LA GUERRA DE LOS ABUELOS
I
«...Ningún hombre puede ser completamente eficiente si espera por lo que hace alabanzas. La incertidumbre de esta recompensa, como indica la experiencia, conduce a modificar las acciones de uno mismo para incrementar su probabilidad de conseguirlas... Si no se le permite el propósito de asegurarse la admiración, tiende en convertir en primario ese propósito y a convertir en secundario su propio trabajo. Esto cuesta vidas humanas...»
Manual del Servicio Médico Interestelar.
Párrafos 17-18.
* * *
El pequeño Navío Médico pareció absolutamente inmóvil cuando sonó el aviso del corte de tiempo. Luego continuó pareciendo inmóvil. Las cintas con ruido de fondo continuaron emitiendo los sonidos pequeños y sin relación posible alguna que ocurren inadvertidos en todos los lugares en donde viven los seres humanos, pero que tienen de producirse en un navío en superimpulsión para que un hombre no se vuelva loco por causa del mortal silencio.
El aviso del corte del tiempo era el anuncio de que iba a cambiar la forma de las cosas.
Calhoun apartó su libro - el Manual del Servicio Médico - y bostezó. Se levantó de su litera para asear la nave. Murgatroyd, el «tormal», abrió los ojos y le miró adormilado, sin desenroscar su peluda cola de en torno a su morro.
- ¡Desearía poder actuar con tu apreciación realista de los hechos, Murgatroyd! - exclamó con aire crítico Calhoun -. Esto, de todas maneras, es un caso sin importancia, y lo tratas como a tal, mientras que yo echo chispas cada vez que pienso en su futilidad. Estamos en una misión dada, Murgatroyd... una gentileza del Servicio Médico, que tiene que responder a las llamadas históricas al igual que a las sensatas. ¡Estamos desperdiciando nuestro tiempo!
Murgatroyd parpadeó somnoliento y Calhoun le sonrió con malicia. El Navío Médico era una nave espacial de cincuenta toneladas - pequeñísimo en realidad en estos días - con una tripulación compuesta exclusivamente por Calhoun y Murgatroyd, el «tormal». Era una de esas navecillas con las que el Servicio Médico trata de visitar cada planeta colonizado por lo menos una vez cada cuatro o cinco años. La idea es asegurarse de que todos los nuevos desarrollos en salud pública y en medicina individual se extiendan ampliamente y tan de prisa como sea posible. Habían naves médicas mayores para enfrentarse a las situaciones peligrosas y a las emergencias de nueva especie. Pero todos los Navíos Médicos debían poder enfrentarse a todo lo posible, aunque sólo fuese porque el viaje espacial consumía enormes cantidades de tiempo.
Este en particular, por ejemplo: Un mensaje de emergencia había llegado al Cuartel General del Sector desde el gobierno planetario de Phaedra II. Transportado por un navío comercial en superimpulsión a muchas veces la velocidad de la luz, costó tres meses llegar al Cuartel General. Y la emergencia para la que se pedía ayuda resultaba absurda. Decía el mensaje que había un estado de guerra entre Phaedra II y Canis III. La acción militar contra Canis III comenzarla en breve. Se pedía ayuda del Servicio Médico para los heridos y los enfermos. Se suscitaba para ayuda inmediata de urgencia.
La simple idea de la guerra, naturalmente, parecía ridícula No podía haber guerra entre los planetas. Los mundos se comunicaban entre si por espacionaves, seguro, pero el motor interplanetario Lawlor no funcionaría excepto en el espacio sin límites y, claro, la superimpulsión era igualmente inoperable en el campo gravitacional de un planeta. Así una nave que saliera hacia las estrellas, tenía que ser elevada no menos que cinco diámetros planetarios desde el suelo antes de que pudiera conectar cualquier motor propio similarmente, tenía que bajar una distancia igual para aterrizar después de que sus motores quedasen inusables. El viaje espacial era práctico sólo porque había rejillas de aterrizaje... unas enormes estructuras de acero que utilizaban el poder de la ionosfera de un planeta para generar los campos de fuerza que servían para el amarre y el lanzamiento de navíos desde y al espacio. Por tanto, las rejillas de aterrizaje eran necesarias para los aterrizajes. Y en ningún mundo harían aterrizar a un navío hostil sobre la superficie. Pero es que una rejilla de aterrizaje podía lanzar bombas o proyectiles al igual que navíos, y por esa causa podía defender su planeta, absolutamente. Si no podían haber ataques y sí defensa, era imposible que se produjeran guerras.
