Capítulo 6

Había luna llena y los grillos cantaban en el exterior. Lion tenía el disco duro negro entre sus manos. Estaba protegido por una robusta carcasa negra de goma impermeable. Era de estilo militar.

—En el disco duro está todo. Todo lo que tenía planeado hacer la bratva del Drakon —les explicó Markus—, el golpe que están preparando…, las personas que están involucradas. Absolutamente todo. Y os aseguro que el objetivo real de la banda es mucho más grande de lo que nos imaginábamos. Si lo que hay en el disco es cierto, la trata de blancas es solo un mera tapadera para ocultar sus verdaderos propósitos.

Los cuatro habían salido afuera, a sentarse en la zona chill out del jardín, formada por mesas bajas y largas de mimbre, así como preciosas hamacas, sillones y chaise longue del mismo estilo, acolchados con cojines blancos y rojos.

Leslie había traído Sazerac y lo estaba sirviendo en elegantes vasos de cristal aderezados con cáscara de limón y hielo. Ese era el cóctel más popular de Nueva Orleans.

—Esto está muy rico —dijo Markus deteniendo su explicación.

—Mucho mejor que el whisky ruso —replicó Lion llevándose la copa a los labios y mojándoselos levemente.

—En Rusia se bebe vodka, no whisky —aclaró Markus—. Pero, sobre todo, la bebida de allí es el kvas. Es como una cerveza negra.

—Esto tiene —le explicó Leslie mientras le servía a él hielo picado, absenta, azúcar, whisky de centeno, cáscara de limón y amargos Peychaud—. Es bebida norteamericana. —Esto último lo dijo con retintín.

Cleo acercó el portátil Apple de Leslie al jardín y lo abrió para conectar el disco duro. Ante ellos, un montón de información cifrada y descifrada se abrió como un libro. Mapas de Estados Unidos, localizaciones, conversaciones vía e-mail y telefónicas, números de cuentas bancarias…

—Joder —murmuró Leslie—. ¿Qué es todo esto? ¿Has sacado algo en claro de aquí?

Markus asintió y procedió a explicarles todo lo que sabía.

—Para entender esto hay que trasladarse décadas atrás. Desde que cayó la Unión Soviética, las calles y los negocios rusos fueron controlados por los miembros de la mafiya. Se crearon muchas bratvas, unas destinadas a unas cosas y otras a otras. Todas tenían la intención de agrandar y obtener beneficios del mercado negro: enriquecer al rico y al ladrón, y empobrecer y extorsionar al ciudadano de a pie. Al principio, nadie se metía en los problemas de Rusia, pues no les salpicaba. Todos lo miraban desde lejos y decían: «Pobrecitos los rusos», «Qué malos son, qué perdidos están». Pero, después, cuando los pakhan empezaron a salir del país y a instalarse en las ciudades más importantes de todo el mundo, las alarmas se dispararon. En los primeros tiempos, eran cinco bandas las que lo controlaban todo: la Sontsevskaya, centrada en el tráfico de drogas y prostitución; la Tambovskaya, que trabajaba la pornografía infantil y el tráfico de inmigrantes; la Mazukinskaya, líder en venta de armas y reparto de cocaína; la Izamailovskaya, lo mismo, tráfico de drogas y pornografía infantil; y, por último, la Podoskaya centrada en delitos económicos, falsificación de tarjetas, estafas bancarias… Los capos más famosos de la mafia rusa estaban controlados por los servicios de inteligencia exteriores. Sus líderes se convirtieron en auténticas leyendas: Serguéi Mikhailov y su amigo Víktor Averin, Semyon Mogilevich, Víktor Bout, el Mercader de Venecia, Boris Nayfield, Ervsei Agron, el Pequeño Don… Todos respetados, temidos y perseguidos por el FBI y la antigua KGB. Pero con su detención no acababan sus delitos; pues todos y cada uno de ellos tenían una función: plantar la semilla que, con el tiempo, desarrollaría los tentáculos internacionales de la mafia. Unos tentáculos que nadie podría amputar, pues, una vez que hacen raíz, se extienden como plagas. Sus predecesores solo tenían que seguir sus pasos… Algunos, por supuesto, con más éxito que otros, pues no todos son inteligentes, ya que, en sus ansias de poder, se delatan enseguida. Sin embargo, esos son los más peligrosos: los que, a base de terror y dinero, intentan ascender en las jerarquías de una bratva, porque no tienen ni escrúpulos ni códigos. Lo hacen todo por la pasta. Ese tipo de perfil es el que nos atañe con Yuri Vasíliev, el Venger que te clavó el cuerno —le dijo a Lion—, y con Petrov Virlenko. —Markus cogió el ordenador y abrió la ventana de las conversaciones entre Vladímir, Aldo y Petrov, del que hasta ahora no habían tenido noticias.

