17
La huida
Cuando entró en el piso de la calle Argumosa, Álex la hizo pasar al salón. Sobre la mesa había una maleta, un navegador, varios mapas y notas con indicaciones.
—¿Te vas a algún sitio? —preguntó Silvia.
—Nos vamos.
—¿Cómo?
—Nos vamos a Ciudad Real, al Castillo de Calatrava La Vieja —respondió mientras cogía una funda de una cámara de fotos del cajón de uno de los muebles del salón.
—Álex, tenemos que hablar.
Ambos permanecieron en silencio unos segundos.
—No te preocupes, lo de la otra noche no tuvo importancia —sentenció Álex—, nos acostamos, quizá no deberíamos haberlo hecho, pero esto no tiene nada que ver con lo que pasó. Tenemos que ir a ese castillo.
«¿Que no tenía importancia? Pero si era el mejor polvo que le habían echado desde hace mucho tiempo», pensó ella.
—De eso hablaremos más tarde —replicó Silvia—, tenemos un problema. Hay un tío, un tal Llul, que dice que ha conseguido una copia del manuscrito y quiere el original.
—¿Que tiene una copia? —preguntó Álex mientras metía una cámara fotográfica en una mochila de mano de color rojo—: ¿Cómo es eso posible? ¿La única copia no la tenía tu amigo?
—Sí, Blas… es largo de explicar. Pero ese tío es peligroso.
—¿Fue él quien entró en tu piso y en el mío? —preguntó Álex que por un momento había dejado de preparar el equipaje.
—No creo, no parece que sea su estilo —respondió Silvia—, pero sí creo que está obsesionado con el manuscrito.
—Si quiere el original, habrá que tener cuidado —Álex se detuvo un instante—. Perdona que te lo pregunte, pero ¿dónde lo tienes guardado?
—Bien escondido, no pienso decirle a nadie dónde está, ni siquiera a ti —respondió nerviosa—, pero ese Llul está completamente obsesionado.
—Silvia, no te preocupes, mantenlo a buen recaudo —dijo mirándole fijamente a los ojos—, tenemos la transcripción con las seis descripciones y los siete símbolos. No necesito el original. Lo que debemos hacer es irnos ya.
Silvia agradeció que no insistiera en el tema del manuscrito original. Ya era hora de ponerse en marcha e ir a ese castillo, quizá no encontraran nada, probablemente fuera así. Pero tenían que intentarlo.
—De acuerdo, pero tengo que pasar por mi apartamento, yo también necesito recoger alguna cosa —dijo Silvia ante la cara de satisfacción de Álex—. Por cierto, ¿no pensarás ir en tu moto hasta Ciudad Real?
—Está todo pensado —le indicó Álex sonriendo mientras cogía la maleta y se echaba la mochila al hombro—. Adrián, un amigo mío, me ha dejado su coche unos días a cambio de la moto y de las llaves del piso. El coche está aparcado en la calle justo enfrente de mi portal, es un Citroën C4.
—Lo tienes todo muy bien organizado. Entonces vamos a mi casa, será sólo un minuto.
—Un minuto —repitió Álex haciendo un gesto con su dedo índice.
Los dos bajaron a la calle. Efectivamente había un Citroën de color rojo aparcado nada más salir. Junto a él los esperaba un viejo amigo con una gran sonrisa en el rostro.
—¡Santos! ¿Qué haces ahí? —preguntó Silvia, contenta de ver al viejo.
—Vigilarle el coche a este impresentable —respondió—. ¿Te puedes creer que no me deja ir con vosotros?
—Qué pirata eres, Santos —afirmó Silvia mientras le daba dos besos.
—No seas pesado, ya te he dicho que no puede ser —intervino Álex—, pero vigila mi casa.
—Vigilar, pss. Yo soy un hombre de acción.
—¡Santos! Esta vez no.
—Está bien —contestó—. Silvia, cuida de él, es un poco cascarrabias, pero, qué le vamos a hacer. Es buena gente, un poco feo…
—No te preocupes —respondió Silvia mientras entraba en el coche—, volveremos pronto.
—Buen viaje.
Álex arrancó el coche y salieron hacia la casa de Silvia.
Mientras conducía dirección a La Latina, Álex observó un coche negro. Un Seat León que les seguía en todos los giros. Pasaron por la plaza de la Puerta Cerrada y entonces Silvia recordó algo.
—Oye Álex.
—Umm —murmuró Álex, concentrado en el espejo retrovisor.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Claro, pero que sea fácil.
—¿Tú no sabrás qué quiere decir la frase «fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son»?
—¿Por qué lo preguntas?
—Es una frase que está escrita en esa pared —respondió Silvia señalando uno de los edificios que estaban a la derecha de la calle—. La vi hace tiempo y desde entonces me he quedado con las ganas de saber qué significa.
—Es parte del primitivo escudo de Madrid, de su eslogan, podríamos decir.
—¿Y qué quiere decir?
—Madrid es una ciudad de fundación musulmana, creo que su nombre actual proviene del topónimo árabe Mayrit, que hacía referencia a la abundancia de agua, de arroyos y ríos que había alrededor de esta ciudad. Por eso dice la frase «fui sobre agua edificada».
—¿Y lo del fuego?
—Lo del fuego, según dice la tradición, se debe a que la poderosa muralla árabe que tenía Madrid estaba construida con piedras de pedernal, y cuando era atacada y sus enemigos lanzaban flechas contra los defensores de sus muros las puntas de metal de los proyectiles golpeaban los muros saltando chispas, y entonces, desde la lejanía, parecía que sus muros eran de fuego.
—¿En serio?
—Eso dicen.
—Vaya con la frase, no me imaginaba que fuera por eso. Es difícil imaginarse como era Madrid en aquella época, un Madrid árabe, parece increíble.
