LOS PRIMEROS AÑOS DE MÉXICO-TENOCHTITLAN

En el siglo XIV, la cuenca de México estaba dominada por el señor Acolnahuacatzin de Azcapozalco, pueblo tepaneca localizado al noroeste de la cuenca; precisamente el territorio que los mexicas habían ocupado para establecer su ciudad pertenecía a este señorío tepaneca. Realmente ya no tenían mucho entre lo que escoger, ya que como hemos visto, varios pueblos se les adelantaron durante la migración y con el transcurso de su llegada fueron ocupando poco a poco toda las inmediaciones de la cuenca de México. En aquel entonces, la cuenca de México estaba formada en sus costados norte, este y oeste por serranías volcánicas que le daban forma de cuenco, y que se encontraban inundadas por los lagos ya antes mencionados, que en épocas de lluvia podía, llegar a conformar un solo espejo de agua. Pese a ello, uno de los principales problemas del asentamiento en esta zona era la escasez de agua potable, madera y piedra para la construcción, aspecto que, como veremos, llegaron a resolver.

Varios grupos de habla náhuatl se encontraban distribuidos en toda la cuenca. Gran parte de la zona norte de la cuenca, así como todo el occidente, estaba dominada por el señor de Azcapozalco y los tepanecas. Al sur, los señoríos de Culhuacan, Chalco y Xochimilco. Al este se extendía la región del Acolhuacan, mejor conocida por su capital, la ciudad de Texcoco, incluyendo algunos otros reinos de mediana importancia, que en muchos de los casos llevaban a cabo pequeñas alianzas tripartitas. Esta fue una de las características políticas de este momento.

Imaginemos por un momento: un grupo de mexicas está preparando una pequeña expedición a poco más de 15 kilómetros de la zona que han comenzado a limpiar de hierba y piedras para poder construir su primer templo principal. El objetivo de este grupo es obtener piedra y madera. Entre tanto, otros se ocupan de cazar y pescar todo lo que el lago les brinda: peces, ranas, renacuajos, patos y pájaros de todo tipo, para llevarlos a las demás regiones y comerciar con ellos. Una parte de la piedra y la madera será comprada con el dinero obtenido de la venta de sus mercancías; la otra, será obtenida de la Sierra de las Cruces, al norte del sitio elegido por Huitzilopochtli. Y con este material comenzarán a construir lo que será su primer templo, pequeño, de escasas dimensiones, con unas pequeñas chozas de adobe alrededor, en las que los pobladores podrán vivir. Este primer templo principal es lo que los arqueólogos han denominado etapa I del sitio arqueológico, hoy en la Ciudad de México bajo el nombre de Templo Mayor. Una etapa constructiva de la que, por desgracia, solo se ha podido recuperar una pequeña plataforma de, aproximadamente, 11.6 m de altura, que servía de base para construir el edificio principal mexica. Dicha plataforma podía emerger del lago a una altura de hasta 5 m. Además, los arqueólogos han encontrado algunas escalinatas, el suelo de los adoratorios y una pequeña escultura del dios Tláloc.

El Templo Mayor serviría de eje principal para distribuir un arquetipo cósmico que finalmente acababa materializado en una ciudad. De manera horizontal, esta se distribuiría en cuatro sectores que apuntaban hacia los cuatro puntos del universo. Al noroeste quedaría Aztacoalco; al noreste, Cuepopan; al sureste, Zoquipan, y al suroeste, Moyotlan, los mismos puntos que se han identificado como barrios, según dijera don Alfonso Caso.

Posteriormente comenzaron a distribuirse los linajes que vivirían allí bajo una organización conocida como calpulli, y que se establecían por grupos de parentesco basados en un antepasado común y bajo la protección de un dios patrono, llamado calpultéotl.

Tenochtli, aún como caudillo y dirigente del grupo, consideró pertinente presentarse ante el señor de Azcapozalco como tributarios y mercenarios, ya que, como sabemos, este territorio pertenecía finalmente a los tepanecas. De esta manera, los mexicas apoyaron en constantes guerras a los tepanecas, llegando a conformar poco a poco un excelente grupo militar.

