Capítulo 18
Tchoupitoulas Street
Nueva Orleans.
Dos semanas después
Del caso de Amos y Mazmorras en los Reinos Olvidados se habló durante largos e interminables días. Después de que Nick colocara las capturas de los vídeos, las conversaciones del disco duro y las fotos en antena, el trabajo de los cinco agentes fue reconocido en todo el país.
La vergüenza de la seguridad de Estados Unidos quedó a la vista de todo el mundo. ¿Qué seguridad había cuando los protectores se vendían por dinero? Cuando los principios se cambiaban por miedo, ¿quién estaba a salvo?
Yuri Vasíliev y Petrov Virlenko murieron en el Six Flags a manos de aquellos héroes de Nueva Orleans.
Suzanne Rocks, la fiscal de Washington que recibió dinero de Yuri por su liberación, al igual que sus socios del Pentágono, que colaboraban con la venta ilegal de armas con el Mago, fueron condenados a cadena perpetua.
El mismo destino corrió el comisario Ed Cartledge, así como los fiscales de Baltimore, de Norfolk, de Newport y de Nueva Orleans, que recibían dinero de los negocios de aduana del popper y hacían la vista gorda respecto a las penas de los implicados en su tráfico.
Montgomery despertó de su coma una semana después del espectáculo en el Six Flags. Aunque se recuperaba poco a poco de sus lesiones cerebrales, que le impedían hablar correctamente, se alegraba de cómo había acabado el caso y del reconocimiento que Markus, Nick, Lion, Cleo y Leslie habían obtenido con su trabajo conjunto. Un trabajo que se inició en Amos y Mazmorras, en las Islas Vírgenes, y que los llevó hasta los Reinos Olvidados. Y no había un reino más olvidado que el parque de atracciones Six Flags.
Spurs, el director jefe del FBI, los llamó cientos de veces para disculparse y felicitarlos por el servicio prestado a Estados Unidos. Pero en ninguna de las ocasiones descolgaron el teléfono para atenderle.
Spurs jamás volvería a ser su jefe, ya no tendría potestad sobre ellos.
De los maletines acorazados de dinero que Yuri cargó en su Hummer, se sabe que se quedaron en las arcas del Estado. En el vídeo documental aseguraban que había ciento cincuenta millones de dólares, gracias a una manipulación de Nick Summers. Pero las Connelly, Summers, Romano y Lébedev sabían que eso no era cierto. Había un desfalco de cincuenta millones de dólares, que habían ido a parar a unas cuentas que estaban a sus nombres en un paraíso fiscal.
Se lo merecían. Ahora que habían dejado el FBI, consideraban que era su fondo de pensiones. Un fondo que no pensaban gastar ni en tres vidas.
Al menos, eso pensaba Leslie, sentada en la hamaca de su jardín, viendo cómo la fiesta de bienvenida a Milenka iba viento en popa. Una fiesta retrasada, aunque nunca era tarde si la dicha era buena.
Darcy, su madre, tenía puntos en la zona del costillar, pero se recuperaba favorablemente de su herida. Estaba sentada a su lado, con un bañador amarillo, bebiendo de su cerveza con manzana y limón, sonriente al ver cómo su marido jugaba con su nueva nieta y cómo montaban juntos el karaoke. A su lado, Anna y Michael conversaban animadamente y se reían de lo zoquete que pensaban que era Lion antes de descubrir que, en realidad, era un agente del FBI.
Cleo y Lion, los dos con apósitos por todas partes, jugaban en la piscina a chapuzarse. Mientras lo hacían, se besaban y se sobaban el uno al otro bajo el agua.
Leslie sentía envidia sana por ellos. Porque ellos tenían salud, dinero y amor. Y ella solo tenía dinero y algo de salud. Un balazo en un brazo y otro en una pierna no hacían que una se sintiera invencible y sana.
Tim y Magnus conversaban cerca de la mesa de granizados y horchatas, felices de disfrutar de los especiales sabores que añadía Darcy a sus recetas. Tim todavía creía que tenía alguna posibilidad con Leslie, el pobre no aceptaba un no por respuesta, aunque eso a Leslie ya no le incomodaba como antes.
