TALLIEN TRES

Una epidemia de locura...

¡Y con sólo horas para hallar la cura!

I

 

EL Navío Médico «Esclipus Veinte» marchaba en superimpulsión mientras los tripulantes bebían café Calhoun se tomaba una taza llena a pequeños sorbos. Murgatroyd, el «tormal», lo tomaba en un jarrito adecuado a sus pequeñas y aterciopeladas zarpas. La unidad de astronavegacion mostraba el porcentaje de esta superimpulsión cubierto al máximo ahora, pues la aguja casi se oprimía contra el tope.

Una hora antes se oyó la campana de aviso anunciando que se acercaba el final del viaje en superimpulsión. Cuando llegara la ruptura, el campo de superimpulsión se desplomaría y las células Duhanne cerca de la quilla de la pequen a nave absorberían la energía que las mantenía. Luego, el «Esclipus Veinte» aparecería en el universo normal de soles y estrellas con la brusquedad de una explosión. La nave se encontraría en algún lugar cerca del sol Tallien. Giraría hacia aquel astro tipo sol terrestre y se acercarla al tercer planeta de Tallien, marchando a velocidad inferior a la de la luz, necesaria para los viajes dentro de un sistema planetario. Y al poco mandaría una señal a tierra y Calhoun indicaría su propósito de este viaje de tres semanas en superimpulsión. El propósito era tan solo la inspección rutinaria de la sanidad pública en Tallien Tres. Calhoun había completado últimamente cinco de esas visitas planetarias, efectuando un viaje de tres semanas en superimpulsión entre visita y visita. Cuando abandonara Tallien Tres regresaría al Cuartel General del Sector para recibir más órdenes acerca del trabajo del Servicio Médico Interestelar.

Murgatroyd lamió nervioso su taza vacía para apurar hasta la última gota de café. Dijo esperanzado:

-«¿Chee?» - pedía más.

- Me temo que eres un sibarita - dijo Calhoun -. Murgatroyd, esa pasión que sientes por el café me preocupa.

-«¡Chee!» - exclamó Murgatroyd con decisión.

- Se está convirtiendo en un vicio - le repitió Calhoun severamente -. Deberías dominarte. Recuerda, cuando algo en tu medio ambiente se convierte en parte normal de ese medio ambiente, entonces se hace una necesidad. El café, para saborearlo como a tal, debiera ser un lujo, en vez de algo que esperas y que te pone molesto cuando no se te da.

Murgatroyd dijo impaciente:

-«¡Chee-chee!»

- ¡Está bien, pues, ya que te pones emocional respecto a eso! - concedió Calhoun -. Pásame tu taza.

Extendió el brazo y Murgatroyd depositó en su mano la diminuta taza. Calhoun tomó a rellenarla y se la devolvió al «tormal».

- Pero vigílate a ti mismo - le aconsejo -. Vamos a aterrizar en Tallien Tres. Se nos acaba de transferir desde otro sector. Ha quedado hasta ahora bastante descuidado. Hace años que no ha habido ninguna inspección del Servicio Médico. Podrían haber malentendidos.

Murgatroyd dijo:

-«¡Chee!» - y se agazapó para beber.

Calhoun miró al reloj y abrió la boca para volver a hablar, cuando una voz grabada en cinta dijo bruscamente:

-«Cuando suene la campana la ruptura se producirá dentro de cinco segundos.»

Sonó un rítmico tick, tock, tick, tock, como de un metrónomo. Calhoun se levantó y efectuó un examen visual de los instrumentos de la nave. Conectó las pantallas visoras. Eran, claro, mutiles en la superimpulsión. Ahora estaban dispuestas para informar del cosmos normal tan pronto como la nave regresara a él. Retiró el servicio de café Murgatroyd se mostró poco deseoso de entregar su jarrito hasta haber lamido la última gota. Luego se sentó y con aire minucioso se limpió las patillas.

Calhoun ocupó la silla de control y aguardó.

-«¡Bong!» - sonó el altavoz y Murgatroyd se acurrucó bajo una silla, enroscándose con cuatro patas y la peluda cola. El altavoz volvió a decir:

-«Ruptura dentro de cinco segundos... cuatro. tres dos... uno...»