—De esta conversación a tres…, ¿quién se supone que es Petrov? —Leslie se cruzó de piernas al estilo indio sobre el mullido chaise longue de mimbre y agarró su vaso de Sazerac con las dos manos.

—Le conocéis. Pero no por su nombre real —aseguró él—. Vosotros habéis oído hablar de él con el sobrenombre del Mago.

—No me jodas —dijo Lion tensando todo su cuerpo.

Markus asintió, como diciéndole: «sí te jodo, sí».

—El Mago —susurró Leslie con respeto—: uno de los señores de la guerra más esquivos de todo el mundo.

El Mago era conocido por su capacidad para parecer invisible y sus maniobras de escape. Se decía que vendía armas a todo el mundo y que proveía sin distinción alguna. Los servicios de inteligencia habían intentado ir tras él y seguirle la pista. Pero era escurridizo y hacía tiempo que no daba señales de vida.

¿Cómo podía estar involucrado el Mago en algo relacionado con Yuri?

—No consigo relacionar a Yuri con alguien como él —concluyó Leslie.

—No tienes que hacerlo. Si lees todas las conversaciones, verás que Yuri Vasíliev no tiene nada que ver con las negociaciones que atañen a su padre. Aldo era el consejero, la verdadera cabeza pensante del pakhan. ¿Y sabéis por qué? Porque Aldo Vasíliev es el dueño de Torkaya. Torkaya es una de las muchas empresas siderúrgicas que tiene en su poder, con sedes y fábricas en Europa, Estados Unidos y Asia. ¿Y a qué se dedica Torkaya específicamente? A la fabricación de explosivos civiles para realizar obras subacuáticas y túneles de complejos trazados. Pero ¿por qué Aldo y el Mago están en negociaciones? Porque este último le pidió a su amigo Aldo que rediseñara sus explosivos y los hiciera de uso militar, para venderlos a sus clientes. Por supuesto, Aldo tiene cientos de empresas, muchas de ellas tapaderas, y ni yo ni nadie habría llegado a descubrir que él formaba parte de todo esto de no ser por el puto disco duro.

—¿El Mago y el padre de Yuri colaboraban juntos? —preguntó Cleo, estupefacta.

—Sí. Aldo Vasíliev le proveía de explosivos y todo tipo de armas, que todavía desconozco, pero, al parecer, según las conversaciones que aquí se reflejan toca todos los palos.

—Markus, sencillamente, no te comprendo. —Lion se levantó de su sillón y se apoyó en la baranda de madera de la zona chill out. Las lámparas exteriores acariciaban su perfil y sus ojos azules brillaban con determinación pero confusos—. Tienes una información por la que todos matarían. ¿Por qué no la entregas?

—Porque no puedo confiar en nadie, Romano. Sé que es difícil de creer, pero incluso vuestro FBI está lleno de topos. Todo vuestro país lo está. Lo que hay aquí pone en jaque a muchas instituciones gubernamentales. Sin ir más lejos, la señora Suzanne Rocks, la fiscal del distrito de Washington, ordenó el traslado de Belikhov a su prisión estatal. No me digas que no has pensado ni una sola vez que todo estaba orquestado. Rocks está metida en el ajo. Ella pidió el traslado para que Yuri pudiera interrogar a Belikhov y después pudiera escapar. Yuri no tenía ninguna duda de que iba a salir de ahí. De que iba a escapar.

Claro que lo había pensado. Pero si incluso los fiscales estaban involucrados en las redes de la mafia, ¿qué les quedaba? ¿En quién confiaban? ¿Contra quién luchaban? ¿Contra ellos mismos?

—¿Por qué la fiscal Rocks iba a hacer eso?

Markus se relamió los labios.

