CONTESTADOR AUTOMÁTICO
"BUENOS días. Habla con el contestador automático de alguien que, o no está al otro lado de la línea, o por diversas razones se niega a responder. Si me conoce, sabrá que la voz que en estos momentos le habla no es la mía. Una de las bondades del contestador automático es que, además de preservar la intimidad, también asegura impunidad. Esta voz es alquilada. Pertenece a una de esas personas, las hay por miles, que a cambio de unos cuantos billetes son capaces de prestar el alma. No es mi voz. Pero si usted no me conoce, si es la primera vez que marca mi número, todo esto no debe afectarle. Digamos entonces que, en teoría, no estoy, o que alguna anomalía fisica me impide llegar al aparato, o que simplemente no tengo ganas. También es posible que yo ya no esté en este mundo. ¿Leyó el diario? ¿Escuchó el noticiero? Hubo un accidente horrible a altas horas de la madrugada. No. No cuelgue. No tiene sentido que vaya hasta el periódico abierto sobre la mesa. No encontrará mi nombre en la lista de las víctimas. No cuelgue. Fue una broma, reconozco que de pésimo gusto, pero no lo tome a mal. Retrocedamos: le decía que habla con el contestador automático de, bueno, eso ya lo sabe. Lo medular es que en estos momentos usted no habla. ¿Se da cuenta? Esta mínima relación que dura algo más de un minuto se basa en una mentira y usted se la tragó. No. No cuelgue. Tampoco debe dudar respecto de mi salud mental. Ganar su atención por tanto tiempo es una indudable prueba de agudez. Le he dicho todo lo anterior porque me gusta jugar limpio. Ahora usted se extraña, apela al recuerdo inmediato, pues la mención a jugar limpio viene indisolublemente asociada a la eventualidad de una amenaza. Pero no se preocupe. No amenazo. Ni siquiera advierto. No hasta ahora. Le explicaré lo de jugar limpio, y para ello recurriré a la fuente primigenia de nuestra cultura: el cine. ¿Ha visto cómo hacen los policías para detectar desde dónde hacen las llamadas los criminales?
Aconsejan a la víctima que los deje hablar, que les tiren de la lengua por lo menos durante dos minutos, el tiempo necesario para que el ordenador central de la policía trabaje aceleradamente descartando posibilidades, y al cabo de ese tiempo dan con el lugar exacto desde donde llama el criminal. Y todo en dos minutos. El tiempo es oro. ¿Por qué le digo todo esto? Le repito que me gusta jugar limpio. Adosado al contestador automático tengo un ordenador mucho más eficaz que el de la policía y sé desde dónde me llama usted. ¿Le sorprende? Por favor, la tecnología está hoy al alcance de cualquiera. Supongo que ahora usted sonríe y eso está muy bien. De la misma manera supongo que sus nervios se han tensado y le dicen que esta paparruchada se prolonga demasiado. También es cierto, pero, y ahora sí que le advierto, usted debe seguir escuchando esta voz, que no es la mía, hasta que la señal convenida le diga que es su turno y por fin se rompa la mentira y usted pueda hablar. Llega el momento de la sinceridad: he ganado tiempo, primero para saber desde dónde me llama y luego para medir qué clase de persona es usted. No. En este momento adivino su gesto de estupor y le aseguro que es absolutamente extemporáneo. Ese "pero si nos conocemos" tampoco se justifica. Es necesario que sepa que sólo la distancia permite el verdadero conocimiento. Y en cuanto al respetuoso trato de usted, bueno, así lo requiere el ritual. No. No cuelgue. No sea trivial. Ese "la bromita va demasiado lejos" que acude a sus labios descalifica su talento, sí, porque escuchar se ha convertido en un verdadero talento y quienes lo poseen pueden contarse con los dedos de una mano. Por última vez le repetiré que me gusta jugar limpio. Usted sigue escuchando una voz que no es la mía, y hace ya bastante tiempo que he salido de casa. Voy hacia el lugar desde donde me llama. Es muy posible que en el camino me haya detenido a comprar flores, o una botella de champaña, o una corbata de seda, o unos pendientes en forma de pavo real. Son detalles que exige el ritual. Pero también es posible que me haya detenido frente a una armería y ahora esté subiendo las escaleras que me llevarán hasta su piso ocultando un monstruoso cuchillo de hoja dentada y doblemente estriada, uno de esos cuchillos que —otra vez las referencias culturales cinematográficas— hemos visto en manos de Rambo, o como se llame el grotesco carnicero norteamericano. No. No cuelgue. Se acerca su turno. Por fin. Luego de escuchar las tres señales electrónicas, podrá grabar su mensaje. Dispone de tres minutos, pero, antes de hacerlo, y ésta será la prueba definitiva de que me gusta jugar limpio, le aconsejo que vaya hasta la puerta y allí decida si la deja levemente entreabierta, como una invitación, o si la cierra pasándole la cadena y dándole dos vueltas a la llave. Esa decisión le pertenece. No puedo ni debo participar en ella. Recuerde que le habla la voz alquilada por alguien que en realidad no está al otro lado de la línea."