VII

 

«...Como asunto estrictamente práctico, un hombre que tiene que dejar una tarea que ha terminado y desea que continúe tal y como la dejó, de ordinario halla preciso conceder el crédito por su trabajo a alguien que permanecerá en el lugar y que, por tanto, se sentirá inclinado a protegerlo y defenderlo mientras viva...»


Manual del Servicio Médico Interestelar. Págs. 167 y 168.

 

 

 

 

Murgatroyd se abrazó a Calhoun y le chilló ansiosamente al oído.

-«¡Chee! ¡Chee!» - fue su frenético grito -. «¡Chee-chee-chee!»

Calhoun abrió los ojos, parpadeando. Se produjo un estampido ensordecedor y el Navío Médico se tambaleó sobre sus aletas de aterrizaje. Estuvo a punto de volcar. Osciló terriblemente y luego, despacio, despacito, se bamboleó hacia el otro lado, pasó por la vertical y casi se inclinó tanto en la dirección opuesta, que se oyeron crujidos mientras el suelo cedía en parte por debajo de una de las aletas.

Entonces Calhoun despertó por completo. En un solo movimiento se había levantado y cruzado la cabina hacia la silla de control. Hubo otro violento impacto. Pasó la mano por la fila de mandos que accionó dando paso a todas las fuentes de información y comunicaciones. Las pantallas se iluminaron y el espaciofono y los micrófonos y altavoces, e incluso el sistema de comunicación planetario que le había informado que allí se estaba empleando el espectro electromagnético de la atmósfera del planeta.

Un griterío llenó la cabina. Por el altavoz del espaciofono una voz estentórea bramó:

-«¡Esta es nuestra última palabra! ¡Permitid nuestro aterrizaje o...!»

Una detonación atronadora se acusó en los micrófonos exteriores. El Navío Médico rebotó limpiamente. En el exterior de la nave había un torbellino de humo blanco. Era media mañana ahora y la gigantesca estructura de encaje metálico de la rejilla de aterrizaje quedó silueteada contra un cielo azul profundo. Se produjeron chasquidos por alguna tempestad eléctrica quizás a dos mil kilómetros de distancia. Hubieron gritos, también captados por los micros del exterior.

Dos grupos de figuras, a cincuenta o cien metros del Navío Médico, trabajando furiosamente con algunos objetos del suelo. Salió un torrente de humo; luego, un «¡Boom!» pesado y explosivo.

Algo cruzó el aire de extremo a extremo, dejando tras de sí un reguero de chispas. Cayó cerca de la base del erguido Navío Médico.

Calhoun oprimió el botón del cohete de emergencia mientras aquello estallaba. El rugido del cohete llenó el interior de la nave. El altavoz del espaciofono tomó a bramar:

«¡Hemos dirigido hacia abajo un proyectil portando una bomba megatónica! ¡Es nuestra última palabra! ¡permitid que aterricemos o entraremos peleando!»

El objeto lanzado por el tosco cañón explotó con violencia. Ayudado por el llameante cohete de emergencia, alzó el Navío Médico, que se disparó hacia arriba, volvió a aposentarse... y sólo dos de sus aletas encontraron sólido asiento. La nave comenzó a volcar al carecer de tercer soporte.

Una vez volcado, el navío quedaría indefenso. Se le podría hacer volar en pedazos colocando cargas explosivas entre el casco y el suelo. Ya existía un cráter allá donde debiera haber estado la tercera aleta para el aterrizaje.

Calhoun pulsó el botón hasta el fondo. La nave se estabilizó y ascendió. Pasó girando a través del nivelado centro de la rejilla de aterrizaje. Su esbelta llama a ultra velocidad acuchilló el terreno, dejando una hendidura incandescente y humeante. Las figuras en torno a los cañones se desparramaron y huyeron. El Navío Médico adquirió una posición vertical y empezó su ascenso.

