Capítulo 9
Toc, toc, toc.
—¿Leslie?
Leslie, que estaba de pie frente al espejo de cuerpo entero de su habitación, acababa de ponerse las botas altas hasta los muslos y la minifalda negra que delineaba su trasero y sus caderas como las manos de un escultor.
—Pasa —dijo nerviosa, azuzándose el pelo negro.
Markus entró y medio sonrió al verla. La repasó de arriba abajo para comprobar que iba perfecta y que nada le faltaba.
Después de comer y de asegurarse que Tchoupitoulas estaba vigilada por Magnus y que Nick acababa de conectar con los satélites para poner en marcha su programa de localización, todos abandonaron la casa de Leslie para prepararse.
Summers se quedó abajo trabajando, Milenka se acostó, pues ya eran las nueve de la noche, y Tim se fue a su casa a regañadientes, pues no era tonto y se sentía excluido de todo lo que los demás se traían entre manos.
Markus aprovechó para revisar la zona del parque abandonado de Nueva Orleans a través de la imagen satélite. Quería conocer todas posibles entradas y salidas de los tráileres. ¿Dónde tendría pensado Yuri hacerle la entrega de la mercancía al Mago?
Mientras tanto, a las diez era la reunión de BDSM en el Temptations. Quedaba una hora, y Leslie se acicalaba para estar lista para la ocasión.
Tanto Markus como ella sabían que debían interpretar un papel. Lo mejor era asistir con antifaces y con accesorios que les cubrieran los rostros. Yuri conocía a Markus, pues había sido un amo del calabozo en el torneo y el principal adiestrador de sus sumisas. No pasaría inadvertido, ya que era el hombre que sabía que estaba detrás del asesinato de su padre.
Y Yuri conocía físicamente a la elegida del Drakon. Si veía a Leslie, la reconocería y eso lo desataría todo. Pero ninguno de los dos agentes querían perderse la oportunidad de encontrar a Yuri antes de que se produjera la entrega de la mercancía para encontrar la manera de controlarlo y seguir así los movimientos que iba a emprender.
Cleo y Lion no asistirían a la reunión. Se quedarían en el exterior, controlando a los miembros que saldrían del pub de striptease. Verificando sus nacionalidades.
Así que Markus, que ya estaba preparado, entró en la habitación de Leslie, pues quería dejar claros algunos puntos.
Ella lo miró a través del espejo.
Markus daba miedo. Miedo de verdad.
Todo él estaba enfundado en un traje de látex hiperajustado de color negro, obviamente. Cubrían sus manos unos guantes cortos del mismo material; solo se veía la piel del rostro, pero también lo ocultaría bajo una máscara negra de verdugo que lo despersonalizaría de cara a todos los demás, y la cual solo mostraría sus ojos, su nariz y su barbilla.
Nadie le reconocería.
Se puso nerviosa al darse cuenta de que, enfundado en esa ropa parecía más grande de lo que en realidad era. Y eso ya era mucho.
Tragó saliva y se ajustó el corsé negro de cuero y acabó de encajar las hebillas de titanio del mismo color de la parte delantera. Estudió que los pechos estuvieran altos y bien colocados.
Sus ojos amatista la evaluaban y apreciaban lo que veían. Un fulgor rojizo y brillante empañó su mirada amatista cuando la clavó en sus piernas y en su trasero.
—¿Estás preparada? —preguntó, relamiéndose los labios—. ¿Te atreverás a jugar? Todos lo harán. Las reuniones acaban siempre en juegos e intercambios.
—Yo nunca me amilano —contestó ella—. Si hay que jugar —dijo pintándose los labios de rojo chillón—, se juega.
—Ahí todos irán con máscaras. —Markus se acercó a Leslie por la espalda e inhaló su aroma, intentando disimular—. No nos reconoceremos. Si Yuri está ahí, no lo sabremos… Pero tiene acento ruso; podemos hablar y escuchar.
Leslie asintió con la cabeza y se agachó a recoger la máscara de piel roja y negra con tachuelas plateadas.
Markus se la sacó de las manos y él mismo procedió a ajustársela a la cabeza.
—Dime si te aprieta.
Leslie se sostuvo la máscara por delante y esperó a que el ruso le hiciera una lazada consistente y fuerte.
Los dos se miraron a los ojos. ¡Pam!
De repente, Leslie se vio en las Islas Vírgenes de nuevo, haciéndole la felación a Markus, cuando, infiltrada, jugaba a ser su sumisa.
Por la sonrisa en la mirada de Markus, dedujo que él pensaba en lo mismo.
