Capítulo 2

Luisiana

Tchoupitoulas Street

Al día siguiente

Cleo y Lion miraban anonadados a la cría, que, vestida con un nuevo vestido negro de Hello Kitty y sandalias a conjunto, que habían comprado de camino en unos almacenes, no se soltaba de la a mano de Leslie.

Habían aparcado frente a la casa de Cleo e iban a recoger oficialmente las llaves de su nuevo hogar.

Al pasar por delante de la casa, Leslie se había dado cuenta de que el matrimonio Collins ya había quitado el cartel de «en venta».

Sonrió y dejó que una extraña oleada de orgullo y anticipación la recorriera. Aquel sería un buen comienzo para su nueva vida. Una nueva casa, que había encontrado de una forma algo precipitada, pero que era nueva, al fin y al cabo.

Una nueva vida para las dos.

Había decidido que no daría más importancia al hecho de que ahora viviría con una niña, y deseaba que lo antes posible el ambiente se normalizara.

Leslie era así de práctica y decidida. Si había que coger al toro por los cuernos, lo cogía y punto.

Lion se levantó como un resorte de los escalones de la entrada y se llevo las manos a las caderas. El agente seguía siendo irresistible incluso para las niñas, pues Milenka se sonrió y enrojeció como un tomate al verlo.

—Joder, es una niña de verdad —gruñó Lion sin podérselo creer.

—Te lo dije —repuso Cleo sonriendo a Milenka.

—Tiene los mismos ojos que el ruso. —Lion se sentía desconcertado, y no se molestó en disimular—. Leslie… —Pasó su mano por su pelo de corte militar—. Tienes que explicarme muchas cosas. ¿Qué mierda pasó contigo en Londres? ¿Qué significa esto? —señaló a Milenka de arriba abajo.

—Cuida tu vocabulario, Romano —le riñó Leslie—. Ella es Milenka, y, a partir de ahora, va a vivir conmigo.

—¿Cómo que va a vivir contigo? ¿Qué quieres decir con eso? —Incrédulo, miró a una y a otra.

La niña se ocultaba tras las piernas de Leslie, que seguía impasible, sin borrar del rostro su perfecta sonrisa. Sin flaquear.

—Lo que has oído.

Cleo se levantó de las escaleras y las bajó con tranquilidad, para colocarse frente a Milenka y hablar con ella.

La niña se agarró al pantalón corto y blanco de Leslie, y con la otra mano protegió su objeto más valioso: su maletita.

—Qué maleta más bonita, cielo —dijo Cleo—. ¿Es tuya?

La niña afirmó, vergonzosa.

—Me llamo Cleo. ¿Tú eres Milenka?

—Milenka, sí y sé cantar —contestó repasando a Cleo de arriba abajo—. ¿Tienes el pelo rojo?

—Sí. —Cleo se sonrió y alborotó sus rizos para ella—. ¿Te gusta?

—Sí. ¿Tú vas a ser mi tita?

Cleo abrió sus ojos verdosos y miró a Leslie de reojo.

«Tía» era una palabra que jamás esperó escuchar, pues siempre creyó que su hermana no tendría hijos nunca. A Les le interesaban otras cosas, como, por ejemplo, la seguridad y la paz mundial. Por eso, escuchar hablar a esa cría y verla cogida a Leslie como si ella le diera una seguridad que no tenía con otros emocionó el suave y débil corazón de Cleo.

Su hermana arqueó las cejas negras, esperando escuchar una respuesta positiva por su parte.

—Pues no lo sé… ¿Soy su tita, Leslie? —preguntó Cleo, expectante.

—Si quieres, sí.

—Pero esto es en serio, ¿verdad? Después no hay posibilidad de devolución. Quiero decir, te has comprado hace una par de días ese todoterreno y no lo devolverás. Supongo que con la niña tampoco. No se vale ser su tita ahora y luego no.

—Por mi parte, es irrevocable —contestó con seriedad.