Calhoun juró. La rejilla era la defensa del planeta contra los aterrizajes desde el espacio, porque podía arrojar proyectiles de cualquier tamaño con una perfecta puntería contra cualquier blanco que se encontrara dentro de un radio de ciento sesenta mil kilómetros - doce diámetros planetarios, poco más o menos. Sus operadores tenían el propósito de desafiar a la flota de Phaedra y necesitaban desembarazarse del Navío Médico antes de atreverse a proporcionar energía a sus bobinas. Ahora se libraban de él. Ahora podrían arrojar bombas, o peñascos, o cualquier cosa que pudiera manejar sus campos de fuerza.

El espaciofono volvió a bramar:

-«¡Ah, los del suelo! ¡Nuestro proyectil apunta directamente a vuestra rejilla¡¡Porta una bomba nuclear de un megatón! ¡Evacuad la zonal»

 

 

 




Calhoun volvió a jurar. La pandilla, la guardia, el grupo de jóvenes guerreros de la rejilla se mostrarían harto confiados para temer tal amenaza. Si en Canis III hubieran cabezas más sabias, no podrían hacer más que obedecer sus órdenes. Toda comunidad humana tiene que ser completa o no resulta operable. La civilización que había existido en Phaedra II quedó destrozada por la inminente catástrofe de su sol. Los fragmentos - en Phaedra, en la flota, en cada pequeña comunidad ocupada de Canis III - eran incompletos e incapaces de actuar o pensar en concierto con cualquier otro. Cada grupito en este planeta, ciertamente, sólo servía a los demás de «boquilla». El mundo joven era inherentemente incapaz de Organizarse a sí mismo, excepto a una escala mínima. Y tal grupo miniatura poseía la rejilla y lucharía con ella sin tener en cuenta los deseos de nadie más... porque aquel grupo estaba compuesto por miembros del grupo de jóvenes guerreros que se dejaban llevar por sus instintos bélicos.

Pero él se encontraba todavía dentro de la cerca de un kilómetro de altura que formaba la estructura de acero de la rejilla. Se ató a su asiento. El navío ascendió y ascendió. Llegó a nivel de lo alto de la única defensa que la colonia tenía contra el espacio. El borde peculiar ondulado de cobre de la estructura, dando forma al campo de fuerza y sirviéndole de guía, lo que le hacía utilizable, se cernió en torno suyo. Puso en funciones el dispositivo conjunto de cohetes y lanzó su navío disparado hacia el cielo.

Un bramido ensordecedor le llegó por los altavoces:

-«¡Sí! ¡Vete y únete con los viejos! ¡Ya te ajustaremos las cuentas!»

Evidentemente, la voz procedía del suelo que quedaba debajo suyo. El navío se remontó como un rayo. Calhoun se puso a chillar por el micro del espaciofono:

- ¡Navío Médico llamando a la flota! ¡Retiren ese proyectil! ¡Tengo la estructura del anticuerpo!

¡No es este momento el adecuado para luchar! ¡Retiren su proyectil!

Una carcajada despectiva... de nuevo procedente del suelo. Luego se oyó la voz profunda de un hombre mayor.

-«invado Médico, quítese de en medio! Esos jóvenes estúpidos se están destruyendo a sí mismos. ¡Ahora van a destruir a nuestros nietos! ¡Si antes no nos hubiéramos mostrado blandos de corazón... si hubiéramos peleado contra ellos desde el principio...Los pequeños no se estarían ahora muriendo! ¡Apártese de en medio! ¡Si puede ayudarnos, será luego de que hayamos ganado la guerra!»

El cielo se volvió púrpura a la altura alcanzada por Calhoun. Se ennegreció. El sol Canis flameó y destelló contra un fondo de espacio de ébano, salpicado por un millón de estrellas de colores. El Navío Médico siguió su ascenso.

Calhoun se sintió singular y desvalidamente solo. Por debajo de él la soleada superficie de un mundo se le extendía, su borde ya curvándose, masas de nubes en su atmósfera velando los detalles de montañas y macizos vegetales. Allá estaba el azul océano, casi amenazador. La ciudad de la rejilla de aterrizaje era ya diminuta. Los campos pardos y arados ya no quedaban divididos en formas rectangulares. Eran una mera bruma castaño entre el coloreado de las zonas aún vírgenes. Los colonos de Canis III se habían adueñado hasta entonces de sólo una parte de aquel mundo nuevo. Muchas partes más permanecían a la espera de verse convertidas en útiles para el hombre.

