen las fuentes.
Así, Moctezuma dio las instrucciones debidas y les dijo: “Id a su encuentro, y hacedle oír, poned buen oído a lo que os diga”.
Los emisarios de Moctezuma llegaron a las costas, y un grupo de marineros transportó en pequeñas barcas hasta el barco de Cortés, llevando con ellos todos los presentes que Moctezuma les había mandado hacer, incluyendo, por supuesto, el tesoro de Quetzalcóatl.
Debemos destacar en primer lugar que Cortés tenía entre su tripulación a Jerónimo de Aguilar, un español que comprendía bien el idioma maya. También estaba la afamada Malinche, oriunda de Tabasco, que comprendía perfectamente el idioma maya y sobre todo el náhuatl, con el cual los indígenas podían de esta forma hacer llegar sus palabras a Cortés: la Malinche escuchaba lo que los nativos le decían, se lo traducía al maya a Jerónimo de Aguilar quien se lo transmitía en castellano a Cortés.
De esta forma, antes de abordar la nave Cortés preguntó a los indígenas de dónde venían. Ellos simplemente respondían: ”¡De México, de México!”.
Ya estando arriba los indios, con gran solemnidad y reverencia le contaron a Cortés que en esta ocasión tocaba a Moctezuma el gobierno de la Ciudad de México, y que había estado guardando su aposento desde hacía muchos años; es decir, intentaban comunicarse con el español como si fuera el mismo Quetzalcóatl. Al mismo tiempo, comenzaron a ataviar a Cortés con todos los ropajes y joyas propios del dios, las sandalias de obsidiana, los collares de cuentas, los espejos, las grebas que usaban los huastecos y otras cosas más.
No sabemos si por miedo o simplemente para imponer su encomienda conquistadora, Cortés decidió amarrar a los indígenas y, se dice, los nativos cayeron desmayados. Ya que Cortés había ordenado que se disparara un cañón para asustar a los enviados de Moctezuma. Así se ve reflejado en algunos documentos, como por ejemplo en el Códice Florentino.
Resulta interesante destacar que para ese momento el gran arrojo y la fama de los guerreros mexicas, así como la importancia que habían tenido desde el inicio de su imperio habían trascendido por toda Mesoamérica. Por ese motivo, de alguna manera, Cortés, antes siquiera de tocar tierra, ya tenía noticia de que existía un gran reino, el de México, con fabulosos tesoros, y que los amos y señores de esas tierras eran los mexicas, afamados guerreros que estaban bajo el mando del señor Moctezuma.
Por este motivo Cortés, con un tono un tanto petulante, ya que no se daba cuenta de que realmente no estaba frente a un grupo de guerreros sino que se trataba simplemente de unos emisarios, instigó y retó a los nativos a pelear, arguyendo que se sabía de la fama mexica del valor en la guerra.
De esta forma, Cortés les dio algunas armas, espadas y escudos y decretó que al día siguiente sería la disputa para ver si la fama que sobre ellos se había extendido era o no cierta.
Finalmente, los mexicas dijeron que solo eran vasallos de Moctezuma y de que no había ido para pelear, ya que eso solo provocaría las iras de Moctezuma.
Cortés accedió a dejarlos libres, y enseguida los indígenas, muy apresurados, llegaron a la costa y salieron corriendo hacia Tenochtitlan. La gente les decía: ¡Tranquilos, pueden descansar y después podrán irse!”, pero ellos solamente respondían con mucho nervio: “¡Pues no, estamos deprisa, vamos a darle cuenta al señor Moctezuma! Le diremos qué hemos visto”. Mientras caminaban hacia Tenochtitlan se preguntaban entre ellos: “¿O acaso tú antes lo oíste?”.
Pasado esto, Cortés desembarcó en las costas de la actual Veracruz, que en aquel entonces formaba parte de los señoríos totonacos de Cempoala adscritos al imperio de Moctezuma. En este lugar realmente no tuvo mucho problema, pues el señor de Cempoala lo recibió sin ninguna resistencia y le advirtió que aquel territorio no era suyo, sino del señor Moctezuma. Ello se debe a que un grupo de calpixques o recaudadores de impuestos de Moctezuma llegaron a Cempoala a exigir el respectivo tributo de la zona de Quiahuztlan. Cortés, al darse cuenta de tal situación, aconsejó al señor de Cempoala que no se sometiera más al yugo de los mexicas, capturó a los calpixques bajo los ojos sorprendidos del pueblo totonaco, que inicialmente tenía mucho miedo. Los totonacos se die ron cuenta de que no había mucho que temer, pues estos forasteros eran realmente su apoyo para deshacerse del yugo mexica.
En ese lugar Cortés pudo establecer el primer ayuntamiento como base política y estratégica para el inicio de su conquista. Así, el primer paisaje que tuvieron frente a ellos fueron las hermosas áreas húmedas características de la Costa del Golfo, con algunos pantanos y algunos verdosos pastizales.
Antes de partir hacia el interior de las selvas, algunos de los hombres de Cortés se encontraron un poco temerosos de lo que podría suceder; por lo que se produjo un gran motín. Para evitar que alguno de ellos pensara en regresar, se presentó el famoso suceso en el que Cortés ordenó quemar las naves. De un modo o de otro, Cortés iniciaba su expedición al Nuevo Mundo.