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El Valle de los Caídos

Condujo por la Autovía de Burgos hasta el desvío al monasterio de El Escorial. Antes de llegar a él vio la indicación al Valle de los Caídos. Desde el acceso al recinto, una serpenteante carretera conducía, a través de un precioso paisaje, hasta los pies del famoso monumento. Hacía frío, el abrigo negro, largo y cerrado con botones no le abrigaba lo suficiente. El aire llegaba totalmente helado tras su paso por la Sierra, y un leve manto formado por pequeñas gotas de rocío había caído durante la noche. El día permanecía difuminado entre la niebla, como si la noche se resistiera a retirarse.

La altura de la cruz era impresionante, la mayor que había visto nunca. Era todavía pronto, así que decidió subir a la parte alta del monumento. En la ascensión en el funicular pudo ver mejor los dos basamentos de la cruz. En su base destacan unas colosales estatuas. Primero se encuentran las esculturas de los cuatro evangelistas y sus símbolos, Juan y el Águila, Lucas y el Toro, Marcos y el León, y Mateo y el Hombre alado. En el segundo basamento se representan las cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Para él todo aquello era increíble. No sabía exactamente por qué, pero le recordaba a las grandes construcciones que aparecían en la película de El Señor de los Anillos: la cruz de proporciones gigantescas, las esculturas a modo de enormes titanes de piedra… parecía como si estuviese dentro de una film épico.

Bajó de nuevo por el funicular; junto a una gran explanada se encontró con la entrada a la gran basílica excavada bajo la montaña. Se cerró todo lo que pudo el cuello del abrigo mientras sujetaba fuerte el maletín que portaba consigo.

—Vaya día para quedar aquí —murmuró.

Según explicaba uno de los carteles de la entrada, la gran cruz tenía 262 metros de longitud y se excavaron doscientos mil metros cúbicos de roca para su construcción. Franco había ordenado crearla después de la Guerra Civil, empleando en la obra miles de presos republicanos. Él mismo estaba enterrado allí junto con José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange Española, así como con cerca de cuarenta mil combatientes de ambos bandos en la Guerra Civil.

La puerta de entrada era de bronce, y en ella están representados los quince misterios del Rosario y un apostolado. Tras ella una magnifica rejería de hierro forjado de tres cuerpos, rematada en el centro con la figura del apóstol Santiago, daba paso a la nave, presidida por dos monumentales arcángeles de bronce que parecían poder tomar vida en cualquier momento y atacar con sus temibles espadas.

Un gran silencio llenaba toda la basílica, la atmósfera era pesada y húmeda; y el olor al incienso tan profundo que conseguía asustar. Se sentía como dentro del cuerpo de un gran animal. Caminó por la alargada nave, vestida con grandes tapices hasta el centro del templo. En sus muros contó ocho telas de unos cinco por nueve metros. Una luz sesgada caía sobre ellos, creando sombras entre las figuras que parecían estar dispuestas a saltar del tapiz y correr por el templo. Continuó hacia el ábside del templo y llegó a un tramo central de la nave, antes del crucero. Estaba formado por una bóveda de medio cañón que se apoyaba sobre ocho monumentales figuras, cuatro a cada lado, de aspecto medieval, con grandes togas y capuchas sobre la cabeza, con las manos apoyadas en grandes espadas vigilaban desde lo alto. Parecían como fantasmas que volvieron a recordarle a los siniestros caballeros negros, antiguos reyes caídos en desgracia, de la película de El Señor de los Anillos.

El cabecero de la basílica tenía más luz, con una espectacular cúpula decorada con un mosaico en cuyo centro se hallaba representado Cristo sentado como un moderno pantocrátor rodeado de una corte de ángeles. Avanzó entre las filas de bancos, con las estatuas mirándole fijamente, a la espera de caer sobre él. No se acercó a la tumba de Franco, pero sí pudo ver la de José Antonio, donde alguien había dejado un ramo de flores rojas y blancas. En el centro, destacaba una talla de Cristo crucificado rodeada por cuatro ángeles. Miró hacia lo alto de la gran cúpula y se dio cuenta que estaba justamente debajo de la colosal cruz de piedra que había visto en el exterior coronando la montaña.

Se dio la vuelta y retrocedió a la entrada al templo. Pasando de nuevo por las tenebrosas esculturas medievales y encontró, contemplando uno de los tapices, el innegable porte aristocrático de Alfred Llul. Resignado, se acercó a él.

—Señor Svak, usted siempre tan puntual —dijo sin volverse, como si tuviera ojos en la espalda—, se nota que no es español.

Finalmente se volvió con una hermética sonrisa impresa en sus labios y se dieron la mano para saludarse.

—¿Había estado antes en el Valle de los Caídos?

—No, es la primera vez —atisbó a decir Svak, a quien el frío de aquella mañana no había sentado nada bien.

—Un lugar impresionante, ¿no cree?

—Sin duda, una construcción faraónica. Además, si no me equivoco, Franco está enterrado aquí —se atrevió a decir Svak.

—Sí, el caudillo y Primo de Rivera, junto a muchos soldados muertos en la Guerra Civil.

