EL FIN DE UNA TRAVESÍA

Corría el año 1325 d.C., y el señor de Culhuacan fue invitado a la fiesta para ver cómo su hija iba a ser transformada en la personificación de la diosa Yaocíhual o diosa guerrera. Se encontraba conversando con los más altos dirigentes políticos del pueblo mexica y esperando el momento de ver a su hija ataviada con ricos jubones, flores, plumas y seguramente acompañada de algún mancebo mexica. La sala donde se llevaba a cabo el acto estaba invadida por grandes cantidades de humo y copal, que servía para purificar la celebración; de pronto el gobernante de Culhuacan dejó ver entre las nubes de copal a su hija, pero afinando mejor la vista se dio cuenta de algo espeluznante: realmente no se trataba de su hija, era un hombre, un sacerdote, ataviado con la piel recientemente desollada del cuerpo sacrificado de su hija. Ese era el designio de Huitzilopochtli, era un sacrifico humano que debía alimentar al astro sol. En ese momento, la furia de los culhuacanos no se hizo esperar y de nueva cuenta comenzó la batalla. El ejército culhuacano se arremolinó para sacar de su territorio a los mexicas, y en la refriega los mexicas fueron perseguidos y obligados a esconderse en el lago, entre los carrizales y tulares, según dicen las fuentes: “salió toda la gente de ella en arma y dándoles combate, los metieron en la laguna hasta que casi no hallaban pie. (Los mexicas) viéndose tan apretados, [...] comenzaron a disparar tanta de la vara arrojadiza que son aquellas armas de que ellos hacían mucho caso y con fianza” (Historia de las Indias de la Nueva España, Fray Diego Durán).

Para facilitar el paso de las mujeres y los niños, varios de los jóvenes utilizaron sus escudos a modo de canoas. Cuauhtlequetzqui y Axolohuan, también conocido como Tenoch, quienes iban al frente del descontrolado pueblo mexica, tuvieron la primera visión: de pronto, de entre los carrizales se observan algunas cañas, sauces y espadañas que comienzan a volverse blanquecinos, y cerca de ellos, una serie de ranas, peces y renacuajos, también de color blanco, los rodean. La geografía del lugar se transforma, divinizada y repleta de metáforas relacionadas con la dualidad de la cosmovisión indígena. Cuevas de las que brotan dos arroyos con características opuestas, en los que al entrelazarse confluyen las fuerzas y esencias cósmicas de todas las cosas, se encontraban en el centro mismo del universo mexica. El designio sagrado estaba cerca, la memoria de estos dos caudillos recordaba que era en ese mismo lugar donde se había enterrado el corazón del astrólogo Cópil. En su lugar se encontraba un gran nopal sobre el cual un águila real con las alas extendidas se encontraba en pleno combate y a punto de matar a una serpiente de cascabel; otras fuentes afirman que el águila se encontraba devorando aves de diversos colores. Nuestros personajes, inmediatamente, se agacharon para hacer una reverencia, humillándose ante su dios: se trataba del mismo Huitzilopochtli transformado en águila quien, como representante del sol como en Coatepec, triunfa sobre la serpiente, imagen viva de la luna y las estrellas o Cenzohuiznahuac, los 400 urianos, representados por las aves de diversos colores que pocas veces aparecen en documentos como el Códice Tovar. El sitio escogido, efectivamente, recreaba arquetípicamente un ambiente lacustre, en medio de los cañaverales, tal como la patria originaria, Aztlan. Finalmente, ese fue el lugar designado por Huitzilopochtli; habían llegado a la tierra prometida.

Ténoch tiene un presentimiento y decide internarse en la laguna, exactamente por debajo del nopal. Su compañero, sorprendido, ve cómo poco a poco Tenoch se sumerge en las aguas divinas, dándolo por muerto. Al día siguiente, reaparece Ténoch con un mensaje del dios del agua, Tláloc: “Ya llegó mi hijo Huitzilopochtli, esta es su casa. Es el único a quien debe quererse, y permanecerá conmigo en este mundo” (Códice Aubin).

La arqueología nos revela algunos monumentos de este extraordinario hecho. El Teocalli de la Guerra Sagrada, monumento escultórico del arte mexica, representa en su parte posterior el momento portentoso; un águila posada sobre un nopal y del cual emerge el símbolo de la guerra florida, el átltlachinolli. Nuevamente la dualidad se hace presente, el fuego y el agua se combinan en un solo glifo, este monumento puede ser admirado en la sala mexica del Museo Nacional de Antropología de México, es la primera expresión original que se tiene de este acontecimiento.

Regresando a nuestro relato, pronto todo el grupo mexica fue informado de que habían llegado al lugar indicado, y nada tardaron en comenzar a limpiar los alrededores y los arroyos, y se preparaban para construir el primer templo principal de Huitzilopochtli y Tláloc, eje tanto vertical como horizontal del universo, donde confluirían las esencias vitales de todo lo que sería el posterior imperio mexica. Fundarían allí una de las ciudades más poderosas del mundo mesoamericano, el sitio simplemente iba a ser conocido como Tenochtitlan Cuauhtli itlacuayan, donde está el águila que devora en el tunal sobre la piedra.