Capítulo 4
En cuanto Markus abrió los ojos, supo que ya no estaba en peligro. Bueno, el peligro existía y se presentaría tarde o temprano en Nueva Orleans, pero su cuerpo se estaba recuperando de su duro viaje. Ya no se estaba muriendo.
Sintió una mano suave y caliente apoyada en su pecho, sobre su corazón; le transmitía un cobijo que quería para sí, aunque fuera incapaz de pedirlo.
Markus la estudió. Era una mano femenina y suave, capaz de sostener una Glock y disparar entre ceja y ceja a quien se interpusiera en su camino. Estaba completamente limpia. Después resiguió la muñeca, el esbelto brazo y el hombro; y al final encontró el pelo negro y pulcro de Leslie, tan bien colocado sobre su cabeza en un moño alto.
Sus ojos estaban cerrados y su mejilla se apoyaba en el colchón, al lado de su mano.
Era tan bonita y tan atractiva que parecía una gatita dormida y confiada a la mano de su amo. Pero él no era su amo, ni lo podría ser jamás. Movió los dedos y le acarició la barbilla y los labios.
Había tenido tantísimas ganas de verla… Llevaba casi dos semanas sin hablar con nadie, desaparecido y casi aislado. Cuando creyó que iba a morir, solo pudo pensar en ella.
Había tenido muy claro cual iba a ser su objetivo. Desde que se escapó del Deathwing, el Alamuerte, y extrajo el disco duro del ordenador de Vladímir no tenía ninguna duda de cuál iba a ser su siguiente movimiento.
Malherido, viajó hasta Estados Unidos, adoptó otras identidades y esperó… Esperó a que Yuri Vasíliev fuera trasladado a Florida. Porque al hijo de Aldo, al sádico Venger de Dragones y Mazmorras DS también lo mataría. No podía dejar ningún cabo suelto.
Markus conocía la ruta especial que tomarían los coches federales hasta el aeropuerto de Washington. Sabía cómo hacer para colocarse en lugares estratégicos y disparar al blanco deseado.
Era un excelente francotirador.
Prefería siempre el cuerpo a cuerpo, pero tenía una puntería magnífica. No necesitaba grandes espectáculos. Simplemente, centrarse en aquello que buscaba y eliminarlo. Tan simple como eso.
Sin embargo, antes de que Yuri llegara a las inmediaciones del aeropuerto flanqueado por Montgomery y sus agentes, sucedió algo.
Markus esperaba los coches; sabía que el de Yuri estaría protegido y que viajaría en el centro de la caravana policial.
Lo esperó. Se armó de paciencia y aguardó.
Los coches aparecieron… Markus apuntó, apoyando bien el fusil sobre su hombro. Tenía el punto de mira a punto.
Y, de repente…, el coche en el que iba el mafioso empezó a derrapar. Uno de los agentes trajeados que iban dentro sacó medio cuerpo por la ventana trasera y se puso a disparar al coche de delante, en el que se suponía que viajaban sus propios compañeros.
El vehículo de atrás explotó cerca del sitio donde Markus estaba apostado, dispuesto a disparar. Los restos se esparcieron por todos lados. Alcanzó a los coches de los polizones y provocó que colisionaran entre ellos.
Se sucedieron explosiones unas detrás de otras… Las llamas se elevaron en el cielo y los gritos de los heridos y los quemados recorrieron la autopista como una marea infernal.
En medio del caos, Markus corrió para socorrer a quien pudiera… y para asegurarse de que Yuri no saliera con vida de allí. No se le podía escapar.
Se cubrió la cabeza con su típica capucha negra y caminó hasta el coche de Yuri, cojo como estaba, ajeno a la destrucción que había a su alrededor.
Sin embargo, el preso, vestido de naranja, con las manos esposadas y los ojos abiertos y perdidos, que yacía muerto en la parte trasera del vehículo no era Yuri.
Era Belikhov. Le habían dado una paliza brutal hasta desfigurarlo. Tal vez ya entrara muerto en el coche de condenados. O puede que estuviera condenado desde el mismo momento en el que habló con él en Nueva Orleans.
Una nueva explosión lo lanzó por los aires y lo arrastró por la grava. Recordaba la sensación de la metralla clavándose en el cuerpo, los cristales lacerando su carne y el cemento quemando su piel.