—Caramba, Les… —Cleo negó con la cabeza, todavía impresionada—. No dejas de sorprenderme. Vas a hacer que a mamá y a papá les dé una apoplejía. —Se echó a reír y añadió—: ¡Y me encanta!

Lion miró a Cleo como si le faltara un hervor. Aquellas dos hermanas estaban chifladas.

—¿Y tu trabajo? Te iban a ascender —señaló Lion acercándose a Milenka, acuclillándose al lado de Cleo.

—Ayer hablé por teléfono con Montgomery largo y tendido —explicó ella—. Me da un año de excedencia, me mantiene el sueldo y, cuando regrese, lo haré como inspectora.

—¿Y por qué tantos privilegios?

—He sacrificado mucho.

—¿Qué tipo de rodilleras has utilizado?

—Las que tú utilizaste para chupársela al descerebrado que te aprobó como agente en el FBI —contestó Leslie con una media sonrisa—. No me toques las narices, Romano.

Lion se echó a reír y Cleo cogió a Milenka en brazos.

—¿Te gustan los camaleones? —preguntó a la niña.

—¿Camaleones? —repitió Milenka con los ojos como platos—. ¡Me encantan! ¡Tengo a Pascal en mi maleta!

—¿A Pascal? ¿El camaleón de Enredados? —Cleo tenía toda una inmensa colección de películas infantiles y no tan infantiles en su videoteca.

—¡Sí a ese! ¡Eh! —le gritó a Leslie cogiéndose al cuello de Cleo—. ¡Tita Cleo sabe quién es Pascal!

—¿Y quién no sabe quién es Pascal? —replicó Cleo, horrorizada.

—Leslie no lo sabía —le dijo Milenka al oído.

—Ah, bueno… No te preocupes por eso. Leslie no tuvo infancia.

—¿Eso qué quiere decir?

—Que Leslie todavía cree que Peter Pan no existe, ¿te lo puedes creer?

Milenka puso cara de pena y dirigió sus impagables y compasivos ojos a Leslie.

—Pobrecita Leslie… —dijo.

Cleo entró en la casa para enseñarle los camaleones mientras se partía de la risa, bajo la orgullosa y agradecida mirada de Leslie.

La agente entendió que, con su hermana al lado, comprendería a Milenka a las mil maravillas. Cleo era medio niña en muchas cosas, no había crecido del todo, por eso era tan especial y encandilaba a todo el mundo.

Lion captó la atención de Leslie chasqueando el pulgar y el corazón frente a su rostro.

—Oye, agente. Creo que ya es hora de que nos lo cuentes todo —le ordenó Lion—. Desde el principio.

—Entonces —dijo Leslie cerrando el todoterreno con el mando a distancia— pide pizzas y bebida, Romano. Lo que te voy a contar no tiene desperdicio.

—Un todoterreno, una casa nueva y una niña de cuatro años bien vale una historia de película.

—Como mínimo —aseguró Leslie, adelantándose y dirigiéndose a la casa.

***

Milenka se había quedado dormida, agarrada a uno de los cojines en forma de puzle del sofá de Cleo.

Leslie la miraba mientras daba vueltas al café con la cucharilla. Estaba inmersa en ella, sorprendida por todo lo que aquella pequeña podía despertar; tocaba instintos que ni siquiera sabía que tenía.

Una noche con la pequeña Milenka había hecho que Lion y Cleo se enamoraran perdidamente de ella, sometidos a su melosidad y ternura.

El agente Romano tenía la mirada azulina fija en Leslie; meditaba sobre todo lo que su compañera le había contado, en especial, acerca de lo que vivieron desde que salieron de Nueva Orleans. Y lo cierto era que estaba tan cabreado que echaba humo por las orejas.

—Ese Lébedev es un hijo de la gran puta. Te puso en peligro una y otra vez. Te dejó incomunicada y te llevó a la guarida de los lobos. Espero que siga vivo, porque quiero matarlo con mis propias manos.

Leslie se encogió de hombros, ajena a la rabia que Lion sentía hacia Markus.

