Capítulo 15

Campos de algodón

Noreste de Luisiana

Allí, entre las bolas blancas de las plantas de algodón, los cielos azules y los prados verdes que tapizaban aquella tierra sureña, se encontraba una de las casas de los Romano.

La familia Romano era una de las más ricas de Nueva Orleans, gracias a sus terrenos llenos de campos de algodones que la gente trabajaba con cariño y sabiduría.

En aquel idílico lugar, aunque ahora se usaban más máquinas que antes, las generaciones de los Romano dieron mucho trabajo a los criollos, y todos estaban contentos con su trato y con sus sueldos. Además, se decía que, en los campos de la familia, las voces de aquellos que trabajaban la tierra todavía se podían escuchar, llenando de contrastes los atardeceres con sus canciones a las semillas de algodón, con tonos de jazz y tintes sureños; al estilo de los recordados cottonfields hollers.

Leslie conducía en silencio, con Markus al lado. Milenka viajaba dormida y tumbada en los asientos de atrás.

Él admiraba aquel paisaje que te llenaba de paz. Markus podía dejarse impregnar y que el aire de aquel lugar limpiara su memoria envilecida y la alejara de él, como alejaba y desnudaba las capuchas blanquecinas de las ramas de algodón.

—Te advierto —Leslie lo sacó de sus pensamientos— de que no me hago responsable de ninguno de los comentarios de mi madre ni de mi padre. Tienen incontinencia verbal y es una especie de disfunción hereditaria, ¿comprendes?

A Markus le encantaba oír hablar a Leslie, y no porque fuera muy habladora, sino porque su tono le relajaba y siempre decía cosas con sentido. No rellenaba los silencios. Si debía permanecer callada, lo hacía. Pero, después, cuando abría la boca de nuevo, era para decirte algo que te hiciera pensar. O sonreír…

—¿Existe la incontinencia verbal?

—Oh, ya lo creo que sí. —Leslie se puso las gafas de sol porque no veía bien la carretera. «Y no me tientes a que te lo demuestre»—. Pero mi hermana y yo la sufrimos en menor grado.

—Tienes unos ojos muy bonitos… Siempre te los tapas, Leslie.

Ella lo miró como si no le conociera y empezó a toquetear la radio USB, como un tic nervioso.

—La cobertura por aquí no es muy buena… Es por la naturaleza… Dicen que donde hay naturaleza los móviles dejan de funcionar.

—Eso pasa en los bosques tupidos. Esto es un campo abierto.

—Ya, claro… La cuestión es que tengo los ojos claros. La luz me molesta. ¿Sabes quien tiene unos ojos preciosos?

—Milenka —contestó él leyéndole la mente.

Ella se mordió el labio inferior y asintió, nerviosa.

—Sí. Milenka. —La admiró a través del retrovisor y, tal y como solía sucederle, su pecho se llenaba de ternura y sus nervios se relajaron. Markus la ponía histérica y su hija la llenaba de calma y de amor. Menuda contradicción—. Lo dicho, Markus. No tengas en cuenta ninguna de las barbaridades que pueda llegar a soltar mi madre por la boca, ¿vale?

—Ya sé lo que opina tu madre. Quiere que te cases con Tim. Y ya ha asumido que tiene una nieta. No necesita periodo de adaptación, por lo visto.

—No. —Leslie miró fijamente la carretera—. Mi madre es de ideas fijas. Si le dicen que tiene una nieta, es que tiene una nieta, ¿comprendes? Y más cuando es algo que desea desde hace tiempo. Hace años que nos persigue a Cleo y a mí con test de embarazo en las manos. Unas Navidades nos regaló a ambas unos patucos de recién nacido. Y la pasada Navidad me regaló una máquina para hervir biberones.

A Markus le cayó bien Darcy, aunque no la conocía. Pero sabía que no tardaría nada en ganarse su simpatía.

—¿También desea que te cases con el poli albino?

Leslie carraspeó y se colocó un largo mechón negro tras la oreja.

—Antes vi que le escribías por whatsapp.

—¿Me estás controlando, ruso? —dijo ella, anonadada.

—Lo observo todo, es una pequeña manía que tengo cuando siento que quieren mi cabeza… Me da por intentar vigilar todos los detalles.

—Eso no es vigilancia. Eso es dominación.

—Llámalo como quieras, Les. ¿De qué hablabais?