Mientras esto sucedía, un reducido grupo de mexicas abandonaba la ciudad de Tenochtitlan y se dirigía a unos cuantos kilómetros al norte para fundar, en el año 1337, la ciudad gemela de México-Tlatelolco, como resultado de algunas discordias.

De esta forma, a los mexicas de ambas ciudades no les quedo más remedio que ser tributarios del señor de Azcapozalco, que para el año de 1367 ya contaba con uno de sus más famosos gobernantes, Tezozomoc. Este había impuesto una carga muy pesada de tributos a los mexicas, entre ellas se recuerda, por ejemplo, el de llevar una garza que estuviera empollando huevos y que estuviera a punto de dar nacimiento a sus polluelos, en el instante mismo debían ser presentados frente al señor de Azcapozalco.

Viajemos de nuevo en el tiempo. Los mexicas se arremolinan alrededor del cuerpo de un gran personaje: su caudillo Tenoch ha muerto y es necesario restablecer un nuevo orden político entre su gente. Todos exigen su Huey Tlatoani, su primer gran señor supremo, pero lo ideal era que este señor estuviera emparentado con los linajes de la estirpe tolteca, y quiénes mejor que los señores de Culhuacan para poder apoyar en esta misión.

De esta manera se reunió un consejo de 20 aristócratas que junto con Tenoch dirigían a la incipiente nación mexica y convocaron una reunión con el señor de Culhuacan para solicitarle que su hijo, Acamapichtli, figurara como el primer gran señor de Tenochtitlan. Después de una larga espera, los culhuacanos, finalmente, accedieron a la petición, y en el año de 1356 Acamapichtli dio comienzo a la gran estirpe nobiliaria del pueblo mexica.

Entre los primeros trabajos de este soberano mexica se encontró el apoyo al señor Tezozomoc, quien alistó un gran ejército del que formaba parte su nuevo señor, Acamapichtli. El objetivo fue la conquista de los señoríos del sur de la cuenca: Xochimilco, Cuitlahuac, Mizquic e incluso Cuauhnahuac, hoy la actual Cuernavaca, en el estado de Morelos.

Gracias a estas victorias y a los afanes de Acamapichli por ser un buen soberano, los recursos económicos de la incipiente Tenochtitlan iban en aumento. Se construyó un templo un poco más gran de, la estructura de la ciudad cobraba cada vez más forma con la edificación de nuevos palacios, casas y templos, como indican algunos relatos: “Bien sabe tu corazón que nos hallamos en linderos, en sitios que son de otra gente. Todavía no es nuestra tierra, habrás de afanarte, de esforzarte, de obrar y trabajar como siervo, pues estas son tierras propiedad de Azcapozalco” (Diego Francisco Chimalpain. Las ocho relaciones y el memorial de Culhuacán) Pese a que Acamapichtli quería la verdadera libertad de Tenochtitlan, esta estaba tan lejos aún que no le correspondería a este soberano lograrla.

Estamos en el año 1396, se están haciendo los preparativos para llevar a cabo uno de los rituales más importantes en Tenochtitlan; el ritual funerario de su gobernante, ¡Acapachitli ha muerto! Sabemos por las fuentes escritas y recientemente por los vestigios arqueológicos cómo reconstruir de forma clara y precisa lo que era un ritual funerario de un gobernante mexica. Como veremos más adelante, tenían unas concepciones muy interesantes con respecto al mundo de los muertos. Una de ellas era el hecho de que aquellos que morían en la guerra o por causas naturales como tlamiquiztli (muerte por tierra) debían ser incinerados, práctica común durante el Posclásico Tardío en buena parte de Mesoamérica. La cremación del cadáver jugaba un papel importante para su viaje al más allá. Imaginemos por un momento el excelso funeral que seguramente los mexicas hicieron a su señor Acamapichtli, aspecto que podemos en cierta forma conocer arqueológicamente por las ofrendas mortuorias del Templo Mayor:

