IV

 

COMO sucedía, el tiempo era un factor critico, aunque Calhoun no se habla dado cuenta. Habían luces que se movían en la autopista a la ciudad en el momento en que Calhoun y el operador de la rejilla entraron en el Navío Médico y cerraron la escotilla tras ellos. Las luces se acercaron más. O corrían. Luego coches de superficie se precipitaron por la verja de entrada por el espaciopuerto y se lanzaron hacia el pequeño y pacifico Navío Médico allá donde estaba con una aparente añoranza del firmamento. A los pocos segundos lo tenían rodeado y los hombres armados trataban de entrar. Pero los Navíos Médicos aterrizan en muchísimos planetas, con variadísimos grados de respeto hacia el Servicio Médico Interestelar. En algunos mundos hay una gran integridad demostrada por el personal del espaciopuerto y los visitados. En otros hay pillaje, o peor. Así que no es muy fácil entrar en los Navíos Médicos.

Pasaron largos minutos tanteando inútilmente el cierre de la escotilla externa. Luego cedieron. Dos coches cargados de hombres fueron hasta el edificio de control, que ahora estaba a oscuras y en silencio. La puerta estaba abierta. Entraron.

Hubo consternación. El interior de la sala de control olla a rociado antiséptico, el rociado utilizado cuando se descubrió el para. En algunos casos, el rociado que efectuaba un para cuando se descubría a si mismo. Pero no resultó tranquilizador para hombres recién llegados del Centro del Gobierno. En lugar de certificar su seguridad, andaban en un terrible peligro. Porque a pesar de la emisión radiada por el presidente Planetario, el terror a los paras estaba demasiado bien establecido para que se curase por ninguna afirmación oficial.

Los hombres que habían entrado en el edificio salieron presurosos y abrumados por lo que habían olido en el interior. Sus compañeros se retiraron, asustados incluso por el contacto indirecto con el supuesto contagio. Permanecieron fuera, mientras un individuo que no había entrado utilizó el comunicador del coche de policía para informar al cuartel general de la fuerza gubernamental planetaria.

El intento de entrar en la nave fue conocido en su interior, claro. Pero Calhoun no hizo caso. Vació los bolsillos del traje que utilizara en la ciudad. Las corrientes trivialidades que un hombre lleva consigo. Pero también un desintegrador, ajustado para disparos de baja potencia, y un frasquito de grueso cristal con un fluido singularmente gris y un recipiente de plástico.

Se estaba cambiando con otras ropas cuando vio el musitado informe, captado por el receptor del navío sintonizado a la longitud de onda de la policía planetaria. Informaba con miedo de que no se podía entrar en el Navío Médico y que el edificio de control de la rejilla estaba a oscuras y vacío, rociado como para destruir el contagio. El operador se había ido.

Otra voz ladró órdenes en respuesta. La máxima autoridad había dado instrucciones de que el tripulante del Navío Médico, ahora en algún lugar de la capital, debía ser capturado, y su fuga del planeta impedida a toda costa. Así que, si no se podía entrar y desmantelar el propio navío, pusieran en funcionamiento la rejilla y lo arrojasen al espacio. ¡Arrojarlo al espacio! ¡Hubiese o no contagio en el edificio de control, era preciso convertir la nave en inutilizable para su legítimo tripulante!

- Tiene un alto concepto de mi - dijo Calhoun -. Espero ser tan peligroso como cree el doctor Lett - luego añadió crispado -: dijo usted que era un para. Quiero que me diga los síntomas que usted siente y donde. Luego necesito saber cuál fue su último contacto con esos animalitos llamados «basureros».

Las intenciones de la policía del exterior debían Ignorarse. No importaba que enviaran al Navío Médico al espacio y lo abandonasen. Calhoun se hallaba en su interior. Pero esto no podía ocurrir. El operador de la rejilla se habla traído consigo ciertas piececitas del sistema de mandos. Claro que era posible disparar el navío hacia lo alto, pero se daría cuenta de esa maniobra. Estaba a salvo excepto por una cosa. Fue expuesto a aquello que convertía a un hombre en para. Esa condición podía evolucionar. Pero poseía un recipiente de cristal con fluido grisáceo y otro recipiente de plástico con una muestra diabólica. Este último provenía del laboratorio del doctor Lett. El primero, del bolsillo más intimo de dicho doctor. Debía ser una vacuna. Así que Calhoun poseía los dos elementos necesarios para analizar y descubrir lo que le interesaba.

Efectivamente, el frasquito de vidrio era simplemente eso. Calhoun destapó el otro. Contenía organismos pequeños y horribles que se agitaban, que se retorcían en lo que probablemente era un fluido nutritivo convertido en tal por ellos, vertiendo como materia base los detritus humanos. Nadaban con admiración en él de manera que el líquido parecía hervir. Olía. Como defecciones.

