III
«El hecho de que una afirmación esté de acuerdo con otra no significa que ambas deban de ser ciertas. Muy frecuentemente un acuerdo puede demostrar que ambas afirmaciones pueden ser falsas. Las afirmaciones convergentes y confluyentes deben tender a demostrar la verdad de cada cual, si el conflicto se encuentra en sus interpretaciones de los hechos que narran...»
Manual del Servicio Médico interestelar. Pág. 43.
Una hora más tarde trajeron al prisionero. Hombres hoscos y recios habían tendido una línea hasta el banco receptáculo de energía del Navío Médico y se notaba aquel diminuto y zumbante sonido que nadie entiende por completo mientras la energía manaba dentro de las células Duhanne. Los hombres de las centrales energéticas estudiaron el interior de la nave sin curiosidad, como si estuviesen demasiado absortos en sus amarguras particulares para interesarse por cualquier otra cosa. Después que se fueron, unos guardias trajeron al prisionero. Calhoun se fijó en la expresión de los rostros de aquellos hombres. Odiaban a su cautivo. Pero las caras mostraban la profunda y mordiente amargura que un hombre experimenta cuando sus hijos le abandonan en bien de compañías que yo consideré indignas o peor. El hombre odia a esas malas compañías corrosivas y aquellos individuos odiaban a su prisionero. Pero no podían evitar saber, que él también habían abandonado al buen padre cuyos sentimientos eran iguales a los suyos propios. Por eso había frustración incluso en su furia.
El prisionero ascendía ligero por la escalerilla entrando en el Navío Médico. Era un hombre jovencísimo, con una tez singularmente rubia y un porte a la vez retador, ágil y provocativo. Calhoun calculó su edad como siete años menos que la suya propia, e inmediatamente le consideró irritantemente inexperto y poco maduro, a causa de esa diferencia de edad.
- Es usted mi carcelero, ¿eh? - dijo el prisionero con brillantez, mientras entraba en la cabina -. ¿O se trata de algún truquito nuevo? Dicen que me devuelven a los míos. ¡Lo dudo!
- Es cierto - afirmó Calhoun -. ¿Quieres hacer el favor de cerrar la escotilla? Cuando lo hayas hecho despegaremos.
El joven le miró amistoso. Sonrió.
- No - dijo feliz -. No quiero.
Calhoun sintió una rabia innoble. No había habido gran intención en su petición. No podía ver tampoco ninguna en la negativa. Así que cogió al prisionero por el cuello y lo metió dentro de la escotilla.
- Pronto nos van a elevar - dijo con suavidad -. Si la puerta externa no está cerrada herméticamente, el aire escapará de la escotilla. Cuando lo haga, morirás. Yo no puedo salvarte, porque si esa puerta externa no está cerrada, todo el aire del navío escaparía si tratara de ayudarte. Por tanto, te aconsejo que la cierres bien.
El cerró la puerta interna. Parecía asqueado. Murgatroyd le miró alarmado.
- ¡Si tengo que tratar con los de esa clase - dijo Calhoun al «tormal» -, necesito alguna prueba de que haré lo que les diga, si no la consigo, me catalogarán igual que a sus padres!
El Navío Médico se agitó. Calhoun miró de reojo al dial del campo externo. La rejilla de aterrizaje móvil estaba cerrando su campo de fuerza. El pequeño navío se levantó. Subió y subió Calhoun pareció aún más enfermo. El aire en la escotilla se enrarecía rápidamente. Tres kilómetros de altura. Cinco...
Se oyeron frenéticos cohetes metálicos. El indicador decía que la puerta externa estaba cerrada herméticamente. Calhoun abrió la interna. El joven entró tambaleándose, sorprendentemente pálido y jadeando en busca de aliento.
- Gracias - dijo Calhoun con sequedad.