—No te importa, Markus.

Leslie le había pedido a Tim que echara un ojo a la casa, y a Pato, su camaleón, que seguía en el terrario de la caseta del jardín. Necesitaría comer. Eso era todo.

A Tim no le había gustado saber que se iban un par de días. Sospechaba que sucedía algo raro y no saber qué era le ponía nervioso.

—¿Te vas con ese tipo? —le había preguntado—. No me gusta.

—Sí, me voy con él, con la niña y con mi hermana.

—¿En plan parejitas?

—No, Tim. De todas maneras —lo había cortado ella—, te recuerdo que eres mi amigo, no mi novio. Nunca te he dado a entender otra cosa que no sea esa, ¿cierto?

Tim se había quedado callado al escuchar la pequeña riña de Leslie.

—Porque tú no quieres —dijo, atrevido—. ¿Por qué no quieres salir conmigo?

—Porque no salgo con mis amigos.

—Podríamos ser algo más. A Milenka le gusto, y tú te lo pasas bien conmigo.

—No, Tim. No me gustas de esa manera, ¿lo entiendes?

—Si no lo pruebas, no lo sabrás.

—En este caso, no lo probaré nunca —le cortó, para zanjar el tema—. Estoy enamorada de otra persona. Siento ser tan brusca, pero no voy a mentirte.

Tim se había quedado chafado y desanimado al escuchar esas palabras. Pero era un caballero, uno de esos hombres que, aunque los rechazaras, seguían ahí porque odiaban quedar mal. Por eso vigilaría las casas de Leslie y de Cleo, y le daría de comer a Pato.

La agente se fijó en los musculosos muslos que ocultaban los tejanos largos de Markus. La camiseta negra con el águila blanca de Armani estampada en el centro le quedaba que ni pintada. Las Cat Martin de media bota desabrochadas le sentaban perfectas, y eso que Leslie había pensado que le irían pequeñas cuando las encargó por Internet.

Se había entretenido con las cosas de Markus. Le había comprado botas, accesorios, gafas más adecuadas a su estilo, ya que Lion le había facilitado ropa de vida alegre que tal vez no pegaran tanto con el carácter del mohicano. Lo había hecho a propósito, maldito Romano. Y Markus no se había quejado ni una vez. Camisetas rosas, amarillas, con corazones… Qué sinvergüenza era el rey León.

—¿Por qué tienen esa fijación tus padres con Tim?

—Porque creen que Tim puede hacerme feliz como mujer. Y que puede descubrirme mi lado sensible. Desde pequeños han intentado juntarnos. Es como una pequeña obsesión.

—Ajá. ¿Piensan que te gustan las mujeres?

—Eres muy cruel con él. Imagino que es porque te sientes amenazado.

Markus arqueó una ceja castaña oscura y, de repente, empezó a reírse a carcajadas. Leslie, ofendida, le recriminó:

—Deberías agradecerle todos los detalles que tiene con tu hija, ¿sabes?

Markus apoyó la cabeza en el respaldo de su asiento y fingió que cerraba los ojos y que no le interesaba lo que ella pudiese explicarle. Pero un músculo de rabia palpitaba en su mandíbula, y no lo sabía disimular.

No quería escuchar nada que tuviera que ver con Leslie y Tim. Ni con Leslie y otro hombre.

Para él, Leslie era suya; tenía derechos sobre ella, aunque, en realidad, no tuviera ninguno. No podía exigirle nada.

—¿Por qué no duermes un ratito? —le dijo Leslie—. Me harías un gran favor.

Markus no volvió a hablar en todo el viaje.

***

La mansión algodonera Darwini de los Romano, nombre que le dieron en honor a la flor que se abría en su plantación, estaba rodeada de erectos tallos ramosos de color marrón, en los que germinaban flores amarillas y bolas blancas de algodón.

Justo en medio de una pradera de césped, rodeada de la famosa guata que cultivaban, la casa de la familia Romano había creado una atmósfera idílica para vivir y trabajar.

Postigos, contraventanas de derribo de color verde, paredes encaladas blancas, tejas árabes… Un caserón entrañable y coqueto, y a la vez repleto de funcionalidad para sus quehaceres.

Cuando de los todoterrenos Wranglers se apearon cinco agentes, un cachorro de bulldog y una niñita medio adormecida, que se frotaba los extraños y grandes ojitos con las manos, Charles y Darcy, y Anna y Michael, los padres de Lion, no se lo podían creer.