- Todo el asunto es un tontería - dijo Calhoun -. Llegaremos allí después de pasar tres meses de viaje, con la situación ya con medio año de antigüedad, o bien habrá finalizado por un compromiso o estará olvidada y a nadie le gustará que se la recuerden. ¡Y habremos desperdiciado nuestro tiempo y talento en una tarea ingrata que no existe ni puede existir! ¡El Universo se ha vuelto loco, Murgatroyd! ¡Y nosotros somos las víctimas!
Murgatroyd voluptuosamente desenroscó la cola de en torno a su morro. Cuando Calhoun hablaba tanto, eso significaba sociabilidad. Murgatroyd se puso en pie, se desperezó y dijo:
-«Caray»
Esperó. Si Calhoun realmente quería conversación, Murgatroyd le complacería. Adoraba fingir que era humano. El y los de su clase imitaban los actos humanos como los loros imitan la conversación. Murgatroy ronroneó un poquito, para mostrar que estaba preparado para hablar.
-«¡Chee-chee-chee!» - dijo con tono conversacional.
- Advierto que estamos de acuerdo - contestó Calhoun -. Comencemos la limpieza.
Comenzó con los asuntos pequeños del cuidado de la casa que uno descuida si sabe que nada puede ocurrir durante bastante tiempo. Los libros volvieron a su lugar. Los archivos fueron ordenados, así como los carretes de datos especiales que Calhoun había solicitado para estudiar. Calhoun lo puso todo limpio y ordenado en previsión del aterrizaje y de posibles visitantes.
Al poco el reloj de ruptura indicó que faltaban veinticinco minutos más de superimpulsión. Calhoun volvió a bostezar. Como toda organización do servicio interestelar, el Servicio Médico tenía que hacer cosas bastante tontas. Los gobiernos regidos por políticos así lo requerían. Sin embargo, los representantes del Servicio Médico siempre tenían que estar bien informados sobre los problemas que surgían. Durante este viaje Calhoun recibió la orden de leer sobre aquella locura antigua que antaño se llamaba arte de la guerra. No le gustó lo que aprendió sobre las acciones de sus antecesores. Reflexionó que por fortuna tales cosas no podían ocurrir ya más y tornó a bostezar.
Se encontraba ya sujeto por los cinturones en la silla de control diez minutos antes de que e1 navío tuviera que regresar a un estado normal de cosas. Se permitió el lujo de un nuevo bostezo y aguardó.
La cinta de aviso chirrió por segunda vez. Una voz dijo:
-«Cuando el gong suene, la ruptura se producirá a los cinco segundos». - Hubo un pesado y rítmico tick-tack. Siguió y siguió. Luego el gong y una voz que dijo -: «Cinco... cuatro... tres...
No completó la cuenta. Se produjo un ruido potente y desgarrador y el trazado de un arco. Se percibió olor a ozono. El Navío Médico saltó como un caballo desbocado. Salió por la superimpulsión dos segundos antes de tiempo. Los cohetes automáticos de emergencia rugieron y le lanzaron hacia allá... y lo cambiaron de curso violentamente lanzándole en dirección opuesta pareciendo luchar desesperados contra algo que frustraba cada maniobra que intentaban. A Calhoun se le pusieron los pelos de punta hasta que se dio cuenta de que el indicador de campo externo mostraba un campo de fuerza terriblemente artificial apoderándose del navío. Cortó los cohetes cuando sus sacudidas pugnaban por arrancarle del sillón.
Hubo quietud. Calhoun bramó en el espaciofono:
-¿Qué pasa? ¡Este es el Navío Médico «Esclipus Veinte»! ¡Se trata de una nave neutral! - el término «Nave Neutral» era nuevo en el vocabulario de Calhoun. Lo había aprendido mientras estudiaba los modales y costumbres de la guerra en el viaje en superimpulsión -. ¡Corten esos campos de fuerza!
Murgatroyd chilló indignado. Algún movimiento errante del navío le arrojó a la litera de Calhoun, donde se agarró a una manta con sus cuatro patas. Luego otra sacudida le despidió con la manta hasta un rincón, donde luchó por librarse, parloteando amargamente.