Se sujetó en la silla de control. Las pantallas viseras mostraban la mitad del universo en la pura oscuridad y el resto en una llama de multicolores chispas de luz. Mostraban nuevas estrellas apareciendo al borde de la monstruosa negrura. El Navío Médico ascendía todavía más rápidamente. Al poco la zona negra no fue sólo la mitad de universo. Sino una tercera parte. Luego una quinta. Una décima. Era un disco de pura oscuridad en una mediada de distantes soles.
El indicador de campo externo cayó bruscamente hasta cero. El Navío Médico flotaba en el espacio claro y libre. Calhoun probó el motor Lawlor, a tientas. Funcionaba. El Navío Médico emprendió un vasto rumbo curvo saliendo de la sombra del planeta oscuro. Allí estaba el sol Canis, llameando en el espacio. Calhoun efectuó algunas observaciones, ajustó un nuevo rumbo y el navío lo emprendió veloz con una aceleración no notada. Esto era, claro, el sistema de propulsión Lawlor, utilizado para distancias que comprendían sólo millones de kilómetros.
Cuando el navío estuvo por completo en control automático, Calhoun giró en redondo para mirar a su involuntario compañero. Murgatroyd contemplaba al joven desconocido con intensa curiosidad. Este clavó sus ojos en Calhoun con cierta aprensión.
- Me llamo Calhoun - le dijo -. Soy del Servicio Médico. Este es Murgatroyd. Es un «tormal». ¿Quién eres y cómo te capturaron?
El prisionero adoptó al instante una pose de altivez.
- Me llamo Fredericks - dijo con suavidad -. ¿Qué ocurrirá ahora?
- Me dirijo a Canis III - contestó Calhoun -. En parte para dejarte en tierra. En parte para tratar de hacer algo sobre esta guerra. ¿Cómo te capturaron?
- Efectuaron un ataque - dijo el joven Fredericks con desdén -. Aterrizaron en un cohete en campo abierto. Pensamos que sería otra bomba de propaganda, como la que nos enviaron antes... diciéndonos que éramos bribones y cosas por el estilo. Fui a ver si había algo que me sirviera de diversión. Pero resultó que el aparato era mayor que lo corriente. No lo sé, pero habían aterrizado también hombres. Saltaron sobre mi. Eran dos. Me metieron en el cohete y despegaron. Luego nos recogieron y me trajeron aquí, donde usted aterrizó. ¡Trataron de hacerme un lavado cerebral! - rió con desprecio - Me mostraron material científico que probaba que el sol de Phaedra iba a estallar y a cocinar el viejo planeta patrio. Me sermonearon diciendo que todos éramos estúpidos en Canís, hijos ingratos, etc.
Fredericks sonrió con superioridad.
- Sigue usted en la brecha, ¿eh? ¡Desconozco la ciencia, pero sé que han estado mintiéndonos! ¡Mire! Enviaron la primera pandilla a Canís hace cinco años. No enviaron con ellos equipo, nada más que el imprescindible. Llenaron las naves de gente. Tenían los tripulantes veinte años de edad. ¡Tuvieron que sudar! ¡Tuvieron que sudar para sacar minerales, construirse equipo y tratar de edificar cobijos y sembrar comida! ¡Todo el tiempo estuvieron llegando más... enviados desde Phaedra con raciones de hambre, para dejar más espacio en las naves y ocuparlo con más enviados!. ¡Recuerde, todos eran jóvenes! Tuvieron que sudar para no morirse de hambre, y siempre con gente nueva llegando. Todos, nada más arribar, tenían que ponerse al trabajo. Eso no lo sabía, ¿verdad?
- Sí - contestó Calhoun.