—Sus métodos fueron demasiado radicales, pero nadie puede decir que no funcionaron —replicó ella.

—No le defiendas, Leslie.

—No lo hago, Lion. Pero localizamos la flota del Vuelo Negro del Drakon. Hemos destapado una increíble tapadera de trata de personas, tráfico de drogas e incluso pederastia. Muchas de esas chicas eran menores de edad. Tal vez Markus matara al pakhan y a sus colaboradores, pero han procesado a sus clientes.

Lion no daba crédito.

—Con todo lo responsable y disciplinada que eres no comprendo cómo te parece bien lo que ha pasado.

—No te confundas, Romano. —Leslie le dirigió una mirada capaz de congelar el desierto—. No me parece bien. Pero no sé cómo actuaría yo si me hicieran lo que a él. Ha sido una puta marioneta de los demás durante todo este tiempo. Tuvo que ver cómo violaban y mataban a la madre de su hija y no pudo hacer nada para evitarlo… La rabia y la impotencia son cómplices excelentes para una digna venganza. Y él se vengó.

—Hay que saber controlarse.

—Claro, Lion —apuntó Cleo con una media sonrisa—. ¿Como te controlaste tú cuando Billy Bob me dio una paliza? Tú sabes tan bien como yo que, de haber podido, le habrías matado. Pero te detuve.

Lion agachó la mirada. Ella entrelazó los dedos con él, y él tiró de ella para sentarla sobre sus muslos. Se dieron un beso en los labios, uno que llenó de envidia a Leslie.

Ella quería eso mismo con Markus, pero él no estaba; y para colmo le había dado un paquetito del que jamás se podría desprender.

—¿Ves como no es tan fácil mantener la calma? —continuó Leslie—. Markus había decidido vengarse de todos.

—Pero te involucró —señaló Cleo—. Yo tampoco estoy muy de acuerdo con ello. Sin embargo, te conozco, hermanita, y sé que tú no te metes en nada a no ser que no lo desees.

—Exacto. No hice nada que no quisiera hacer. Quería ayudarlo. Por alguna extraña razón, deseaba ayudarlo.

—Yo sé por qué —sentenció Cleo, apoyando la mejilla sobre la cabeza de Lion—. Estás coladita por el ruso.

—¿Cómo? —preguntó Lion, anonadado—. Eso no puede ser… —Negó de un lado al otro—. Sabes lo que es, ¿no? —Con el índice golpeó la mesa de madera—. Es un maldito agente doble, Les. Un agente estadounidense que se hizo pasar por un agente soviético para espiar los movimientos de sus superiores en relación con la trata de personas. Eso vuelve loco a cualquiera… Ese tío ni siquiera sabe quién es. Tal vez ahora sea más mafioso que policía, o incluso más ruso que norteamericano. Es un caso parecido al de Robert Hanssen. ¿Recuerdas que en la formación nos hablaron de él?

—Por supuesto que sí. Un exagente de Estados Unidos que espiaba para la Unión Soviética y después para la Rusia poscomunista. Se le acusa de espionaje y conspiración. Pero Markus no es así.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque hace tiempo que ha dejado de trabajar para los Gobiernos. Ahora solo le mueven sus propias necesidades. Tú no le conoces como yo.

—Tal vez no —repuso él—. Pero ese hombre ya tenía una reputación. Montgomery me habló de él. En el cuerpo, los agentes al cargo ya le conocían. Para desempeñar la función que tenía que realizar en el torneo y adiestrar a esas mujeres no se debe de tener estómago, ¿comprendes?

—¿Y para azotarnos entre nosotros sí? —replicó ella, cansada de que lo pintaran como a un ogro—. Venga ya, Lion… Lo que insinúas sobre él no es del todo cierto. Yo estuve recluida con él en el torneo. A mí jamás me tocó. Y lo único que hacía con las demás mujeres era adiestrarlas y cuidarlas. Solo las drogaba de verdad cuando tenía a algún mediador de la bratva delante. Si estaba solo con ellas, les daba tranquilizantes, no popper.