El operador de la rejilla crispó las manos.

- ¡Apártelo! - ordenó con fiereza -. ¡Quítemelo de la vista! ¡Quítelo!

Calhoun asintió. Lo encerró en un cofre pequeño. Mientras bajaba la tapa dijo con tono indescriptible:

- Ahora no me parece que huele tan mal como antes.

Pero tenía las manos firmes mientras sacaba una muestra de poquitas gotas del frasquito de la vacuna. Bajó un panel de la pared y descubrió tras él un diminuto pero asombrosamente completo laboratorio biológico. Estaba diseñado para el microanálisis, el análisis cuantitativo y cualitativo de diminutas porciones de material. Puso en marcha un miniutilizado fraccionador Challis. Puso media aleta de la supuesta vacuna y conectó el cable de la energía fraccionadora. Comenzó a zumbar.

El operador de la rejilla apretó los dientes.

- Esto es un fraccionador - explicó Calhoun -. Lanza una muestra biológica a través de una gelatina cromotográfica.

El aparatito zumbó con más penetración. El sonido subió de tono hasta convertirse en chirrido y luego en silbido y después alcanzó la máxima cumbre que podían captar oídos humanos. Murgatroyd se rascó las orejas y se quejó:

-«¡Chee! ¡Chee!»

- No durará mucho - le aseguró Calhoun,. Miró una sola vez al operador de la rejilla y luego apartó la vista. La frente del hombre estaba cubierta de sudor. Calhoun dijo con indiferencia -: La substancia que hace efectiva la vacuna se encuentra evidentemente dentro de esa vacuna. Así que el fraccionador separa las diferentes substancias que estén mezcladas - y añadió -: No parece mucho de cromotología, pero el principio es idéntico. ¡Se trata de un truquito viejo, muy viejo!

Lo era, claro. Las diferentes substancias disueltas podían separarse según sus proporciones distintas de difusión a través de los polvos humedecidos y de las gelatinas que se conocían en la tierra desde primeros del siglo XX, pero hacía mucho tiempo que se olvidó por no ser necesario el procedimiento con mucha frecuencia. Sin embargo, el Servicio Médico no abandonó jamás un proceso sólo porque no fuese nuevo.

Calhoun tomó otra gotita de la vacuna y la colocó entre dos placas de vidrio, para extenderla. Las separó y las colocó en un secador de vacío.

- No voy a tratar de hacer un análisis - observó -. Sería una tontería intentar algo tan complicado necesitando sólo identificar una cosa. ¡Lo que espero conseguir, es cuanto me hace falta...!

Sacó un aparato extremadamente pequeño productor de vacío. Limpió las ropas que acababa de quitarse, extrayendo de ellas hasta la más simple partícula de polvo. El polvo aparecía en un tubo transparente que formaba parte de la máquina.

- Me rociaron algo que me temo sea lo peor - añadió -. El rociado dejó algo de polvo detrás. «Creo» que era para asegurarse de que cualquiera que abandonase el Centro del Gobierno seguramente se convertiría en para. Esa es otra razón para darse prisa.

El operador de la rejilla volvió a rechinar los dientes. En realidad no oía a Calhoun. Se encontraba ensimismado en su infierno particular de vergüenza y horror.

El interior del navío estaba tranquilo, aunque no del todo. Calhoun trabajaba con bastante calma, pero en momentos sus entrañas parecían anudarse y sufrir calambres, lo que no era ninguna infección o contagio o posesión demoníaca, sino la reacción a los pensamientos del para, prisionero en el laboratorio. Aquel hombre se había tragado lo indescriptible porque no podía remediarlo, pero estaba loco de furia y de vergüenza acerca de lo que había llegado a ser su persona. Calhoun se convertiría en algo igual...

El altavoz sintonizado a las frecuencias exteriores volvió a entrar en funcionamiento. Calhoun aumentó su volumen.

-«¡Llamando al cuartel general! - jadeó una voz -. ¡Hay una turba de paras formando en las calles del barrio de Moreton! ¡Están furiosos! ¡Han oído el discurso del presidente y juran que lo matarán! ¡No desean ser curados! ¡Quieren que todo el mundo se convierta en para! ¡No desean tener normales en el planeta! ¡Dicen que el que no se convierta en para debe morir!»

El operador de la rejilla miró hacia el altavoz. Un máximo de amargura apareció en su rostro. Advirtió los ojos de Calhoun fijos en él y dijo con furia:

-¡Ahí es donde pertenezco!

Murgatroyd fue a su cubil y se metió en él.

