III

 

LLEGARON a la desviación que daba acceso a un pueblo llamado Tenochitlan, a unos sesenta y cinco kilómetros de Maya City. Calhoun se desvió de la autopista para atravesarlo. Quien hubiese elegido el nombre de Maya para este planeta se interesaba por las leyendas del Yucatán, allá en la Tierra. Había muchos ejemplos de tal afición en la lista de puertos de llamada del Navío Médico. Calhoun tocaba tierra regularmente en planetas que tenían el nombre de condados y ciudades en donde los primeros hombres partieron para las estrellas y nostálgicamente bautizaron sus descubrimientos con substantivos llenos de añoranza. Había un Tralee, y Dorset, y un Eire. Los colonos con frecuencia tomaban el nombre dado de su mundo como sistema y elegían los otros nombres relativos para los mares y penínsulas y cadenas montañosas. Calhoun incluso había visitado un mundo llamado Texia, en donde la rejilla de aterrizaje se alzaba cerca de una urbe llamada Corral, y el principal puesto elaborador de carnes tenía el nombre de Rodeo.

Quienquiera que se bautizara Tenochitlan habría sugerido, sin embargo, algo que la propia ciudad lo negaba. Era un pueblecito. Tenía un tipo de arquitectura local agradable. Habían tiendas y algunas fábricas, y muchas viviendas estrictamente particulares, algunas apiñadas juntas y otras en medio de jardines de considerable tamaño. En esos jardines también había mustiedad y podredumbre entre las plantas caníbales. No había hierba, porque tales plantas lo impedían, pero ahora aquellas expresiones vegetales naturales que impedían que crecieran otras hierbas estaban muertas. Excepto una clase de cosas crecientes, sin embargo, el resto de la vegetación parecía lozana.

Pero el pueblecito estaba desierto. Sus calles se encontraron vacías. Sus casas desalquiladas. Algunas viviendas estaban aparentemente cerradas con llave, aquí, sin embargo, Calhoun vio a tres o cuatro tiendas cuyos géneros en venta habían sido tapados con fundas de plástico antes de que los propietarios partieran. Dedujo que en esta ciudad se recibió el aviso más temprano que en la del espaciopuerto, o que sabían que tenían tiempo de ponerse en movimiento antes de que las autopistas estuviesen llenas de coches procedentes del oeste.

Allison miró las casas con ojos agudos y calculadores. No pareció fijarse en la ausencia de gente cuando Calhoun regresó a la gran carretera más allá del pueblecito, Allison contempló los campos sin fin de plantas verde oscuro con la misma especie de interés.

- Interesante - dijo bruscamente cuando Tenochitlan quedó atrás y se redujo a una simple manchita en el horizonte -. Muy interesante. Me interesa la tierra. Los bienes raíces. Ese es mi negocio. Tengo una corporación que posee tierras en Thanet Tres. Poseo pertenencias también en Dorset. Y en todas partes. Se me acaba de ocurrir. ¿Qué vale esta tierra y las ciudades si la gente se marcha lejos?

-¿Y qué vale la gente que es capaz de huir? - preguntó Calhoun.

Allison no le hizo caso. Parecía ensimismado. Pensativo.

- Vine aquí a comprar tierra - dijo -. Tenía concertado adquirir algunos cientos de kilómetros cuadrados. Compraría más si el precio fuera bueno. Pero... tal y como están las cosas, me parece que los precios del terreno deberán bajar bastante. ¡Más que bastante!

- Eso depende de que quede alguien vivo para venderle el terreno y de qué clase de cosas hayan ocurrido - dijo Calhoun.

Allison le miró con viveza.

-¡Ridículo! - dijo con autoridad -. ¡incuestionablemente están vivos!

- Piense que debían estarlo - observó Calhoun -. Por esa razón han huido. Esperaban estar a salvo allá donde fueron. Y ojalá tengan razón.

Allison ignoró el comentario. Sus ojos permanecieron agudos e intensos. No estaba desconcertado por la huida de la gente de Maya. Su mente se afanaba en la contemplación de aquella huida desde el punto de vista del hombre de negocios.