—¿De verdad me estás preguntando eso? Todo el mundo tiene un precio. Y teniendo en cuenta que no se movilizan presos sin órdenes fiscales, ¿qué crees que ha pedido la señora Rocks a cambio? ¿Por qué Aldo y Vladimir sabían, con una semana de antelación, el día exacto en el que a Yuri lo sacarían de la cárcel de Washington? Solo una persona podía saber eso. La misma que daba la orden: la fiscal. Rocks los avisó. Así fue como supe que tenemos solo una oportunidad para averiguarlo todo. Solo una. Yo solo pido la cabeza de Yuri. Pero se adelantaron a mis movimientos. Nunca imaginé que actuarían antes ni de manera tan precipitada —reconoció, todavía aturdido—. Algo les tuvo que salir mal…

Leslie lo miró de reojo y un músculo palpitó en su mandíbula. Markus nunca confiaría en nadie si seguía pensando así. Había personas que seguían unos principios, y tenía un claro ejemplo ante él. Ni ella ni Lion ni Cleo se vendían.

—¿Tú lo sabes? —respondió Lion, arisco—. ¿Sabes qué ha pedido Rocks a cambio de ayudarlos?

—Aún no.

—Y si no confías en nadie, ¿por qué estás aquí contándonos todo esto? —preguntó Leslie en tono de reprimenda.

—Por dos razones. La primera es porque mi particular guerra con los Vasíliev os atañe a todos.

—¿Por qué?

—Porque se ha escapado y sigue con vida. Yuri sabe que fui yo quien preguntó por el Drakon. Belikhov se lo ha contado todo. Venger sabe que el Drakon quería a la vibrannay y que yo le aseguré a Belikhov que la tenía en mi poder, así que ya sabe que fui yo el que acabó con la flota del Vuelo Negro. También sabe cómo es la vibrannay, porque él estaba al tanto de todas las compras del Drakon en su torneo. Sabe que es Leslie, aunque no la relacione con vosotros. —Miró a Cleo y a Lion—. Aun así, Venger conoce que vosotros dos sois agentes federales, lo supo en la noche del Walpurgis, en el torneo. Cuando os dije que Yuri era diferente a su padre, me refiero a que es un sanguinario impulsivo. Es una especie de cobrador de sangre caliente. Sin duda, querrá vengar a su padre.

—Yuri nos está buscando —dijo Lion, llevándose la mano a la cornada que tenía entre las costillas, recuerdo de Venger.

—Y me juego lo que queráis a que no tardará en tener toda la información. Solo está estrechando el cerco —concluyó Markus.

—¿Y por qué te necesitamos? —preguntó Cleo—. ¿Eres un superhéroe o algo así?

Leslie miró a su hermana arqueando una ceja. Cleo no había visto a Markus en acción. Si había alguien a quien ella, a pesar de todo, siempre le encantaría tener al lado en una guerra, ese era el mohicano.

—Porque no podéis apoyaros en nadie más —contestó Markus—. Vuestro FBI está tan manchado como la SVR. Pero yo sé cómo trabajan esos hijos de puta, os puedo proteger; a partir de ahora, todas las personas que queréis están en serio peligro. Y hasta que Yuri muera, no cesará. Sin embargo, os puedo ayudar, y vosotros me podéis ayudar a mí.

—¿Cómo? —preguntó Leslie, pensando en Milenka.

—Para empezar tenemos que hacernos invisibles. Debemos hackear las centrales de información de identidades y borrarnos del mapa. Debemos convertirnos en fantasmas. E irnos de aquí.

—¿Irnos de dónde? —preguntó Leslie.

Markus la miró fijamente.

—De aquí. De vuestras casas. Solo hasta que pase…

—No. Ni hablar.

—Yuri tendrá sus chivatos, Leslie —respondió él, nervioso—. Sabrá que vivís aquí. Tiene sus propios medios. Enviará a sus matones.

—Esta es mi casa —dijo sorprendida por lo ciertas que eran sus palabras. Por fin sentía que estaba creando un hogar, y no quería que un mafioso ruso echara sus planes por tierra—. No me moveré de aquí.

Markus frunció el ceño, irritado.

—Eres una inconsciente.

—Y tú un matón.

—¿Solo hasta cuándo? ¿Qué ibas a decir, Markus? —preguntó Cleo, angustiada.

El ruso dirigió una última mirada airada a Leslie y contestó a su hermana.