Calhoun sacó el microscopio. Examinó las placas de cristal secas, extraídas del secador de vacío. El fraccionador se apagó y enfocó y estudió la regla corredera que este aparato poseía. Inspeccionó una muestra de polvo sacado de sus ropas, cuando éstas fueron rociadas al salir por la puerta sur. El polvo contenía las partículas corrientes de tierra y de polen y partículas filosas de toda clase de restos microscópicos. Pero a través de toda la muestra vio unos cristalitos infinitésimos y característicos. Eran demasiado pequeños para poder ser vistos separadamente a simple vista, pero poseían una forma cristalizada definida Y la clase del cristal de una substancia no es demasiado específica con la naturaleza de dicha substancia, pero tiene mucho que ver con lo que no puede ser la materia. La corredera del fraccionador no dio más información... su velocidad de difusión de esta substancia en una solución, indicaba un cierto número de componentes que la formaban. Las dos cosas juntas le dieron una pista definitiva.

Otra voz desde el altavoz:

-«¡Cuartel general! ¡Los paras se agrupan junto a la puerta norte! ¡Actúan de manera amenazadora! ¡Tratan de abrirse paso dentro del Centro del Gobierno! ¡Tendremos que comenzar a disparar si queremos detenerlos! ¿Qué órdenes se nos da?

El operador de la rejilla dijo con voz opaca:

- Lo destrozarán todo. Yo no quiero vivir porque soy para, pero no he actuado aún como tal. ¡Todavía no! ¡Pero ellos sí! ¡Por eso no desean ser curados! ¡Nunca olvidarán lo que han hecho... se sentirán siempre avergonzados!

Calhoun pulsó teclas de un pequeñísimo computador. Había conseguido una lectura del índice de refracción de los cristales, demasiado pequeños para ser vistos excepto con un microscopio. Esa información, más la gravedad específica, más la forma cristalina, más la proporción de difusión en el fraccionador, fueron a los almacenes de información de los bancos de memoria y del computador en algún lugar entre la vivienda del navío y su casco externo.

Una voz bramó desde otro altavoz, sintonizado a la frecuencia de la radioemisión pública:

-«¡Mis conciudadanos, apelo a vosotros para que conservéis la calma! ¡Os ruego que seáis pacientes! ¡Indicad al navío vosotros mismos que cada ciudadano se debe a sí y a su mundo! ¡Apelo a...!»

A la luz de las estrellas el Navío descansaba pacífico sobre el suelo. En su torno y por encima la rejilla se alzaba como una fantasía geométrica elevándose hacia el cielo estrellado. Aquí, también a la luz de las estrellas, los comunicadores del coche de superficie emitían la misma voz. El mismo mensaje. El presidente de Tallien Tres emitió una arenga. Antes emitió otra. Todavía antes transmitió órdenes del hombre que ahora era el dueño absoluto de la población del planeta.

La policía estaba formada en círculo en torno al Navío Médico pensando que no podían entrar en él. Algunos de ellos que habían entrado en el edificio de control estaban ahora temblando en el exterior, incapaces de decidirse a entrar de nuevo. Había una vasta y destacada quietud por todo el espaciopuerto. Parecía más extraterrena a causa de la débil música producida por el viento de los niveles altos de la rejilla de aterrizaje.

En el horizonte aparecía un débil resplandor. Las luces de las calles todavía estaban encendidas en la capital del planeta, pero aunque los edificios se alzaban contra el firmamento, ninguna luz ardía en ellos. No era prudente para nadie encender luces que pudieran ser vistas desde fuera de sus viviendas. Había policía, seguro. Pero todos se encontraban en el Centro del Gobierno, acampados allí para tratar de defender un perímetro formado por una serie de apartamentos, con los huecos tapiados para formar una densa muralla. La mayor parte de la ciudad estaba a oscuras y terriblemente vacía, excepto las turbas que tenían una sola cosa en común: su furia. Muchas partes de la ciudad se encontraban a merced de los paras. Las familias oscurecían sus hogares y se mostraban aterrorizadas en los rincones y en los armarios, a la escucha de gritos o del pisotear atronador de los enfurecidos cuando penetraban en sus viviendas.

En el Navío Médico el altavoz proseguía:

-«Ya os he dicho - pronunciaba en tonos rotundos el presidente Planetario, aunque con voz temblorosa -... Ya os he dicho que el doctor Lett ha perfeccionado y está fabricando una vacuna que protegerá cada ciudadano y curará a todos los paras. - Tenéis que creerme, mis queridos conciudadanos. ¡Debéis creerme! ¡Prometo a los paras que sus amigos que no estén afligidos de la misma condición... olvidarán todo lo que ha ocurrido! ¡Os prometo que nadie recordará lo que... lo que habéis hecho en vuestro delirio! ¡Lo que ha ocurrido aquí... y eso que pueden considerarse las tragedias como innumerables... será del todo tachado de nuestra recuerdos! ¡Tened un poco de paciencia ahora! ¡Sólo...!»

