UN PEQUEÑO SALTO EN EL TIEMPO...

Mediados del siglo XV d.C. Un grupo de expedicionarios ha salido desde la Ciudad de México para ir a explorar una ciudad muy antigua que saben que lleva ya muchos años abandonada y que se encuentra a unos cuantos kilómetros al norte de México. Al llegar a la ciudad comienzan a cruzar una gran avenida, que está enmarcada en sus costados por muchas construcciones derruidas, construcciones misteriosas que les despiertan cierto temor; algunos de nuestros exploradores piensan que podría tratarse de tumbas, pese a ello deben seguir su expedición y conseguir el valioso botín. Finalmente saben perfectamente dónde localizar lo que están buscando, una gran ofrenda funeraria que seguramente contendrá objetos de lujo que llevarán posteriormente a la Ciudad de México. Después de un arduo trabajo, pues sus herramientas no son las más sofisticadas, logran extraer del pie de las escaleras de una gran pirámide una vasija anaranjada que lleva una serie de inscripciones y figuras de algunos dioses que les parecen bastante conocidas. No era la primera vez, pues ya antes habían localizado objetos parecidos, lo que no deja de asombrarles. Envuelven la pieza en algunos paños de algodón, de pronto alguien exclama en una lengua un tanto extraña: “¡Ten cuidado, no la vayas a tirar, que es mágica!”, y finalmente, ya envuelta, se la llevan hasta su metrópoli.

Es tal el misterio que les produce esta extraña ciudad que han creado una leyenda que dice así:

Una reunión de urgencia ha convocado a los más altos representantes del universo, los dioses. Están en un fuerte dilema, es necesaria la creación del sol, un elemento indispensable para la formación de la vida en el universo y sobre todo para el nacimiento del hombre. Se ha prendido una gran hoguera en el centro del salón de reunión y se explica a los convocantes que aquel que se arroje a la hoguera tendrá el privilegio de, a su muerte, renacer como el astro rey que iluminará el universo. Todos los dioses se miran entre ellos para ver quién será el valiente, de pronto se levanta uno y corre apresuradamente hacia la hoguera. Se llama Tecuciztécatl, “Señor de los caracoles”, y cuando está a punto de arrojarse se detiene y lo piensa dos veces. De pronto se pro duce una fuerte explosión en la hoguera, un segundo dios se ha arrojado y los que dicen haberlo visto afirman que se trataba de Nanahuatzin, “El purulento o bullicioso”. En cuestión de segundos, el salón se llena de luz y calor, el sol ha nacido. Existe un quinto sol último de una serie de cuatro que alumbrará la existencia humana, ya no hay nada que hacer, la labor ha sido consumada. Sin embargo, Tecuciztécatl, lleno de rabia por su falta de decisión, se arroja también, resultando de ello la creación de un segundo sol, tan radiante y calorífico como el anterior. Nuevamente la reunión se encuentra en aprietos, ahora ya no tienen uno sino dos soles, el segundo sol no puede ser tan brillante como el primero. Por lo tanto los demás dioses deciden arrojar un conejo para que opaque al sol creado por Tecuciztécatl; de esta forma nace la Luna.

Por esta razón nuestros expedicionarios han llamado a esta ciudad como Teotihuacan, “la ciudad donde nacen los dioses”. No es la única ciudad donde han intervenido en excavaciones para extraer objetos cerámicos, o esculturas. De Tula, que aún está poblada en sus alrededores, han extraído una escultura en piedra de un personaje semi recostado que sostiene en sus manos una vasija para depositar algunas ofrendas, que al igual que lo extraído en Teotihuacan, será llevado a su metrópoli. Los exploradores dicen ser descendientes de los antiguos habitantes de esa ciudad, y por eso van constantemente a extraer objetos de ella. Para ellos, estas piezas tienen una carga simbólica muy importante, pues representan su legado histórico y la forma de legitimarse como un pueblo prestigioso a los ojos de sus vecinos. Ellos son muy conocidos en los alrededores, les dicen mexicanos, tenochcas, o simplemente mexicas, y su ciudad es conocida como México-Tenochtitlan. En este momento son los amos y señores de casi toda Mesoamérica, prácticamente todos les rinden tributo. Sus ejércitos resuenan en todos los rincones del altiplano mexicano, y están en vías de acercarse a las costas del Golfo y del Pacífico; están creando uno de los imperios más poderosos del entonces mundo precolombino. Pero no siempre fue así, hubo una época entre el mito y la historia en que estos mexicanos estuvieron asociados a un misterioso pueblo del cual ya no tenemos muchas noticias; marcan las fuentes que eran llamados aztecas. Para muchos, los aztecas, tenochcas, mexicas, mexicanos y tlatelolcas son lo mismo, para otros hay una sobrada diferencia; sin embargo esta es otra historia que comienza de esta manera...