Nick se apoyaba en la piscina mientras leía mensajes que alguien le enviaba. Leslie deseó que Nick solucionara su situación sentimental, pero el agente estaba lleno de rencor.
Nadie le preguntaba sobre Markus, y ella tampoco hablaba de él.
Markus era un héroe nacional, un superhéroe desaparecido.
El mohicano, el demonio indomable había cumplido su promesa. La única que habría cumplido en toda su vida. No se había quedado.
La misma noche que ambos regresaban al hospital, antes de que los alcanzaran los medios de comunicación, Markus les pidió que se adelantaran, que iba a por refrescos para los tres, pero, en vez de eso, como el hombre que iba a por tabaco y nunca volvía, les hizo la trece catorce.
Jamás volvió a aparecer.
Dos semanas ya era mucho tiempo para no saber de él. Leslie tenía que hacerse a la idea de que Markus no la amaba.
No la había querido lo suficiente como para luchar por ella y por su hija. Se sentía tan abandonada que cada noche se acostaba llorando. Herida de pena.
—¿Por qué no animas esa cara, cariño? —le preguntó Darcy con una sonrisa—. Estás viva. Eres una heroína estatal. Tú y yo sabemos que te has llevado un buen pellizco, y eres guapa y hermosa para resarcirte por lo que sea que te preocupa. Anímate. —Darcy le frotó el muslo—. Milenka está a punto de cantarnos una canción. ¿Qué hay más hermoso que ver a una hija disfrutar, Leslie?
Ella afirmó con la cabeza y pasó un brazo por encima de su madre.
—Lo sé, mamá. Lo siento. Sé que tengo que estar feliz por todo lo conseguido, pero…
—Sé que es difícil. —La miró compasiva y confidente—. Nunca pierdas la esperanza. Yo esperé un año a que tu padre me tocara un pecho, y al final lo conseguí.
—Gracias, mamá. —Dio un sorbo a su cerveza y miró hacia otro lado—. Era justo la anécdota que necesitaba oír —añadió con ironía.
Darcy se echó a reír y besó a su hija en la cabeza.
—¿Te he dicho alguna vez que te quiero?
—Todos los días, mamá. —Sonrió agradecida.
—Bien, recuérdame que siempre te lo diga, ¿vale?
Leslie agradeció de corazón tener una madre tan loca, extrovertida y cariñosa como aquella.
Tal vez tuviera razón: podía ser que el tiempo curara la herida de su corazón, y sujetarla como los puntos a los cortes en sus brazos y sus piernas.
—¡Mamá Leslie! —Milenka la saludó desde el escenario improvisado en el jardín—. ¡Te voy a cantar una canción! —gritó animada.
Todos la aplaudieron y la vitorearon.
Leslie se moría de la risa con su hija. Era tan bonita y espontánea que deseaba abrazarla todos los días.
Charles encendió el karaoke, y la pequeña empezó a moverse con un ritmo envidiable, moviendo el cuerpo a un lado y al otro, agitando su pelo húmedo del agua, sonriendo y llenando de luz los corazones que la miraban.
Y entonces empezó a cantar. Empezó a cantar una canción actual, propia de adultos. Una canción que una cría de cuatro años no podría cantar ni seguir, a no ser que supiera cantar de verdad. Pero Milenka siempre lo decía: sabía cantar.
Era One life de Madcon y Kelly Rowland.
—La la la la la la la la la… La la la la la la la la la la… One life ¡It’s papá Markus! —exclamó la niña a modo de presentación, sorprendiendo a todos cuando abrió el brazo como un abanico hacia el lado derecho y miró a alguien mucho más alto que ella.
Entonces, desde detrás de aquel improvisado escenario, apareció Markus, con su inconfundible cresta medio mohicana, sus tatuajes y un bañador negro tipo bermudas con el demonio de Tasmania estampado.
Leslie se levantó como pudo de su hamaca de madera y se llevó la mano al corazón.
¿Era Markus?
—It’s Milenka —la presentó su padre—. Living one life.