Calhoun volvió otra vez a sus correderas de cristal mientras el computador permanecía inmóvil, aparentemente sin vida. Pero le habla pedido que encontrase, en sus bancos de memoria, un oponente orgánico de tal y tal forma cristalina, de tal y tal proporción de difusión, de tal y tal gravedad específica y de tal y tal Indice refractivo. Los hombres habían dejado ya de considerar que hubiera un límite efectivo al número de componentes orgánicos posibles. La vieja suposición de que había como un medio millón de substancias diferentes, hacia tiempo que fue sobrepasada. Incluso un computador necesitaba algún tiempo para buscar entre todas sus memorias microfilmadas hallar un componente tal como el que había descrito Calhoun.

- Es una práctica normal - dijo Calhoun inquieto -, considerar que todo lo que puede suceder, sucede. Específicamente, que en cualquier componente que pueda existir posiblemente, tarde o temprano debe formarse en la naturaleza. Estamos buscando uno en particular. Debe haberse formado naturalmente en algún momento u otro, pero nunca antes apareció en cantidad suficiente para amenazar a una civilización. ¿Por qué?

Murgatroyd se lamía las patillas. Murmuró un poquito... y Murgatroyd era un animal muy animoso, poseído de exuberante buena salud y con un estupendo gusto en el hecho sencillo de estar vivo. Ahora, sin embargo, no parecía nada feliz.

- Hace mucho tiempo que se conoce - dijo Calhoun impaciente -, que ninguna forma de vida existe sola. Toda criatura viviente existe en un medio ambiente en asociación con todas las otras criaturas vivas que la rodean. ¡Pero eso se aplica también a los componentes! Todo lo que forma parte de un medio ambiente es esencial a ese medio. Así, los componentes órmicos son tanta parte del sistema de vida planetaria como... digamos... los conejos en un mundo tipo tierra. Si no hubieran animales de presa, los conejos se multiplicarían hasta morirse de hambre.

-«¡Chee!»- dijo Murgatroyd como quejándose de sí mismo.

- Las ratas - continuó Calhoun, en cierto modo enfadado -, las ratas saben lo que hacer cuando un navío está a punto de hundirse. Hubo un individuo llamado Malthus que dijo que los humanos llegaría un día que harían lo mismo. Pero no es verdad. Hemos ocupado una galaxia. Si alguna vez la superpoblamos, hay más galaxias por colonizar... ¡Siempre! Pero han existido casos de ratas y de conejos que se multiplicaban más allá de todo lo soportable. ¡Aquí hemos conseguido el caso de una molécula orgánica que se ha multiplicado fuera de toda razón! Es normal que exista, pero en un medio ambiente normal se ve contenida por otras moléculas que en algún sentido se alimentan de ella; la que controla la... población de esa clase de molécula, como los conejos y ratas son controlados por un medio ambiente mayor. ¡Pero aquí no funciona la represión contra esa molécula!

La voz potente del presidente Planetario siguió y siguió. Un memorándum de los acontecimientos que tenían lugar se le acababa de entregar y lo leía y discutía con los paras que habían tratado de irrumpir por la puerta norte del Centro del Gobierno, para convertir a sus habitantes en paras como ellos. Pero el presidente Planetario continuaba haciendo un intento de convertir la oratoria en una arma contra la locura.

Calhoun hizo una mueca en dirección a la voz. Dijo amenazador:

- Hay una molécula que tiene que existir porque es necesario. Es parte de un medio ambiente normal, pero normalmente no produce paras. ¡Ahora si! ¿Por qué? ¿Cuál es el componente o la condición que controla esta abundancia? ¿Por qué falta esto aquí? ¿Qué carencia hay? ¿Qué?

El altavoz sintonizado a la frecuencia policial se puso de pronto en marcha, como si alguien gritase en el micrófono.

-«¡Llamada a todos los coches de la policía! ¡Los paras han irrumpido a través de una de las murallas provisionales en que se han convertido los edificios de la zona oeste! ¡Están penetrando en el centro! ¡Todos los coches dense prisa! Ajusten los desintegradores a plena potencia y utilícenlos! ¡Háganles retirar o mátenlos!»

El operador de la rejilla posó en Calhoun sus ojos furiosos y amargados.