Los padres de Lion eran morenos y altos. Sonrieron con su elegancia usual y su carisma europeo. Eran muy discretos: no iban a hacer preguntas que pusieran en aprietos a nadie.

Pero Darcy y Charles eran otra cosa. De la misma estatura que Anna y Michael, los Connelly, más pálidos de piel (ella con el pelo rojo como Cleo; él con el cabello negro como un cuervo, como Leslie), miraban ojipláticos el lienzo humano que tenían ante sí.

—Por el amor de Dios… —dijo la mujer, con sus ojos claros clavados en la niña.

Rambo fue directo hacia ella. Darcy lo cogió en brazos nada más verlo.

Charles bajó las escaleras con solemnidad, saludó a Lion y se presentó a Nick y Markus. El ruso aceptó la mano y le devolvió el saludo con educación.

Luego Charles se detuvo ante sus hijas.

Las abrazó a las dos con un gran afecto. Pero se inclinó sobre el oído de la mayor y le dijo:

—¿Todo bien?

Ella asintió, no muy conforme, y su padre, que no era tonto y la conocía a la perfección, no se lo creyó, pero contestó:

—Me alegro, hija. Me encanta veros. —Les besó en las mejillas de ambas y dijo para avergonzarlas—: ¿A que tengo dos mujercitas deslumbrantes? —Miró a Markus de reojo.

Nick y el ruso medio sonrieron, pues no serían ellos los que dijeran lo contrario, pero fue Milenka quien, agarrada a la pierna de su padre, se frotó la mejilla contra el muslo y dijo:

—Mamá Leslie y tita Cleo son princesas.

La declaración abierta de la inocente criatura cayó entre los adultos como una bomba, con solemnidad y con la certeza de que a ella nadie la podía negar.

Cleo le guiñó un ojo a su sobrina.

—Bien dicho, Lenka —le susurró.

—¿Mamá Leslie, eh? —murmuró Charles sin comprender—. ¿Te quedaste embarazada a los veinticinco años y no nos lo dijiste?

—Por el amor de Dios… —Eso era lo único que podía decir Darcy. Ella, que no se callaba ni bajo el agua, se había quedado sin palabras. Se acercó a Milenka sin dejar de acariciar la cabecita de Rambo y se acuclilló ante ella—. Entonces… es verdad.

—Sí, mamá. Es verdad —dijo finalmente Leslie—. Os presento a Milenka: mi niña. —Aquella era la traducción literal de su nombre.

Markus se relamió los labios, ligeramente incómodo, pues él no salía en ningún lado en esa ecuación. Pero, al fin y al cabo, era lo que quería.

¿O no? Su hija se sujetaba a él, porque, por algún motivo, creía que él le daba seguridad.

—Ay, Señor… —A Darcy se le llenaron los ojos de lágrimas de sorpresa y de cariño inmediato hacia la cría—. Hola, Milkybar.

Milenka se echó a reír, vergonzosa.

—No me llamo Milkybar.

—¿Ah, no, chocolatito? Entonces, ¿no te podré comer?

Noooo —contestó Milenka abrazada a Pascal.

—¿Y cómo te llamas?

Milenka miró a Markus, lo agarró de la mano, todavía insegura ante tantos adultos y dijo:

—Me llamo Milenka y sé cantar.

***

Lo primero que hicieron los hombres, fue rodear la casa y franquear toda la zona. Los padres de Lion y las Connelly podían ser objetivos de la sed de venganza de Yuri.

Por el momento, la cuadrilla de los fiscales y los federales se olvidarían de ellos, pues pensaban que habían robado el disco duro auténtico. Pero Yuri no les iba a dejar tranquilos. Iría a por el ojo por ojo. Markus y Leslie lo sabían perfectamente.

Ellos habían matado a sus padres y les habían hundido el negocio en Europa. Ahora Yuri solo tenía que ir a por los padres de ella para hacerle el mismo daño.

Y Markus no permitiría que nadie le hiciera daño a Leslie. Ella, su familia…, todos le caían bien. El cariño que se reflejaba en cada uno de sus actos y de sus palabras, las bromas y el buen ambiente que reinaba le hicieron sentir, al menos al principio, como un intruso. Pero después la simpatía de Darcy rompió el hielo por completo, y lo enamoró y lo encandiló, tal y como había hecho su hija, si es que era amor verdadero lo que en realidad sentía por ella. Eso aún era algo que tenía que descubrir.