La pantalla trasera mostraba algo que ascendía. Masas de material, sin forma pero a terrible velocidad. Era un género indefinido, incoado. Parecía polvo salido del centro del suelo de la rejilla de aterrizaje, lanzado a lo alto con el horrible poder asequible para el aterrizaje y lanzamiento de navíos. Y, enfocados en eso, los campos de fuerza de la rejilla que lo podían controlar absolutamente durante doscientos mil kilómetros.

Calhoun se desvió, aunque muy ligeramente. Su propia velocidad alcanzaba el rango de kilómetros por segundo, pero la masa informe que le seguía viajaba a una velocidad diez veces mayor. No importaría que fuese un singular proyectil dirigido. A tal velocidad no chocaría como una masa, sino como una lluvia de meteoros, entrando en incandescencia cuando tocaran su blanco y vaporizando al Navío Médico consigo mismo en la llamarada del impacto.

Pero la rejilla tendría que soltar su múltiple proyectil antes del choque. En las células Duhanne de la nave había almacenado un poder monstruoso. Si esa energía cruda era puesta en libertad dentro de algo que estuviese enfocado por un campo de fuerza, destruiría la fuente emisora del campo. La rejilla podría controlar este pulverizado ariete hasta la más última fracción de segundo, pero luego debería soltar o... y su operador lo sabia.

Calhoun hizo virar su nave con frenesí.

 

 

 





La masa de rauda materia planetaria pasó veloz a menos de unos centenares de metros de distancia. La habían soltado. Seguirían viajando por el espacio vacío durante meses, O años... quizás por toda la eternidad.

Calhoun regresó a su rumbo de ascensión. Ahora, por delante suyo, envió furiosas órdenes.

- ¡Retiren ese proyectil! ¡No pueden hacer caer una bomba sobre Canis! ¡Hay gente allí! ¡No pueden dejar caer una bomba sobre Canis!

No hubo respuesta. Tomó a vociferar.

-¡Navío Médico llamando a la flota phaedriana! ¡Hay epidemia en Canis! ¡Sus hijos y nietos se ven afectados! ¡No pueden abrirse paso luchando para llegar a ellos! No pueden instalarse junto a las cabeceras de sus camas tras haber abierto fuego contra ellos! ¡Tienen que negociar! ¡Han de llegar a un compromiso! ¡Es preciso que lleguen a un acuerdo o ustedes y ellos juntos...!

Una voz enronquecida procedente del suelo, dijo con desdén:

-¡No te molestes, mediquillo¡¡Déjales que traten de aterrizar! ¡Déjales que prueben a ocuparnos y a dominarnos! ¡Ya les hemos escuchado bastante! ¡Que intenten aterrizar y verán lo que pasa! ¡Tenemos localizada toda su flota! ¡Nos ocuparemos de ellos!»

Luego los tonos gruñones que Calhoun habla llegado a asociar con Phaedra:

-«Apártese de en medio, Navío Médico. ¡Si nuestros hijos están enfermos, vamos junto a ellos! Nos hallamos más allá del área en que ningún motor funciona. ¡Cuando hayamos hecho estallar la rejilla, nuestro navío de desembarco descenderá y podremos entrar! ¡Nuestro proyectil se encuentra a sólo media hora de su blanco ya! ¡Dentro de tres horas, o menos, empezará nuestro aterrizaje! ¡Fuera de nuestro camino!»

Calhoun, amargado, pronunció unas cuantas palabras impublicables. Pero se enfrentaba a una posición emocional de tablas entre enemigos que estaban igualmente equivocados. La cólera frenética de los adultos de Phaedra, que veían barrado su camino al mundo adonde enviaron sus hijos primero para poder quedarse en donde aguardaba la muerte, se conjuntaba con la amarga rebeldía de la gente joven que había trabajado más allá de lo soportable y recibió una carga superior a su energía para tolerarla. Allí no podía haber ningún compromiso. No era posible a ninguno de los dos bandos reconocer ante el otro que habla sido parcialmente derrotado. La querella debía pelearse hasta un final entre los bandos opuestos y luego permanecería el odio, no importa cuál grupo ganase. Ese odio imposible de razonar.