—Me da igual. No es un maldito santo, ¿entiendes?

—¿Y quién te dice que yo lo sea? —insinuó Leslie, que bebió un poco de café—. Ninguno de nosotros estamos libres de pecado. Hacemos cosas horribles para interpretar nuestros papeles. Es lo que nos exige la infiltración.

Lion tensó la mandíbula. Leslie estaba en lo cierto; aun así, no se sentía tranquilo en relación con el ruso. Ella era su mejor amiga y por nada del mundo iba a permitir que se pusiera en peligro.

—Sabes que esto no ha acabado, ¿verdad? Markus no descansará hasta terminar con toda la estructura de la bratva. Ilenko, Tyoma, Aldo Vasíliev, incluso su inspector jefe Vladímir Volkov… Ellos no son el fin de su venganza. No se detendrá… Un hombre tan sediento de sangre no puede detenerse. ¿Se ha puesto en contacto contigo de alguna manera? Si lo hace, tienes que avisarme, ¿de acuerdo?

Leslie negó con la cabeza.

—Markus salió del Alamuerte con un tiro en la pierna y el antebrazo atravesado por una bala. Posteriormente le habían disparado en el hombro… Estaba en malas condiciones. No sé…, no creo que haya sobrevivido. —Tragó el nudo de pena que tenía en la garganta.

—Ese tipo no está muerto, Les. Los hombres como él tienen siete vidas, como los gatos. Y su venganza no acabará hasta que no queden cabos sueltos.

Sí, pensó Leslie, como el gato tatuado que tenía en su antebrazo. El mismo gato que indicaba que era un ladrón; un ladrón solitario de corazones.

—Piénsalo —dijo Cleo—. Markus te ha entregado a su hija por algo. Un hombre que la ha ocultado todo este tiempo para darle seguridad, tarde o temprano, volverá a por ella. La reclamará —concluyó con tristeza, mirando a la dulce niña de pelo liso y castaño, que dormía sobre el cojín rojo en forma de puzle, y abrazaba a su peluche Pascal, sumergiendo su naricita en su cresta—. No podremos encariñarnos demasiado, Les…

—No es así —dijo ella—. Markus dio a su hija en protección porque sabía que él no podía ofrecerle la seguridad necesaria. Creo… —meditó un instante sobre ello— que no la reclamará. Markus atrae al peligro. Solo se aseguró de dársela a alguien que, en caso de que llegasen esas amenazas que él teme, pudiera defenderla, protegerla. Por eso pensó en mí. Me dijo que solo confiaba en mí…

—Lo que dice tiene sentido —respondió Lion—. Ese tipo es una bomba de relojería. No lo veo cuidando del caramelito que hay en el sofá. Es imposible.

A Leslie le daba miedo volverlo a ver y que él se llevara a la cría y la ignorara a ella. Temía ese reencuentro en el que, tal vez y con su acostumbrada frialdad, le dejara claro, por activa y por pasiva, que lo que pasó en Londres, en Londres debía quedarse. Que ella no era importante, por mucho que ella no sintiera lo mismo.

Sin embargo, en el puerto, la había besado ¿no? Con una emoción contenida pero auténtica. Le dijo que era la única persona en la que confiaba. La única. A Markus ya le habían decepcionado demasiado, y ella no lo iba a hacer. Por eso cuidaría de Milenka como si fuera su propia hija.

Hasta que su verdadero padre llegase y decidiera qué hacer.

—Sea como sea, Leslie —le dijo Cleo apoyando su mano en la de su hermana—, no estás sola. Te ayudaremos y te echaremos una mano en lo que haga falta.

—Palabra de boyscout —añadió Lion mirando a Leslie con complicidad.