Nick había colocado minicámaras en todo el perímetro, con la ayuda de Lion. Markus había escondido las armas en el todoterreno de Leslie, en el maletero.

Si tenían que enfrentarse con la cuadrilla de Yuri, lo harían de igual a igual y sin cortarse. Al menos estaban ahí para defenderlos, porque bien sabía que los miembros de las bratvas atacaban por la espalda, cuando menos te lo esperabas. Y si podían, irían a por los Connelly y a por los Romano, y porque Markus ya no tenía familia, si no, les hubiera pasado lo mismo.

***

Después de medio acomodarse en Darwini y de tomar un refrigerio todos juntos en el patio trasero de la casa, alrededor de la mesa de madera italiana, Leslie se dio cuenta de que ya no podía deshacer nada de lo que había hecho.

Su niña sería para siempre. Milenka sería una constante, no podría devolverla jamás. Y le encantaba la idea, porque sería el amor de su vida, un amor eterno y sacrificado.

Sus padres ya estaban enamorados de ella, y la niña se sentía en su salsa colmada de tantas atenciones y tantos besos y abrazos como le estaban dando.

A Leslie le hicieron todo tipo de preguntas sobre su adopción, y ella las contestó como pudo: mintiendo.

Separados de los demás, mientras Darcy preparaba sus granizados y sus tés helados en la cocina de su amiga Anna, Leslie y Cleo hablaban con ellos sobre su nueva situación.

—¿Cómo fue lo de la niña? ¿Por qué yo no sabía nada? —preguntó Darcy, disgustada y picando el hielo en la máquina.

—Porque quería darte una sorpresa, mamá. Siempre te quejas de que solo te encargamos cuidar a dos reptiles. Y querías bípedos. Como no podía comprarme un mono, decidí adoptar a Milenka. ¿Qué te parece?

—Maravilloso. —Exprimió bien los limones para hacer el zumo—. Pero esto no es para tomárselo a broma. Una hija no es ningún juego… Los niños son para cuidarlos, no son como un animal doméstico.

—Entonces, ¿dejo de darle pienso? —espetó Leslie, ofendida por el comentario.

Cleo y su padre se echaron a reír. Darcy los fulminó con la mirada.

—Siempre he creído que tú eres la más responsable de mis dos hijas. Cleo tiene el encanto de las locas, pero tú eres la serenidad. Es solo que… Me parece tan extraño que te hayan dado a la cría siendo madre soltera… Y después está lo de tu casa. Te vienes a vivir a Nueva Orleans, así, de golpe, cuando tú siempre has dicho que estaba lleno de paletos… No lo sé, hija mía. No te entiendo… Me encanta que estés cerca de mí, pero no te entiendo.

—Ni yo. —Charles dio un sorbo de la botella de su cerveza, y miró con cierto reproche a su hija.

—Mira, mamá, no te preocupes. Es algo que quería hacer y voy a ser responsable con eso. La cuestión es que hace una semana ya que Milenka y yo vivimos juntas y nos va muy bien.

—¿Y Tim? Tim estaba contigo estos días, ¿no?

—Tim trabaja en la comisaría de Nueva Orleans, y Cleo es su jefa.

—Siempre ha estado enamorado de ti. Es tan bueno…

—Tim es bueno, pero no me atrae. Es… como una chica.

—Perdón. —Markus entró en la cocina y recogió los limones cortados a trocitos que había dejado Darcy sobre la encimera—. Anna me ha pedido que los lleve al jardín.

—Claro, cógelos —lo animó Darcy—. Oye, Leslie, si Tim no te gusta, ¿qué tal este ejemplar de hombre?

Markus se detuvo y miró a Leslie por encima del hombro.

—Markus no es una buena opción ni para mí ni para nadie —contestó ella con voz sumisa—. Es imposible. Él no me ama. —Puso cara de no tener remedio, como si bromeara, cuando en realidad decía la verdad más dolorosa de todas.

—¿Tú no quieres a mi hija? —preguntó Charles, reprobándolo.

—Su hija quiere a un superhéroe, señor. Yo soy un villano.

Darcy se llevó la mano al corazón, y Charles medio sonrió, aunque no le hizo ninguna gracia el comentario.