Pero no tuvo tiempo para quejarse. Se levantó renqueante y huyó de allí. Robó un coche a un polizón herido. Sí, era así de insensible. Y lo condujo durante dos días hasta Nueva Orleans.
Fue hasta la casa de Cleo. Allí encontraría a Leslie y le pediría ayuda. Y, sobre todo, la protegería.
Porque la fuga de Yuri estaba planeada. Pero, antes de huir, Yuri quería matar al chivato que había guiado al asesino hasta el Drakon.
Vasíliev hijo se las arregló para meter a Belikhov en Washington y acabar con él.
Pero Markus, que conocía cómo trabajaban los rusos, sabía que, antes de meterlo en el coche, le habrían torturado para que hablase y dijera todo lo que sabía y con quién había hablado para que los federales dieran con el pakhan y con su padre y los mataran.
Markus tenía en su poder un disco duro con una información muy valiosa. Una información que los rusos querían. Él iba un paso por delante de los planes de la mafiya, cierto.
Sin embargo, Yuri ya sabía quién había destruido su particular vergel de drogas y prostitución, y no descansaría hasta vengarse. Y, si podía, mataría dos pájaros de un tiro.
Por esa razón, Markus no perdió tiempo en viajar a Nueva Orleans y dar con Leslie.
Leslie tenía un paquete que era suyo. No había vuelto a ver a Milenka desde que la dejó en Mamá Brooklyn. No sabía cómo llevaba Leslie lo de hacerse cargo de una niña, pero, viendo la casa en la que estaba…, parecía que había decidido redecorar su vida al más puro estilo IKEA. Y la idea lo enterneció.
Lo que no sabía Leslie era que él estaba ahí para cuidar de las dos. El peligro acechaba, Yuri andaba suelto preparando su golpe y no descansaría hasta dar con ellos y matar a todas y cada una de las personas que le rodeaban y eran importantes para él. Y Markus no podía permitirlo.
No tenía amigos. No tenía compañeros ni familia. Era un hombre sin nacionalidad ni hogar.
Sin embargo, Leslie le preocupaba y le importaba más de lo que hubiera deseado. Y Milenka…, bueno, Milenka era su hija. Markus sentía que las dos le pertenecían…, y nadie podía tocar lo que era suyo.
Leslie había encendido un botón que ni siquiera él sabía que tenía: el de la necesidad y la melancolía. Quería más noches como las de Londres. Anhelaba volver a sentir su cuerpo de aquel modo, que su contacto lo sanara parcialmente como había hecho sin que ella lo supiera.
Leslie le había demostrado que alguien podía confiar en él y entregársele en cuerpo y alma, por completo. Le había enseñado que no era tan malo como él creía. De hecho, para sobrevivir a aquellos días se había acogido a ese pensamiento.
Ahora que estaba con ellas, las protegería con los restos que quedaban de su alma. Aunque ella no lo supiera, Leslie siempre le pertenecería, pues los pactos con el Demonio no se podían romper. Y la bruja y el Demonio luchaban y se conjuraban el uno al otro, juntos.
La guerra estaba al caer y debían prepararse.
***
Leslie frunció los labios al notar la punta de los dedos de Markus, que le hacían cosquillas. Sus pestañas aletearon y levantó la cabeza de golpe.
Cuando su mirada plateada encontró la amatista y ojerosa del ruso, su estómago se encogió y la garganta se le secó.
La expresión del agente doble era indescifrable. Una mezcla de cariño, miedo, fascinación y anhelo.
—¿Cuánto tiempo llevo dormido?
—Veinticuatro horas —contestó, feliz por verle despierto.
—¿Le has dicho a alguien que estoy aquí?
Leslie negó con la cabeza. ¿Aquella era su principal preocupación?
—No. Ni a Lion ni a mi hermana…
—¿Ni a tus superiores, Les? —preguntó, directo.
—No he hablado con Spurs. —Se masajeó el cuello y lo movió en todas direcciones—. Aunque él me dijo que le avisara si tenía noticias tuyas.
—¿Lo vas a hacer?