Sólo podía ser reemplazado por un odio todavía mayor.

Calhoun rechinó los dientes. El Navío Médico siguió alejándose del soleado Canis III. En algún lugar - a pocos miles de kilómetros de distancia - la flota de Phaedra se apiñaba. Sus tripulaciones estaban furiosas, pero también enfermas de ansiedad acerca de los enemigos contra quienes se preparaban para luchar. En tierra había odio entre los mayores de los colonos - el joven grupo de los guerreros en particular, porque es el grupo en que el odio resulta natural y apropiado - y no había allí ni el menor remordimiento de conciencia porque incluso al estar en lo cierto se hallaban equivocados. Todo impulso decente que se había ejercido sobre ellos para obligarles al agotamiento, antes de su rebelión, protestaba ahora de las consecuencias de su revuelta. Sin embargo, creía que al rebelarse estaban justificados.

A Murgatroyd no le gustó el continuo rugir de los cohetes de emergencia. Trepó al regazo de Calhoun y protestó.

-«¡Chee!» - gritó apremiante -. «¡CheeChée!»

Calhoun gruño.

Murgatroyd - dijo -, es norma del Servicio Médico que un miembro de este servicio sea, en caso de necesidad, prescindible. Me temo que se tendrá que prescindir de nosotros. ¡Agárrate fuerte ahora! ¡Probaremos algo de acción!

 

 

 


 

 

 

Hizo girar al Navío Médico de cabo a rabo y dio plena potencia a los cohetes. La nave aceleraría incluso más de prisa de lo que cobraba velocidad. Ajustó el indicador de objetos próximos hasta la máxima ganancia. Mostraba ahora retirándose la masa de piedra y suelo de Canis. Calhoun ajustó luego un escrutador para examinar una zona particular del firmamento.

- Puesto que pueden insultar a los padres - observó -, ellos han construido un misil que se abra paso luchando a través de cualquier cosa que se le arroje. Irá a control remoto para tal propósito. Es muy dudoso que haya ninguna espacionave del planeta para hacerle frente. De todas formas, no ha habido referencia alguna. Así que el proyectil tendrá que librarse sólo del material que le lance la rejilla de aterrizaje. Lo que resulta bueno. Además, siendo padres como son, por encima de todo, ese proyectil no marchará a gran velocidad. Querrán ser capaces de controlarlo para retirarlo en el último minuto. Estarán esperando tener que hacerlo.

-«¡Chee!» - dijo Murgatroyd, insistiendo en que no le gustaba el rugir de los cohetes.

- Así que nos haremos nosotros tan impopulares como nos sea posible con los padres - observó Calhoun -. Si sobrevivimos nos haremos todavía más cordialmente odiar por los hijos. Y entonces podrán tolerarse un poquito unos a otros, porque ambos nos odiarán mucho. Y así la situación de salud pública en Canis III quizás se pueda resolver. ¡Ah!

El indicador de objetos próximos mostraba algo que se movía hacia el Navío Médico. El escrutador repitió la información con mayor detalle. Había un objeto pequeño que se encaminaba hacia el planeta desde el espacio vacío. Su velocidad y rumbo...

Diez minutos más tarde gruñó el espaciofono:

-«¡Navío Médico! ¿Qué se cree que está haciendo?»

- Meterme en dificultades - contestó con laconismo Calhoun.

Silencio. Las pantallas mostraron diminutos puntos de luz que se movían, alejándose hacia el vacío. Calhoun calculó su curso. Lo cambió.

-«¡Navío Médico!» - carraspeó el espaciofono -. «¡Apártese de en medio del camino de nuestro proyectil! ¡Es una bomba megatónica!»