—Dicen que fue construido por prisioneros republicanos —continuó Svak, que intentaba, sin éxito, disimular lo impresionante que le parecía aquel lugar.

—Efectivamente. El Valle de los Caídos parece un lugar de película, ¿no cree? Algo sacado de otra época y, sin embargo, fue construido en pleno siglo XX.

—Lástima que no sea el mejor día para hacer turismo —musitó Svak.

Su acompañante lo miró de manera poco amigable.

—Hace demasiado frío, ¿no cree? —Svak intentó suavizar sus primeras palabras, y se frotó las manos para entrar en calor.

—Usted es del Este, debería estar acostumbrado.

—¿Por qué cree que dejé mi país?

Alfred Llul sonrió de manera nada normal en él. Estaba claro que, por alguna extraña razón, el ladrón de libros era del agrado del misterioso personaje. Algo nada habitual en el millonario.

—A mí me gusta el frío, nos mantiene alerta.

—Señor Llul, ¿por qué me ha citado aquí?

Éste señaló uno de los tapices. Svak lo miró sorprendido, dio unos pasos hacia atrás para poder observarlo mejor.

—¿Son flamencos?

Svak no obtuvo respuesta.

—Realizados en el siglo XVI, no… espere, son copias —rectificó Svak—, copias modernas, del siglo XX.

—Correcto, por un momento me había preocupado.

—¿Cuál es exactamente la temática? ¿Es el Apocalipsis de san Juan?

—Muy bien, usted nunca me defrauda —comentó Llul—. Los tapices representan escenas del Apocalipsis, el último libro del Nuevo Testamento, atribuido a san Juan Evangelista. Apocalipsis es una palabra griega y significa revelación. Como usted ya sabrá, en este libro se cuentan unas misteriosas revelaciones sobre el futuro de la Iglesia y de los hombres.

—Después del viaje a Cantabria ya me he puesto al día en ese tema.

—Ya imagino —Llul se movió hasta el segundo de las tapices—. Son copias de una serie original del siglo XVI. Se tejieron en Bruselas y la colección la adquirió Felipe II. Se encontraban en La Granja de San Ildefonso cuando Franco los trajo a la basílica del Valle de los Caídos y ordenó realizar copias exactas de los originales. En este trabajo se emplearon doce años. La tela es mezcla de oro, plata, seda y lana. Las explicaciones que se dan aquí sobre cada una de las escenas de los tapices responden, en esencia, a las que dio el propio artista.

Svak miró el tapiz que colgaba de los muros frente a ellos. Aparecía san Miguel venciendo al demonio. El arcángel clavaba una lanza a Satanás, mientras una bestia de siete cabezas surgía del mar y se abalanzaba sobre un ejército.

—Veo que conoce este lugar —comentó Edgar.

—Uno debe conocer bien la historia de su país, ¿acaso no conoce usted la del suyo?

—El mío es relativamente pequeño y su historia es demasiado corta, por lo que es sencillo.

—Claro, ¿ha conseguido lo que le encargué?

Svak señaló el maletín.

—Muy bien.

Le hubiera gustado preguntarle para qué quería esa hoja del Beato de Liébana, pero conocía perfectamente que en su trabajo la discreción era clave, no debía hacer preguntas.

—Ahora necesito que se dedique plenamente a la búsqueda e interpretación de los símbolos del manuscrito y su ubicación —Alfred Llul sacó un documento de su bolsillo interior.

Svak conocía los símbolos, los había examinado en el parque de El Retiro, antes de entregarle la copia del manuscrito. Y desde entonces habían deambulado por su cabeza. No se lo había dicho a nadie, pero incluso los había visto en sueños.

—Esos pequeños textos parecen tener una extraña relación con una serie de castillos.

—¿Son descripciones? —preguntó Svak.

—Podría ser, en todos ellos se menciona un castillo, pero es más un acertijo que otra cosa —explicó Llul mientras seguían recorriendo el muro de los tapices—. Con los siete símbolos dibujados debajo el tema es más complicado.

—¿Qué son?

—No lo sé exactamente, pero estoy seguro de que usted encontrará la explicación.

—Confía demasiado en mí —atisbó a decir Svak nada convencido de aquella misión.

—Necesito que la encuentre, no escatime en medios —subrayó Llul.

—Lo que me pide es complicado, ¿no tiene más información?

—Todavía no, pero si no me equivoco pronto la tendré. La página que ha robado del Beato puede ser una pista.

—¿Usted cree?

—El Apocalipsis es un texto demasiado complicado. Y esto que me pide de los símbolos… no sé —Svak mostró un gesto confuso en su rostro.

—Ya le comenté en cierta ocasión que lo que más detesto de un hombre es la cobardía.

—Soy realista, no un cobarde.

—En la vida es necesario correr ciertos riesgos, mejor dicho, grandes riesgos. El mundo está lleno de cobardes, no sé donde terminarán, pero le puedo asegurar que los cobardes no van al cielo.

—Suponiendo que haya «un cielo» —musitó Svak.

Alfred Llul sonrió.