Don’t let nobody tell you otherwise
listen to your heart.
And let your dreams fly
never give it up, up, up.
And even when you fog it up and give another try,
Never give it up, up, up.
You gotta beat it,
and when it rains it pours just stay the course.
Yeah, and even when you think nobody cares
you gotta believe it gets better.[1]
La increíble voz de Milenka casaba a la perfección con la de su padre. Él se agachó para estar a la misma altura y bailar con ella, entre los aplausos de todos los presentes. Parecían estupefactos al ver cómo Markus, conocido por su seriedad y su rectitud, había entrado en el juego de la pequeña y se movía con Milenka. La niña lo miraba como si él fuera un príncipe, el príncipe de sus sueños: su padre.
Markus sonreía feliz y alegre de poder estar con ella, maravillado por esa pequeña de pelo liso y ojos rojos que le había robado el corazón incluso antes de nacer. Buscó a Leslie entre la gente y bajó de la semitarima, con su hija cogida de la mano, ambos con los micrófonos para seguir cantando y rodear así a la bruja de ojos plateados que se había ganado un lugar en sus corazones para siempre.
Darcy se secaba las lágrimas, emocionada, igual que Cleo. A las dos les había costado guardar el secreto de que Markus vendría a por ellas, de que no las podría dejar atrás.
Markus levantó la palma de Leslie y entrelazó los dedos con ella, pegándose a su cuerpo, mirándola fijamente con los ojos más limpios y puros que nunca le había visto.
—¿Vengo demasiado tarde? —preguntó Markus, juntando su frente a la de ella.
—No lo sé… —acongojada—. Markus, ¿qué…, qué haces aquí?
—Yo… vengo a cantarle a mi mujer —le contestó él, emocionado, continuando la letra de la canción con su hija.
Le dio un besito en los labios a Milenka y empezó a cantar de nuevo con ella.
When nothings gone right
and the light just won’t brighten up,
you got nothing left
in your fight.
Don’t you give it up yeah.
Nobody’s gonna hold me down/me down
Ya gotta understand.
We only have one life.
We only have one life.
We’ve gonna make it. We’ve gonna make it works.[2]
Milenka repetía las frases de Markus con una coordinación impropia de alguien tan pequeño; pero Milenka tenía el don de la voz, heredada de su padre, el Demonio, que poseía una voz preciosa y clara, y que necesitaba alzar para dejar las cosas claras.
—No, Markus —negó Leslie afligida, sosteniéndole el rostro—. ¿A qué has venido de verdad?
Markus tragó saliva, entregó el micrófono a Lion, que sonreía feliz a Leslie y que pasaba por allí como quien no quería la cosa. Markus rodeó a Leslie con los brazos, con cuidado de no hacerle daño en las heridas.
—Quería darte una sorpresa —le explicó mientras Lion y Nick cogían el micro y cantaban con Milenka—. Tenía que negociar con Spurs y la SVR mi libertad. Viajé a Rusia, y después me reuní con el director jefe del FBI. He renunciado. He exigido mi libertad. Ya no trabajaré ni para unos ni para otros —aseguró con los ojos vidriosos—. Trabajaré para mí, para nosotros. Seré tu esclavo si me dejas, Leslie. Yo…, yo, simplemente, no podía volver dejando cabos sueltos. Fui…, fui al cementerio a despedirme bien de Dina. Le di las gracias por trabajar conmigo… Y le pedí perdón por la vida que le di…
—Oh, Markus…
—No, espera Les, déjame acabar. Me fui porque quería quedar limpio ante mi niña, Milenka; y, sobre todo, ante mi niña adulta, mi mujer. Quería quedar limpio ante ti. —Pegó su nariz a la de ella—. No quiero más fealdad a mi alrededor. Tú me has demostrado que no me la merezco. Y soy lo suficientemente avaricioso para exigir toda la luz que tengas para darme. Porque soy muy oscuro. Tienes mucho trabajo conmigo. Estoy tarado… —Sacudió la cabeza y sonrió nervioso, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
Leslie se mordió el labio inferior y sorbió las lágrimas.