—No. Montgomery está en coma en el hospital. Cuando trasladaron a Yuri Vasíliev al aeropuerto de…
—Lo sé todo, Les. Yo estaba ahí.
Ella detuvo su automasaje y arqueó una de sus negras cejas, curiosa.
—¿Lo provocaste tú? ¿Tú hiciste eso?
—No. Yo estaba ahí para matar a Yuri. Iba a dispararle antes de que llegaran al aeropuerto —explicó, reparando en un mechón azabache que caía sobre su hombro.
—¿Viste lo que pasó?
—Sí. Estaba todo planeado. Actuaron desde dentro. Los agentes que se suponía que acompañaban a Yuri fueron los que lo empezaron todo.
—¿Cómo sabías qué día iban a trasladar a Yuri?
—Porque tengo un dispositivo lleno de información. Tanto Aldo Vasíliev como Vladímir estaban atendiendo algo en sus pantallas cuando irrumpí en su camarote. Se dieron la prisa suficiente como para eliminar y borrar lo que fuera que veían en los monitores, pero no les di tiempo a esconder el disco extraíble.
Leslie sonrió. No se había equivocado. Markus había robado el disco duro externo que faltaba en el ordenador.
—Cuéntame qué hiciste desde que escapaste del Alamuerte. Cuéntame todo lo que sabes sobre el atentado.
Él le explicó lo que había pasado, con pelos y señales. Cuando acabó, Leslie no daba crédito.
—Entonces, ¿cuándo dieron el cambiazo con Belikhov?
—Lo hicieron antes de salir de la prisión de Washington. En la propia cárcel. No hay duda. —Markus se recolocó sobre la cama; Leslie le ayudó a ponerse un cojín mullido bajo los riñones—. Cubren a los convictos con un pequeño pasamontañas para evitar grabaciones de los medios y que los agentes se vean envueltos en venganzas de ningún tipo. Alguien de allí trabaja para ellos.
—¿Quiénes eran los agentes encargados de acompañar a Vasíliev? —Mientras procedía como una enfermera con un herido de guerra, Leslie no dejaba de cavilar—. Necesitamos información… Yuri tiene una rótula con clavos. Va cojo. Debieron darse cuenta de eso, joder —explicó, frustrada—. Lion le disparó en el torneo en ambas rodillas, pero solo una de las balas impactó en el hueso. Hay que estudiar sus expedientes… Si eran integrantes de la mafiya, si realmente nacieron en Estados Unidos, si…
—Si siguen vivos…
Aquello había sido un desastre. ¿Cómo pudo sobrevivir alguien a esa matanza? Markus la cogió del brazo y la detuvo cuando sus rostros estaban a la misma altura.
—Claro, si siguen vivos…
Leslie miró fijamente sus ojos rojos y se sintió perdida de nuevo, como se había sentido en Londres. De repente, una rabia fugaz la invadió. Ahora que ya sabía que estaba vivo, todos los reproches se agolparon en su boca. Sentía ganas de destruirle con palabras. Estaba muy enfadada con él como compañera. La había dejado tirada y no se había puesto en contacto con ella desde que se lanzó a las aguas del Támesis. No le había explicado quién era él. Le había quitado la virginidad. No le había contado nada… Le había entregado a su hija… Además, para más inri, el hombre del que estaba enamorada hasta los huesos. Qué ridícula. Qué injusta era la vida.
—¿Qué quieres, Markus? —preguntó áspera.
—Spasibo, Les. Spasibo za vse. —Gracias por todo.
Ella tragó saliva y lo fulminó con la mirada.
—Ya, de nada… He decidido, Markus, que ahora estás convaleciente y que no necesitas escuchar reproches de ningún tipo. Pero cuando te recuperes…
—Ya estoy recuperado. Dormir tantas horas me ha hecho bien —reconoció él con una sonrisa.
—Decía que, cuando te recuperes, te diré lo que pienso de ti y también por dónde puedes meterte tus agradecimientos. Siento ganas hasta de pegarte.
Markus sonrió.
—Dímelo ya —dijo él, envalentonado—. Así no alargarás mi agonía.
—¿Me tomas el pelo, bravucón? ¿Te burlas? —preguntó ella lanzándole un cojín a la cara, cosa que sorprendió al ruso.
