Capítulo 7
—¡Tírame! ¡Tírame! —gritaba Milenka.
Markus abrió los ojos y enfocó la mirada soñolienta. Estaba tumbado de lado. Parte de la arrugada sábana cubría parcialmente su desnudez, pero tenía el culo al aire.
Los gritos alegres de la niña lo habían despertado. ¿Qué hora era? Levantó la cabeza y alargó el brazo para coger su teléfono.
Las diez de la mañana.
Vaya, había dormido como un lirón. Restregó la nariz por la almohada y se empapó del olor de Leslie. Poison, evidentemente. Una pócima típica de una bruja negra o blanca. La pócima que él bebía y la razón por la cual lo tenía así. Así de confundido y así de aterrado.
—¡Más alto! ¡Más alto!
Markus se levantó de la cama para asomarse a la ventana y disfrutar de los gritos llenos de vida de su hija.
Desde la distancia podría verla. Podría admirarla y maravillarse por aquel milagro de pelo liso y ojos rojos como él. Desde la distancia podría quererla y cuidarla, porque, si se acercaba demasiado, la pondría en peligro.
Retiró la cortina blanca y la observó.
Estaba en la piscina, en brazos de un hombre blanco y muy rubio, cuya piel lucía algo enrojecida por el sol.
Leslie estaba al lado de ellos y se reía mientras miraba a la niña con un cariño que no podía disimular. Cariño por ella y también por él.
Markus sintió que el pecho se le encogía y que no sabía cómo atender esas nuevas emociones. Todas las había provocado la morena. Todas y cada una de ellas. Y después, estaba la renacuaja.
No la conocía, no conocía a Milenka: pero la descripción que Leslie le había dado sobre sus salidas infantiles y divertidas, le había dado una perfecta idea de cómo era su hija.
Y, en ese momento, él estaba tras un cristal, observando cómo la mujer que le quitaba el sueño y la niña que era sangre de su sangre disfrutaban de la compañía de otro hombre.
Leslie puso una mano sobre el hombro del rubio y lo medio empujó, como si coqueteara con él, como si bromease y se divirtiera; con él nunca se había divertido.
Porque con él solo había tenido sangre y destrucción.
La miró y se quedó prendado de cómo brillaba su pelo azabache húmedo del agua y rociado por los rayos del sol.
Sus ojos grises refulgían y daban de lleno en el corazón y en la entrepierna del rubio que la acompañaba.
Markus lo sabía, porque también daba de lleno en la entrepierna de él. Cualquier hombre caería en redondo ante una mirada de Leslie, y ese chico no sería indiferente a sus encantos.
Apretó los puños a cada lado de sus caderas y esperó a que la imagen dejara de afectarle. Pero no lo hizo.
Cada segundo que pasaba en el que Milenka se reía, o Leslie frotaba crema de protección solar en la nuca de su invitado, Markus se enfurecía más y más.
Esas dos mujercitas le pertenecían.
Y odiaba que Leslie flirteara con otro, cuando aquella noche él la había poseído y la había llenado con su esencia.
Algo posesivo y extraño se adueñó de él. Algo a lo que no estaba acostumbrado.
Leslie estaba marcada. Milenka era de él.
¿Qué coño hacía el albino jugando a ser padre y marido de sus dos chicas?
—¡Más alto! ¡Más alto! —Milenka movió los brazos, excitada. Los manguitos le resbalaban hasta los codos—. ¡Más alto, Tim!
—¿Hasta el infinito y más allá? —preguntó él.
—¡Hasta el infinito y más allá! —replicó la niña.
Tim la lanzó por los aires, y Milenka cayó en bomba en el agua.
Leslie aplaudió y corrió a socorrerla, para ayudarla a nadar de nuevo hasta Tim, que volvía a cogerla para lanzarla por enésima vez y a empaparse de las carcajadas de la chiquilla.
A Leslie le encantaba esa cría. Desprendía tanta vida, tantas ganas de reír, que la contagiaba. ¿Cómo podía ser que el hombre que le había hecho el amor la noche anterior no sintiera la necesidad de conocerla? ¿De verdad no quería que Milenka supiera que él era su papá?
Pensar que pudiera ser así de frío y desinteresado la molestaba. Pero, por otra parte, ¿qué podía hacer para hacerle cambiar de opinión?
—Buenos días.
Leslie se dio la vuelta con asombro al escuchar la voz del hombre que ocupaba sus pensamientos.
Milenka dejó de agitar brazos y piernas, y también lo miró, como si esperase algún gesto o palabra cariñosa por su parte.