El coche siguió veloz hacia delante. Los campos Infinitos de verde oscuro quedaron atrás. La carretera estaba desierta. Habían tres vías de calzada en superficie, de rectitud matemática, perdiéndose en el horizonte. Siguieron así durante decenas y centenares de kilómetros. Cada vía era lo bastante amplia para permitir el paso de cuatro coches de superficie lado a lado. La autopista pretendía permitir que todos los productos de aquellos campos fuesen llevados a un mercado o a una fábrica elaboradora a mayor velocidad posible y en cualquier cantidad imaginable. Las mismas carreteras habían permitido que los ciudadanos abandonaran la ciudad nada más recibieran el aviso... cualesquiera que éste fuese.

Ochenta kilómetros más allá de Tenochitlan había una franja de cobertizos de dos kilómetros de longitud, contenían maquinaria agrícola para la cosecha y camiones para transportar los productos a su primer destino. No había rastro de vida en torno a la maquinaria. Tampoco había un rastro de vida en una hora de camino hacia el Oeste.

Luego a la izquierda apareció una ciudad invisible. Pero no estaba comunicada por aquella autovía en particular, sino por otra. En sus calles no había señal de movimiento. Se perdía a lo largo del horizonte a la izquierda y atrás. Al poco desapareció.

Media hora más tarde, Murgatroyd dijo:

-«¡Chee!»

Se agitó inquieto. Un momento más tarde volvió a decir:

-«¡Chee!»

Calhoun apartó los ojos de la carretera. Murgatroyd parecía desgraciado. Calhoun pasó la mano por el peludo cuerpo del «tormal». Murgatroyd se oprimió contra él. El coche siguió corriendo. Murgatroyd murmuró un poquito. Los dedos de Calhoun notaron cómo los músculos del animalito se ponían tensos, luego se relajaban y al cabo de un rato volvían a tensarse. Murgatroyd dijo casi histéricamente:

-«¡Chee-chee-chee-chee!»

Calhoun detuvo el coche, pero Murgatroyd no pareció aliviarse. Allison preguntó impaciente:

-¿Qué ocurre?

- Eso es lo que trato de averiguar - contestó Calhoun. Tomó el pulso a Murgatroyd y lo cronometró con su reloj de pulsera. En todos los espasmos musculares de Murgatroyd, coincidieron con las conturbaciones de los latidos del corazón. Se producían aproximadamente a intervalos de dos segundos y la tensión de los músculos duraba precisamente medio segundo.

-¡Presionó el ciento! - exclamó Calhoun.

Murgatroyd volvía a lloriquear y dijo:

-«¡Chee-chee-chee!»

-¿Qué ocurre? - preguntó Allison, con la impaciencia de un hombre muy importante -. ¡Si el animal está enfermo, que lo esté! Tengo que averiguar...

Calhoun abrió su equipo médico y rebuscó en su interior cuidadosamente. Encontró lo que necesitaba. Colocó un comprimido en la boca de Murgatroyd.

-¡Trágatelo! - ordenó.

Murgatroyd se resistió, pero al final se tragó el comprimido. Calhoun le contempló con viveza. El sistema digestivo de Murgatroyd era delicado, pero de confianza. Cualquier cosa que pudiera ser venenosa, el estómago de Murgatroyd lo rechazaría al instante. Pero aguantó la píldora.

-¡Vive! - exclamó indignado Allison -. ¡Tengo que hacer negocios! ¡En este maletín llevo algunos millones de créditos interestelares, en efectivo, para pagar las compras de tierra y de fábricas! Necesito hacer algunos tratos condenadamente buenos! ¡Me figuro que lo más importante de nada de lo que usted piense es mi trabajo! ¡Resulta todavía más importante que el dolor de barriga de una bestezuela!

Calhoun le miró con frialdad.