—No. No lo hago.
—Eso espero, porque no voy a olvidar cómo me has traicionado y te has reído de mí. —Su pose se tornó elegante y respetable—. Eres norteamericano, capullo.
—No te he traicionado. Sí, crecí en Brooklyn, sí.
—Me has ocultado la verdad. Me dejaste sola en el Alamuerte para dar cuenta de toda tu carnicería a los inspectores jefes. Me abandonaste. No se abandona a los compañeros.
—No te abandoné. Ya estabas a salvo. Debía hacerlo, superagente. Pero he vuelto. Aquí estoy.
—¿Y para qué has venido? ¿Para que te cuide y luego te largues? —inquirió, molesta—. ¿Para que no me expliques qué es lo que tienes pensado hacer? ¿Para que me utilices de nuevo y pongas mi reputación federal en peligro?
Markus se levantó de la cama de golpe y la arrinconó contra la pared. Estaba totalmente desnudo. Sus músculos se marcaban hinchados y poderosos por la dura travesía realizada. Su cresta con las puntas rojizas apuntaba a todas partes menos donde debía apuntar. Puso las manos a cada lado de la cabeza de Les y se inclinó sobre ella.
A Leslie le pareció tan hermoso y amenazador como un animal salvaje.
—¿Qué crees que estoy haciendo aquí, Les? ¿Eh? ¿Crees que te pongo en peligro a propósito? No deberías subestimar las acciones de un hombre como yo. No hago las cosas porque deba favores a nadie. Las hago porque siento que debo hacerlas y porque es mi responsabilidad.
—¿Y desde cuándo yo soy tu responsabilidad?
—No me cabrees, Les.
Ella no se amilanó y alzó la barbilla, desafiándolo.
—Entonces, dime a qué has venido. ¿Vienes a por la niña sobre la que todavía no me has preguntado nada? ¿Vienes a por ella? Todo el mundo te busca, Markus. Eres el principal sospechoso de un atentado contra agentes federales. Quieren tu cabeza.
—¿Y tú a quién crees, vedma?
—No me llames así —le ordenó.
—Te llamo como quiero. —El lado matón y pendenciero de Markus salió a la luz con la velocidad de un rayo. No le gustaba aquella actitud de Leslie. La comprendía, pero no le gustaba.
—Haces que suene como algo que no es.
—¿Cómo hago que suene?
Leslie se mordió la lengua. Quería decirle: «Haces que suene como si de verdad me quisieras y te importara». Pero en lugar de eso dijo:
—No importa… Solo espero que, sea lo que sea lo que hayas venido a hacer aquí, no pongas en peligro a Milenka y… No me involucres demasiado en tus mierdas. Quiero conservar mis aspiraciones. He pedido un año de excedencia para…
Markus golpeó la pared con el puño, sorprendido por las insinuaciones de Leslie. Él no estaba ahí para comprometerla. Estaba ahí para cuidar de ella. ¡De ella y de la cría!
—¡Puede que te ocultara lo que me pasó con Dina! ¡Y que te escondiera que era agente doble! ¡De eso se trata, de que nadie sepa nada, joder! —exclamó, impotente—. ¡¿Crees que pondría en peligro a la niña que he ocultado durante tantos años?! ¡Es mi vida, Les, y no tengo que contársela a nadie si no quiero! ¡Nunca lo he hecho porque hay oídos y ojos por todas partes! ¡Pero jamás te he puesto en peligro! ¡Siempre me he asegurado de ir a por ti! ¡Nunca te he dejado atrás!
—¿Y crees que dejar atrás a alguien solo implica una distancia física?
—¡Yo no sé qué mierda significa! ¡Pero tú lo quieres complicar todo con esas miradas que pones, siempre pidiéndome más de lo que soy capaz de dar!
Leslie le cubrió la boca con fuerza y se puso de puntillas para mirarle directamente a los ojos, casi a su misma altura.
—Deja de gritar —le ordenó—. No cruces la línea otra vez, Markus. No digas nada que haga que te odie. Lo que yo sienta o pida es asunto mío. Sé que no me vas a dar nada más. Y, ¿sabes qué?, lo prefiero. ¿Qué puede obtener una mujer de un hombre que está hueco y vacío de emociones? ¿De un hombre que está tan destrozado por la muerte de su mujer que es incapaz de levantar cabeza?