Los sacerdotes más importantes de Tenochtitlan se han dado cita para honrar el cuerpo del difunto tlatoani. La sala donde será depositado el cadáver está siendo preparada, se esparce un denso humo de copal por todo el cuarto, en el suelo han colocado toda una serie de presentes, que serán depositados junto con los restos del difunto. De entre ellos sobresale una pequeña urna de cerámica con la representación del dios Tezcatlipoca. Debemos recordar al lector que toda la ciudad de Tenochtitlan estaba recubierta de estuco, una especie de enlucido de cal y arena que servía como recubrimiento de suelos y paredes. Los ayudantes de los sacerdotes comienzan a romper el suelo, comienzan eliminando el recubrimiento de estuco y posteriormente empiezan a retirar algunas lajas de piedra con las que se ha elaborado originalmente el suelo del templo. Después, preparan una pequeña oquedad en el suelo, la recubren con pequeños ladrillos de tezontle, dándole la forma final de una caja de si llares. Mientras esto sucede, un tlacuilo, es decir, un escribano o pintor de códices, registra el evento en un documento pictográfico. Cerca de ellos, las ofrendas están listas: chocolate, pulque, flores, papel, puntas de flecha, navajas prismáticas de obsidiana, fragmentos de sahumadores y algo más importante: en una sala especial se encuentran los cuerpos de varios individuos que fueron sacrificados ex profeso para ser enterrados junto con el cuerpo de su señor. Entre ellos destacan enanos, esclavos, sacerdotes, y hasta un perro, para acompañar fielmente al difunto.

En este códice la fundación de Tenochtitlán es representada por el águila posada sobre un nopal que surge de una piedra a manera de corazón. Varios personajes admiran el momento, uno de ellos es el caudillo Tenoch que se encuentra anunciando el momento con la vírgula de la palabra. Códice Mendocino, lámina 1.

Cuando nacía un niño de la nobleza, se tenía la costumbre de cortarle un mechón de pelo, que en este caso también acompañaría a las ofrendas mortuorias de Acamapichtli junto con un mechón de la cabellera de su cadáver recién cortado. La ceremonia está lista. Una gran pira de fuego se ha prendido en lo alto del Templo Mayor, y el cuerpo de Acamapichtli se ha envuelto fuertemente en un petate y se introduce en la hoguera de copal y tea junto a la imagen de Huitzilopochtli. Los sacerdotes han puesto en su boca una piedra preciosa de color verde.

Una vez consumada la incineración, los sacerdotes han colocado los restos en la urna cineraria de cerámica, en la que también han depositado la piedra verde, el chalchihuite, el corazón del señor, junto con los mechones de pelo. Después, una serie de ceremonias acompañarán el descenso de la urna hasta la caja de sillares previamente elaborada. Es necesario que el alma del muerto no se fraccione, por ello colocan una pequeña escultura encima de la caja. Solo faltan cuatro etapas más en las que continuarán los rituales y los sacrificios hasta que, finalmente, vuelven a sellar la caja de sillares con una nueva capa de estuco. Es probable que primero procedieran a la quema del cuerpo del difunto y que después, con la sangre de los sacrificados, se apagara la pira y, juntado todo lo depositado, se procediera a elaborar la oquedad en el piso y colocar las ofrendas en conjunto. De esta manera tendríamos una idea aproximada de lo que las fuentes, junto con los hallazgos arqueológicos, nos cuentan sobre las ceremonias fúnebres de los señores, en este caso de Acamapichtli.

Las ceremonias en su honor continuarán hasta cuatro años después de su muerte, según lo marcado por la información de autores como Leonardo López Luján. Tendremos oportunidad de conocer más sobre la concepción del más allá por parte de los antiguos mexicanos en posteriores capítulos.

Volviendo a nuestra historia, gracias a las relaciones de parentesco que estableció Acamapichli con los culhuacanos, se comenzó a conformar la nobleza mexica de Tenochtitlan, posteriormente denominada bajo el término de pillis o pipiltin.

