RECUERDOS PATRIÓTICOS

UN hombre se levanta a las siete de la mañana y sale con toda la familia frente a su casa, ubicada en un barrio popular de Santiago.

Dispone una ordenada formación familiar y comienza a izar el pabellón argentino mientras las bocas del clan entonan el himno de la nación hermana con muestras de visible y sincera emoción.

El hecho es observado por un funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores, que pasa por el lugar debido a circunstancias fortuitas, y consulta en el acto su agenda de efemérides.

Apura el coche y llega realmente alterado a su despacho. Ordena a la secretaria que tome las medidas necesarias, previa revisión minuciosa de las fechas recordatorias.

A las nueve de la mañana todo el aposento ministerial se ha transformado en un mar de consultas y recíprocas acusaciones de inoperancia administrativa y posibles sabotajes. Como medida de emergencia se suspende la atención al público y es arrojado con violencia un personaje con ropas estrambóticas, que alega en francés ser el único representante autorizado de la República Federal Independiente de Janubi, ubicada en la costa suroeste del lago de Sonalía, y que por un error del National Geographic aparece como mar de Berenice en los mapas. A las nueve y treinta y cinco minutos, el señor ministro de Relaciones Exteriores comprende que está solo y que todos los que le rodean son una manga de inútiles. Por lo tanto dispone como primera medida el envío de una ofrenda floral al monumento ecuestre al general San Martín y telefonea a su colega, el ministro de Educación y Cultura, para que ordene la concurrencia inmediata de alumnos y profesores de los establecimientos escolares cercanos al área.

A las once y treinta y cinco, junto al pedestal del héroe, hay unos mil doscientos educandos y medio centenar de profesores correctamente formados esperando la llegada del señor encargado de negocios de la nación hermana, que ha sido sorprendido por la noticia en el sillón del odontólogo, y con la boca abierta por estar caliente aún la tapadura de oro del incisivo izquierdo.

A las once y cincuenta, hora protocolar, se hace presente en el lugar de los hechos el señor encargado de negocios y, con palabras entrecortadas por la emoción, dice que este acto reafirma una vez más los lazos indisolubles que unen a nuestros pueblos en su marcha hacia un mañana mejor. Su alocución origina una larga ovación por parte de los educandos, y el señor encargado de negocios mira con íntima envidia a los funcionarios del protocolo chileno, que se acordaron, quién sabe por qué diablos, de este día memorable.

A continuación hace uso del estrado un funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores e invoca el heroísmo demostrado por chilenos y argentinos en la batalla que con tanta emoción recordaban.

Los discursos son protocolarmente lacónicos, y remata el acto una profesora del "cuarto letras" del colegio Sarmiento, quien con voz melosa lee unos versos del Martín Fierro.

Luego, en medio de las patas del caballo heroico, son depositadas las ofrendas florales y en un silencio sobrecogedor se escuchan los himnos de las dos naciones. Se dan los últimos apretones de manos, los coches oficiales se retiran precedidos por las sirenas de la policía, el orfeón sube al bus que lo lleva de regreso al cuartel y los escolares al parque.

El perspicaz funcionario que llevara este casi olvidado hecho histórico a la memoria del señor ministro recibe una felicitación en su hoja de vida y seguramente será propuesto para cargos de mayor responsabilidad.

En tanto, frente a una casa de un barrio popular de Santiago, una familia repite por décima vez la ceremonia de izar el pabellón argentino, ya con la pericia de un coro polifónico en la entonación del himno, porque todo debe estar bien preparado para el mediodía, para cuando llegue el hermano mayor de su viaje a Mendoza, con jeans Kansas para todos y un long play de Gardel para el abuelo.