-¿Posee usted tierras en Texia? - preguntó. Allison se quedó boquiabierto. En su rostro aparecieron las extremas sospechas y la intranquilidad. Hasta como signo de la inquietud, su mano fue hasta el bolsillo lateral en el que había guardado el arma. No la sacó. Calhoun disparó su izquierda y dio en el blanco. Le quitó a Allison el desintegrador de artesanía y lo arrojó entre las filas monótonas de plantas verde oliva. Volvió a la observación de Murgatroyd.

A los cinco minutos los espasmos musculares disminuyeron. A los diez, Murgatroyd se erizó. Pero pareció pensar que Calhoun había hecho algo notable. Con el más cálido de los tonos, dijo:

-«¡Chee!»

- Muy bien - dijo Calhoun -. Seguiremos adelante. Sospecho que te comportarás también como nosotros... durante un rato.

El coche se alzó unos cuantos centímetros sobre las columnas de aire que le sostenían por encima del suelo. Siguió adelante, todavía hacia el Este. Pero Calhoun condujo ahora con mayor lentitud.

- Algo proporcionaba a Murgatroyd espasmos musculares rítmicos - dijo con frialdad -. Le di una medicación para detenérselos. Es más sensible que nosotros, así que reaccionó a un estímulo que todavía no hemos advertido. Pero creo que no tardaremos en notarlo.

Allison parecía turbado por la afrenta que se le había hecho. Resultaba increíble que alguien le hubiera puesto las manos encima.

-¿Qué diablos tiene que ver eso conmigo? - preguntó furioso -. ¿Y por qué me golpeó? ¡Lo va a pagar caro!

- ¡Hasta que lo pague, usted estará quietecito! - le dijo Calhoun -. Y si es preciso le arrancaré los diablos del cuerpo. Una vez había un chisme del Servicio Médico, un aparatito que traducía la contracción de ciertos músculos elegidos. Era útil para volver a poner en funcionamiento a los corazones detenidos sin necesidad de una operación. Regulaba el pulso del corazón que era demasiado lento o peligrosamente irregular. Pero algún hombre de negocios tuvo la brillante idea y consiguió que un investigador a sueldo enlazara el aparato a las corrientes inductoras del suelo. ¡Supongo que usted conoce a ese hombre de negocios!

- No sé de lo que me habla - saltó Allison. Pero se mostró singularmente tenso.

- Yo sí - afirmó Calhoun con tono desagradable -. Efectué una inspección de salud pública en Texia hace un par de años. Todo el planeta es una gigantesca y única empresa ganadera. No utilizan cercas metálicas. Los rebaños son demasiado grandes para que tales cosas los detenga. No utilizan vaqueros. Cuestan dinero. En Texia utilizan la inducción de campo y el aparato del Servicio Médico unido a él para servir como cercas ganaderas. Actúan igual que estas cercas, a pesar de que son proyectadas a través del suelo. El ganado se vuelve inquieto cuando trata de cruzarlas. Por eso se retira. Por eso los hombres lo controlan. Lo trasladan cambiando las cercas ganaderas que son corrientes inducidas en el suelo, de sitio a sitio. El ganado tiene que seguir moviéndose o se ve castigado por la cerca movible. ¡Incluso los conducen hasta las rampas del matadero mediante campos de inducción solar! Ese es el truco en Texia, donde los campos de inducción conducen al ganado. ¡Creo que es el truco utilizado en Maya, en donde la gente está conducida como ganado y arrancada de sus ciudades para que el valor de sus campos y fábricas caiga... y que un comprador de terrenos encuentre gangas!

-¡Está usted loco! - saltó Allison -. ¡Acabo de bajar a este planeta! ¡Me vio aterrizar! ¡No sé qué es lo que pasó antes de llegar aquí! ¿Cómo iba a poder saberlo?

- Pues, quizás lo concertó de antemano - anunció Calhoun.

Allison adoptó un aire de superior dignidad ofendida. Calhoun condujo el coche hacia delante a menor velocidad que la marcha de un peatón. Al poco se miró las manos que aferraban el volante. De vez en cuando los tendones de sus dedos parecían retorcerse. A intervalos rítmicos, la piel se encogía en el dorso de sus manos. Miró de reojo a Allison. Las manos de Allison estaban fuertemente crispadas.