-¡Los paras... nosotros los paras... no queremos que nos curen! - dijo con fiereza -. ¿Quién desearla ser normal y recordar cuando comía bichos asquerosos? ¡Yo no lo he hecho aún, pero... ¿quién sería capaz de hablar con un hombre al que sabía devorador... devorador de... - el operador de la rejilla tragó saliva - ...de porquerías? ¡Nosotros los paras queremos que todos sean como nosotros, para poder soportar lo que somos! ¡No tenemos otra salida... excepto la muerte!

Se puso en pie. Trató de coger el desintegrador que Calhoun había puesto a un lado cuando se cambió de ropa.

-¡Y yo tomaré esa salida!

Calhoun giró en redondo y disparó su puño. El operador de la rejilla cayó hacia atrás. El desintegrador se le desprendió de la mano. Murgatroyd lanzó un grito agudo desde su cubil. Odiaba la violencia.

Calhoun se plantó furioso sobre el operador:

-¡La cosa no está tan mal! ¡Usted no ha bostezado ni una sola vez! ¡Usted puede resistir la necesidad de monstruosidades durante largo rato aún! ¡Y le necesito!

Se apartó. La voz del presidente bramó... Quedó cortada bruscamente. Otra vez ocupó su lugar. Y se Oyeron los tonos suaves y untuosos del doctor Lett.

-«¡Amigos míos! ¡Soy el doctor Lett! Se me han confiado todos los poderes del gobierno porque yo, y sólo yo, tengo todo el poder sobre la causa de la condición para. ¡Desde este instante soy el Gobierno! ¡A los paras... no es necesario que os curéis si no queréis hacerlo! ¡Habrán lugares y suministros gratis para vosotros de modo que podáis disfrutar de las profundas satisfacciones sólo por vosotros conocidas! ¡A los no paras, quedaréis protegidos de convertiros en paras excepto si decidís lo contrario! ¡A cambio, obedeceréis! El precio de la protección es obediencia. La pena para la desobediencia será la pérdida de la protección. Pero aquellos quienes retiramos la protección no recibirán los suministros que satisfaga sus necesidades. ¡Paras, recordaréis esto! ¡No paras, no lo olvidéis...! - cambió la voz -.

- ¡Ahora voy a dar una orden! ¡A los policías y a los no paras! ¡No resistiréis a los paras! ¡A los paras, entraréis tranquilos y pacíficos en el Centro del Gobierno! ¡No molestaréis a los no paras con quien os tropecéis! ¡Comenzaré de inmediato a la organización de un nuevo sistema social en el que los paras y los no paras deben cooperar! ¡Habrá obediencia a la mayoría...!»

El operador de la energía maldijo mientras se levantaba del suelo. Calhoun no le hizo caso. El computador acaba de entregar por último una tira de papel en la que estaba la respuesta que se le había pedido. Y resultaba inútil. Calhoun exclamó con voz sin tono alguno:

- Apague eso, ¿quiere?

Mientras el operador obedecía, Calhoun leyó y releyó la tira de papel. Antes estaba pálido, pero a cada nueva lectura se ponía más y más pálido aún. Murgatroyd se acurrucó inquieto en su cubil. Olisqueó. Fue hacia el cofre cerrado en el que Calhoun había guardado el recipiente de plástico conteniendo los animalitos vivos asquerosos. Metió la nariz en la rendija que formaba la tapa del cofre.

-«¡Chee!» - dijo confiado. Miró a Calhoun. Calhoun no hizo caso.

-¡Esto es malo! - exclamó Calhoun, más blanco que la cera -. Es... una respuesta, pero se necesitaría mucho tiempo para elaborarla y no lo tenemos! ¡Y para hacerla y distribuirla...!

El operador de la rejilla gruñó. La emisión del doctor Lett había certificado todo lo que predecía Calhoun. El doctor Lett era ahora el Gobierno de Tallien Tres. No había nadie que se atreviera a oponérsele. Podía convertir a cualquiera en para y luego delegar aquel para lo que necesitaba. Podía convertir a cualquiera del planeta en un loco con apetitos feroces e intolerables y luego negarse a satisfacerlos. La gente de Tallien Tres se había convertido en esclava del doctor Lett. El operador dijo con voz mortecina:

- Quizás pueda llegar hasta él y matarle antes de...

Calhoun sacudió la cabeza. Luego vio a Murgatroyd olisqueando en el cofre que ahora contenía el recipiente de «basureros» vivos. De manera abierta exhibía un débil pero asqueroso hedor. Aunque estaba cerrado y Calhoun no podía olerlo, Murgatroyd sí Olisqueaba. Exclamó impaciente dirigiéndose a Calhoun:

-«¡Chee! ¡Chee! ¡Chee-chee!»