Si se deseaban tanto, si había esa química entre ellos, ¿cómo era posible que Markus luchara por alejarse de ella? ¿Qué podía hacer para retener a ese hombre envuelto en látex? ¿Qué haría por mantener al hombre de su vida a su lado? ¿Por qué demonios le gustaba el peor y el más malo de todos? Y es que Markus ni siquiera era simpático. Solo a veces, cuando se le sorprendía y él bajaba las barreras, podía llegar a atisbar parte de quién era en realidad. Pero eso pasaba en contadas ocasiones; solo sucedía cuando lo provocaba y lo sacaba de sus casillas.
Sin embargo, estaba harta de tener que empujarlo. ¿Es que estaba ciego? ¿No se daba cuenta de que la necesitaba tanto como ella a él?
Markus iba muy fuerte, y ella se consideraba digna de soportar sus empujes y sus desdenes, pero era una mujer con un corazón enamorado, por tanto vulnerable, y también debía tener cuidado.
—Más flojo —pidió ella—. Así me haces daño —le dijo con segundas.
Markus accedió a su demanda y aflojó el lazo.
—Lo siento —se disculpó, avergonzado.
Ambos sabían que no estaban hablando de la máscara ni del lazo. Hablaban de lo sucedido esa mañana, cuando Markus se la había tirado en el salón, porque quería desafiarla y demostrarle que era un cabrón.
Pero no lo era. Markus no era malo. Solo estaba perdido. Y aquel que tuviera ojos para darse cuenta de lo mucho que decían las palabras que no pronunciaba cuando estaba cerca de Milenka se daría cuenta de la pena de su corazón; sabría que el ruso necesitaba que lo abrazaran, que lo quisieran.
Habían jugado con él, habían vendido su vida y su alma. Nada de lo que había experimentado era real. Su doble vida le había pasado factura y ya no sabía quién era. Pero su necesidad estaba ahí. La necesidad de encontrarse y de que lo aceptaran brillaba a su alrededor con un especial magnetismo. El mismo que hacía que ni Cleo ni Lion ni Nick, ni siquiera Milenka, que era la más perceptiva de todos, pudieran separarse de él. Todos le rondaban de cerca, no para vigilarlo, sino para que supiera que no estaba solo. Cuando Markus se diera cuenta de eso, se liberaría.
Pero tenían poco tiempo. Cuando Markus cogiera a Yuri, desaparecería. Así que solo disponía de dos días más. Leslie solo tenía dos días para hacerle ver que no todos mentían, que no todos manipulaban; había gente que quería de verdad, sin dobles intenciones ni conflictos de intereses.
—¿Sería muy raro —preguntó él fijándose en su cola alta— si te dijera que mirarte me pone cachondo, Leslie?
Ella sonrió con tristeza.
—Está fuera de lugar, pero no sería raro. Tú también me pones caliente a mí —contestó con la honestidad que la caracterizaba—. Y más todavía enfundado en ese traje. Te lamería de arriba abajo, nene —le dijo, coqueta, medio en broma y medio en serio.
Markus puso sus manos en sus caderas y la atrajo a su cuerpo, hasta que apoyó su erección en la parte baja de su espalda.
—Te lamería… Pero no lo haré —aseguró ella al ver sus intenciones—. Tu cuerpo es todo lo atrevido y sincero que tú no eres, mohicano —le recriminó Leslie encogiéndose de hombros. Se dio la vuelta y lo miró con compasión.
—No lo hagas. No soporto que me mires así —graznó Markus—. Como si te diera pena. No debería darte pena después de lo que te he hecho esta mañana.
Ella le peinó la cresta con los dedos. Markus ya no se apartaba cuando lo tocaba. Al menos, en algo habían avanzado.
—Lo que me has hecho esta mañana me ha gustado. Me habría gustado más si me hubieses dejado correrme, cretino. Ya sabes de dónde vengo. Los castigos sexuales no me dan ningún miedo. No me ofenden. Así que no te odio… Tienes que portarte peor para que te odie, ¿entiendes?
—No me odias… ¿Y por qué te doy pena?
—En realidad, no me das pena. Sigo creyendo que eres un cretino y un gallina. Pero te admiro. Y me entristece que alguien tan válido como tú no crea que se merezca algo bueno de los demás. Eso sí me entristece, ruso. —Leslie se acongojó, porque lloraba por los dos. No tenían futuro. ¿Qué futuro iban a tener si Markus no creía en ella ni en él?—. No puedo entrar aquí —le tocó la frente con el índice—, ni tampoco me abres esta parte. —Apoyó la mano en su corazón—. Igual que no dejas entrar a Milenka. Y, Markus, es tan triste… —dijo con los ojos llenos de lágrimas—. Esa niña te busca con los ojos, quiere llamarte la atención y tú la ignoras…
Él tomó aire profundamente y una expresión de impaciencia y pesar cruzó su rostro.