Hubo una sensación como si todo el universo se volviera del revés y el estómago de Calhoun tratara de seguir su ejemplo. Jadeó y la sensación terminó al tiempo que las pantallas visoras se iluminaron. En ellas aparecieron miríadas de estrellas y un sol que llameaba tristemente en proa. También discos brillantes que posiblemente eran planetas, uno de los cuales se mostraba en fase de cuarto creciente.

Calhoun revisó el espectro solar como trabajo de rutina. Era el sol Tallien. Revisó los puntitos brillantes a la vista. Tres eran planetas y uno un astro reluciente pero remoto. El que estaba en cuarto creciente era Tallien Tres, el tercer planeta a contar desde su sol y punto inmediato de destino del Navío Médico. La ruptura de superimpulsión había sido muy buena; demasiado para no achacarla a la suerte. Calhoun hizo girar la nave en dirección al planeta. Con indiferencia comprobó los puntos de costumbre. Marchaba en ángulo muy alto con respecto a la eclíptica, por tanto no tendría que preocuparse de meteoros o polvo celestial a la deriva. Efectuó otras notas, únicamente con objeto de matar el tiempo.

Releyó las hojas de datos acerca del planeta. Se le colonizó trescientos años atrás. Hubo dificultades en establecer un sistema ecológico para uso humano en su superficie a causa de las plantas nativas y de sus animales, puesto que eran absolutamente inútiles para la humanidad. La madera indígena se podría utilizar en la construcción, pero sólo después de un período de varios meses para su secado. Cuando crecía y era verde, estaba tan saturada de agua como una esponja. ¡Jamás conocieron un incendio forestal allí, ni siquiera causado por algún rayo!

Habían otras singularidades. Los microorganismos aborígenes no atacaban los desperdicios de los tipos terrestres introducidos. Fue necesario introducir organismos «basureros» importados de otra parte. Esta y otras dificultades hicieron que sólo se ocupara uno de los cinco continentes de aquel mundo. La mayor parte de la superficie terrestre permanecía igual que estuviera antes de la llegada de los hombres... junglas impenetrables de flora esponjosa, pululadas por una fauna totalmente desconocida por inútil. Calhoun siguió leyendo... Población... gobierno... estadísticas sanitarias... Recorrió la lista.

Todavía le sobraba tiempo, así que revisó su rumbo y la velocidad relativa al planeta. Cenó con Murgatroyd. Luego aguardó hasta que la nave estuvo lo bastante cerca como para informar de su llegada.

- Navío Médico «Esclipus Veinte» llamando al suelo - dijo cuando llegó el momento propicio. Grabó en cinta su propia voz mientras efectuaba la llamada -. Pido coordenadas para aterrizaje. Nuestra masa es de cincuenta toneladas. Repito, cinco-cero toneladas. Propósito del aterrizaje: inspección sanitaria del planeta.

Aguardó mientras su voz grabada repetía y repetía la llamada. Una voz llegó con viveza:

-«¡Llamando a Navío Médico! ¡Corte su señal! ¡No acuse la recepción de esta llamada! ¡Corte su señal! Seguirán instrucciones. ¡Pero corte su señal!»

Calhoun parpadeó. De todas las respuestas posibles a una llamada de aterrizaje, las menos probables serian las de ordenar que cortase su señal. Pero al cabo de un instante extendió el brazo y cortó la transmisión de su voz.

Silencio. No un silencio absoluto, claro, porque allí estaba la grabación de ruidos de fondo que se reproducía siempre mientras el Navío Médico estuviera en el espacio. Sin ella, la total falta de sonido sería sepulcral.

La voz del exterior dijo:

-«Usted cortó. ¡Bien! ¡Ahora escuche! ¡No repita. no repita!... ¡No repita ni acuse recibo de esta llamada ni responda tampoco a la llamada de nadie! ¡Usted no debe... repito, no debe... caer en manos de la gente que ocupa ahora el Centro del Gobierno! Póngase en órbita. Trataremos de apoderarnos del espaciopuerto para poder hacerle aterrizar. ¡Pero no acuse recibo a esta llamada ni responda a nadie más! ¡No lo haga! ¡No lo haga! Un chasquido y, en cierto modo, el silencio que siguió resultó estentóreo. Calhoun se frotó la nariz reflexivamente con el dedo. Murgatroyd, los ojillos brillantes, inmediatamente se frotó a su vez el morro con un dedito oscuro. Como todos los «tormales», disfrutaba imitando las acciones humanas. Pero, de pronto, una segunda voz irrumpió, con tono estrictamente profesional.