Markus vestía unas bermudas blancas y una camiseta amarilla fosforito que resaltaba todavía más al contraste con su bronceado. Parecía tenso como una cuerda. Miraba a Tim como si fuera un bicho raro, y después, fugazmente, estudió a Milenka, para segundos más tarde, rehuir su mirada.
La niña, que no estaba acostumbrada a provocar indiferencia, y más, cuando él no le era indiferente, se dio la vuelta y se agarró al cuello de Tim, como si esperase que el joven policía le dijera lo especial que ese hombre de pelo castaño oscuro y puntas rojizas no le decía que era.
—Hola —lo saludó Tim.
—Hola —dijo una vergonzosa Milenka. Uno de sus manguitos golpeó la barbilla del rubio, pero al agente no le importó—. ¿Te venes a mojar?
Era la primera vez que Tim veía a Markus. Por eso desvió la mirada hacia Leslie, para ver si ella los presentaba. Y como ella tenía clase y era educada lo hizo:
—Markus, este es Tim. Tim —estiró un brazo hacia él—, este es Markus.
Los dos se saludaron con un asentimiento de cabeza.
Leslie frunció el ceño. Markus era reservado y serio por naturaleza, pero con Tim parecía un trozo de hielo con ojos.
—Es el señor Markus y es una momia —dijo la niña, como si le estuviera contando un secreto.
—No sabía que Leslie tenía invitados. ¿Has llegado hoy? —le preguntó Tim, ignorando el símil.
—No —contestó Markus taladrándolo con la mirada.
El policía esperó a que le explicara más cosas, pero el de la cresta se negó a decir nada más, tan hermético como era.
—Tienes el pelo como Pato —dijo Milenka levantando la manita y señalando su cabeza—. Lojo.
Markus se llevó la mano a las puntas del pelo, pero a su rostro no asomó ni un gesto amable. Se había quitado las vendas y solo se había dejado la del antebrazo y la del hombro. Por lo demás, continuaba siendo un mapa andante.
—Markus no habla demasiado —le explicó Leslie a Milenka, para excusar su falta de comunicación.
—Pato tampoco —contestó ella sin apartar sus enormes ojos del silencioso hombre que no le hablaba—. Te enseño si queres —se ofreció bondadosa con una dulce sonrisa.
Él miró a Milenka por última vez. Solo se oían el sonido del agua de la piscina y el canto de algún pájaro que custodiaba la cabaña del único árbol de aquella casa. Pero ni una palabra salió de la boca de aquel hombre.
Al final, Markus se dio la vuelta y se alejó de la piscina, dejándolos a los tres con un palmo de narices; a su hija contrariada por su falta de tacto; a Leslie con un cabreo descomunal. Al menos podría hablar con la criatura, ¿no?
Al menos, podría desearle buenos días a ella, dirigirle una mirada de amante cómplice, ¿no?
No obstante, ¿qué esperaba de él? No podía esperar nada.
Markus estaba decidido a no quedarse y a continuar con su vida en solitario, aunque tuviese a una niña que lo esperaba deseosa y a una mujer enamorada; porque sí, con todo, Leslie estaba enamorada hasta las cejas. ¿Cómo podía gustarle tanto un hombre atormentado? ¿Por qué le atraía la idea de iluminar al oscuro demonio que había tras los ojos amatista del ruso?
Porque tenía complejo de heroína y, lamentablemente, había casos perdidos e insalvables. Parecía que Markus era uno de ellos, y cuanto antes se diera cuenta de ello, antes se curaría de aquel dolor.
—¿Te quedas con Milenka un momentito? —le preguntó Leslie a Tim.
—Por supuesto —dijo él mirándola fijamente—. Oye, Leslie.
—Dime —contestó, y salió de allí de un salto. No le gustaba la actitud de Markus y se lo iba a recriminar en persona.
—¿Quién es ese tipo?
—Es solo un amigo de Washington —contestó, secándose el cuerpo con brío con la toalla azul oscura. Llevaba un bikini rosa y negro que le quedaba como un guante—. Ha tenido un accidente y ha venido a pasar aquí unos días.
—Ah… ya. ¿Solo un amigo? —preguntó, algo afectado.
Ella asintió y tiró la toalla sobre una hamaca de madera.
—Sí. Solo un amigo.
—¿Y tú cuidas de él? No lo había visto antes…
—Cuido de él. Sí —aseguró ella. «Hasta que lo pille y lo mate por ser tan estúpido»—. ¿Pasa algo, Tim?
—Si tuviera un accidente…, ¿cuidarías de mí?
Ella parpadeó, consternada. Ahí estaba: Tim le decía que estaba interesado por ella.