Calhoun contestó de manera irrelevante:

- Los que se entrometen en las peleas, a menudo tienen que salir con un ojo amoratado - y añadió -. Ya sé lo que es.

-«¡Déjelo en paz!» - continuó la voz -. «¡La rejilla en el suelo lo ha localizado! ¡Están enviando rocas para luchar contra él!»

- Son muy malos tiradores - anunció Calhoun -. ¡Cuando dispararon contra mí, fallaron!

Apuntó a su navío. Conocía las capacidades de la nave como sólo es capaz de conocerla un hombre que lleva muchísimo tiempo manejándola. Sabía exactamente qué es lo que podía hacer.

El cohete desde la lejanía - el proyectil dirigido conteniendo la bomba de un megatón - vino humeando furiosamente desde las estrellas. Calhoun pareció lanzar a su nave en rumbo de colisión. El cohete giró para esquivarle, aunque guiado desde muchos miles de kilómetros de distancia. Había un espacio de tiempo trivial, también, entre el momento en que sus escrutadores captaban una imagen y la transmitían y la transmisión llegaba a la flota phaedriana y los impulsos de control alcanzaban en respuesta al proyectil. Calhoun contaba con eso. Tenía que hacerlo. Pero no buscaba el choque. Estaba obligado a la acción evasiva. La aseguró. El cohete se ladeó para apartarse y Calhoun lanzó el Navío Médico en una marcha en zig zag y fue una cosa escalofriante, salvándose por un pelo - dio un tajo a toda la extensión del cohete megatónico con las llamas de sus toberas. Esas llamas tenían menos de media pulgada de grosor, pero su temperatura era equivalente a la de la superficie de una estrella, y en el vacío, se prolongaba a centenares de metros de longitud. La llama cortó el cohete en redondo. Este Llameó horriblemente e incluso hasta tan lejos, que Calhoun notó el impacto amortiguado de la llama. Pero eso era el Combustible del cohete del proyectil dirigido. Una bomba atómica es la única bomba conocida que no estallaría si se la parte por medio.

Los fragmentos del proyectil dirigido siguieron adelante del planeta, pero ya eran inofensivos.

-«¡Está bien!» - dijo el espaciofono con tono gélido, pero Calhoun creía advertir alivio en aquella voz -. «¡Solamente ha retrasado nuestro aterrizaje y ha hecho que se pierdan muchas vidas por causa de la enfermedad!»

Calhoun masticó algo que le pareció ser su corazón.

-¡Ahora veremos si eso es verdad! - dijo.

 

 

 


 

 

 

El navío había perdido su velocidad de escape antes de acercarse al proyectil. Ahora alcanzaba velocidad hacia el planeta. Cortó el cohete para observar. Hizo girar el casco y dieron un par de breves explosiones los cohetes.

- Será mejor que economice - dijo a Murgatroyd -. El combustible para los cohetes es difícil de conseguir en este rincón perdido del espacio. Si no tengo cuidado, entraremos en órbita aquí, sin medio de bajar. ¡Y no creo que los habitantes locales se muestren propicios a ayudarnos!

Su caída lateral hacia el proyectil le había situado muy próximo a la velocidad orbital relativa según la superficie del planeta. El Navío Médico flotaba, con un desgaire de apariencia infinito en torno a la vasta masa de aquel mundo en guerra. En menos de media hora se hundía profundamente en la oscuridad de la zona nocturna de Canis. A los tres cuartos de hora salía otra vez por el borde soleado, a unos seiscientos cincuenta kilómetros de altura.

- No es velocidad suficiente para una verdadera órbita - dijo a Murgatroyd con aire crítico -. ¡Daría cualquier cosa por tener un buen mapa!

Vigiló alerta. Podía ganar más altura si era necesario, pero le preocupaba el combustible del cohete. Estaba diseñado para resolver sólo emergencias. Pesaba demasiado para transportarlo en cantidad.