—Es el segundo motivo por el que creo que os gustaría ayudarme, y por el cual no tendrías que huir durante demasiado tiempo. Una de las últimas conversaciones del disco duro baraja dos planes de la bratva. Aldo y su hijo por un lado. Y Aldo, Vladímir y el Mago por otro.

—¿Aldo y su hijo? Su hijo estaba en la cárcel, ¿cómo contactó con él?

—Del mismo modo en que los presos venden drogas, tabaco, apuestan e incluso tienen armas en el mismo interior de la cárcel. Los guardias de seguridad se las facilitan. —Se notaba que ya estaba de vuelta de todo, por eso no ponía demasiado énfasis en aquellas palabras—. Todo está comprado. Corrompido. Así que tenemos dos conversaciones. —Levantó el dedo índice y el corazón—. Dos planes diferentes. Todos entrelazados. Por una parte, Yuri debe cerrar un negocio de exportación de alcohol, varias toneladas, en el puerto de Nueva Orleans. Por eso tenía que salir de la cárcel lo antes posible.

—¿Aquí? ¿En Nueva Orleans? —Leslie no se lo podía creer—. ¿De qué hablas?

—Los contenedores salen desde Nueva Orleans para acabar repartidos entre los compradores de Yuri.

Los tres agentes no entendían nada.

—¿El producto sale desde aquí? ¿Seguro? —Leslie señaló el césped.

—Sí.

—¿A nombre de quién está la carga?

Si la carga era local y conocían la empresa que hacía el transporte, el puerto podría facilitarle el nombre de los dueños de dicha carga.

—La empresa que ha llenado los contenedores es Flywell, la propia distribuidora de los ahora convictos D’Arthenay.

—Los padres de Billy Bob —dijo Cleo con rabia.

—Yuri viene a revisar la carga, —Markus removió el hielo de su copa—. Compró toneladas de su ron Spice cajún para comerciar con él.

—No es ron lo que hay en esas botellas —aseguró Cleo—. Los D’Arthenay estaban metidos en la distribución del popper líquido a través de la bebida oficial del torneo de Dragones y Mazmorras DS: su famoso ron Spice. —Cleo se había bebido una botella y media de ese ron en las Islas Vírgenes, en el Plancha del Mar, y había sufrido sus consecuencias—. Así que lo que hay en esos contenedores no es ron. Es popper, cristal y keon líquido. Una auténtica bomba soluble que le dará millonadas estratosféricas cuando empiece a traficar con él en dosis pequeñas. Va a crear un maldito imperio.

—Pero tuvo que hacer la compra muchísimo antes de que los encarcelaran —apuntó Leslie.

—Sí. Exactamente desde hace un mes. Incluso antes del torneo —contestó Markus.

—Joder —rezongó Lion—. Así que Yuri viene a Nueva Orleans a llevarse su mercancía.

—En realidad, viene a matar dos pájaros de un tiro. Dentro de tres días, Yuri y el Mago se encontrarán en el Six Flags. Todavía no sé la hora. El Mago espera la recepción de dos tráileres provenientes de la empresa rusa Torkaya con la mercancía de guerra solicitada. Yuri cerrará el trato y la entrega en lugar de su padre.

El Six Flags era un parque de atracciones abandonado, como el veinte por ciento de los edificios de Nueva Orleans que, tras el Katrina, no habían podido levantar cabeza.

—Entonces… ¿Tres días y los tendremos en nuestras manos? —preguntó Romano con la mirada fija en la piscina, que estaba iluminada.

—Tres días y Yuri y el Mago se verán ante nuestras narices. Vosotros decidís. O nos vamos, o nos quedamos. Pero si nos quedamos, deberemos asumir las consecuencias.

—Este es mi hogar —apuntó Lion—. Nueva Orleans fue el foco de la mafia italiana, y ha sobrevivido a plagas más grandes que esa. Mi ciudad estuvo a punto de ser arrasada por la propia tierra cuando un huracán con nombre de mujer decidió que estaría mucho mejor bajo el agua; pero mi gente luchó y salimos de esa. Todavía lo hacemos. Yo mismo luché por sobrevivir. Somos supervivientes, no huimos. —Se dio la vuelta y encaró a Markus—. Está decidido. Yo me quedo. Le reventé una rodilla a ese tipo. Un maldito cojo no me va a alejar de aquí.