—Ay, Dios mío… A mí me encantan los villanos. —Darcy levantó la mano, ofreciéndose con humor al ruso—. Soy su madre. Tenemos los mismos genes.

—No, por favor… Charles me degollaría. —Markus se llevó el cuenco lleno de limones troceados hacia fuera y dejó a la familia otra vez sola.

Darcy estudió la ancha espalda de Markus y sus marcados músculos. En cambio, Charles, mucho más reservado, observaba su carácter esquivo y todas las heridas y vendas que se asomaban por debajo de la ropa.

Entrecerró los ojos y buscó a Leslie con sus ojos, tan claros.

Leslie le devolvió la mirada.

—Quiero hablar contigo.

Eso fue lo único que le hizo falta escuchar a Leslie para darse cuenta de que su padre, un héroe en Nueva Orleans después del Katrina, ya sabía que ahí había gato encerrado.

—No. Cuando quieres hablar con ellas, siempre me excluyes. —Darcy se limpió las manos en el trapo de cocina y acabó de servir la limonada en las jarras—. Yo quiero estar delante.

—No —la atajó Charles—. Esta vez no. Déjame hablar con Leslie a solas.

Cleo le pasó el brazo por encima de los hombros a Darcy y le dijo.

—Vamos, mamá, que te diré cuántos hijos quiere tener Lion.

—¿Mi Lion quiere tener hijos? —preguntó ella, ilusionada.

—Una docena.

—¿En serio?

—Sí. Y se llamarán: Judas, José, Simón, Pedro, Andrés, Jacobo…

—Qué tonta eres. —Soltó una carcajada—. Doce apóstoles, ¿no?

—Vale, es broma. Pero, oye, ¿a que no sabes qué hacemos Lion y yo en un Renault?

—¿Qué?

—Un Clío.

Las dos Connelly se fueron juntitas al jardín, partiéndose de la risa, recorriendo el amplísimo e interminable salón de la casa.

Entonces, en silencio, Charles le pasó una cerveza con limón a su hija mayor y la invitó a que lo siguiera al porche delantero.

—Cuéntamelo todo. Ahora. —Una orden directa.

Su padre era un líder. Como ella.

Y le obedecería.

Media hora después, Charles tenía la mirada, gris como la de Leslie, fija en el horizonte de algodón. La brisa de Luisiana le agitó el pelo. Leslie sintió ganas de peinárselo con los dedos.

Pero su padre estaba sopesando lo que sucedía y no estaba para mimos.

—Estuviste en Londres en la misión que desmanteló la trata de blancas de Aldo Vasíliev… Increíble. Estuvisteis involucradas en el caso de las Islas Vírgenes y de los D’Arthenay…

—Sí —contestó de modo profesional.

—Y ahora el hijo de Vasíliev os persigue y vosotros vais detrás de sus negocios con uno de los mayores traficantes de armas de los últimos tiempos. —Resopló y se pasó la mano por la cara, como si necesitara reaccionar—. No sé qué decirte.

—No hace falta que digas nada.

—¿Estamos en peligro? —Se giró hacia su hija, con el rostro serio y decidido—. ¿Nosotros estamos en peligro? Sé muy bien cómo se las gastan los de la mafia…, así que dime la verdad.

Leslie vació su cerveza y la dejó sobre la baranda de madera del porche delantero, lleno de plantas de todos los colores y de macetas llenas de darwinis.

—Mientras Yuri esté suelto y hasta que mañana lo cojamos, sí: todos estamos en peligro.

—¿Qué os hace pensar que lo vais a coger? No se entregarán —replicó él, impaciente—. Podéis tener la hora, el lugar y los contactos… Pero hablamos de grupos formados por guerreros soviéticos de élite. La mayoría de ellos han estado en guerras. Pelearán. No entregarán las armas así como así. Será una maldita batalla campal, hija —dijo preocupado.

—Lo sé, papá.

Charles negó con la cabeza y se puso las manos sobre la cintura. Se volvió de nuevo hacia los campos y se dejó invadir por su tranquilidad.

—Milenka es hija de Markus.

—Sí.

—Ese hombre ha tenido que sufrir mucho…

—Sí, papá. Lo ha hecho.

—Pero tú te quedarás con su hija por él.

—Y porque la quiero. Adoro a Milenka. Me siento responsable de ella.

Charles arqueó las cejas y apretó los labios.