—No le hagas caso —le disculpó Cleo—. Solo está preocupado y celoso, porque ya no es el único hombre en el que confías. —Sonrió y pellizcó la mejilla de su chico—. Es duro ser un segundón, ¿eh? Tranquilo, machote, te acostumbrarás…

Leslie se echó a reír, pero se calló cuando escuchó la llamada entrante de su teléfono. Se llevó la mano al bolsillo trasero de su corto pantalón blanco y atendió a la llamada. Era un número privado.

Y si era privado, solo podía ser de un lugar: Washington DC.

***

—Connelly —dijo el director Spurs al otro lado de la línea.

—¿Señor?

—Escuche atentamente. Sé que no está de servicio, pero necesito su ayuda.

—Por supuesto, señor.

—¿El agente Lébedev se ha puesto en contacto con usted?

—No, señor, no lo ha hecho —aseguró ella.

—Manténganos informados si lo hace.

—¿Por qué, señor? —Leslie frunció el ceño—. ¿Ha sucedido algo?

—Han sucedido muchas cosas.

—¿Cómo? —Leslie le dio al botón del altavoz, para que tanto Cleo como Lion estuvieran al tanto de la conversación.

—Atiéndame. Esta mañana, Yuri Vasíliev debía ser trasladado desde Washington hasta la prisión de Supermax, en Florida. Estaba al cargo el subinspector jefe Montgomery. Durante el trayecto, los coches de seguridad del estado sufrieron un atentado; casi todos los agentes han muerto, Montgomery recibió una bala en la cabeza y está en coma —dijo con palpable dolor—. El coche en el que iba Yuri se incendió debido al desprendimiento de fuel.

Leslie no se lo podía creer. ¿Montgomery en coma? ¿Yuri estaba muerto? ¿Qué demonios había pasado?

Lion se presionó el puente de la nariz. Cleo se frotó la nuca con nerviosismo, impresionada por la noticia.

—¿Montgomery se recuperará?

Se hizo un largo silencio en la línea.

—Eso espero, Connelly. Eso espero… Ahora mismo está muy mal.

—Entiendo. —Leslie se relamió los labios—. ¿Qué hay de Yuri Vasíliev? ¿Ha muerto?

—No, agente, eso es lo más sorprendente. Los restos carbonizados que los forenses han encontrado en el coche no pertenecen a Yuri. En algún momento, alguien dio el cambiazo.

—¿Cómo es posible? Si no es el cuerpo de Yuri, ¿de quién es?

—De Belikhov.

—¿De Belikhov? Pero ¡si estaba en la cárcel de Parish! ¡No puede ser!

—Hace dos días pidieron su traslado a Washington. Llegó ayer al mediodía. Creímos que, con el traslado de Yuri a Florida, Belikhov podría quedarse en la cárcel estatal de Washington sin que su vida corriera peligro. Pero alguien nos la ha jugado desde dentro.

—Entiendo… —murmuró Leslie.

La mafia rusa compraba a todo el mundo. Como había dicho Belikhov, formaban a personas desde muy pequeños para que, al crecer, hicieran las pruebas para entrar como policías e infiltrarse en cárceles, comisarías, juzgados y demás… Era como una plaga.

—¿Cómo ha dicho?

Leslie se imaginó a Spurs haciendo aspavientos, con su pelo canoso repeinado hacia atrás y su bigote bien negro y espeso ocultando sus labios fruncidos, claramente ofendido y en desacuerdo.

—¿Por qué me pregunta por Lébedev, señor? Desapareció en Londres y no he vuelto a saber nada más de él.

—Porque Lébedev tiene información que nos pertenece. Y porque ya no trabaja para nadie. La única persona que sabía que Markus iba en busca del Drakon era Belikhov. Él era el único que podía delatarlo. Pero lo han encontrado muerto en el coche de seguridad en el que viajaba Yuri Vasíliev, que, como sabe, era hijo de Aldo Vasíliev, el consejero del pakhan que Lébedev asesinó en el Támesis.

—¿Qué insinúa? ¿Que Markus puede ser el responsable del atentado? —preguntó horrorizada e incrédula—. No lo es, señor. Si lo fuera, créame que hubiera matado también a Yuri. Ese hombre no deja títere con cabeza si se pone en su punto de mira.