Cleo se recogió las rodillas y apoyó la barbilla en ellas. Inmediatamente pensó en sus padres. En los padres de todos. ¿Y si iban a por ellos?

—Tenemos que enviar a papá y a mamá bien lejos, Leslie. Dentro de tres días regresan de su viaje a la Toscana. —Miró a su hermana con preocupación—. No los quiero aquí mientras Yuri pulule por la ciudad. Tus padres, Lion, son personalidades en Nueva Orleans. Son un blanco claro para Yuri —advirtió a su novio.

—Lo sé —aseguró Lion—. Pero me encargaré de ellos —contestó chutando un trozo de hierba que se había despegado del césped.

—También podríamos dejarles a Milenka a mis padres para que…

—No. —Markus cortó a Leslie—. Mi hija se queda conmigo. Nadie la protegerá mejor que yo. He venido aquí para cuidarla hasta que todo esto pase, no para dársela a otros de nuevo. Es mía, ¿entendido?

Leslie fijó sus ojos plateados en el ruso tan altivo. Se levantó, sin decir una palabra y recogió su vaso vacío.

—¡Eh, pelo pincho! ¡Que yo soy su tía! —replicó Cleo—. No haberla abandonado una primera vez. Ahora ella también es mía.

Lion, por su parte, no se perdió un detalle de la postura agresiva y algo confundida del ruso.

—Lion —dijo Leslie con voz acerada—, encárgate tú de la logística y habla con Nick. Es experto en seguridad. Necesitamos ayuda.

—No la necesitáis —dijo Markus llevándole la contraria, cada vez más obcecado con lo que fuera que él creyese.

—¡Tú solo no puedes hacer nada, por mucho que lo creas! ¡No eres inmortal! —le gritó Leslie. Todos se callaron de golpe—. Cleo —habló como si estuviera al mando—, habla con mamá y papá y diles que se estén cuatro días más en la Toscana por mi cuenta y riesgo.

—Mamá no tiene conectadas las llamadas internacionales y no sé en qué hotel se hospedan.

—Joder —dijo Leslie.

—No hace falta. Yo anularé sus vuelos de vuelta —le informó Markus, cabizbajo—. Así no regresarán hasta que nosotros lo decidamos.

Ella apretó los labios y tragó saliva. No quería que Markus hiciera nada por ellos. No quería que hiciera nada por nadie. Era un hombre que no se iba a quedar ni por ella ni por Milenka, por Dios. ¿Ese hombre quería estar solo? ¡Pues que le aprovechara!

—Entonces, intentaré activar sus llamadas desde aquí —murmuró Leslie.

—Llama con este. —Markus le ofreció su teléfono HTC negro—. Tiene línea pinchada y encriptada, nadie la puede detectar.

Leslie ni atendió lo que le decía ni miró el teléfono. Estaba harta de sus sugerencias. Se dio la vuelta, dedicándole una mirada de animadversión y lo ignoró.

—¿Adónde vas? —preguntó Cleo, preocupada por ella.

—Milenka se ha despertado y ha lloriqueado. Voy a comprobar que esté bien.

Nadie había oído nada. Leslie tenía un oído muy fino.

—¡Leslie! —lloriqueó Milenka más fuerte.

—Caramba, qué oído tienes —apuntó Cleo, ante la atenta mirada de Markus.

Leslie se detuvo en la entrada del salón y miró al mohicano por encima del hombro.

—¿Quieres ir tú a socorrer a tu hija, llanero solitario? —preguntó, irónica, para intentar hacerle daño.

Eso obligó a Markus a negar con la cabeza y a demostrar ante Lion y Cleo que no se había acercado a su hija desde que estaba ahí, que era un completo inepto para las relaciones emocionales y sociales.

—Lo suponía —añadió ella con desdén, y desapareció con andares elegantes.

Mientras tanto, un poco violentos por la situación, Lion, Cleo y Markus, aún algo afectado, empezaron a trazar el plan de los días siguientes.

¿Se convertirían en presas o en cazadores?

Lo cierto era que ninguno de ellos sabía ocultarse.

***

—¡Leslie! ¡Les…!

Ella, que se había quedado dormida abrazando a Milenka, abrió los ojos alertada por los gritos. ¿De dónde venían? ¿Qué diablos pasaba?