—Ya veo… Y tú quieres a Markus, ¿verdad? No me lo niegues, porque te conozco, y no has mirado nunca a nadie como le miras a él.

Leslie se pasó la lengua por el labio inferior, y sus ojos se llenaron de lágrimas, pero aguantó el tipo.

—Sí —admitió con voz temblorosa—. Pero él tiene muchos problemas y miedos, y… no… Él no… En fin, no importa.

—Sí importa. —Charles pasó el brazo por encima de su hija y la atrajo hacia él—. Si te hace llorar, sí importa. ¿Qué puedo hacer yo, cariño? ¿Quieres que hable con él?

—No, no… Oh, papá… —Leslie arrancó a llorar sobre el pecho de su padre. Y ni siquiera sabía por qué le estaba sucediendo eso, pero, una vez que empezó, ya no podía parar—. Siento haberos metido en esto.

—Chis, mi nena. —Apoyó la barbilla en su cabeza y la meció—. Tú no nos has metido en nada. Es el mundo el que lo ha hecho; es la violencia de unos pocos la que siempre nos afecta a los demás. Pero es tu trabajo. Y no te imaginas cómo os admiro por llevarlo a cabo hasta las últimas consecuencias.

—Ojalá fuera todo de otro modo…, pero es que no podemos huir.

—Por eso estáis aquí. Para protegernos, ¿verdad? Fue una mala idea venir un día antes, ¿eh?

—Sí. —Leslie sorbió por la nariz, más tranquila al haberle contado la verdad al menos a su padre. Él había sido policía. La comprendería.

—Puede que esté jubilado, cariño, pero sigo siendo policía, ¿sabes? Contad conmigo para lo que necesitéis. Sé disparar, tengo una puntería de diez.

—No, papá. Tú y mamá tenéis que hacernos caso si las cosas se complican.

Charles asintió para hacer callar a su hija, pero él era un poco como Markus: le diría lo que quería oír para tenerla contenta. Después haría lo que considerase correcto según sus principios.

—En Nueva Orleans dicen que soy un héroe. —La abrazó con más fuerza y besó su coronilla—. Pero me muero de ganas de decirles a gritos que las heroínas de verdad son mis hijas.

Leslie aceptó las palabras de su padre y dejó que la arropara como desde hacía tanto tiempo…

El calor de su familia siempre la daría fuerzas para afrontar los problemas.

***

Mientras bebía el té helado de Luisiana que las manos mágicas de su madre habían preparado, Leslie observaba a Markus, a quien Darcy no dejaba de repasar con los ojos. Para su sorpresa, tal y como había augurado Cleo, Lion había pasado a la segunda posición de su lista particular de favoritos.

—Markus, cielo, ¿te apetece un granizado? También he hecho. ¿Has probado uno alguna vez?

Y, para su estupefacción, Markus sabía llevar a su madre con una mano izquierda que no había visto hasta la fecha. Le sonreía sinceramente y le hablaba con un perfil bajo que nunca utilizaba con Leslie.

Maldito embaucador. Hermoso bastardo.

—Me encantaría tomar uno, Darcy. Tu hija me contó que tus cadenas de horchaterías son muy famosas en Luisiana —dijo sentándose al lado de quien podría haber sido su futura suegra.

Ella se sonrojó y asintió con la cabeza.

Leslie puso los ojos en blanco. Ella no le había contado nada, pero seguro que el muy truhan lo había investigado.

—Eso dicen, sí.

—Y bien merecido que tiene ese reconocimiento. —Anna, la madre de Lion, aplaudió a su amiga y la felicitó por enésima vez—. Darcy ha trabajado muchísimo para ello. Y yo adoro sus bebidas y su repostería.

—Anna es mi mejor amiga. Sus comentarios no son muy objetivos —le explicó a Markus en voz baja.

—No es verdad. Digo lo que dice toda Nueva Orleans —repuso la mujer, que desprendía una clase innegable.

—¿Sabéis qué? —Darcy sacó pecho y sonrió de oreja a oreja, y a Leslie le pareció que su madre cada día estaba más guapa—. Ahora, además, la propietaria de la cadena de pizzerías italianas Orleanetti me ha pedido que colabore con ella. Quiere incluir en sus bebidas mis granizados.

—¿Orleanetti? —Nick a punto estuvo de escupir el té helado que estaba sorbiendo tranquilamente—. ¿La dueña se ha puesto en contacto contigo?