—No pongas esa cara. No voy a molestarte más respecto a nada que tenga que ver con tu hija —le aclaró antes de que Markus le enviase directamente a la mierda—. Pero que te quede claro algo a partir de ahora: Milenka es mía y de todas las personas nuevas que la rodean y que la quieren. Si todo esto acaba, la niña tiene un hogar y unos tíos que cuidarán de ella, por eso no te tendrás que preocupar. Tú has dejado claro que no quieres tener nada que ver…, así que he pedido la solicitud oficial de adopción, y los trámites ya están en marcha. Montgomery me facilitó los contactos y han dado prioridad a mi caso. —Markus tragó saliva, asumiendo las palabras de Leslie y tomándoselas con la aparente y típica frialdad con la que asumía todo—. Luego no querré problemas contigo, ¿de acuerdo? No querré que te inmiscuyas en nada que tenga que ver con ella, ni en nada que tenga que ver conmigo. ¿Has entendido lo que te estoy diciendo?
Markus miró hacia un lado y hacia el otro, pues prefería no mirar a los ojos a Leslie. Aquellas palabras removían sus tuercas y sus turbinas internas, como a los robots. Como el robot sin emociones en el que él creía que se había convertido.
La situación era surrealista. Una mujer disfrazada de verdugo y envuelta en látex decía que quería ser la madre de su hija.
—¿Cómo sabes que la quieres? —preguntó Markus, achicando los ojos—. Lleváis muy poco tiempo juntas.
Ahí estaba. Markus no comprendía que había personas que se abrían para amar y ser amadas, sin ninguna otra razón que la de dar y recibir cariño. Los seres humanos actúan así. Al menos los que no son ni viles ni calculadores. Pero todos buscan amor de un modo o de otro.
Los que no lo tienen naturalmente lo consiguen con otros métodos más agresivos.
Pero, en definitiva, las personas luchaban por ser aceptadas y adoptadas por otros.
Leslie le acarició la mejilla y negó con la cabeza.
—¿Cómo no puedes saber tú que la quieres? —replicó ella. Markus miraba a su hija con ansiedad y anhelo. ¿Por qué no se daba cuenta?—. El amor no depende del tiempo, no depende de la cantidad. A veces responde a unos hilos invisibles y a unos vínculos especiales que se hacen casi al instante. Milenka y yo tenemos ese vínculo. Y no me ha hecho falta pasar cuatro años con ella para encariñarme y para quererla. La quiero, Markus. Quiero a tu hija con todo mi corazón. ¿Lo puedes entender, Demonio? —le susurró cariñosamente, deseando que él entrara en razón.
Se trataba de Milenka, y no de ella. Y necesitaba hablar a Markus desde el corazón, no desde su prisma de mujer rechazada.
Markus apretó los labios. Por primera vez, sus ojos brillaban enrojecidos, no por su color, sino por la emoción.
Toc, toc, toc.
—Chicos, se os va a hacer tarde. —Nick Summers entró como un vendaval en la habitación. No estaba cambiado, pues él tampoco iba a asistir al evento de BDSM. Pero había impreso las invitaciones y las tenía en la mano. En la otra tenía dos gags de cuero con pelotas rojas—. Ups, ¿interrumpo? —preguntó dando un paso hacia atrás.
Leslie se separó de Markus de un salto y el ruso sintió al instante su lejanía.
—No, pasa, pasa. —Leslie sorbió por la nariz y se secó las lágrimas con disimulo—. Ya estamos listos.
—Eh…, vale —Nick miró a uno y a otro, dudando—. Bueno, aquí tenéis vuestros pases. —Se acercó y le dio una tarjeta a cada uno, con un triskel plateado en el centro. El triskel era el símbolo oficial de los bedesemeros—. Estos son pases vip. Con ellos podréis entrar a todas las salas, incluso a la de los amos supremos. Las tarjetas no tienen nombre, pero el pase vip ya lo dice todo. Ah, debéis llevar colgado al cuello un gag cada uno, ¿de acuerdo? En las pelotas de goma hay insertadas unas cámaras para que quede grabado en todo momento lo que sucede. Yo lo iré viendo todo a través de las pantallas de los ordenadores. ¿Lleváis los micros?
—Sí. —Markus giró la cabeza y le mostró su oreja derecha, en la que había un dispositivo negro metálico de forma esférica. Apenas se veía.
—Perfecto —dijo Nick—. Os daré directrices desde aquí.
Markus y Leslie se miraron el uno al otro y se conjuraron para su nueva acción conjunta.
«Esta vez no me engañes», decían los ojos plateados de Leslie.
«Esta vez haz todo lo que yo te diga», replicaban los amatista del ruso.