- De acuerdo, hay una cerca de inducción del suelo en acción - dijo Calhoun calmoso -. ¿Se da cuenta? Es una cerca ganadera y nos estamos metiendo en ella. Si fuésemos ganado, ahora, daríamos la vuelta y nos alejaríamos.

-¡No sé de lo que me habla! - exclamó Allison.

Pero sus manos permanecieron crispadas. Calhoun disminuyó la marcha todavía más. Comenzó a sentir, por todo su cuerpo, que cada músculo tendía a retorcerse al mismo tiempo. Era una sensación horrible. Sus músculos cordiales trataron de contraerse también, simultáneamente, con el resto, pero el corazón propio tenía su propio ritmo pulsatorio.

A veces el batir normal coincidía con el retorcimiento. Entonces su corazón latía con violencia... tan violentamente que resultaba doloroso.

Pero con igual frecuencia la contracción impuesta de los músculos cordiales venía poco después de una contracción normal y entonces la víscera permanecía como anulada prietamente durante medio segundo.

Fallaba un latido y la sensación era de agonía.

Ningún animal hubiera avanzado arrastrando tales sensaciones. Hacía mucho rato que habrían dado media vuelta.

Calhoun detuvo el coche. Miró a Murgatroyd. Murgatroyd era por completo dueño de sí mismo. Fijó sus ojos inquisitivos en Calhoun. Calhoun le saludó con la cabeza, pero habló, con alguna dificultad, a Allison.

- Veremos... si esta cosa... aumenta... Ya sabe que se trata... del truco... de Texia... Una inducción... de campo... colocada... aquí. Conduce a la gente... como ganado... Ahora... nos hemos metido... en ella... Está... reteniendo... a la gente... como ganado.

Jadeaba. Sus músculos pectorales se controlan con el resto, de manera que su respiración quedaba interferida.

Pero Murgatroyd, que antes se mostrase intranquilo e incómodo hasta el punto de que Calhoun advirtiera que algo iba mal, aparecía ahora tranquilo y fresco. La medicación había sensibilizado sus músculos a los estímulos exteriores. Podía recibir una considerable descarga eléctrica sin que le afectara, siempre y cuando no fuera excesivamente intensa, claro.

Una cólera salvaje se apoderó de Calhoun.

Todo encajaba. Allison se había llevado la mano convenientemente a su desintegrador cuando Calhoun mencionó Texia. Eso significaba que Calhoun sospechaba lo que Allison sabía por cierto.

Una unidad de cerca ganadera había sido instalada en Maya y estaba reteniendo, como a ganado, a la gente que previamente condujo en manada.

Calhoun hasta podía deducir con alguna precisión exactamente lo que se había hecho.

La primera experiencia de Maya con la cerca ganadera habría sido una suavísima versión de ello. Debió contener una pequeña energía y causar sólo incomodidad advertible. Tuvo que moverse de Oeste a Levante, despacio, y luego de llegar a cierto lugar desvanecerse. Y habría sido un misterio que nadie en Maya lo comprendería.

Al cabo de una semana quedaría casi olvidado. Pero entonces vendría una conturbación más fuerte. Y viajaría como la primera; por toda la extensión peninsular en la que se alzaba la colonia, pero deteniéndose en el mismo punto que antes y luego desvaneciéndose hasta la nada.

Esto también parecería misterioso, aunque nadie sospecharía que era causado por los humanos. Se lanzarían en teorías y preguntas, pero al final se le consideraría como un acontecimiento nada familiar aunque natural.

Posiblemente la tercera utilización de la cerca ganadera sería mucho más molesta. En esta ocasión el dolor sería agudo. Pero cruzaría las ciudades, las atravesaría... y descendería por la península a donde se detuvo y desvaneció en las dos anteriores ocasiones. Y la gente de Maya se encontraría molesta y asustada. Pero considerarían que sabían que comenzaba al oeste de la ciudad y que se movía hacia levante a tal velocidad y que finalizaba tan y tan lejos. Y se organizarían para aplicar esta elaborada información.