Calhoun le miró fijamente. Apretó los labios. Que había considerado a Murgatroyd tan inmune a todo porque podía reaccionar más rápidamente y producir anticuerpos a las toxinas a la mayor rapidez que los microorganismos eran capaces de multiplicarse. Pero era inmune a las toxinas. No era inmune a una molécula que causaba apetitos que exigían más en sí mismo la penalidad de la locura. De hecho, afectaban más de prisa que afectarían a un hombre.

~«¡Chee - chee! - parloteó apremiante -. ¡Chee-chee-chee!»

Se apoderó de él - dijo Calhoun. Sentía asco - Se apoderaba de mi. Porque no puedo sintonizar nada tan complejo como dice el computador que es necesario, para controlar... - su tono era Ironía desesperada - ¡... Para controlar la población molecular que convierte a los hombres paras!

Murgatroyd volvió a murmurar. Estaba indignado. Quería algo y Calhoun no se lo daba. No podía comprender aquel acontecimiento tan extraordinario. Extendió la zarpa y tiró de la pernera del pantalón de Calhoun. Calhoun lo levantó y lo arrojó a lo largo de la sala de control. Lo había hecho otras veces jugando, pero ahora era algo distinto. Murgatroyd miró incrédulo a Calhoun.

- Para destruirlo - dijo Calhoun amargamente -, necesito aceites aromáticos y algo de acetona, y radicales de ácido acético y grupos submolecular de metilo. Para destruirlo absolutamente necesito hidrocarbones asequibles y no saturados... ¡Serán gases! ¡Y he de impedir que se reformen una vez descompuestos y quizás necesite de veinte diferentes radicales orgánicos asequibles al mismo tiempo. ¡Es el trabajo de un mes para una docena de hombres competentes, el descubrir simplemente cómo fabricarlo, y yo necesito elaborarlo en cantidad para millones de personas y convencerles de que es necesario contra toda la autoridad del Gobierno y el odio de los paras, y luego distribuirlos...!

Murgatroyd estaba trastornado. Deseaba algo que Calhoun no le daría. Calhoun había mostrado impaciencia... ¡Una cosa insólita! Murgatroyd se agitó infeliz. Aún deseaba lo que había en el cofre. Pero hizo algo para ganarse la simpatía de su amo...

Vio el desintegrador yaciendo en el suelo. Calhoun a menudo le acariciaba cuando, imitando a los seres humanos, recogía algo que cayera al suelo. Murgatroyd se acercó al desintegrador y volvió a mirar a Calhoun. Este paseaba arriba y abajo. El operador de la rejilla estaba plantado con las manos crispadas, contemplando lo intolerable y lo monstruoso.

Murgatroyd cogió el desintegrador y trotó hasta Calhoun. Volvió a tirar de la pernera del pantalón del hombre. Sostenía el desintegrador del único modo que se le permitían sus diminutas zarpitas. Un dedo oscuro y con una curvada uña descansaba en el gatillo.

- «¡Chee-chee!» - exclamó Murgatroyd.

Ofreció el desintegrador. Calhoun dio un salto cuando lo vio en la zarpa de Murgatroyd. El desintegrador vibró y Murgatroyd lo apretó con fuerza para que no se le cayera. Oprimió el gatillo. Un disparo energético salió por el cañón. Era una pelota en miniatura luminosa de energía. Penetró en el suelo, evaporando la superficie y carbonizando la capa múltiple de pliegues de madera que habla debajo. El Navío Médico de pronto rezumó humo de madera y del revestimiento. Murgatroyd huyó preso del pánico hasta su cubil y se arrinconó en lo más profundo.

Pero se produjo un singular silencio en el Navío Médico. La expresión de Calhoun era de asombro, de sorpresa. Se quedó sin habla durante largos segundos. Luego dijo de manera inexpresiva:

-¡Maldición! ¿Cuán estúpido puede convertirse un ser humano mientras está trabajando? ¿No huele usted eso? - disparó la pregunta al operador de la rejilla -. ¿Lo huele? ¡Es humo de madera! ¿Lo conocía?

Murgatroyd escuchaba parpadeando temeroso.

-¡Humo de madera! - exclamó Calhoun entre dientes -. ¡Y yo no lo vi! Los hombres tuvieron el fuego durante dos millones de años y la electricidad por medio millar de éstos. ¡Durante dos millones de años no hubo hombre, mujer o criatura que pasase un día completo sin respirar de algún modo humo de madera! ¡Yo no me di cuenta de que era una parte tan normal del medio ambiente humano que resultaba necesaria!