Los pipiltin o gente noble tendrían a su cargo todas las labores administrativas, religiosas, militares y políticas de gran importancia. Entre sus privilegios se encontraba el poder utilizar vestimentas de algodón, sandalias de media talonera, ornamentos de oro, alimentarse con cacao, o la utilización de psicotrópicos para las ceremonias. Algunos de estos productos, como el algodón, fueron resultado de las relaciones políticas que, con el tiempo, los tlatoque mexicas iban consiguiendo con el desposamiento de sus mujeres. Los pillis también se encargaban de ser los distribuidores del excedente en caso de desastre; eran conocedores del calendario y la escritura. Sus casas se encontraban lo más cerca posible e incluso dentro del centro ceremonial.

Por otro lado tenemos a la clase tributaria, representada por los macehualtin, en la cual recaía la mayor parte de la producción económica de la ciudad. Eran miembros los pequeños comerciantes, los artesanos y sobre todo los agricultores, quienes obtenían sus tierras en función de lo que internamente fuese distribuido por el jefe del calpulli. Una buena parte del excedente de estas tierras iba a parar a manos del estado mexica, siendo esta la principal diferencia entre pillis y macehualtin.

Los macehualtin habitaban en las afueras de la ciudad, en pequeñas chozas elaboradas de adobe y bajareque. No les estaba permitido usar vestimentas de algodón, por lo que tenían que elaborar su ropa con fibras de ixtle.

La política interna del grupo fue integrada en primer término por el tlatoani (el que habla) o señor supremo, que estaba apoyado por el cihuacóatl, quien lo apoyaba en sus funciones, sobre todo en las militares y religiosas. Después, los militares y los sacerdotes integraban la escala más alta, seguidos de algunos funcionarios que apoyaban administrativamente al estado mexica, en este caso personajes como el Huey Calpixqui, quien durante las futuras guerras de conquista ayudaría a recaudar el impuesto de los pueblos sometidos.

Muerto Acamapichtli, era necesario contar con un segundo gobernante que continuara alimentado la estirpe tolteca. Es así como en el año 1397 es electo el Huehue Huiztilihuitl, hijo de Acamapichtli. Durante este tiempo es electo en la capital gemela de México Tlatelolco el señor Tlacatéotl. Mejoró las relaciones políticas con sus enemigos casándose con una de las hijas del señor de Azcapozalco, lo que les brindó algunos beneficios, considerando que eran tributarios de este pueblo. Huiztilíhuitl empezó por dotar de infraestructura a la ciudad de Tenochtitlan, como por ejemplo con la construcción de un acueducto que iba desde Chapultepec hasta la misma capital mexica.

Los lazos afectivos de Huiztilíhuitl con otros señoríos como el de Cuahunahuac le permitieron que la emergente clase nobiliaria de Tenochtitlan tuviera mayores cargas de algodón para sus cada vez más suntuosas vestimentas. Y otro de los aspectos que tiene principal importancia en el reinado de Huiztilíhuitl es el inicio de una gran experiencia en el campo de la milicia al lado de las tropas tepencas. Ya no solo como simples mercenarios, sino realmente como aliados, lo que incluyó algunos lazos familiares que unían a Huiztilihuitl con el señor Tezozomoc y que le permitieron engrandecer poco a poco su ciudad y establecer con las diferentes batallas un ejército que iba cobrando fama, por lo menos en la cuenca de México.

Isabel Bueno afirma que una de las principales aportaciones de aquel ejército a la estructura militar fue el establecimiento de rangos militares como el de tlacochcálcatl, que fue otorgado a uno de los futuros tlatoque de Tenochtitlan, su hermano Izcóatl, y sobre todo un aspecto poco tratado en la historia militar mexica, como fue el desarrollo de las tácticas navales, sistema que permitió, junto con el ejército tepaneca, llevar a cabo una de las conquistas más importantes de este reinado, la del señorío del Acolhuacan en Tex coco, el tlatoani Ixlilxóchitl.