—Tú no lo entiendes… —susurró él mirándola con reproches—. Mira mi cuerpo. Es un puto colador. Esta es mi vida. —Se señaló a sí mismo—. Soy un asesino, un mercenario para unos y una especie de sicario para otros. ¿Esto es lo que quieres para ti? La vida que yo te daría…
—¿La vida que tú me darías? Qué rápido vas. Tú no me das ninguna vida, ruso. Yo elijo vivirla o no. Recuérdalo.
—Créeme. Tú no me quieres. —Decirlo en voz alta le dolió. Porque Markus quería más, pero no estaba acostumbrado a ello, y no sabía cómo pedirlo.
Leslie negó, comprensiva, y sonrió con tristeza.
—Tienes razón, Markus. Yo no te quiero. Gracias por aclarármelo —contestó, sarcástica.
Él apretó los dientes y se obligó a mantener el control. No le gustaba nada oír eso, pero era lo mejor para los dos.
—Ahora que ya sé que no te quiero, déjame decirte que algún día, Markus, tendrás que confiar en alguien. Eso si consigues reunir el valor para hacerlo. Hay que ser valiente para entregarse a los demás, ¿sabes?
—¿Me estás llamando cobarde?
—¿Yo? No. Más bien… te llamo esquivo…, huidizo.
—Confío en ti, Les. Eres la única persona en quien lo hago.
Leslie tragó saliva. El nudo que tenía en la garganta amenazaba con estrangularla y hacerla llorar. Pero no cedería.
—¿Estás seguro? —preguntó deseando acariciarle las mejillas y relajar su ceño fruncido. Cómo lo odiaba por hacerla sentir tan débil, tan sometida.
Markus se encogió de hombros y miró hacia otro lado.
—Estoy aquí, ¿no? Podrías delatarme; podrías hacer lo que te diera la gana conmigo. Y no lo has hecho.
—¿Y eso qué querrá decir?
Markus se encogió de hombros como un niño y esperó a que ella contestara por él.
Pero, de repente, algo muy caliente, de estado líquido, recorrió su talón.
Supuso que la herida del muslo se le habría abierto y la sangre estaría deslizándose por su pierna.
Miró hacia abajo y no encontró nada rojo. En cambio, sí vio el morro chato y moteado de negro de un diminuto bulldog francés que todavía no conseguía mantener las orejas de punta.
El cachorro lo miraba con la cabeza inclinada hacia un lado mientras se relamía el hocico y hacía pipí sobre su pie.
—Pero ¿qué es esto? —Markus levantó el pie que chorreaba de orina y miró a Leslie con cara de estupefacción.
Ella se aguantó la risa, luchando por mantenerse seria. Pero no lo conseguía.
—¡Rambo! ¡Rambo! ¿Dónde est…?
Milenka se detuvo en el umbral de la puerta. Llevaba puesto un bañador de las princesas Disney, unas deportivas Nike blancas con lazos rosas, cuyas suelas se iluminaban a cada paso que daba.
Su flequillo liso cubría sus cejas hasta casi tocar los párpados, y sus ojos amatista no titilaron ni una sola vez cuando vio a Leslie, arrinconada contra la pared, por un gigante con cresta.
Un gigante con cresta herido.
Un gigante que estaba a todas luces desnudo.
Rambo lamía el otro pie del hombre y movía el rabillo con fuerza, feliz de haber marcado al nuevo inquilino de esa casa.
—Milenka, cariño —le dijo Leslie, intentando apartar el pesado cuerpo de Markus de encima de ella—. Este es el señor Markus.
—Hola, señor Markus —contestó la niña con timidez, entrelazando sus manos detrás de la espalda—. Las mujeres tienen hucha y los hombres rabito…
—Oh, por Dios. —Leslie cubrió con las manos el miembro de Markus que, a todo esto, seguía sin reaccionar. Completamente desnudo y sin abrir la boca.
—¿Es una momia? —seguía preguntando la niña al ver tanto vendaje alrededor de la piel morena de Markus.
—¿Una momia? —preguntó él, frunciendo el ceño y mirando a la niña, sin salir de su asombro. ¿Lo estaba tapando?