—Por supuesto. Siempre cuido de mis amigos —contestó para no darle más que hablar—. Sobre todo si tratan tan bien a Lenka y son tan buenos como tú.
A él pareció no convencerle aquella respuesta, pero se entretuvo con la niña y le dio la espalda.
Cómo le gustaría poder enamorarse de Tim. Cuánto disfrutaría de él y de su sosiego, de su amabilidad y de su facilidad de trato…
¡¿A quién quería engañar?! No podría disfrutar de él, porque no era el tipo de hombre que la atraía. Tim comía de su mano sin que ella hubiese hecho esfuerzos para ganarse su sumisión.
Y no quería a hombres fáciles.
Quería a los difíciles.
Como al soberbio, engreído y arisco ruso que se servía zumo de naranja de su nevera, y que comía uvas moradas como un dios pagano.
—Oye, tú —le instigó ella dándole golpecitos en el hombro—. ¿Podrías disimular un poco?
—Disimular el qué —dijo Markus sin darse la vuelta para mirarla a los ojos.
—Pues no sé. Podrías disimular el hecho de que nada de lo que hay aquí te gusta. Ya sabemos que este no es tu hábitat y que no quieres nada de lo que te rodea. Ya sabes, que prefieres un iglú.
Él tragó la uva que masticaba y se encogió de hombros.
—No he venido aquí a hacer amigos, Les. He venido aquí a protegerte y a preparar una emboscada contra los hombres que nos tienen enfilados. Por si no lo sabes, estamos amenazados.
—Por Dios… No tienes ni idea, ¿verdad?
—¿No tengo ni idea de qué?
—¿Siempre has sido así? ¿Por eso estabas solo en Rusia durante tantos años?
—No sé de qué me hablas.
—Markus, eres nulo en habilidades sociales. Nulo por completo. No tienes ni idea de cómo acercarte a los demás. Ni siquiera a tu…
—Ya te he dicho que cuanto más lejos esté de ella más fácil será todo. —La miró de arriba abajo—. Ahora vete a la piscina a jugar con ese proyecto de hombre que está entreteniendo a Milenka. Y pásame las claves del sistema de seguridad de Lion. Yo lo arreglaré; está visto que aquí puede entrar cualquiera.
Leslie odiaba que la tratara así después de haberle hecho el amor esa noche. ¿Tan difícil era ser amable? No hacía falta ser un borde redomado para marcar distancias.
—Tim es un buen hombre. Es mi amigo.
—Claro. ¿Lo sabe él?
—¿El qué?
—Que es un hombre.
—Eres un cretino.
—No me jodas, tú tienes más huevos que él —espetó con frialdad—. ¿Ese es el tipo que elegirías para la cría? —preguntó, incrédulo.
—Se llama Milenka y es tu hija —susurró enseñándole los dientes—. No te morirás por reconocerla. Ni tampoco te pasará nada por acercarte a ella y hablarle. ¿La has visto? Lo está deseando, como…, como si intuyera algo sobre quién eres tú en realidad…, pero tú la ignoras. Estás siendo cruel.
—Que hable tu Tim con ella. Él está dispuesto a quedarse, ¿no? Por favor, si hasta se podría echar a llorar para que le dieras un beso…
Leslie no lo soportó más. Markus era como un animal; cuando sentía su seguridad amenazada, se sacaba los problemas de encima con aquel talante agresivo.
—Hasta ahora, el único que me ha llorado para que le besara has sido tú. Anoche, ¿recuerdas? Cuando sollozabas desconsolado mi nombre…
—Cállate.
—Lágrimas así de gordas dejaste caer. —Le provocó, casi juntando su índice y su pulgar—. ¿Eres menos hombre que Tim por eso? ¿Te das cuenta de las tonterías que dices?
Markus apretó la mandíbula y endureció la mirada.
—¿Dónde está la caja de herramientas?
Leslie suspiró, angustiada.
—Markus, estás celoso.
—¿Celoso? ¿Qué dices?
—No creo que seas así… Si tan solo…
—¿Dónde están?
—Markus. —Se acercó a él y le tomó el rostro con las manos—. Escúchame…
—¿Quieres que te folle, Leslie? —le soltó él, queriendo apartarse de sus manos, sintiéndose acorralado. No podía acorralar a un león, o le enseñaría las garras—. No hace falta que montes numeritos sentimentales para eso. Ya sabes lo cachondo que me pones.
Ella entrecerró los ojos y sus orificios nasales se abrieron alterados.
