46
San Juan

Margot conducía una Yamaha de seiscientos cincuenta centímetros cúbicos que acaban de robar cerca de un área de servicio mientras sus dueños se estaban enrollando detrás de unos árboles. El BMW lo habían escondido en un cruce cerca de la autovía para complicar el rastreó a sus posibles perseguidores. Podían haber tomado varias rutas, al norte por la A-2 dirección Zaragoza o dirección Sigüenza, adentrándose en la provincia de Guadalajara. Pero, finalmente, se decidieron a ir al este, por las tierras de la Alcarria y el señorío de Molina. Margot continuó hasta llegar a Cifuentes, allí cambió de dirección, y por una carretera comarcal alcanzó la nacional que llevaba a Molina de Aragón. A lo lejos vieron aparecer las altas torres de sus murallas, con sus sillares rojizos reforzando las esquinas y el castillo coronando la cumbre. Se detuvieron a la entrada del municipio, junto a una de las puertas medievales. Hacía frío, un frío seco, de ese que te limpia los pulmones, el alma, y si no te abrigas bien te puede dejar una semana tirado en la cama con cuarenta de fiebre.

—Esto te gustará, con tanta muralla y tanta torre —comentó Margot nada más quitarse el casco.

—Pues sí, y además lo conozco bien. Hay un hotel con mucho encanto a la salida del pueblo, es un buen lugar para descansar.

—¿Es discreto?

—Sí, no creo que nos busquen por aquí.

—De todas maneras es mejor si escondemos la moto —afirmó Margot.

—De acuerdo, hemos dado una buena vuelta. Nunca adivinaran que estamos en este lugar.

—Utilizas términos absolutos con demasiada ligereza. Será mejor que tengamos cuidado y no nos confiemos.

El hotel era pequeño, se trataba de una casa antigua de piedra que había sido recientemente reformada para albergar el establecimiento. Les atendió una mujer mayor y amable que creyó que era una pareja de enamorados.

—Tengo una habitación que les va a encantar.

—Queremos algo sencillo, no se preocupe —dijo Álex.

—Tiene un jacuzzi…

—Nos la quedamos —contestó rápidamente Margot— ¿tiene una botella de champán?

—Claro que sí.

Álex la miraba con cara de asombro.

—Pero ¿no decías que debíamos tener cuidado y no llamar la atención?

—Es mejor que piense que somos una pareja de novios que un par de extraños que están huyendo de algo —le susurró al oído cuando la mujer fue a por la botella.

Álex asintió con la cabeza, instantes después la responsable del pequeño hotel volvió.

—Perfecto —le dijo sonriente Margot—, muchas gracias.

—¿Les acompaño a la habitación? —preguntó la mujer.

—Si es tan amable… —respondió Margot mientras se acercaba a Álex y le besaba en la mejilla—. Seguro que te gusta, cariño.

—Les va a encantar, créanme.

La habitación era demasiado cursi, pintada en rojo, decorada con unas reproducciones de cuadros de Monet que no pegaban nada en aquel lugar. Eso sí, el jacuzzi era espectacular. Margot se quitó la chaqueta y la camiseta ochentera, debajo llevaba otra camiseta interior negra ajustada que realzaba sus pechos. Álex no pudo evitar fijarse y ella se dio cuenta enseguida.

—¿Pasa algo?

—No, ¿por qué lo preguntas? —acertó a murmurar Álex.

—Por nada. —Margot sabía perfectamente por qué lo decía—. Y ahora, ¿qué hacemos?

—¿Descansar? —preguntó Álex, que seguía un poco aturdido y prefería no mirar cómo Margot se desprendía de las botas y las pulseras.

—¿Y mañana? ¿Adónde vamos? —insistió Margot—. Antes del jaleo en el aparcamiento me dijiste que el último signo tiene que estar también en un castillo.

—Nos falta por encontrar el último.

—Ya, pero ¿cuál?

—Si lo supiera no estaríamos aquí.

—Tienes que saberlo —afirmó Margot—. Sólo necesitas pensarlo tranquilamente, relájate.

—Pero no hay ninguna pista, ninguna descripción —lamentó Álex.

—Lo sé, conozco perfectamente ese manuscrito.

—¿Sí? ¿Y cómo es que lo conoces tan bien? —Álex prácticamente no sabía quién era su compañera. Le había ayudado y por eso estaba con ella, pero no conocía sus intenciones—: ¿Qué pintas tú en todo esto?

—Yo soy tu ángel de la guarda —murmuró asomándose por la puerta del baño y tirando la camiseta interior hacia una silla de madera que había junto a un pequeño escritorio.