Divisó la ciudad de Canópolis en el horizonte. Se puso a trabajar furiosamente. Invirtió el pequeño navío y se zambulló en la atmósfera. Redujo velocidad mediante disparos del cohete unidos a la fricción del aire, cayendo sin cesar todo el rato. Estaba a tres kilómetros de altura cuando pasó rozando el borde de las montañas y vio que la ciudad se extendía por delante y por debajo. Pudo haberse estrellado a poca distancia de ella. Pero consumió más combustible para permanecer en vuelo. Usó los cohetes dos veces. Con delicadeza.

A una velocidad de superficie menor quizás a trescientos kilómetros por hora, sostenido al final por una llama cohete capilar que era como una varilla de arco voltaico, barrió la parte superior de la rejilla de aterrizaje. La llama, como una espada, lavó brevemente el borde más próximo. Muy brevemente. La llama cortó una hendidura a través de las vigas de acero y de los gruesos cables de cobre. Los cohetes rugieron furiosos. Ese corte de la rejilla está dirigido hacia abajo, como una cuchillada. Ahora el navío chilló y ascendió y siguió... y barrió por encima del lado lejano de la rejilla a sólo unos metros de la amplia zona de cobre que guiaba sus campos de fuerza hacia el espacio. Cortó aquí cables, viguetas y guías del campo de fuerza, en total por más de ciento veinte metros con respecto a la cumbre. La rejilla quedaba inútil hasta que se efectuase la penosa labor de repararla.

Calhoun utilizó casi lo último de su combustible para alcanzar altura mientras decía crispado por el espaciofono:

-¡Llamando a la flota! ¡Llamando a la flota! ¡Navío Médico llamando a la flota! ¡He desarbolado la rejilla de aterrizaje en Canópolis! Pueden descender ahora y ocuparse de los enfermos. Por así hablar, no hay armas en tierra y si no se muestran agresivos no habrá pelea. Aterrizaré lejos en alguna parte de las colinas hacia el norte de la ciudad. Si los habitantes de la localidad no cargan explosivos hasta allí y destrozan el navío para capturarme, les tendré preparados los datos para el anticuerpo. De hecho, en cuanto aterrice, se los daré por espaciofono, por si acaso.

Estuvo muy cerca de la muerte, sin embargo. El combustible de su cohete se había agotado cuando chocó contra el suelo. La llama chisporroteó y se apagó cuando la nave se encontraba a un metro de tierra. Cayó, quebrantando árboles. - Fue un claro y tosco aterrizaje.

- Murgatroyd estaba muy indignado por eso. Empezó a gritar agudamente mientras Calhoun se desligaba de la silla, y continuó indignado hasta que el hombre se asomó para ver dónde estaban.

 

 

 


 

 

 

Fue una semana más tarde cuando el Navío Médico - llevado hasta la rejilla para reparar y reponer combustible - estuvo preparado para partir otra vez al espacio. La original rejilla de aterrizaje seguía en pie, claro. Pero se la veía abrumada, tan enorme como era, por la supergigante rejilla volante de Phaedra. No habían, sin embargo, muchos navíos en tierra. Mientras Calhoun avanzaba hacia el edificio de control, ahora conectado por cable con las habitaciones de mando de la rejilla volante, uno de los pocos navíos que permanecían, pareció caer hacia el firmamento. Una segunda nave la siguió a los pocos instantes.

Entró en el edificio de control. Walker, el mayor de Phaedra, le saludó distraído con la cabeza al verlo entrar. El joven Walker le miró ceñudo. Estaba en consulta con su padre y la atmósfera era de gran reserva.

- Mmmm... - murmuró el mayor Walker, como un gruñido -. ¿Cuál es el informe?

- Bastante bueno - contestó Calhoun -. Había un lote de anticuerpo que parece un poco alterado bajo la tensión. Pero la situación general la considero satisfactoria. Se producirán unos cuantos casos más de una clase u otra, claro... casos que están incubando ahora. Pero se resolverán con las inyecciones de anticuerpo. Por lo menos así ha pasado hasta ahora - se volvió hacia el joven Walker -. Hicistes un buen trabajo en reunir a los muchachos de trece a quince años para que escoltasen a los doctores de la flota y sujetaran los pacientes. Se tomaron el trabajo muy en serio. Eran ideales para esa tarea. Vuestro grupo de jóvenes guerreros...