—Pensé que jamás volvería a verte —susurró, acariciando los pómulos del mohicano con los pulgares—. Me has roto el corazón, sádico… Lo has hecho una y otra vez.
Markus la besó en los labios y la alzó del suelo, para bailar con ella, sosteniéndola en el aire.
—Lo siento. Siento ser como soy… Ya te he dicho que estoy tarado, pero, tal vez, contigo y Milenka aprenda a ser mejor.
—¿Y qué quieres que haga contigo ahora?
—Quiero que te cases conmigo, Les. —La besó otra vez y la dejó para coger aire—. Quiero que te atrevas a unirte al Demonio. Puedo ser cruel y despiadado, pero lo seré con aquellos que amenacen a mis seres amados. Y te amo, Leslie. Te amo con todo el fuego de mi infierno, con todas las llamas de mi corazón.
—Cásate con él, ¡di sí! —la animó su padre alzando la cerveza por encima de su cabeza—. One life… We only have one life…
—Tu padre ya va borracho como una cuba —le informó Darcy, que estaba bailando con Nick—. Pero hazle caso. Por una vez, tiene razón. Mi Markus es un Connelly, ardiente como la sangre irlandesa de nuestra familia.
Lion y Cleo cantaban juntos, pegados al micrófono, bailando con Milenka, que miraba embelesada a Leslie y a Markus.
Cleo le guiñó un ojo a su hermana, que era tan diferente de ella, pero a la que quería tanto, y la animó a que dijera sí.
—¡Di que sí! ¡No pienso aguantar otro berrinche tuyo! —le gritó entre lágrimas, feliz por ella, al tiempo que Lion cantaba con Milenka.
—¡Dile a papá Markus que sí! —le pidió la niña, cuyos ojos color rojizo brillaban—. ¡Me gusta papá Markus! ¡¿Sabías que es mi papi de verdad?!
Leslie frunció el ceño y miró a Markus, que sonreía a su hija con adoración. Después se encogió los hombros y le explicó a Leslie:
—Tuve una pequeña conversación con Milenka.
—Pero ¿cuándo?
—Eso ya no importa, nena. Cásate conmigo y hazme el puto hombre más afortunado del mundo.
Leslie había pasado de ser una mancha gris rodeada de luz a ser la luz que más brillaba entre su familia. Brillaba de felicidad, agradecida con la vida por darle la oportunidad de conocer a un grupo tan bien avenido como aquel, con sus defectos y sus virtudes. Pero, cuando se requería, estaban ahí para partirse la cara los unos por los otros.
Y todos tenían la cara partida por heridas y cicatrices, sufridas en unas guerras comunes. Y seguían vivos. Juntos.
Y la canción decía que solo había una vida para disfrutarla, para llorarla, para reírla, para amarla; una sola vida para dar segundas oportunidades a aquellos que ya no creían en un cielo para ellos.
Leslie rodeó el cuello de su Markus, alzó el rostro al cielo y rio con ganas.
—¡Por supuesto que sí! ¡Me casaré contigo, Demon! ¡Te amo!
Markus dio gracias a Dios, al Dios en el que, de alguna manera, empezaba a creer, porque había sido un demonio, pero lo había bendecido con la compañía de una bruja negra y de un ángel. No había mayor milagro que ese. La besó con toda su alma. Sus bocas se juntaron para respirar de nuevo y volver a reunirse como las piezas de un puzle.
—Sabes que nunca podrás escapar de mí, ¿verdad? —le advirtió Leslie.
—Los Connelly no huyen. Y yo soy un Connelly de arriba abajo —contestó, y la besó otra vez.
Pero Leslie sabía que no iba a escapar jamás, y no porque se hubiera ganado ser un Connelly, sino porque la bruja negra jamás podría escapar del oscuro corazón de su demonio, del mismo modo que su demonio jamás podría escapar de su hechizo.
Se decía que en los Reinos Olvidados todos perdían el corazón, pero Leslie y Markus acababan de demostrar que nada estaba perdido si no se paraba de buscar.
Porque, después de tanto buscar, ellos, por fin, se habían encontrado.
FIN