—Sí, claro…

—Te intenté prevenir en Zaragoza, te ayudé a llegar a Portugal, hoy te he salvado de la policía y de ese matón, ¿te parece poco?

—Déjate de juegos. ¿Qué quieres, realmente?

—Lo mismo que tú, descubrir el misterio —dijo asomándose de nuevo a la puerta del baño.

—¿Cómo sé que me puedo fiar de ti?

—No lo sabes, igual que yo tampoco sé si puedo fiarme de ti. Descubramos el secreto y ya habrá tiempo de conocernos. Tenemos siete símbolos ordenados y seis castillos. Quizá sus localizaciones nos den una pista. —Margot salió del baño vestida con un albornoz azul.

—Puede ser.

—El primero, el de Calatrava La Nueva, está en la provincia de Ciudad Real, el de Montalbán en Toledo, el de Alcántara en Cáceres, el Alcalá de Xibert en Castellón, el de Clavijo en La Rioja y el de Avis en el Alentejo, en Portugal.

Conforme Margot fue diciendo los nombres y situándolos, Álex fue viendo aparecer ante si los emblemas de las diferentes órdenes militares, y para cuando Margot iba a pronunciar el nombre del último castillo, Álex ya había descubierto la coincidencia que tenían todos ellos.

—¡Joder!

—¿Qué pasa?

—¡Joder, joder, joder!

Los ojos de Álex brillaban y su rostro mostraba gran excitación.

—¿Pasa algo? —Margot no entendía la reacción—, ¿has descubierto algo?

—¿No te das cuenta?

—¿De qué? ¿Me vas a decir qué pasa? —preguntó mientras se sentaba en los pies de la cama.

—Los castillos, lo importante no es su ubicación, sino sus dueños.

—¿Dueños?

—Sí, sus dueños actuales no, los originales. ¡Las diferentes órdenes militares!

Se hizo un gran silencio, mientras Margot procesaba lo que acaba de oír y Álex se aseguraba de que su teoría tenía sentido.

—Calatravos, Templarios, Alcántara, Montesa, Santiago y Avis —Álex estaba emocionado—, seis órdenes militares distintas, ¡ésa tiene que ser la clave!

—Quizá. —Margot compartía la excitación.— ¿Y qué quiere decir?

—Pues, posiblemente, que el castillo que falta también pertenezca a una orden militar.

—¿A cuál?

—No estoy seguro… pero quizás a la única importante que falta en esa relación. ¡La Orden de San Juan!

—¡Claro! Eres mucho mejor de lo que yo creía —confesó Margot visiblemente emocionada—. Entonces tenemos que buscar un castillo sanjuanista, pero ¿cuál?

—No sé, hay muchos, era una de las órdenes militares con más relevancia, con multitud de posesiones, además heredaron muchos de los castillos templarios cuando estos desaparecieron. Con esa pista no basta, necesitamos algo más.

—¿El qué? Ya no tenemos más información, no hay descripciones, sólo tenemos el séptimo símbolo, el que debería estar en ese castillo…

—¡Eso es! No tenemos el castillo, pero sí el símbolo —Álex lo tenía claro—. En esta ocasión funciona al revés, sabemos cuál es el símbolo, por lo que tenemos que buscar el castillo donde aparece ese símbolo.

—¡Exacto! —exclamó Margot—: Pero… eso tiene que ser muy complicado, ¿o acaso existe un catálogo de marcas de cantero que nos diga en qué castillo se ubican?

—¡Ojala! Pero me temo que no.

—Entonces, ¿estamos cómo antes?

—Ni mucho menos, sabemos que se trata un castillo sanjuanista y que en sus paredes tiene que estar tallada la marca de la cruz y la estrella. Sé perfectamente quién puede echarnos una mano. Déjame tu móvil.

Margot se lo dio dubitativa y Álex marcó un número que conocía de memoria.

—No contesta —murmuró Álex.

—¿A quién llamas?

—A Antonio, un amigo y un experto en románico. Pero… no tenemos suerte, no hay manera de que conteste.

—¿No puedes llamar a nadie más?

—A nadie como Antonio. Seguro que él puede ayudarnos.

Álex volvió a marcar el número, esta vez sí respondió alguien al otro lado.

—Antonio, sí, soy Álex, necesito consultarte una cosa. Mira, estoy buscando un castillo sanjuanista donde aparece una marca de cantero que es una estrella unida a una cruz, ¿te suena de algo? —Álex continuó escuchando a su interlocutor, Antonio Palacín—. Sí, una estrella unida a una cruz, es un símbolo muy peculiar, he pensado que quizá tú lo podrías identificar.