-¡Trabajaron con ahínco! - continuó desdeñoso Fredericks -. ¡Tanto las niñas como los muchachos! Cuando casi se habían puesto al corriente y se imaginaban que quizás al cabo de otro mes podrían respirar poco tranquilos, entonces los viejos de Phaedra empezaron a enviar criaturas más jóvenes. ¡Yo entre ellas! Contaba entonces quince años y caímos sobre Canis como una inundación. No había vivienda, ni comida, ni ropas de repuesto, pero los que ya estaban allí tuvieron que alimentarnos. Y nosotros debimos ayudarles trabajando. ¡Y trabajé! Construí casas, pavimenté calles, doblé cañerías para los servicios higiénicos y de alcantarillado... cañería que los muchachos mayores fabricaban... sembré el suelo y talé árboles. ¡Nada de descanso! ¡Nada de diversión! ¡Nos apilaban sobre Canis tan de prisa que no quedaba más remedio que trabajar o morir! ¡Y echamos raíces! Entonces, comenzamos a pensar que quizás podríamos tomarnos un respiro, cuando comenzaron a descargar sobre nosotros criaturitas pequeñas! ¡Niños de diez años y de nueve, a los que había que alimentar y vigilar! ¡Niños de siete años a los que había que limpiar los mocos! Nada de diversión, nada de descanso...
Escupió colérico y despreciativo.
-¿Le contaron eso? - preguntó.
- Si - asintió Calhoun -. Me contaron eso y mucho más.
- Todo el tiempo - estalló malhumorado Fredericks -, nos gritaban de que el sol de la patria estaba creciendo. Que oscilaba. ¡Que en cualquier momento estallaría! ¡Nos mantuvieron asustados al afirmar que en cualquier segundo las naves dejarían de venir porque ya no existirían, como tampoco existiría Phaedra! Y éramos buenos niños y niñas y trabajamos infernalmente. Tratamos de construir lo que necesitaban los niños que nos mandaban, y siguieron enviando criaturas más y más pequeñas. Llegamos hasta el punto de ruptura. ¡No podíamos mantener el ritmo! ¡Noche, día, cada día, sin diversión, sin descanso, sin nada excepto trabajar hasta que uno caía agotado y luego se levantaba apenas recuperadas fuerzas para caer cuando éstas tornaran a acabarse!
Se detuvo.
Calhoun dijo:
- Así que dejasteis de creer que podía haber urgencia en la misión. Enviasteis a unos cuantos mensajeros a la patria para revisar y comprender. Y para ellos el sol de Phaedra parecía perfectamente normal. No de visible peligro. La gente mayor os mostró los archivos científicos y vuestros mensajeros no les creyeron. Decidieron que les habían engañado. Estaban cansados. Todos vosotros estabais cansados. La gente joven necesita diversión. Vosotros no la tenéis. Así que cuando vuestros mensajeros volvieron y dijeron que la emergencia era mentira... les creísteis. Pensasteis que la gente mayor estaba descargando simplemente en vosotros sus cargas, mediante mentiras.
- ¡Lo sabíamos! - jadeó Fredericks -. ¡Así que renunciamos! ¡Habíamos hecho nuestra parte! ¡Íbamos a tomarnos tiempo libre y vivir un poco! ¡Llevábamos mucho retraso en diversiones! Llevábamos mucho retraso en descanso! ¡Llevábamos mucho retraso simplemente en el mero hecho de disfrutar de la brisa! ¡Estábamos retrasados en todo. Habíamos sido esclavos, siguiendo normas fijadas, realizando planos, excavando agujeros y volviéndolos a rellenar - se detuvo -. Cuando dijeron que la gente mayor iba a trasladarse con nosotros, eso fue el colmo. ¡Somos humanos! ¡Tenemos derecho a vivir como humanos! Cuando se trató de construir más casas y plantar más tierra para que muchas más personas... y personas viejas más que nada... pudiesen mudarse y hacerse cargo de los mandos sobre nosotros, no aguantamos más. ¡Decidimos que nuestro trabajo debía ser para nosotros mismos! ¡Si venían los viejos, nunca lo obtendríamos!. ¡No les importó que trabajásemos hasta morir! ¡Que se fueran al infierno!
- La reacción fue normal - dijo Calhoun -. Pero si su anunciación era equívoca, podía seguir siendo equívoca.
-¿Qué es lo que podría ser equívoco? - preguntó furioso Fredericks.