Hubo un estrépito. Calhoun acababa de destrozar una silla. Resultó una rareza porque estaba hecha de madera. Calhoun la poseía porque era una cosa singular. Ahora la destrozó hasta convertirla en astillas y las amontonó, disparando el desintegrador una y otra vez sobre el montón de madera. El aire dentro del Navío Médico se hizo acre; picaba; sofocaba. Murgatroyd carraspeó. Calhoun tosió. Y el operador de la rejilla pareció ahogarse. Pero dentro de la blanca niebla Calhoun gritó rebosante de buen humor:

-¡Aceites aromáticos! ¡Acetona! ¡Radicales de ácido acético y grupos submoleculares de metilo! ¡Y el humo tiene gases hidro-carbonados no saturados...! ¡Este es el material que nuestros antecesores respiraron en diminutas cantidades durante centenares de miles de generaciones! ¡Claro que les era esencial! ¡Y a nosotros! ¡Era parte de su medio ambiente, así que era preciso que tuviese un uso! ¡Y controlaba la reproducción de ciertas moléculas...!

El sistema de aire gradualmente despejó la atmósfera, pero el Navío Médico aún rezumaba olores a humo de madera.

-¡Comprobemos esto! - exclamó Calhoun -. ¡Murgatroyd!

Murgatroyd se asomó tímidamente a la puerta de su cubil. Parpadeó imprudente en dirección a Calhoun. A una orden repetida, se acercó con aire infeliz a su dueño y Calhoun le acarició. Luego abrió el cofre en el que estaba el recipiente conteniendo los asquerosos animalitos vivos que se retorcían y nadaban y parecían agitarse. Sacó el recipiente. Quitó la tapa.

Murgatroyd retrocedió. Su expresión era de asco. Era evidente que su morro quedaba ofendido por el mal olor. Calhoun se volvió hasta el operador de la rejilla. Extendió la muestra de animalítos repugnantes. El hombre rechinó los dientes y la tomó. Luego su rostro se puso en movimiento. La devolvió a la mano de Calhoun.

-¡Es... horrible! - dijo con voz espesa -. ¡Horrible! - Luego quedó boquiabierto -. ¡No soy para! ¡No soy... para...! - Luego añadió con fiereza -. ¡Tenemos que poner en marcha esta cosa! ¡Tenemos que empezar a curar a los paras...!

- Quienes se mostrarán avergonzados de lo que recuerden - dijo Calhoun -. ¡No conseguiremos de ellos la cooperación! ¡Y tampoco del Gobierno! ¡Los hombres que ocupan los puestos de autoridad son paras y han delegado esta autoridad en el doctor Lett. ¿Cree usted que abdicará ese tipo? ¡Especialmente cuando se comprenda que fue el hombre que hizo evolucionar la tensión de los animalitos «basureros» que segregan este mercaptano de mutil modificado que convierte a los hombres en paras!

Calhoun sonrió casi histéricamente.

- Quizás fue un accidente. Puede que se descubriese primero a sí mismo como para, y quedó completamente estupefacto. Pero no podía estar sólo en lo que sabía que era... degradación. Deseaba que compartiesen otros con él aquel puesto fantasmal. Lo consiguió. Luego ansió que no quedara nadie sin que se le pareciera... ¡El no nos podrá ayudar!

Exultante de alegría, conectó interruptores para mostrar en las pantallas de visión lo que ocurría en el mundo en el exterior de la nave. Sintonizó todos los receptores de modo que captasen sonidos y emisiones. Comenzaron a entrar voces:

-«¡Se pelea por todas partes! ¡Los normales no quieren aceptar entre ellos a los paras! ¡Los paras no quieren dejar en paz a los normales...! ¡Los tocan, respiran sobre ellos... y se ríen! ¡Hay lucha...! «- La emoción de que el estado para era contagioso seguía siendo fomentada por los paras. Era preferible a la noción de que estaban poseídos por diablos. Pero había algunos que se modificaban con una opinión más dramática. Gritaban en el aire, y de pronto una voz humana sonó potente: «¡Envíen policía aquí de prisa! ¡Los paras se han vuelto locos! ¡Están...!

Calhoun se sentó en el tablero de mandos. Comenzó a accionar computadores. Momentáneamente tocó un botón. Hubo una ligera sacudida y el principio de un rugido exterior. Cortó. Calhoun miró las pantallas visoras que mostraban la parte externa. Había un torbellino de humo y vapor. Se vieron hombres corriendo en una huida desesperada, dejando tras de si los coches que les pertenecían.

- Un ligero toque al cohete de emergencia - dijo Calhoun -. Han huido. Ahora acabaremos con la plaga de Tallien Tres.

El operador de la rejilla estaba todavía turbado por la ausencia continua de alguna indicación de que pudo convertirse en un para. Dijo inseguro:

-¡Claro! ¡Claro! ¿Pero cómo?