—¡No!

Era Markus.

Miró el reloj, ya eran las tres de la madrugada. Al parecer, Lion y Cleo se habían ido hacía rato del jardín. Leslie se había perdido el resto de la conversación, pues, al llegar a la habitación de la cría y tumbarse con ella, decidió que no quería seguir mirando el rostro de Markus. Era tanta la decepción y la rabia que la invadían que se estaba planteando no hablarle nunca más.

—¡Déjala! ¡Déjala! ¡Cabrón! —gritaba Markus.

No lo pudo evitar. Leslie salió disparada de la cama de Milenka y fue a socorrer al agente.

—¡No! ¡Hijo de puta! ¡Les!

Leslie aceleró el paso hasta que llegó a la habitación del mohicano. Estaba teniendo un pesadilla. Su cuerpo se sacudía de punta a punta de la cama, era incapaz de despertarse.

Sus traumas no le dejaban descansar, y sus pesadillas eran tan reales que su conciencia no sabía darle señales de que aquello no pasaba de verdad.

Leslie lo miraba con rabia. Todavía le molestaba su inflexible decisión respecto a ellas. Markus no quería saber nada de Milenka ni de ella una vez que acabara todo aquello. Cuando matara a Yuri con sus manos, se iría y nunca miraría atrás. Y eso solo quería decir que su hija y la propia Leslie no eran suficientes para él. Quería decir que no sabía amar ni compartir su ser con otros. Que no necesitaba a las personas para nada.

Sin embargo, ahí estaba: llorando y dominado por el terror. Si lloraba, ¿acaso no quería decir que también sufría?

Parecía un niño asustado. Un niño enorme y dominado por el miedo.

—¡Les!

Leslie no lo soportó más y corrió a calmarle.

—Chis, chis… Markus. Es solo una pesadilla. —Le acarició las mejillas y la frente—. Ya está, tranquilo… Abre los ojos.

—¡No!

—¡Markus! —Leslie le habló en voz baja y juntó su frente a la de él—. Abre los ojos, Demon… El más malo de todos eres tú. Nadie puede asustarte. Nadie asusta al Demonio.

Poco a poco, Markus se tranquilizó. Su cuerpo dejó de estremecerse y sacudirse. Leslie quedó completamente apoyada en él, en su torso, mientras le hablaba con voz dulce y le acariciaba con las manos, para darle una paz que no conocía.

***

Cuando abrió los ojos y la vio, viva, sana y con aquella mirada que lo cautivaba, sintió tal alivio que hasta tuvo ganas de derramar unas cuantas lágrimas. En el sueño había llorado porque le hacían daño; Dina, de repente, se había convertido en Leslie. Yuri la tenía en sus manos, disfrazado de Venger.

La maltrataba y la mataba.

En la pesadilla, Markus no la podía alcanzar y gritaba impotente por no poder salvarla. Berreaba como un mocoso, incapaz de proteger a su mujer.

Hasta que su imagen se desvaneció y solo quedó la voz de Les diciéndole que nadie podía asustar al Demonio.

Sus manos lo arrullaban y sus palabras distendían cada músculo agarrotado, cada llanto desgarrado, cada una de sus vergüenzas.

—¿Vuelven los fantasmas? —le preguntó, compasiva y empática con él.

Markus tragó saliva y sacudió la cabeza, estudiándola con atención, deseando comprobar él mismo que seguía viva, irónica y con esa lengua tan viperina y avezada como siempre.

—Ya está… —Leslie sonrió, intentando absorber cada uno de sus miedos—. Sé que tú no crees en eso, pero, a veces…, los miedos ya no aterrorizan cuando los dices en voz alta. Los miedos se desvanecen cuando los compartes con alguien.

Las largas pestañas de Markus oscilaron. Un sonido ronco medio animal emergió de las profundidades de su garganta y de su pecho.

Leslie se echó hacia atrás, alarmada por la expresión de su mirada. ¿Y ese semblante? Nunca antes lo había visto.

—¿Te encuentras bi…?

Markus le agarró de la nuca y la acercó a él, para besarla con un arrojo y unas ganas impensables en alguien tan hermético e introvertido.

Leslie gimió en su boca, intentando apartarse, pues la había cogido desprevenida.