Calhoun, claro, sólo podía razonar que esto es lo que debía ocurrir. Pero ninguna otra cosa pudo suceder. Quizás aquí había más de tres utilizaciones de la movible cerca ganadera para conseguir que la gente se preparase para el traslado más allá del lugar conocido en el que siempre la sensación se desvanecía hasta anularse por completo. Quizás tuvieron un intervalo de días, o semanas, o meses. Puede que las manifestaciones hubieran sido más fuertes, seguidas por otras más débiles y nuevamente fuertes otra vez.

Pero que había una cerca ganadera... una cerca ganadera inductiva... cruzando aquí la autopista, eso era cierto. Calhoun se habla metido en ella. Cada dos segundos los músculos de su cuerpo se ponían tensos. A veces su corazón fallaba un latido pero en el momento en que su respiración se detenía, y en otras ocasiones latía violentamente. Le parecía que los síntomas se hacían más y más insoportables.

Sacó su equipo médico, con manos que espasmódicamente resultaban incontrolables. Buscó la misma dedicación que había dado a Murgatroyd y sacó dos comprimidos.

- Con toda razón - dijo fríamente -, debería dejarle soportar esta maldita cosa que usted creara. ¡Pero... tome!

Allison estaba preso del pánico. La idea de una cerca ganadera sugería incomodidad, claro. Pero no indicaba peligro. La experiencia de una cerca ganadera, diseñada para enormes bestias en lugar de hombres, era terrible. Allison se quedó boquiabierto. Efectuó movimientos convulsivos. Calhoun se movió de manera errática. Durante segundo y medio, de cada dos, podía controlar sus músculos. Durante medio segundo cada vez, no podía hacerlo. Pero metió el comprimido en la boca de Allison.

- ¡Tráguéselo! - ordenó -. ¡Trague!

El coche de superficie descansaba tranquilo sobre la carretera, que aquí proseguía durante dos kilómetros y luego se hundía en una suave pendiente para después remontarse una vez más. Los campos totalmente nivelados a derecha e izquierda finalizaban también aquí. Crecían árboles nativos, agitando ostentosamente sus largas frondas. La maleza escondía la mayor parte del suelo. Eso parecía normal. Pero la vegetación más baja que cubría el terreno estaba mustia y pudriéndose.

Allison tragó el comprimido. Calhoun hizo lo propio con el suyo. Murgatroyd miró inquisitivo a un hombre y a otro. Dijo:

-«¿Chee? ¿Chee?»

Calhoun se arrellanó en su asiento, respirando con cuidado para permanecer vivo. Pero nada podía hacer en lo referente al latir de su corazón. El sol lucía brillante, aunque ahora estaba bajo, hacia el horizonte.

Habían nubes en el cielo enrojecido. Soplaba una suave brisa. Todo, en su apariencia, era pacifico, tranquilo y vulgar en este pequeño mundo.

Pero en la zona que los seres humanos habían ocupado, habían ciudades que quedaban todavía inmóviles y silenciosas y abandonadas y, en algún lugar...! La población del planeta aguardaba intranquila la última de una serie de increíblemente terribles fenómenos, aguardando que éstos terminaran. Pero ahora la aflicción extraña y universal había comenzado en algún lugar y se movía despacio hasta otro y luego disminuía y dejaba de ser. Pero esto era el mayor y peor de los tormentos. Y no había terminado. No había disminuido. Al cabo de tres días continuaba con plena potencia en el lugar en donde previamente se había detenido con plena potencia, en el lugar en donde previamente se había detenido y desaparecido.

La gente de Maya estaba asustada. No podían regresar a sus casas. No podían ir a ninguna parte. No estaban preparados para que una emergencia durara varios días. No habían traído comida en previsión.

Comenzaba a parecer como si fueran a morir de hambre.