- El humo de madera - contestó Calhoun -. Cohetes de emergencia. ¡Tejados! ¡No ha habido nunca humo de madera en el aire de este planeta porque no hay incendios forestales y la gente no quema combustible! ¡Usan electricidad! Así que Iniciaremos la máxima producción de humo de madera que consideremos conveniente y la población y reproducción de una cierta molécula modificada de butil mercaptano se reducirá. Hasta un nivel normal. ¡Inmediatamente!

El cohete de emergencia bramó atronador y la pequeña nave se alzó del suelo.

Se habían producido, claro, medidas de emergencia contra el contagio a través de toda la historia humana. Hubo un rey de Francia, en la Tierra, que hizo matar a todas las liebres de su reino. Hubieron navíos y casas que se quemaron para expulsar una plaga y cuarentenas que simplemente eran incontables en su aspecto de interferirse con los seres humanos. La medida de Calhoun en Tallien era algo más drástica que sus antecedentes, pero tenía una buena justificación.

Incendió la ciudad capital del planeta. El pequeño Navío Médico la barrió por encima de los edificios en sombras. Sus cohetes de emergencia lanzaron diminutos lápices de llamas de sesenta metros de longitud. Tocaron primero los tejados de levante y Calhoun se remontó para ver hacia dónde soplaba el viento. Descendió y tocó aquí y alla...

Gruesas masas en apariencia de humo sofocante de madera manaron por la ciudad. En realidad no eran capaces de producir la sofocación pero crearon el pánico. Había lucha en el Centro del Gobierno, pero cesó cuando el misterioso producto, que ningún hombre había visto jamás puesto que no se producía en el planeta quemar madera en masa, el humo se abatió sobre los que luchaban. Dejaron de pelear y todos los hombres huyeron con aquel manto sofocante y rezumante que se extendía por la ciudad como un profundo baño.

No fue un gran incendio; considerándolo todo. Menos de un diez por ciento de la ciudad ardió, pero el noventa y pico por ciento de los paras dejaron de ser paras. Aún más, de pronto recobraron su invencible aversión para el olor del butil mercaptano... incluso del butil mercaptano modificado... y no tardaron en descubrir que ningún normal que hubiese olido el humo de madera podía convertirse en para. Así que todas las ciudades, incluso las granjas individuales, se asegurarían de que hubiera un astringente humo de madera para ser olido de vez en cuando por todo el mundo.

Pero Calhoun no aguardó tales placenteras noticias. No podía esperar gratitud. Había quemado parte de una ciudad. Había obligado a los paras a dejar de ser paras y avergonzarse de si mismos. Y quienes no se convirtieron en paras deseaban desesperadamente olvidar todo el asunto lo antes posible. No podían, pero la gratitud a Calhoun les hubiera servido de recordatorio. Por eso adoptó la acción más apropiada.

Cuando aterrizó de nuevo con el operador de la rejilla, y después de que ésta fuese operada una vez más y hubiera enviado al Navío Médico a más de cinco diámetros planetarios en el espacio, pocas horas después de que el navío estuviera otra vez en superimpulsión, Calhoun y Murgatroyd tomaban café juntos. Murgatroyd lamía animadamente su diminuto jarrito, para apurar hasta el último rastro del brebaje.

-«Chee!» - dijo feliz. Pedía más.

- El café se ha convertido en un vicio tuyo, Murgatroyd - le dijo Calhoun severamente -. Si este apetito normal se desarrolla demasiado, quizás empieces a mirarme y a bostezar, lo que implicaría que tu deseo resultara incontrolable. Un bostezo causado por lo que se llama añoranza es capaz de dislocar la mandíbula de un hombre. Podría ocurrirte. ¡No te gustaría!

-«¡Chee!» - exclamó Murgatroyd.

- No lo crees, ¿verdad? - dijo Calhoun. Luego añadió -: Murgatroyd, voy a pasar muy largos momentos el resto de mi vida preguntándome qué es lo que habrá sido del doctor Lett. De cualquier modo, le matarán. Pero sospecho que serán muy gentiles con él. No hay modo de imaginarle un castigo realmente apropiado. ¿No es eso más interesante que el café?

-«¡Chee! ¡Chee! ¡Chee!» - insistió Murgatroyd.

- No era prudente quedarse y tratar de efectuar una ordinaria inspección de la salud pública. Ya enviaremos a alguien más cuando las cosas recobren la normalidad.

-«¡Chee!» - exclamó con fuerza Murgatroyd.

-¡Oh, está bien! - dijo Calhoun -. ¡Si vas a ponerte emocional, pásame tu taza!

Extendió la mano, Murgatroyd colocó en ella su diminuta tacita y Calhoun la volvió a llenar. Murgatroyd sorbió amistoso.

El Navío Médico «Esclipus Veinte» entró en superimpulsión, de regreso hacia el cuartel general del sector del Servicio Médico Interestelar.