-«¡Llamando a Navío Médico!» - decía esta voz -. «¡Llamando a Navío Médico! ¡Espaciopuerto de Tallien Tres llamando a Navío Médico "Esclipus Veinte"! Para el aterrizaje, tome nota de las coordenadas...

Por la pura fuerza de la costumbre, Calhoun dijo:

- Recibido... - luego añadió presuroso -: ¡Alto! Acabo de recibir una llamada de emergencia.

La primera voz interrumpió estridente:

-«¡Corte su señal, estúpido! ¡Ya le dije que no contestara a ninguna otra llamada! ¡Corte su señal!

La voz de tono estrictamente profesional, dijo con frialdad:

-«Llamada de emergencia, ¿eh? Será de los paras. ¡Están mejor organizados de lo que pensábamos, ya que captaron su solicitud de aterrizaje! ¡De acuerdo, hay una emergencia! ¡Es una infernal emergencia... parece cosa de diablos! Pero esto es el espaciopuerto. ¿Va usted a aterrizar?

- Naturalmente - respondió Calhoun -. ¿Cuál es la emergencia?

-«Ya lo averiguará» - era la voz profesional. La otra saltó enfurecida:

-«¡Corte su señal!»

La voz profesional otra vez:

-«¡.. usted aterrice. No se trata...!»

-«¡Corte su señal, estúpido! ¡Córtela...!»

Hubo confusión. Las dos voces hablaban juntas en la misma onda. Mientras que Calhoun era oído por ambos bandos a la vez, las dos voces no se oían entre sí, pero naturalmente ambos bandos oían a Calhoun.

-«¡No les escuche! ¡Hay...!»

-¡...para comprender, pero...!»

-«¡No les escuche! ¡No les...!»

-«¡...cuando aterrice!»

La voz del espaciopuerto se cortó y Calhoun rebajó el volumen de la otra. Siguió gritando, aunque en tono reducido. Bramaba, como si la furia le descompusiera. Voceaba órdenes como si fueran argumentos o razones. Calhoun escuchó durante cinco largos minutos. Luego, dijo cuidadosamente por el micrófono:

- Navío Médico «Esclipus Veinte» llamando a espaciopuerto. Llegaré a las coordenadas dadas en el tiempo marcado. Sugiero que tomen las precauciones necesarias contra alguna interferencia en mi aterrizaje. Fin del mensaje.

Giró en redondo la nave y la apuntó hacia su destino según los datos que se le facilitaran... un lugar en el vacío a cinco diámetros planetarios del centro del disco solar, con cierto número de grados con respecto al disco del planeta, etc., etc. Rebajó aún más el mando del volumen de recepción. La voz miniatura seguía gritando y amenazando en la quietud de la cabina de control del Navío Médico. Al cabo de un rato, dijo Calhoun reflexivamente:

-¡No me gusta esto, Murgatroyd! ¡Una voz no identificada nos está hablando - ¡y somos la tripulación del Navío Médico, Murgatroyd! - con quién debemos hablar y lo que tenemos que hacer. Nuestro deber es ignorar tales órdenes. ¡Pero con dignidad, Murgatroyd! ¡Debemos mantener la dignidad del Servicio Médico!

Murgatroyd contestó con escepticismo:

-«¿Chee?»

- No me gusta tu actitud - dijo Calhoun -, pero tendré en cuenta que a menudo tienes razón.

Murgatroyd encontró un sitio blando en el que enroscarse. Envolvió con la cola su morro y se tumbó allí, mirando parpadeante a Calhoun por entre aquella especie de peluda máscara.

El pequeño navío siguió su marcha. El disco del planeta se hizo mayor. Al poco quedó debajo. Giraba mientras la nave avanzaba y de cuarto creciente se convirtió en semicírculo y luego tomó una forma gibosa casi ovalada. En el resto del sistema solar no ocurrió nada en particular. Los pequeños y pesados planetas interiores trazaban deliberadamente sus cortas órbitas en torno al sol. Los planetas externos, gigantes y gaseosos flotaban aún más deliberadamente en sus órbitas mayores. Había cometas de tamaño telescópico y meteoritos y el sol Tallien lanzaba monstruosas llamaradas y, tormentas de improbable nieve, barrían la atmósfera de metano del mayor de los gigantes gaseosos de esta familia celestial formada por el sol y sus satélites... Pero el cosmos en general no prestaba atención a las actividades humanas o a sus de ordinario indeseables intenciones. Calhoun escuchó, ceñudo, la agitada y exigente voz. Seguía sin gustarle.