—¿Y esa vena de macho alfa? —preguntó a un palmo de su cara—. Guárdatela para otra a la que impresiones, porque conmigo no funciona. ¿Sabes qué creo? Estás tan asustado de lo que te está pasando que serías capaz de dejar que otro viviera la vida que estaba destinada a ser tuya, con tal de no probarlo y correr el riesgo de fracasar. Jodido gallina —gruñó, empujándolo contra la nevera.
—Huy, qué dominante… Sí, quieres que te folle, ¿verdad? —Sonrió con maldad, haciendo caso omiso de la verdadera súplica en sus ojos de plata.
—No me voy a ofender por esas palabras, lerdo. Te conozco demasiado.
—¿No?
—¡No! ¡No soy estúpida, Markus! ¡Sé lo que pretendes!
—Entonces, ven —le dijo él, poniéndola a prueba.
La cogió por la muñeca y tiró de ella hasta colocarla de cara a la ventana que daba al extremo de la piscina. Desde ahí podía ver a Milenka y a Tim. Y si el policía se daba la vuelta, los vería a ellos.
—¿Sabes lo que pretendo? —murmuró en su oído, mordiéndole el lóbulo más fuerte de lo aconsejable.
—No seas animal… —Intentó apartarse de él, pero Markus la agarró de sus caderas y la clavó en el sitio.
—Este maldito biquini me pone enfermo —dijo retirando la braguita para dejar su entrada descubierta. Lo que vio lo enfadó—. ¿Estás mojada? —Pasó un dedo por su raja—. ¡Joder! ¿En serio? —le recriminó entre dientes—. ¿Estás mojada por estar al lado de ese?
Leslie negó con la cabeza.
—Vaya… Sí que estás celoso. —Sonrió altiva—. Yo tenía razón. Estoy así desde anoche. Lubrico desde que me hiciste el amor.
—Te follé.
—Sí, me hiciste el amor —insistió ella—, y lloraste porque pensabas que me estaban haciendo da… —Leslie cerró los ojos con fuerza y se mordió el labio inferior. Markus la había penetrado de una estocada y no se había metido por completo. Aun así, él empujó y empujó hasta estar completamente en su interior.
El ruso no quería escucharla hablar y fue a taparle la boca, pero Leslie lo mordió.
—No me vas a callar, cerdo arrogante. No tienes gag ni bozal. Así que te jodes. Ya que no tienes el valor de hacérmelo mirándome a la cara… Cobarde, gallina…
Markus llevó su mano al clítoris hinchado de la joven y empezó a masajearlo en círculos. A cada caricia, Leslie contraía el ardiente útero.
—Míralos bien —le ordenó él.
—Míralos tú, pervertido —le contestó ella agarrándose a la cornisa de la ventana, pegando su frente en ella y humedeciendo el cristal con su pelo mojado. Se moriría de la vergüenza si alguien los veía.
—Mira a Tim. El pálido, amable y dulce Tim… ¿Es así verdad? ¿Es tal y como lo describo?
—Gilipollas.
—¿Crees que él te follaría como yo?
—Markus… —graznó ella—. No voy a jugar contigo a esto. No hagas esto. Estás cayendo en picado.
Sus penetraciones eran duras y dolorosas, pero el dedo que la frotaba hacía que se mojara y que él se deslizará con facilidad, forzando a sus músculos a aceptarlo. Aquello era sucio y perverso. Y, aun así, Leslie se correría. Porque lo que provocaba ese hombre en ella no tenía nombre.
—¿Crees que yo puedo ser así? —le recriminó él hablándole sobre la sien, sin dejar de embestirla—. Oh, joder… —Leslie lo estrujaba como un puño y se moría de gusto—. Dime, ¿lo crees? ¿De verdad eres tan tonta de ver en mí a alguien bueno y puro? ¿A alguien capaz de coger en brazos a una nena como esa y ser su confidente? ¡Estoy marcado para toda la vida!
—No es verdad… No sé de lo que me hablas. Markus, para ya, si nos ven…
—Ser bueno. Ser ideal para la niña. Ser tu mejor amiga. A eso me refiero. ¿Crees que yo lo puedo ser? —preguntó sin querer escuchar una respuesta.
—¿Mi mejor amiga? —repitió ella, ofendida por su amigo Tim—. Qué cretino eres. Tim es más hombre de lo que puedas llegar a ser tú. ¿Sabes por qué?
—Pues no.
¡Zas! Le dio una cachetada en toda la nalga y Leslie siseó encolerizada. Entonces alargó la mano y le estrujó los testículos con fuerza suficiente como para devolverle el azote.
—Agr… Bruja.
—Porque no le da miedo hinchar unos manguitos, coger en brazos a una niña y decirle que la quiere. Porque tampoco le daría miedo decírmelo a mí.