Pero Markus la inmovilizó y, en un visto y no visto, la colocó bajo su cuerpo, sin dejar de besarla. Después le sujetó las manos por encima de la cabeza y empezó a desnudarla.

Le sacó la camiseta negra de tirantes y el sostén.

Lo que le urgía eran los pantalones. Se los desabrochó y los deslizó por sus piernas morenas y torneadas. Después fijó su mirada en el triángulo de tela blanca con topitos negros que hacía de tanga.

—¿Te has levantado con hambre, mohicano? —preguntó ella, contoneando las caderas, animada y sorprendida por aquel ataque sexual.

Markus se estaba comportando de un modo extraño en él. Por fin Leslie empezaba a ver lo que se ocultaba bajo sus capas heladas. No sabía qué era, pero sí entendía que era distinto, diferente al trato que le había dispensado desde el tiempo que hacía que se conocían.

Él estaba decidido a poner fin a su agonía. Desde que había llegado, lo único en lo que pensaba era en poseerla día y noche.

Definitivamente, esa mujer tenía la capacidad de descentrarlo y de convertirlo en alguien vulnerable y completamente desconocido para sí mismo.

¿Quién era ella? ¿Qué significaba para él?, se preguntaba mientras le deslizaba el tanga y la dejaba desnuda. ¿Por qué sufría tanto al pensar que le pudiera pasar algo? Jamás tuvo miedo por Dina mientras él estaba en la cárcel, incluso sabiendo que era más que posible que lo descubrieran. Pero nunca temió por lo que pudiera suceder.

Y con Leslie… Con Leslie no lo podía soportar. Suficiente hacía con no perderse por la atracción que sentía hacia ella como, además, también tener que luchar contra su ansiedad.

—Necesito esto —dijo con los dientes apretados, mientras ahuecaba su sexo; la cueva en la que encontraría asilo su desazón.

—¿Has soñado conmigo, Markus? —preguntó ella cerrando los ojos—. ¿Has llorado por mí? ¿Es por mí por quién llorabas?

Markus levantó la mano y le tapó la boca. Después se colocó a su lado, estirándose y pegando su cuerpo al de ella, y le dio la vuelta, juntando su torso a la espalda de Leslie. Sus dedos no dejaron de cubrirle los labios; el musculoso brazo izquierdo rodeaba su cuello amablemente, sin llegar a estrangularla, pero sí con la suficiente contundencia como para demostrarle que él la quería a su merced.

Leslie no se ofuscó ni se deprimió por estar en aquella posición en la que no se verían las caras. Mirarse o no, no era esencial para ella, solo sentir; saber que la acción emprendida se hacía desde la desesperación y el anhelo, valía mucho más para ella que una mirada. Porque Markus la había mirado miles de veces sin actuar, sin mover un dedo para expresar qué era lo que quería de ella. Sin embargo, ahora Markus se movía, ¡vaya si lo hacía! Y en esa acción comprendía mucho más de lo que él estaba dispuesto a admitir.

Y para Leslie podía significar mucho. Markus perdía los estribos con su cuerpo, y lo necesitaba. Por eso ella estaba dispuesta a entregarse, porque precisaba que él cambiara de opinión y que comprendiera que no había más acto de valentía que el confiar en otro y compartir inquietudes.

—Necesito follarte —le dijo él al oído. Pasó su lengua por su diminuto lóbulo y después lo succionó—. No sabes cuánto lo necesito.

Leslie, que no podía hablar, asintió con la cabeza. «Sí lo sé, ruso. Sí lo sé».

Markus le levantó la pierna derecha y se la colocó sobre su cadera.

—¿Sí lo sabes? ¿Eres muy lista, tú, eh? —le dijo pegando su mejilla a la de ella—. ¿Estás preparada ahí abajo?

Leslie sentía que palpitaba y que su cuerpo se abría para recibirlo. El calor le subía por la columna vertebral y notaba el corazón hasta en los pezones. Sí estaba preparada.

Aun así, Markus le acarició con los dedos de la mano libre y no tardó nada en descubrir su humedad.

Él sonrió halagado, y después metió dos dedos de golpe, hasta los nudillos, tan a dentro de ella que parecía que le iba a meter la mano entera. A continuación, desplazó los mismos dedos a su parte de atrás.