- La anunciación de lo que mentían - dijo Calhoun -. Quizás el sol de Phaedra está a punto de destruirse. Quizás vuestros mensajeros se equivocaron. Quizás se os dijo la verdad.
Fredericks escupió. Calhoun dijo:
-¿Quieres limpiar eso, por favor?
Fredericks le miró boquiabierto.
- Lávalo - continuó Calhoun. Y hizo un gesto reforzando sus palabras.
Fredericks rezongó. Calhoun aguardaba.
Murgatroyd dijo agitado:
-«¡Chee!»
Calhoun no se movió. Al cabo de largo rato, Fredericks tomó la bayeta y la pasó con desgana sobre el lugar en el que había escupido.
- Gracias - dijo Calhoun.
Se volvió al tablero de control. Comprobó el rumbo y consultó el informe de la inspección y Exploración sobre el sistema solar de Canis hecho medio siglo antes. Frunció el ceño. Al poco dijo por encima del hombro:
-¿Qué tal ha resultado el descanso? ¿Se sienten ya todos mejor?
- Tanto mejor - dijo Fredericks ominosamente -, por eso piensan mantener las cosas tal como están. ¡Los viejos nos enviaron un navío para aterrizar y nosotros cargamos la rejilla de aterrizaje de rocas y sembramos dicho navío con ellas! Vamos a levantar pequeñas rejillas por todas partes, para poder lanzar bombas... haremos buenas bombas... y si tratan de aterrizar en cualquier parte cerca de Canópolis, les bombardearemos. Y si lograsen el aterrizaje, haremos que se arrepientan. Hasta ahora sólo se han atrevido a dejar caer propaganda impresa llamándonos todo lo peor de nuestro vocabulario.
Calhoun tenía el planeta interior, Canis III, firmemente en el centro de su pantalla directora. Dijo al desgaire:
-¿Qué hay de las criaturitas? Dices que la mayor parte de vosotros habéis dejado de trabajar...
- No dan mucho trabajo - fanfarroneó Frederidks -. Lo hacemos automáticamente, gracias a nuestras ideas, para así poderlas cuidar y no perder manos en faenas poco productivas. Trajimos de la patria inventos. ¡El cuidado de los críos lo hacemos muy bien y sin muchas molestias!
Calhoun reflexionó. Si era posible una sociedad en la que no existiese la propiedad privada, tendría que ser esta sociedad compuesta exclusivamente por jóvenes. Ellos no querían el dinero como tal. Deseaban lo que se adquiere con él... ahora. No habrían capitalistas en un mundo poblado sólo por la joven generación de Phaedra. Seria una clase interesante de sociedad, pero, sin embargo, para el futuro estaría marcada con ciertos caracteres de carencia.
- Pero - dijo Calhoun -, ¿qué hay de los niños pequeños? Me refiero a los que necesitan que se les cuide. ¿No los cuidaréis de manera automática?
-¡Casi, casi! - fanfarroneó Fredericks -. A unas cuantas chicas les gusta atender a los niños. En su mayoría son muchachas hogareñas. Pero hay demasiados pequeños. Así que conectamos para ellos un circuito psíquico con múltiples salidas. Algunas de las chicas juegan con un par de críos y eso deja satisfechos a los demás. Alguien estudió la ciencia prepsíquica en Phaedra y le enviaron con el resto para excavar agujeros y construir casas. Arreglamos ese dispositivo, para que la chica que lo prefiriese, se ocupara de cuidar a un par de críos. Hay muy buenos técnicos en Canis III. ¡Logramos salir adelante!
Evidentemente habían técnicos muy buenos. Pero Calhoun comenzó a sentirse asqueado. Un circuito psíquico, claro, no es en sí un aparato dañino. Formaba parte del equipo psiquiátrico individual, no del trabajo del Servicio Médico, y su valor estaba demostrado más allá de toda duda. En el uso clínico permitía al psiquiatra compartir la consciencia de su paciente durante entrevistas. Ya no tenía penosamente que interpretar los procesos mentales de su paciente según lo que le confesaba. Podía observar los procesos mentales en sí mismos. Podría rastrear las barreras, las llagas mentales, las ansias horribles e inhumanas que podían convertirse en obsesiones.