—Usted sabe que Markus ya no responde ante nadie. Ni ante el FBI ni ante el SVR. Tal vez haya pensado que es mejor estar dentro de la mafia como vor real, en vez de como infiltrado. Así sale ganando. Se encargó de matar a la cúpula de la bratva, pero no al cobrador. Yuri Vasíliev era el cobrador de la bratva y tiene más dinero negro en su poder que toda la mafia junta de Estados Unidos. Quizá Markus haya decidido recibir una parte de ese dinero a cambio de reestructurar su banda y formar parte de ella.

—¿Reestructurar una bratva que el mismo Markus destrozó? No lo creo, señor.

—Markus tiene mil caras. Es un agente doble y juega para unos y para otros.

—Lo que dice no tiene ni pies ni cabeza… Además, Markus jamás puede ser vor.

Markus no haría eso de nuevo. Si lo hiciera, pondría a Milenka en peligro. Y, entonces, ¿por qué le había encargado a ella que la cuidara? Demasiadas molestias para un hombre de quien se decía que ya no le importaba nada ni nadie.

—¿Y por qué está usted tan segura?

—Simplemente, lo sé.

—Sea como sea, agente Connelly, deberá informarme —añadió cada vez con menos paciencia—. Si no lo hace, formará parte de un delito de encubrimiento. Han muerto agentes, Leslie —dijo con dureza—. Compañeros suyos. Su subinspector jefe está gravemente herido, en coma —puntualizó—. Quiero a ese ruso. Usted sabrá lo que hace.

—Markus ha desaparecido y, hasta que no se demuestre lo contrario, señor, es inocente —replicó ella—. Pero, descuide, le informaré en cuanto sepa algo.

—Eso espero.

—Sí, señor.

—Buenas noches, Connelly.

Spurs colgó. Los tres agentes no osaron a decir ni una sola palabra, hasta que Romano estalló.

—Joder —soltó, dando un puñetazo sobre la mesa que asustó a las dos mujeres—. Montgomery… ¡Me cago en todo! ¡Yuri Vasíliev se ha fugado! ¡Qué cabrón!

—¿Cómo ha podido pasar? ¿Quién ha preparado todo esto? —se preguntó Cleo.

Leslie seguía pensando, recordando las palabras de Markus en las que decía que había presenciado la entrevista de Montgomery con Yuri: el ruso le había asegurado que saldría de la cárcel en un visto y no visto. Incluso había amenazado directamente a Elias diciéndole que, mientras perseguía a la mafiya para detenerlos a todos, Yuri se follaría a su mujer.

De momento, se había follado a Montgomery: lo había dejado en coma.

—Markus tiene que aparecer —le dijo Lion a Leslie—. Y, cuando lo haga, me avisarás —le ordenó.

Leslie negó con la cabeza, aun sabiendo que se pondría en contra de su amigo. Nadie le daba órdenes ya. Ahora era una civil a cargo de una cría de cuatro años, cuyo padre había decidido ponerse en contra de todas las organizaciones que lo habían utilizado y buscar su propio camino, aunque fuera el de la venganza.

—¿Por qué quieres a Markus? No sabemos si está involucrado en nada de lo que ha dicho Spurs, Lion. Yo no lo creo ni por un momento.

Lion la miró directamente a los ojos y sin titubear contestó:

—Lo quiero porque se le está utilizando como cabeza de turco, y solo él sabe por qué. Él es la clave de todo.

Leslie parpadeó, confusa.

—¿No crees que él tenga nada que ver?

—Ni por asomo —sentenció—. El topo, el verdadero infiltrado, está dentro. Actúa desde dentro y tiene un uniforme con placa. Y no es Markus. Sea como sea, la información que Spurs asegura que tiene el ruso en su poder puede aclararnos algunas cosas. —Miró a Milenka y dijo—: Tenemos que dar con él, o esperar a que él dé contigo.