—Rambo le ha hecho pipí —señaló Milenka sin parar de hablar.
El ruso se relamió los labios resecos y fijó sus ojos rojos en las zapatillitas que se iluminaban.
—Markus —Leslie intentó hacer las presentaciones con normalidad—, ella es Milenka. Dile hola a la niña —dijo, para animarlo a romper el hielo, como si fuera tonto y ella no estuviera sujetando ni sus testículos ni su pene. ¿Eso estaba pasando de verdad?
Al escuchar el nombre de Milenka y tener a aquella princesita delante de él, su pecho se encogió y sintió que le faltaba el aire.
Se olvidó completamente de su desnudez. No le salían las palabras.
Era perfecta. Perfecta.
Y no entendía cómo había conseguido hacer algo tan perfecto como ella, estando tan manchado de sangre, tan marcado por la violencia.
Sintió ganas de llorar y de reír a la vez. Además, le invadió un terror que le pudo.
La responsabilidad… le daba pánico. Tener algo que cuidar era también tener algo que podía perder. Como había perdido a Dina, y como cuatro años atrás tuvo que desprenderse de un bebé que era suyo y del que no podía hacerse cargo.
Esa era la niña que había abandonado para que otros la cuidaran.
Esa era la cría que había ido a buscar Leslie para que le diera el hogar que él se veía incapaz de ofrecer.
Era la misma niña que iba a volver a abandonar en caso de que hubiera matado a Yuri Vasíliev y hubiera cerrado el maldito círculo vicioso de la mafiya con la que él se había involucrado. Pero al no hacerlo, al saber que Yuri andaba suelto y con planes claros respecto a él y a todos los que le rodeaban, Milenka había pasado a ser, oficialmente, su hija, la niña que debería proteger en cuerpo y alma hasta que todo aquello acabase.
Entonces, decidiría qué hacer.
Protegería a Milenka y a Leslie. Porque se lo debía.
Les debía… La habitación empezó a dar vueltas y todo se volvió negro.
Leslie lo sostuvo antes de que se golpeara la cabeza con el suelo.
Milenka se frotó el gemelo con el dorso de su otro pie y cogió a Rambo en brazos cuando el perro se acercó a ella.
—¿El señor Markus se ha morido? —preguntó hundiendo la nariz en la cabecita de Rambo.
Leslie negó con la cabeza y levantó a Markus, que se había casi desmayado. Ya fuera por el estrés, por la impresión o por las heridas, ese inmenso guerrero había estado a punto de desvanecerse como una mujer.
—Ve abajo, cariño. Yo iré dentro de un momento —le pidió Leslie sin perder los nervios—. El señor Markus necesita descansar un poco más.
—Es que ha llegado Tim… —dijo nerviosa—. Y están los titos abajo… ¿Le digo a tito Lion que venga y te ayude? —No dejaba de mirar a Markus como si fuera un bicho raro y fascinante.
—Diles que ahora bajo —pidió Leslie mientras lo colocaba en la cama—. No les digas que hay un hombre aquí, ¿vale? —Leslie necesitaba tenerlo todo bajo control antes de decirles nada a su hermana y a Lion.
—Oh, joder. Demasiado tarde, hermanita —dijo una sorprendida Cleo, vestida con un pichi amarillo corto y que lucía una cola alta y rizada que se bamboleaba de un lado al otro. Había aparecido de repente en la entrada de la habitación. Cogió de los hombros a Milenka y tiró de ella para que saliera de allí—. Vaya, vaya… ¿Ya ha llegado tu maridito?
Leslie dibujó una fina línea con sus labios y miró a Cleo como si quisiera estrangularla.
—No me mires así. Serás tú quien se lo cuentes a Lion —aseguró Cleo, haciéndose la desentendida y escapando de allí.
Cuando cerró la puerta, Leslie supo que, justo entonces, habían empezado los problemas de verdad.
Además, todos corrían peligro. Aunque todavía no estaba segura de qué era lo que los acechaba, sí que intuía que la información con la que el ruso se había hecho era material inflamable por el que tanto Spurs como la SOCA y la SVR serían capaces de matar.
¿Qué estaba en juego, además de sus vidas?