Markus se detuvo unos segundos, como si pensara en esas palabras.
Leslie cogió aire, esperando que Markus dejara de ser tan vil. Pero no podía dejar de serlo, porque la verdad era que quería alejarlas. A las dos. Y no encontraba el modo de darles la espalda totalmente.
De repente, con la mano libre agarró el pelo de Leslie y le tiró la cabeza hacia atrás. Besó su garganta y su mejilla, y empezó a introducirse en ella con más fuerza y a más velocidad.
Leslie gimió. Le ardía la entrepierna, sentía que se hinchaba y que él se endurecía. Y entonces, empezó a correrse en su interior, sin esperar a que a ella le llegara el orgasmo.
Se detuvo, todavía dentro de ella, y a continuación empezó el orgasmo de ella; Markus se salió antes de que Les lo disfrutara por completo, y la dejó apoyada en el marco de la ventana, insatisfecha y dolorida.
Tembloroso, se secó el sudor de la frente con el antebrazo. Le dolía la pierna herida y el hombro. Y algo más que no sabía identificar, pero no era una parte física de su cuerpo.
—El bueno de Tim nunca te follaría como yo; nunca te haría esto. Esa es una de las razones por las que no soy bueno para ti. Que te quede claro. No soy ni seré nunca como él, así que deja de lanzarme miraditas que exijan algo que no estoy dispuesto a dar.
—Yo no te lanzo miraditas.
—Sí lo haces. Quieres que me acerque a Milenka, pero no lo haré. Desde ya te digo que no soy un buen hombre para ninguna familia. Soy un vengador y un asesino. Eso es lo que soy.
Leslie se tragó la congoja y el orgullo, y apretó los puños contra la ventana.
—Vete a la mierda, Markus.
—Sí, me voy. Cuando acabe todo esto me iré y no volveré. Es por esto por lo que tienes que elegir a un hombre como Tim. O a cualquiera que no sea yo. Tim… Tim nunca te trataría así.
—Es cierto. Él jamás me trataría así. Tim no va por ahí demostrando que es un auténtico memo inseguro que solo sabe matar y follar, ¿verdad?
—Tú lo has dicho —coincidió, secándose la humedad de sus dedos en las bermudas.
—Sí.
—Pero —añadió él inclinándose sobre su oído— tu jamás te pondrías tan cachonda con él.
—Bueno, cuando lo pruebe te lo diré —replicó, enfadada.
Markus apretó los dientes y fingió mostrar desinterés con un mohín de sus labios.
—La caja de herramientas está en la caseta del jardín —le informó Leslie.
Seguro de que dejaba sus intenciones claras, Markus se alejó del comedor para centrarse en sus tareas de seguridad.
Leslie se subió la braguita del bikini y se levantó cuando él ya no estaba.
Lo único que demostraba la actitud y las acciones del ruso era que tenía que esforzarse para ser un redomado hijo de puta.
Y lo había intentado a conciencia.
Aunque, en realidad, no era un hijo de puta. Era el rey del camuflaje. Un camaleón como ella, uno que tenía miedo.
Miedo a considerarse un hombre libre y con derechos.
Miedo a creer que podía ser amado.
Miedo a ser quien era en realidad.
Si Leslie lo dejaba en paz, no sería porque el ruso acabara de tratarla mal y le hubiera hecho daño; lo dejaría en paz para no lastimarlo e incomodarlo más.
Markus estaba acorazado, y ella podía rascar la coraza, pero no reventarla. Lo único que conseguiría insistiéndole y echándole en cara su cobardía sería una retirada en toda regla.
Una retirada como la que el mohicano estaba realizando en ese momento.
Se ató la parte de arriba, que se había aflojado con el polvazo, y se dirigió al jardín, donde esperaba que ni Tim ni Lenka se hubieran enterado de nada.
Pero sus pasos se quedaron a medio camino.
Acababan de llamar al timbre de su casa.
Como las alarmas no habían saltado, se imaginó que sería alguien conocido.
Pero nunca esperó encontrarse a un invitado tan especial.
Nick Summers, conocido como Tigretón en el torneo de Dragones y Mazmorras DS, estaba plantado frente a la puerta, con una bolsa militar colgada al hombro. Unos preciosos puntos que asomaban en el lateral de su garganta, recuerdo de guerra de la noche de Walpurgis.
Nick había respondido a la llamada de ayuda de Lion y Cleo al cabo de apenas veinticuatro horas. Levantó la mirada y guiñó uno de sus despiertos e inteligentes ojos.
—¿Hay alguien en casa? —preguntó.