—La historia no es algo fijo ni estable —Llul dio un pequeño suspiro y varios pasos a su derecha, con la mirada perdida en el final de la nave—. Hay teorías que afirman que nuestro calendario es erróneo. Que tiene trescientos años de desfase.

—Con todos mis respetos, ¡eso es una tontería! Puede haber, efectivamente, algún error, ¡pero jamás de tres siglos!

—Puede ser. Sin embargo hay investigadores que aseguran que la Alta Edad Media nunca existió. Que esos siglos oscuros de transición entre la Antigüedad y el Medievo son una invención de la Iglesia y de un rey deseoso de hacer coincidir su reinado con el cambio de milenio y legitimar su corona. Carlomagno sólo habría sido un mito, una invención, y eso explicaría por qué apenas hay información de esos tres siglos. Y por qué las edificaciones de su corte parecen tan modernas: porque no son del siglo VIII sino del X.

—Como argumento para un ensayo literario no tiene precio, pero ¿y la historia de otras culturas en esa época? ¿La de la propia España? Según su teoría, ¿contra quién lucharon los musulmanes cuando invadieron la Península? ¿Contra los visigodos o contra los romanos?

—No se enerve —dijo Llul mientras hacía mención de reírse—. Lo que quiero que entienda, es que nada es seguro al cien por cien en la historia. Porque nadie estuvo allí. Por ello sólo podemos interpretarla, con nuestras limitaciones, nuestras ideas preconcebidas y nuestros errores.

Svak no cambió la expresión seria de su rostro. Alfred Llul se dio la vuelta y miró de nuevo los grandes tapices que colgaban de los muros de la basílica.

—¿Ve usted el segundo símbolo?

Svak se acercó a la copia del manuscrito a los ojos y lo examinó.

—Sí.

—También aparece en el Beato —Alfred Llul giró la vista hacia la gran cúpula de la basílica—. Hace tiempo que sospecho que esconde un importante secreto. Cuando ese estúpido de la Biblioteca Nacional empezó a hacer preguntas acerca de una serie de símbolos que podían tener algún tipo de mensaje, mis contactos me informaron y supe que por fin había llegado el momento.

Alfred Llul se dio la vuelta y clavó su mirada, llena de vida y fuerza a pesar de sus muchos años, en el rostro de su acompañante.

—Señor Svak, el manuscrito ha estado oculto durante siglos, quien lo escribió fue el último poseedor de un gran secreto. Ahora tenemos la oportunidad de descifrarlo, esos símbolos esconden un mensaje, y si los castillos de los que habla el texto pueden ayudarnos a descifrarlo, los encontraremos.

—¿Espera que descifre el primer castillo, así, sin más? —le reprochó Svak.

—Puede que ya hayan realizado ese trabajo por nosotros —Llul se dio de nuevo la vuelta—. Como en todo buen negocio, al principio la competencia es buena, puede hacer el trabajo sucio por ti y, además, te obliga a trabajar más, a ser mejor que ella.

—Muy bien —Svak era una persona pragmática, no le gustaban los discursos y no hacía nada para ocultarlo—. Entonces, ¿estos símbolos están relacionados con la Apocalipsis?

—Eso lo descubrirá usted por sus propios medios —respondió Llul, quien se había separado unos metros del ladrón de libros—. Utilizaremos todos los medios necesarios para descubrir el secreto.

—¿Todos? ¿A qué se refiere con eso?

—No se asuste, la diferencia entre el bien y el mal es escasa. —Llul movió su pie derecho longitudinalmente sobre el suelo del templo, describiendo una línea recta y después caminó hacia la zona más oscura de la nave central.— La línea que los separa es muchas veces extremadamente delgada. Normalmente, la mayoría de las personas caminan cerca de ella y, en algunas ocasiones, cruzan de un lado a otro sin muchos problemas. Como algo natural. Alguien que es un tirano con sus empleados puede ser el mejor padre del mundo. Una cirujana que salva vidas a diario puede ser infiel a su marido cada día. Un inocente niño puede hacer una maldad terrible. Todos podemos ser ángeles o demonios en ciertas ocasiones, todos hemos cruzado la delgada línea que separa el bien y el mal. Pero sólo algunos se atreven a separarse de ella, a caminar y adentrarse en la más absoluta oscuridad, allí donde muchos se pierden para siempre y deambulan como fantasmas en la más oscura noche. Y únicamente los elegidos son capaces de volver de allí, de encontrar el camino entre las tinieblas y volver a la luz. —Llul se acercó de nuevo a su acompañante, abandonando la zona oscura del templo.— También hay otros que se acercan demasiado a la luz, tanto que terminan quemándose. Señor Svak, aquellos que son capaces de ver en la oscuridad y no se abrasan con la luz son capaces de cualquier cosa, tienen un don.

—No sé qué quiere decirme, yo no soy ningún…

—Querido amigo, no se esfuerce. Lo sé todo sobre usted, lo bueno y lo malo, sus luces y sus sombras. Por todo ello lo elegí, usted tiene el don —musitó Llul mientras se despedía haciendo un suave gesto con su mano—. No me defraude, señor Svak, no me defraude.