La batalla se libró con gran ferocidad, sobre todo por parte de los ejércitos mexicas. Pero no solo fue esta la zona de acción del ejército tepaneca-mexica, las fuentes aseguran que una parte del norte en la zona de Xaltocan fue conquistada en la región otomiana de Cuauhtitlán, Tequizquiac y Xiquipilco. Y hacia el noreste Acolman, Otumba y Tulancingo. Algunos autores como Nigel Davies argumentan, en función de la discrepancia de las fuentes que fue realmente la del norte una conquista exclusivamente tepaneca sin ayuda mexica, y que en algunos casos las fuentes la atribuyen al reinado de Huitzilihuitl. Sea como fuere, queda claro que todas las conquistas que este señor hiciera eran finalmente botín para los tepanecas. Pero en el año 1417 sucede algo inesperado, la muer te de Huitzilíhuitl.

Su hijo Chimalpopoca, de diez años de edad, el tercer señor de Tenochtitlan, debía suceder a su padre tras su muerte. Cuenta la historia que cuando subió al trono la nobleza mexicana le dio un arco y flechas y un macuahuitl, que eran las armas con las cuales pretendían salir del sometimiento de los señores de Azcapozalco. La entrañable relación de Chimalpopoca con su abuelo, Tezozomoc, duraría poco, ya que unos años después de su entronización su abuelo fallecería. De esta manera, los grandes beneficios obtenidos por Huitzilíhuitl comenzaban a perderse, y empeoró la situación cuando llegó un usurpador al trono: Maxtla. Él dio grandes dolores de cabeza a los mexicas, que no estaban de acuerdo con la política paternalista que había seguido Tezozomoc.

Es un día cualquiera en la antigua Tenochtitlan, corre el año 12 conejo, 1426. Chimalpopoca se encuentra reposando en su palacio, de noche, y ha solicitado a su guardia personal que lo deje un momento solo. Ya han pasado cerca de 13 años de reinado en Tenochtitlan. Uno de los beneficios que ha obtenido para su pueblo ha sido disminuir la carga de tributo que pagaban a Azcapozalco, pero ahora con el usurpador Maxtla las cosas cambian. Chimalpopoca se ve preocupado, pero el sueño le vence y cae rendido. De pronto, un grupo de guerreros tepenecas ha entrado al palacio sin que nadie lo vea, y de un momento a otro entra en la habitación de Chimalpopoca para asesinarlo. A su muerte silenciosa, salen del palacio sin ser vistos.

Muy de mañana, algunos de los principales de la ciudad se acercan a saludar a su rey como siempre lo hacen, y un gran grito despierta a toda la ciudad al darse cuenta de que Chimalpopoca ha sido presa del odio tepeneca.

Pero esto no significaría que durante su reinado efímero Chimalpopoca no lograra algunos avances de vital importancia para el futuro del próximo imperio mexica, como sofocar algunas revueltas de la gente de Chalco que ya habían sido vencidos en el reinado de Acamapichtli, según el Códice Azcatitlan.

El asesinato de Chimalpopoca ponía al pueblo mexica en la cuerda floja. “Mucho se afligían los mexicas cuando se les decía que los tepanecas de Maxtlaton los harían perecer; los rodearían en son de guerra” (Alvarado Tezozomoc, Crónica mexicáyotl).

De forma discreta, convocaron una solemne reunión para las honras fúnebres de su gobernante. Invitaron a los señores de Texcoco y Culhuacan, a quienes dieron la noticia de lo ocurrido. La gente de ambos señoríos ofreció su ayuda a los de Tenochtitlan: bastimentos, agua, materiales de construcción, les apoyarían en lo que fuera necesario. También fueron invitados para la siguiente ceremonia que tendría por objeto la entronización del siguiente señor de Tenochtitlan. Muchos sabían que la ilustre estirpe de la sangre real mexicana no acabaría con la muerte de Chimalpopoca, y debían convocar urgentemente una nueva junta para la sucesión del próximo tlatoani que los guiaría, animaría y haría que se esforzaran en contra de sus enemigos. Esta vez sería un personaje que daría la talla para iniciar una revuelta que permitiría a los mexicas deshacerse de sus enemigos y comenzar el más ferviente mandato de Huitzilopochtli, y convertirlo en el verdadero y único Pueblo del Sol.