Sí. Un circuito psíquico era un aparato admirable en sí. Pero no era nada bueno utilizándolo para cuidar a los niños.
Habría una gran habitación en la que centenares de criaturas pequeñas estarían sentadas en éxtasis llevando en sus cabezas los circuitos receptores psíquicos. Permanecerían quietecitos, sentados en silencio, muy quietecitos... riendo para sí, o murmurando. Lo estarían pasando maravillosamente. Cerca habría otro cuarto más pequeño en el que uno o dos niños jugarían. Habrían chicas mayores para ayudar a jugar a esos pocos críos. Con lo que ellos consideraban a cada segundo la atención de los adultos y con un profundo afecto por sus maestras parvularias, los niños que en realidad jugaban tendrían la mismísima perfección del placer infantil. Y su experiencia sería compartida por los compañeros que simultáneamente la conocerían y experimentaba completamente según sus propias sensaciones, por los centenares de otros críos sintonizados en el circuito psíquico. Cada cual experimentaría la emoción y sensación de aquellos que sinceramente y en verdad jugaban, se emocionaban y sufrían agradablemente.
Pero los niños tan felizmente contentos no harían ejercicios, no se sentirían estimulados para actuar ni para pensar, o para reaccionar por si mismos. El efecto del cuidado de niños por circuito psíquico, sería el de las drogas que mantenían a las criaturas sin que necesitasen atención. Los niños meramente receptores perderían toda iniciativa, todo propósito, toda energía. Se habituarían a esperar a que alguien jugase por ellos. Y la proporción de muertes entre sus personas sería alta y en cambio bajaría el porcentaje saludable.
Y tuvo otro pensamiento todavía más feo. En una sociedad tal como la que debía existir en Canis III, habrían adolescentes y post adolescentes, capaces de asegurarse para sí increíbles y fascinantes placeres... una vez que comprendieran lo que podía lograrse con un circuito psíquico.
Calhoun dijo con llaneza:
- Dentro de media hora podrás comunicarte con Canópolis mediante espaciofono. Me gustaría que les llamaras. ¿Habrá alguien de servicio en la rejilla?
Fredericks contestó con negligencia:
- Siempre hay alguien por allí. Constituye un buen club. ¡Pero todos aguardan a que la gente mayor intente algo! ¡Si eso ocurriese... la rejilla se ocuparía de contrarrestar el ataque!
Aterrizaremos con o sin ayuda - afirmó Calhoun -. Pero si no les llamas antes y les convences de que alguien de los de su gente regresa de la guerra, quizás dispongan de nosotros utilizando la rejilla de aterrizaje.
Fredericks mantuvo su aire de altivez.
-¿Qué quiere que le diga de usted?
- Este es un Navío Médico - precisó Calhoun -. Según el acuerdo de la Organización del Tratado Interestelar la población de cada planeta puede elegir su gobierno. Todo planeta es necesariamente independiente. A mí no me importa quién gobierna, o con quién se comercia. Yo nada tengo que ver con otra cosa que no sea la salud pública. Pero habrán oído hablar de los Navíos Médicos. Tú lo oíste, ¿verdad?
- Sí... sí - asintió Fredericks -. Fuimos al colegio. Antes de que nos enviasen hasta aquí.
- De acuerdo - dijo Calhoun -. Ya podrás imaginarte lo que tienes que decir.
Volvió al tablero de control, contemplando cómo el disco del planeta crecía mientras el Navío Médico se acercaba más. Al poco extendió la mano y cortó el motor. Conectó el espaciofono.
- Adelante - dijo con sequedad -. Habla y convénceles de que aterricemos, o métenos en dificultades, como gustes.