-¡Somos no combatientes! - gritó Calhoun... otro vocablo nuevo.
Una voz gruñó por el altavoz del espaciofono.
-«Prepárese para la comunicación por rayo luminoso» - dijo con pesadez -. «Mientras tanto, guarde silencio».
Calhoun rezongó. Pero un Navío Médico no era una nave armada. Hoy en día no habían naves armadas. No en el curso normal de los acontecimientos. Pero naves de alguna especie habían estado de guardia ante la posibilidad de un navío en este lugar particular. Pensó en la palabra «bloqueo» - otra parte de su educación en el arte pasado de moda de la guerra. Canis III estaba bloqueado.
Buscó el navío que tan de prisa le capturase. Nada. Se adelantó a la amplificación de sus pantallas visoras. Otra vez nada. El sol Canis llameaba delante y debajo y se veían estrellas sospechosamente brillantes que por su colorido eran probablemente planetas. Pero el Navío Médico estaba aún bastante más allá de la parte habitable de un astro de la clase solar, con sistema propio.
Calhoun quitó la tapa de una célula fotoeléctrica y aguardó. Una luz nueva y brillante parpadeó, cobrando ser. Osciló. Ajustó la célula fotoeléctrica a la pantalla, tapando la brillantez y enchufó el cordón de un amplificador de audiofrecuencia. Un zumbido apagado sonó. No tan claramente como la voz del espaciofono, pero si lo bastante para oír las palabras siguientes:
-«Si es usted el Navío Médico "Esclipus Veinte", responda por rayo de luz, citando sus órdenes.»
Calhoun ya estaba oprimiendo otro botón y en algún lugar una lámpara de señales salía de su lugar en el casco. Dijo irritado:
-¡Les enseñaré mis órdenes, pero no efectuaré una actuación de dramáticas lecturas! ¡Este es un negocio infernal! ¡Yo vine aquí porque se me llamó, para ser un ángel administrador o una dama con una lámpara, o algo igualmente improbable! ¡No vine aquí para que me sacasen de la superimpulsión, aunque ustedes estén en guerra! ¡Este es un Navío Médico!
La voz ligeramente turbia dijo con la misma energía de antes:
-«Sí, esto es una guerra. Le esperábamos. Deseamos que lleve nuestro aviso final a Canis III. Síganos a nuestra base y recibirá instrucciones.»
Calhoun respondió entrecortadamente:
-¡Remólquenme! ¡Cuándo me arrastraron de la superimpulsión me estropearon prácticamente toda la potencia de la nave!
-«¿Chee?» - exclamó Murgatroyd, y trató de plantarse sobre sus cuartos traseros para mirar a la pantalla. Calhoun le apartó. Cuando recibió el acuse de recibo del otro navío invisible y empezó a sentir ese arrastre acolchado del remolque, cortó el micrófono conectado al rayo de luz.
- Lo que dije no es del todo verdad, Murgatroyd - dijo someramente al «tormal» -. Pero hay guerra. Para ser neutral he de aparecer impresionantemente desvalido. Eso es lo que significa neutralidad.
Pero estaba muy lejos de sentirse tranquilo. Las guerras entre los mundos eran llanamente imposibles. Los hechos del viaje espacial las hacían inimaginables.
No obstante, allí parecía haber una guerra. Algo ocurría, cualquier cosa, que era contrario a todos los hechos de la vida en los tiempos modernos. Y Calhoun se veía envuelto. Exigían que cambiase inmediatamente todas sus opiniones y todas sus ideas de lo que podía tener que hacer. El Servicio Médico no podía sentirse partidario de ninguno de los bandos sobre una guerra, claro. No tenía derecho a ayudar a un lado o al otro. Su función inalterable era prevenir la muerte innecesaria de seres humanos. Así que no podía ayudar a ningún combatiente para obtener la victoria. Por otra parte, no se quedaría meramente cruzado de brazos, cuidando a los heridos y aliviando las catástrofes individuales y permitiendo por su inacción que el número de éstas creciera.
-¡Esto es el diablo! - exclamó Calhoun.
-«¡Chee!» - dijo Murgatroyd.