Leslie se tensó y abrió los ojos. Intentó removerse para escapar. El sexo anal le encantaba, había usado muchos juguetitos con los ligues que había tenido para estimularse, pero nunca se lo habían hecho por detrás como Dios mandaba. En caso de que Dios mandara esas cosas, que lo dudaba, por supuesto.

Ma ‘ale que no aas lo e reo e as a cer… —dijo ella contra sus dedos.

Markus introdujo un dedo untado de su humedad en su ano. Lo insertó por completo y después lo dobló como si fuera un gancho, tirando hacia arriba, movimiento que provocó que Leslie alzara el trasero. Como si el dedo del ruso fuera un anzuelo y ella un pez con la cola ensartada, nunca mejor dicho.

—Te voy a hacer un completito. Uno que nadie te ha hecho antes… —gruñó en su oído.

«No puedo estar más kachonda. Con K de Markus. ¡Vivan los kompletitos!», pensó Leslie.

Markus guió su pesada erección hacia delante, acariciando su sexo con su largura y su dureza, y rebozándose con la excitación de ella.

Y entonces… ¡Zas! Hasta dentro. Hasta los testículos.

Leslie abrió los ojos más de lo que ya los tenía y se quedó muy quieta, asimilando parte del dolor y de la quemazón, parte del placer y el gusto; alimentándose de cómo la colmaba ese hombre, por ambos lados. El dedo de atrás parecía enorme, pero eso era en realidad debido a lo «enorme» que tenía alojado en su vagina.

Los movimientos oscilantes de Markus la volvieron loca. Ella le rodeó el cuello con su brazo izquierdo, y con el derecho entrelazó los dedos con la mano que cubría su boca y le impedía hablar o gemir.

Markus sudaba copiosamente, su olor llenaba la nariz de Leslie y le atoraba el pensamiento. Él estaba en todos lados, como Dios.

Su pene parecía hecho para ella. Llegaba hasta el límite de su útero y parecía que quería entrar hasta el cerviz, allí donde empezaba el nido donde debía alojar su semen.

Ella giró el rostro hacia Markus y lo miró de reojo. «¿Es esto lo que quieres? ¿Que me dé a ti? Pues aquí me tienes».

Él parpadeó al verla tan sumisa y decidió soltarle la boca. Leslie le rodeó el cuello con más fuerza y lo guio hasta sus labios.

El ruso no perdió ni dos segundos. Se lanzó con su lengua a hacerle lo mismo que le hacía entre las piernas. Marcarla, absorberla, prenderse de ella… Y nada era suficiente.

No lo entendía, pero nada era suficiente.

Sus cuerpos se mecían al mismo ritmo, bamboleándose en ambas direcciones. Markus le sostuvo la pierna bien abierta y la penetró con más intensidad y rapidez…

Leslie gemía en su boca y se agarraba a su cuello, pues temía acabar propulsada por los aires.

El orgasmo nacía bien adentro. Sus músculos internos ardían, apretaban y soltaban, acariciaban y masajeaban…

Markus cerró los ojos con fuerza. Con el brazo que rodeaba su cuello, la atrajo más a su boca, para besarla mejor, para empaparse de todo lo que Leslie tenía por dar.

No sabía lo que significaba ponerse en manos de nadie, pero, con ella, con esa mujer morena con ojos de bruja, todas las barreras que levantaba se derrumbaban una a una.

Cuando empezó el orgasmo de ella, se inició el de él.

Los dos suspiraban y sollozaban, entregados al más sublime placer, decididos a conseguir, al entregar sus cuerpos, una liberación absoluta.

Cuando acabó, Markus hundió el rostro en el cuello de Leslie, dejando poco a poco su pierna en su lugar. Los dos se quedaron como cucharas, perfectamente acopladas.

No se salió de su interior. No quería.

Markus había dicho por activa y por pasiva que era un solitario y que no quería a nadie en su vida, pero… su manera de hacer el amor parecía reclamar cosas completamente opuestas.

Leslie se secó con disimulo las lágrimas en la almohada y permitió que el ruso la abrazara. No sabía por qué lo hacía, pero le gustaba imaginarse que la arrullaba: anhelaba su contacto y no la iba a dejar atrás.

Porque esperaba que él comprendiera que Milenka precisaba a un hombre a su lado.

Y porque ella jamás había necesitado a uno como lo necesitaba a él.