***
Temptations
Bourbon Street
Río abajo desde la calle del Canal y hasta Pauger Street, estaba la calle más turística y divertida de Nueva Orleans: Bourbon Street, cuyo nombre se debía a la familia real francesa que residía en ese lugar cuando la fundaron.
Atestada de tiendas, restaurantes, bares y, sobre todo, clubs de striptease, Bourbon formaba parte de la ruta favorita para adultos. Como un Disneyland para mayores de dieciocho años.
Los clubs con letreros luminosos atraían a propios y extraños que desearan ver pechos, bailes sensuales y hablar de sexo sin tapujos en un ambiente idóneo y alejado de la opinión pública y conservadora.
Tras los muros de esos clubs se veía de todo. Y pagando podía verse incluso más. Un baile sensual podría convertirse en un orgasmo privado si mostrabas los billetes adecuados.
El Temptations no era diferente al resto de los clubs de striptease, excepto por el hecho de que, una vez al mes, se utilizaba como lugar de práctica de la liga de BDSM. En Estados unidos había numerosos clubs que colaboraban con amos y amas para que estos pudieran llevar a cabo sus actividades.
Muchos de esa secreta liga habían participado en el torneo de Dragones y Mazmorras DS. Incluso se conocían de antes.
Lamentablemente, el foro a través del cual se comunicaban para sus quedadas había perdido muchos seguidores después de que saliera a la luz lo que había sucedido en las Islas Vírgenes, y solo habían permanecido los amos más versados y de confianza. Algunos, incluso, habían grabado películas porno de dominación y eran conocidos en el star system del negocio.
De cara para afuera, la gente que entraba caracterizada como verdugos vestidos de cuero, con látigos, mordazas, máscaras y demás eran como clientes de una de las muchas fiestas temáticas de los clubs de striptease y no suponían nada nuevo para los habitantes de Nueva Orleans.
Pero tanto Markus como Leslie sabían que aquello no era una fiesta más. Era una reunión oficial de bedesemeros, una cita en la que esperaban que Yuri Vasíliev apareciera de un modo u otro. Un evento en el que se podría tocar y ser tocado siempre bajo estricto consenso, de manera libre y sin compromisos, sin más límites que el de pasarlo bien y disfrutar a su manera del sexo.
Nadie reconocería a los dos agentes ni a Yuri. Las máscaras de media cara o de cabeza entera lo hacían imposible. Los rostros parcial o totalmente cubiertos estimulaban la imaginación, y solo los más avezados y más hábiles en fisionomía podían llegar a vislumbrar semejanzas o a reconocer identidades, aunque aventurarse a ello podía provocar más de una equivocación.
Aparcaron el todoterreno de Leslie a dos manzanas del Temptations, y entraron por la puerta principal, como todo el mundo. Ofrecieron sus tarjetas de invitación al vigilante de seguridad del club y se internaron en el mundo oscuro y sensual de la dominación y la sumisión.
Leslie se sentía como en casa. Nada la asustaba ni la intimidaba. Conocía perfectamente todos los bártulos, herramientas y soportes que amos y amas utilizaban para hacer pasar un tormentoso, catalizador y excitante momento a su sumiso; cruces de san Andrés, sillas de tortura, cadenas, cuerdas, esposas, potros…
Si el sumiso se portaba bien, el orgasmo sería demoledor. Si se portaba mal, tal vez no lo tuviera.
Como ella esa misma mañana, cuando Markus la había embestido por atrás como un animal para alejarla y demostrarle lo vil y villano que podía llegar a ser. La había dejado a las puertas de un orgasmo demoledor, y no había culminado.
Lo miró de reojo mientras avanzaban a través del club, a través de los gemidos, los spankings, los pellizcos, los electroshoots y los gritos de liberación.
«Pobre amo ruso del calabozo. Pobre zar… Markus ni siquiera la conocía, mientras que ella le había tomado la medida», pensó, triste.
El I need your love de Calvin Harris amenizaba cada acción bedesemera. Las sumisas tenían que gritar y los sumisos gemir y berrear; súplicas, llantos, sollozos, orgasmos interminables, aplausos y risas… Todo ello se podía ver en una reunión de ese calibre.
—Quiero que los grabéis a todos —dijo la voz de Nick a través de sus comunicadores—. El programa hará un registro de todas las caras y buscará similitudes y coincidencias en las facciones. Cuando detecte una similitud de más del setenta por ciento, os avisaré.
Debían recordar que no todos estaban jugando. Los dos agentes sabían que, al margen de la diversión, los cabecillas bedesemeros, aquellos que en el torneo fueron criaturas, arañas, orcos, hombres lagartos y monos, discutían sobre lo sucedido en las Islas Vírgenes, y lo harían en una zona reservada, donde solo podían entrar aquellos que jugaban más duro. Leslie y Markus eran de los más duros y atrevidos.