Margot permanecía a la escucha, expectante.

—Vale, llámame a este número cuando sepas algo.

—¿Y? —preguntó impaciente Margot.

—Bueno, dice que le demos tiempo, tiene que consultarlo.

La espera se hizo larga, Margot fue al jacuzzi y abrió el grifo, buscó por el baño y encontró unas sales que dejó caer en el fondo de la bañera, mientras Álex no dejaba de mirarla y se ponía todavía más nervioso de lo que ya estaba por culpa de la espera.

—¿Crees que ese amigo tuyo nos ayudará?

—Espero que sí, es el único que se me ocurre que puede ser capaz de saberlo —respondió Álex algo contrariado—. Buscar una determinada marca de cantero en un castillo es difícil, pero posible. Cosas más complicadas he tenido que investigar.

—¿Sí? —interrumpió Margot—: ¿Cuáles?

—Hay ocasiones que tienes que leer los restos de un edificio, un castillo en mi caso, como si fuera un puzle, un rompecabezas de cientos de años, que forzosamente ha sufrido transformaciones. Al principio no sueles ver nada, pero las piedras siempre te dicen algo, sólo hay que fijarse lo suficiente. No basta con ver, hay que mirar.

—¿Como con las marcas de cantero?

—Exacto, las marcas son uno de los pequeños detalles que puedes encontrar en una construcción medieval, pero hay otros. Por ejemplo, los sillares: estos bloques de piedra trabajados, según su forma, su disposición, la manera en que han sido tallados. Todos esos detalles nos están diciendo algo —Álex había conseguido atraer la curiosidad de su acompañante—: si se ha utilizado mucha o poca argamasa para unirlos, el material con el que están hechos, la alineación.

—Sí que eres bueno en esto. Puede que seas capaz de dar con una explicación para tanto misterio. —Margot se llevó la mano derecha a su cabeza y jugó con un mechón de su pelo.— ¿Qué crees que encontrarás cuando des con el último símbolo?

—No lo sé.

—Has estado buscándolos por media España, incluso en el extranjero, ¿y no te has parado a preguntarte qué pasará cuando des con el último?

—No he tenido tiempo, ha pasado todo tan rápido que no he podido plantearme esa pregunta.

—Pues plantéatela, ¿qué ocurrirá cuando halles el símbolo de la estrella y la cruz en el último castillo?

—¿Cómo voy a saberlo? ¿Crees qué sé lo que estamos buscando? Yo me limito a descifrar los castillos y a encontrar las marcas, nada más.

—¿Y por qué lo haces? —preguntó Margot desafiante—. Sí, ¿por qué? ¿Por qué arriesgas tu vida por algo que no sabes qué es?

—No lo sé, pero siento que debo hacerlo.

—Joder, ¿un sentimental? Tú sabes, tan bien como yo, que algo sucederá. Esos símbolos son una especie de clave o señal: cuando demos con el último, un secreto que lleva oculto siglos saldrá a la luz, y por las molestias que se dieron en ocultarlo tiene que ser grande, muy grande.

—¿Y qué es? Haces muchas preguntas pero pareces tener más respuestas que yo. Llul tiene más información y tú trabajabas para él, así que dime lo que sabes, ¿qué ocurrirá?

—No lo sé.

—¿Cómo?

—¡Que no tengo ni idea! Llul no decía nunca nada sobre este tema, pero era lo que más le importaba en su vida, así que tiene que ser realmente extraordinario, créeme.

—¿Por qué trabajas para él?

—«Trabajaba» —puntualizó Margot.

—Y, bien. ¿Por qué trabajabas para él? —insistió Álex—: ¿Tanto te pagaba?

—Sí que me daba mucho dinero, pero no es por eso.

—Explícate.

—No puedes decidir cuándo dejas de trabajar para él, no depende de ti —Margot parecía mostrarse sensible y vulnerable por primera vez—. Toda la gente que trabajaba para Llul es especial.

—¿Especial? ¿En qué sentido?

—En muchos —respondió con preocupación en su mirada la mujer—. Por ejemplo, Albert.

—¿Quién es ese?

—La sombra que os ha vigilado todo este tiempo. Pues bien, ese tipo es increíblemente elástico y fuerte, parece casi inhumano. Yo le he visto hacer cosas que parecen imposibles.

—Te creo.