El Navío Médico estaba siendo remolcado. Calhoun lo había pedido y le complacían. No habría manera de remolcarle si se carecía de un enlace físico entre los navíos. No habían campos de fuerza que pudieran realizar la función - las rejillas de aterrizaje los usaban constantemente -, pero estas no estaban montadas en los navíos - por lo menos en las naves ordinarias. Ese hecho preocupó a Calhoun.
- Alguien se ha tomado mucho trabajo - dijo ceñudo -, como si las guerras volviesen a estar de moda y ese alguien se preparara para realizarlas. De todas maneras, ¿qué es lo que nos capturó?
La solicitud de ayuda del Servicio Médico habla venido de Phaedra II. Pero la acción militar si habla alguna - se afirmaba que tendría lugar sobre Canis III. El llameante sol vecino y su familia de planetas estaban en el sistema solar de Canis. Las posibilidades eran, por tanto, que se hubiese visto arrebatado de superimpulsión por la flota de Phaedra. Se le había esperado. Le ordenaron que no utilizara el espaciofono. Las fuerzas locales no se preocuparían si el planeta les escuchaba. Los invasores, sí. A menos que hubiesen dos flotas espaciales en el vacío, buscando posición para una batalla en el éter. Pero eso era absurdo. No podían haber batallas en el espacio sin limites donde cualquier navío podía entrar en el vuelo de superimpulsión en una fracción de segundo.
- ¡Murgatroyd, todo esto está equivocado! - dijo Calhoun con tono de queja -. ¡No le encuentro ni pies ni cabeza! ¡Y tengo el presentimiento de que hay algo considerablemente más equívoco de lo que me imagino! Según deduzco, el que nos ha enganchado es un navío phaedriano. No parecieron sorprenderse cuando dije quién era. Pero...
Revisó el tablero de instrumentos. Examinó las pantallas. Habían planetas de sol amarillo, que ahora aparecía delante casi muerto. Calhoun vio un creciente casi infinito y supo que le remolcaban hacia el mundo que quedaba en la parte del sol. En la actualidad, no necesitaba remolque. Lo había pedido sin motivo particular, excepto para pillar en una falta a quien le había detenido. Insultar y averiar a un Navío Médico sería impropio incluso en la guerra... especialmente en la guerra.
Sus ojos volvieron al dial del campo externo. Había un campo de fuerza apoderándose de la nave. Era del tipo utilizado por las rejillas de aterrizaje... un tipo impráctico para usarlo a bordo de un navío. Una rejilla que generase tal campo de fuerza debería tener un palmo de diámetro por casi veinte kilómetros de alcance. Un navío para estar al alcance de su captor tendría que ser tan grande como una rejilla planetaria de aterrizaje. Y ninguna rejilla planetaria de aterrizaje podría manipularlo.
Luego, los ojos de Calhoun se desorbitaron y se quedó boquiabierto.
-¡Murgatroyd! - exclamó, abrumado -. ¡Maldición, es verdad! ¡Han encontrado una manera de pelear!
Durante muchos centenares de años no se habían originado guerras y no habla necesidad ahora de ellas. Calhoun estuvo últimamente estudiando los archivos sobre la guerra en todos sus aspectos y consecuencias y como médico se sintió ultrajado. La matanza organizada no parecía un proceso cuerdo para llegar a conclusiones políticas. Toda la cultura galáctica se basaba en la feliz convicción de que las guerras no podrían volver a producirse. Si esto era posible, probablemente ocurriría. Calhoun conocía bien la humanidad, y lo suficiente como para estar seguro.
-«¿Chee?» - preguntó Murgatroyd inquisitivo.
- ¡Tienes suerte de ser un «tormal»! - le contestó Calhoun - Jamás tendrás que avergonzarte de los de tu especie.
La información de fondo que tenía sobre el arte de la guerra en general le hizo sentirse exceptico por anticipado sobre la información que al poco se le daría. Tendría que ser lo que solía llamarse propaganda, ofrecida a él bajo el nombre de instrucciones. Estaría de acuerdo con su persona de que las guerras en general eran horribles, pero que seria mucho más plausible de destacar, con pesar profundo, que esta guerra particular, celebrada por este bando también particular, era a la vez admirable y justa.
-¡Lo que no creería aun cuando fuese verdad! - exclamó Calhoun sombrío.