- Una buena cantidad de ellos se han refugiado en los bosques - contestó sombrío el joven Walker -. ¡Juran que jamás se entregarán!

-¿Qué hay de las chicas?

El joven Walker se encogió de hombros.

- Van por ahí parloteando y empiezan ya a hablar de vestidos. Cuando lleguen las mujeres mayores supongo que el negocio de modistería será el más floreciente...

- Y los chavales de los bosques - anunció Calhoun -, vendrán para fascinarías y quedarán fascinados. ¿Crees que habrá mucho jaleo?

- Nooo - contestó sombrío el joven Walker -. Algunos de... nuestros jóvenes, parecen aliviados al verse libres de responsabilidad.

- Pero - intervino Walker el mayor, refunfuñando -, él la quiere. Disfruta con ella. ¡Y la tendrá - lanzó otro gruñido -. Lo mismo ocurrirá con los otros que mostraron lo que podían hacer aquí. Nosotros, los mayores, les necesitamos. No planeamos ninguna... ejem... represalia.

Calhoun alzó las cejas.

-¿Debo mostrarme sorprendido?

El viejo Walker rezongó.

-¡No querrá usted que caigamos mutuamente en los brazos unos de otros, después de lo que ha ocurrido! ¿Verdad? ¡No! Pero vamos a tratar de ignorar nuestras... diferencias en todo lo posible. Sin embargo, no podremos olvidarlas por completo.

- Sospecho que serán más difíciles de recordar de lo que se imaginan - vaticinó Calhoun -. Ustedes tenían una cultura que se desmoronó. Sus piezas estaban incompletas... y una sociedad necesita ser completa para sobrevivir. No es invento humano. Es algo que conocemos por instinto... como los pájaros tienen el instinto de hacer sus nidos. Cuando construimos una cultura según nuestros instintos, seguimos adelante. Cuando eso es imposible... hay dificultades - luego dijo -. No trato de darle un sermón.

- Oh - exclamó Walker el mayor -. ¿De veras?

Calhoun sonrió.

- Pensé que sería el hombre más impopular de este planeta - dijo animoso -. Y lo soy. Me entrometí con los asuntos de cada cual y nadie llevó a cabo sus planes tal y como los tenía preparados. Pero por lo menos nadie tampoco se siente ganador. Se mostrarán complacidos cuando alce la cuarentena y despegue, ¿verdad?

El viejo Walker contestó desdeñoso:

- No prestamos la mayor atención a su cuarentena. Nuestra flota está cargando a nuestras esposas en Phaedra, para transportarlas aquí tan de prisa como lo permita la superimpulsión. ¿Acaso creyó que íbamos a hacerle el menor caso a esa estúpida cuarentena?

Calhoun volvió a sonreír. El joven Walker dijo con dificultad:

- Supongo que creerá que debíamos... - se interrumpió y continuó con más cuidado que nunca -: Lo que usted dijo fue por nuestro bien, de acuerdo, pero nos duele a nosotros más que a usted. Dentro de veinte años, quizás, podremos reírnos de nosotros mismos. Entonces nos sentiremos agradecidos. Ahora sabemos lo que le debemos, pero no nos gusta.

- Y eso - dijo Calhoun -, significa que todo vuelva a la normalidad. Es la actitud tradicional hacia todos los médicos... se les debe mucho y sabe mal pagar. Firmaré la liberación de vuestra cuarentena y despegaré en cuanto me deis combustible para el cohete, para caso de emergencia.

-¡En seguida! - dijeron los dos Walkers a coro.

Calhoun chasqueó los dedos. Murgatroyd se le acercó tambaleándose. Calhoun tomó la negra patita del «tormal» en su mano.

- Vámonos, Murgatroyd - dijo con buen humor -. Eres la única persona que yo traté en realidad malamente y no te importó. Supongo que la moraleja de todo esto es, que el «tormal» es el mejor amigo del hombre.