—Sí, dentro de una semana me reuniré con ella para acabar de cerrar nuestro contrato. Pero la verdad es que pinta muy bien.

—¡Mi mujer es una hacha! —exclamó Charles, orgulloso.

—¿Conoces a la dueña, Nick? —preguntó Cleo, que estaba sentada sobre las piernas de Lion, el cual, de vez en cuando le acariciaba las nalgas.

La cara de Nick no había sido normal.

El rubio se encogió de hombros y asintió con la cabeza.

—Es una chica preciosa —continuó Darcy—. Tiene unos ojos castaños enormes y una melena lisa espectacular. La vi antes de irnos a la Toscana… Llevaba una gafas de esas enormes, como las de las estrellas europeas, ¿sabéis a lo que me refiero? A lo Grace Kelly. —Todos asintieron, aunque no tenían ni idea de a lo que se refería—. Pero me fijé en que tenía el rostro algo amoratado, y el maquillaje no lo podía disimular del todo… Me dio pena por ella. Tal vez su marido la maltrata. A lo mejor, Cleo, podrías ayudarla. Tú tienes experiencia con casos de maltrato. Mira lo del degenerado hijo de los D’Arthenay…

—Huy, sí, Cleo. —Leslie sonrió por lo bajo—. Mira lo que pasó con Billy Bob… Tal vez podrías hacer lo mismo con el marido de esa mujer. —«Como, por ejemplo, aplastarle la cabeza con ayuda de Lion».

Cleo frunció el ceño, atando cabos.

—Un momento… ¿Cómo se llama la dueña, mamá?

—Sophia. Su familia es italiana.

Lion abrió los ojos y parpadeó, asombrado, mirando a Nick, que bebía de su té, intentando ignorar el nudo que sentía en el estómago.

Jooooderrrrr —murmuró Romano. Era la exmujer de Nick.

—Ups, vaya. —Leslie dejó el té sobre la mesa y pasó por detrás de Nick. Le frotó la espalda con complicidad, dándole ánimos en silencio y se fue a jugar con Milenka, que había salido al jardín persiguiendo a Rambo.

—Tiene nombre de estrella, ¿a que sí? Sophia —dijo Darcy, animada—. Sophia Loren, Sophia Copolla…

—Sí —afirmó Nick deseando que cambiaran de tema—. Espero que le vayan muy bien sus nuevos negocios, señora Darcy.

—Gracias, guapo. Oíd, niñas, ¡no me habíais dicho que teníais amigos tan estupendos! —les reprendió a sus hijas.

—¿Cómo te va el negocio de software, hijo? —le preguntó Michael a Lion—. ¿Te da suficiente para vivir?

—Sí, papá —contestó él, mirando fijamente a Markus, que fruncía el ceño sin comprender nada.

El padre de Lion no sabía que su hijo, que se suponía iba a ser el heredero de la algodonera Romano, era un agente del FBI. Lion tenía engañada a toda la familia.

—¿Negocio de software?

—Sí, uno muy grande y productivo —intervino Nick, hablando entre dientes a Markus, para que les siguiera la corriente.

El mohicano, miró a uno y a otro. Como no los entendía, buscó a Leslie, esperando que ella le dijera con una sola mirada qué estaba pasando ahí.

Pero Leslie estaba en el jardín y tenía en brazos a Milenka; corría con ella, riendo y gritando con la niña, jugando a huir de Rambo, que los perseguía y le mordía los pies.

Markus sintió que sus pasos se iban solos hacia ellas y abandonó la mesa para reunirse con su hija y con Leslie, para, al menos, admirarlas desde el marco de la puerta.

Eran como imanes. La pureza que irradiaban y la candidez que desprendían con sus ojos brillantes y sus cabellos sueltos ondeando al viento le encogieron el pecho: de lleno al corazón.

Milenka y Leslie se enrollaban en su cuerpo y en sus recuerdos, y no podrían salir de ahí jamás, por mucho que él las quisiera sacar.

Y, como ellas no se irían, debería irse él, porque esa era su decisión, porque había comprendido que, si no tenías nada, no había nada que pudieras llorar.

Pero sí tenía algo.

Tenía corazón.

Sí lo tenía.

Palpitaba al son de las palabras, las miradas y los toques de Leslie.

Y descubrirlo durante esos duros e intensos días le había sorprendido.