—No sé exactamente cómo empezó a trabajar para Llul, pero sé que ya tenía esas cualidades desde muy pequeño. Sus padres le tenían miedo, porque era incontrolable, y terminó en un circo. Llul lo acogió y potenció sus habilidades. —Margot cogió aire y dio un gran suspiro—. Durante los años que llevo con él he visto pasar muchas personas con algún tipo de don. Llul los busca y los recluta. Pero realmente lo que hace es utilizarlos, y cuando dejan de servirle se deshace de ellos. Ahora está detrás de un ladrón de obras de arte, el mejor de toda Europa. Pero parece ser que se está resistiendo. Los trucos de Llul no le parecen funcionar esta vez.

—¿Y tú? —preguntó Álex intrigado—: Dices que todos los que trabajan para él tienen un don, una habilidad. ¿Cuál es la tuya?

Permaneció en silencio mientras Álex clavaba su mirada en las pupilas ausentes de Margot.

Sonó el móvil. Álex tardó en reaccionar, pero finalmente lo cogió al ver de dónde provenía la llamada

—Dime, Antonio, ¿qué tienes? ¿Cómo? —Álex estaba muy nervioso—: Necesito que la encuentres. Ya sé que es difícil, por eso te lo pido a ti. Es una marca poco frecuente; si está en un castillo, alguno de los expertos que conoces la habrá visto y la recordará. Gracias.

—¿Nada? —preguntó Margot.

—Por ahora no —respondió preocupado—. Como te intentaba decir antes, encontrar una marca en un castillo es complicado, pero buscar un castillo donde aparece una marca es como buscar una aguja en un pajar.

—Nadie dijo que fuera a ser fácil. Quizá yo pueda ayudarte.

Margot fue hacia su pequeña mochila y extrajo de su interior un iPad. Lo apoyó sobre el escritorio de la habitación y tecleó una clave de seguridad y en pocos instantes estaba conectada a internet.

—Busquemos ese símbolo —afirmó Margot—. Marca de cantero, estrella unida a una cruz.

—¿Aparece algo?

—Nada —respondió Margot que no dejaba de teclear en el diminuto ordenador—, por ahora.

—No te ofendas, pero dudo que encuentres nada en internet —advirtió en tono muy suave Álex—. Por suerte hay cosas que todavía no están ahí.

—Tú eres bueno en lo tuyo, déjame a mí que pruebe con mis medios.

Margot estuvo un cuarto de hora tecleando combinaciones de palabras, visitando bases de datos e incluso programó un pequeño motor de búsqueda. Pero no encontró nada.

—Es imposible —murmuró Margot—. Tenías razón, hay cosas que todavía no están en la red.

—Es sólo cuestión de tiempo.

Margot cerró el iPad y volvió a recogerlo en su mochila. Entonces sonó el móvil de Álex.

—¿Estás seguro? —preguntó ansioso Álex—. Mil gracias, te debo una muy grande, de verdad. Un abrazo.

Cuando colgó se volvió excitado buscando a Margot, pero no la encontró.

—¿Cómo ha ido? —Margot apareció con dos copas de champán en las manos y le ofreció una a Álex—. ¿Tenemos algo?

—Es un símbolo especial, me llamó la atención desde el primer momento. Una estrella unida a una cruz, estaba seguro de que tenía algún significado —murmuró Álex—. Pero lo importante es que no es nada frecuente. Antonio ha consultado un trabajo sobre marcas de cantero y, ¡bingo!, está ese símbolo; por lo visto sólo aparece en dos castillos en toda Europa, uno está en Francia, y el otro…

—¿Dónde? ¿En España?

—En Teruel, en el interior del castillo de Mora de Rubielos, fortaleza ordenada construir por don Juan Fernández de Heredia.

—Entonces es de un noble, no de una orden militar —señaló Margot.

—Gran maestre de la Orden de Rodas… uno de los numerosos nombres con los que se conoce la Orden de San Juan: Malta, Hospitalarios o Rodas. —Álex dio un trago a la copa—. Ese es nuestro castillo.

—¿Estás seguro?

—Completamente.

—Entonces tenemos que celebrarlo.

Margot se levantó de la silla y se desabrochó el albornoz, el cual se deslizó suavemente por sus largas piernas hasta caer al suelo ante la cara de asombro de su compañero. A continuación, se dio la vuelta y fue al jacuzzi. Allí, de espaldas a Álex, se desabrochó el sujetador negro y se deshizo del tanga del mismo color, arrojándolos al suelo.

—¿No piensas bañarte? El agua está caliente.

—No es lo único caliente —murmuró Álex.

Él no sabía qué hacer, aquella mujer salida de la nada y que apenas conocía le estaba volviendo loco. Sabía perfectamente que ni él ni ningún otro hombre, ni quizá muchas mujeres, podrían haber rechazado aquella tentadora invitación.