Álex volvió a concentrarse en el trayecto y miró de nuevo por el espejo retrovisor, el Seat negro seguía detrás. Subió el Citroën a la acera de la calle de la Cava Baja y vio como el coche pasaba a su lado. Lo conducía un solo individuo que no hizo mención de mirarle.
—Creo que ese tío nos ha estado siguiendo desde mi casa —dijo Álex.
Silvia se giró justo cuando pasaba de largo, pero le dio tiempo para reconocer al policía que la había espiado cerca del Museo Reina Sofía.
—¡Mierda! —exclamó Silvia mientras se quitaba el cinturón—: Es un policía. Me ha estado siguiendo desde que salí de la Biblioteca Nacional esta mañana.
—¡Policía! ¿Cómo que te ha estado siguiendo? —preguntó enfadado Álex—:¿Les has contado lo del ladrón en tu casa?
—No.
—¿No? Entonces no lo entiendo —comentó Álex con gesto confuso—: ¿Por qué te sigue la policía?
—Ha desaparecido mi compañero de trabajo, Blas —explicó Silvia—. Me interrogaron, pero nos le dije nada. No te preocupes.
—¿Cómo que no me preocupe?, ¡nos sigue la poli! Estamos metidos en un buen lío —sentenció Álex.
—Mira, vuelvo en cinco minutos. Cuando baje arrancas y nos vamos a Ciudad Real o adonde tú quieras.
Álex asintió no demasiado convencido. Mientras Silvia estaba en su piso, no dejó de mirar a un lado y a otro de la calle, convencido de que aquel policía volvería en cualquier momento. Silvia tardó algo más de cinco minutos en volver al coche.
—¿Qué hacías?
—Lo siento, perdona —intentó disculparse Silvia.
—¡Joder! Estaba preocupado.
—Tranquilo. ¿O es que quieres que lleve las mismas bragas una semana? —dijo cabreada—: Arranca el coche y vámonos de aquí, ¿vale?
Obedeció sin decir nada. No le gustaba la policía.
—¿Me vas a explicar, de una vez por todas, de qué va todo esto? ¡Me has mentido! —le recriminó Álex.
—No quería meterte en esto. Sólo te pedí ayuda porque quería saber cuál era el castillo de los tres reyes, pero ni me podía imaginar que Blas iba a desaparecer ni que la policía me iba a seguir ni que…
—¿Qué? Todavía hay más, ¿verdad?
Silvia permaneció callada. «Qué bien se me da meter la pata y hablar más de la cuenta», dijo para sí misma.
—O me dices toda la verdad, o no me muevo de aquí —amenazó Álex, que acababa de parar el coche en la calle Bailén, frente a la iglesia de San Francisco el Grande—. Me has tomado por tonto, ¿no es así?
—Tú sí que me has tomado a mí por estúpida —Silvia también estalló—. Ayer nos acostamos y hoy me dices que ha sido un error, pero ¿tú de qué vas?
—No mezcles las cosas.
—Eso haberlo pensado antes.
Un profundo silencio se hizo dentro del habitáculo del vehículo, como si ambos hubieran olvidado cómo se utilizaban las palabras o tuvieran miedo de mover sus labios. En la calle varios taxistas pitaban recriminándoles por haber estacionado en plena calle, cortando uno de los carriles.
—Un tipo me ha ofrecido dinero por venderle el manuscrito, ¿contento? —confesó Silvia.
—¡Dinero! —Álex parecía sorprendido.— ¿Cuánto?
—Mucho.
—¿Y no aceptaste?
—¿Tú qué crees?
Álex no supo qué responder.
—¿Quién fue?
—No lo sé, un hombre extraño. Me asaltó en plena calle y me ofreció mucho dinero —explicó Silvia, que tenía ganas de desahogarse, como si aquel secreto le pesase demasiado.
—¿Quién es? ¿El que me has comentado antes que estaba obsesionado con el manuscrito?
Silvia no respondió.
—Dijo que había comprado también la copia a Blas —le explicó sin mirarle a la cara.
—¿Y es verdad?
—No lo sé, Blas está ilocalizable —Silvia dejo entrever un ligero aire de frustración en sus palabras—. Le busca la policía, por eso nos están siguiendo.
—¿Creen que tú sabes dónde está Blas?
—Supongo que sí, pero yo no tengo ni idea. A mí también me gustaría poder hablar con él.
—Bueno, no te preocupes, aparecerá.
Silvia asintió, aunque estaba convencida de que Blas estaba lejos de aquí.
—Será mejor que sigamos —sugirió Álex—. No te lo quería decir, pero tu amigo el policía está aparcado detrás de nosotros, en la parada de autobús.
—¿Qué hacemos?
—Perderlo.
Álex arrancó de nuevo el coche para contento del resto de vehículos que pitaban detrás. Continuó la calle hasta la Puerta de Toledo, allí hizo un amago de salirse hacia el río Manzanares y el estadio de fútbol del Atlético de Madrid, pero en el último momento giró el volante e hizo la rotonda entera. Pisó fuerte el acelerador y salió todo lo rápido que pudo hacia Embajadores, pasando demasiado cerca de dos motoristas que le maldijeron de todas las maneras posibles.
—¿Nos sigue? —preguntó Silvia, que intentaba ver al policía por el retrovisor.
—Creo que no, pero, por si acaso, en Embajadores tomaremos la Autovía de Toledo.
—Pero ¡si debemos coger dirección sur! —le corrigió Silvia.
—Ya, luego nos desviaremos a la A-4, a la Autovía de Andalucía, pero tenemos que coger una vía de salida rápida lo antes posible para despistarle del todo —explicó Álex—: ¿Me entiendes? Y la de Toledo es la más próxima.
Silvia asintió, pero seguía enfadada.