De pronto se cortó. El Navío Médico se acercaba al planeta cuya inspección sanitaria le ordenó que hiciera el Cuartel General del Sector unos cuantos meses antes. Calhoun examinó con el telescopio electrónico aquel mundo que se le parecía aproximar. En el hemisferio, girando de posición hasta colocarse bajo el Navío Médico, vio a una ciudad de considerable tamaño y pudo localizar autopistas y colonos humanos de trecho en trecho. Una plena amplificación y pudo ver donde los bosques habían sido talados en setos y semiplazas, con claros espacios entre ellos. Eso indicaba terreno cultivado, despejado para el uso humano en la invencible y ordenada manera propia de los hombres. Al poco divisó la rejilla de aterrizaje cerca de la mayor ciudad... aquella especie de jaula de un kilómetro de altura formando una especie de encaje de vigas y jácenas de acero. Sondaba la atmósfera ionizada del planeta extrayendo de ella la energía que utilizaban los habitantes de este mundo y aplicando el mismo poder energético para elevar y descender las naves del espacio cuya comunicación con el resto de la humanidad mantenía. Desde lejos, sin embargo, incluso con el telescopio electrónico, Calhoun no pudo ver ninguna clase de movimiento. Allí no había humo, porque la electricidad de la rejilla proporcionaba a todo el planeta la fuerza motriz y calefactora, haciendo inútiles las chimeneas La ciudad parecía un mapa en colores, con infinito detalle pero sin que nada se moviera.

Una débil voz habló. Procedía del espaciopuerto

-«Llamando a Navío Médico. La rejilla se cierra en torno a su navío. ¿De acuerdo?»

- Adelante - contestó Calhoun. Aumentó el volumen del comunicador.

La voz del suelo dijo con cuidado:

-«Será mejor que no se aparte de sus mandos. Si algo ocurriera aquí abajo quizás necesitaría usted entonces emprender alguna acción de emergencia.»

Calhoun enarcó las cejas. Pero dijo:

- Todo dispuesto.

Notó los acolchados movimientos de tanteo mientras los campos de fuerza de la rejilla de aterrizaje hacían presa en el Navío Médico y lo centraban dentro de su complejo sistema. Luego vino la súbita y sólida sensación de cerrarse la rejilla. El Navío Médico comenzó a aposentarse, al principio despacio, pero con creciente velocidad hacia el suelo inferior.

Era todo muy familiar. Las formas de los continentes debajo suyo le resultaban extrañas, pero tal infamiliaridad era cosa común. La voz de tierra dijo:

-«Creemos que todo está controlado, pero con esos paras no se puede asegurar nada. Se fueron la semana pasada con unos cuantos cohetes meteorológicos y quizás hayan logrado montar en ellos cabezas de guerra. Es posible que intenten utilizarlas contra la rejilla, aquí, o contra usted

Calhoun preguntó:

-¿Qué son los paras?

-«Ya se le instruirá cuando tome tierra - contestó la voz. Añadió -: Sin embargo, hasta ahora, todo va bien.

El «Esclipus Veinte» bajó, bajó y bajó. La rejilla le había captado a sesenta y cinco mil kilómetros. Pasó mucho tiempo antes de que la pequeña nave llegara a cincuenta mil y otro largo rato antes de que descendiera por debajo de los treinta. Luego, un lapso mayor hasta llegar a los veinte, después diez, cinco... quinientos. Cuando la tierra firme quedó solo a doscientos kilómetros por debajo y la curva del horizonte casi lo llenaba todo, la voz del suelo dijo:

-«Estos últimos kilómetros son los más difíciles y los ocho finales serán peores. Si algo ocurre, será ahí.»

Calhoun vigiló a través del telescopio electrónico. Ahora podía ver los edificios, utilizando la máxima amplificación. Advirtió sobre el suelo infinitésimas motitas, que serian sin duda los coches de superficie. A los cien kilómetros redujo el campo de amplificación del visor general. Lo rebajó de nuevo a los ochenta, a los cincuenta y a los quince.

Entonces captó el primer signo de movimiento. Era una larga hebra blanca que no podía ser humo. Comenzaba muy al exterior de la ciudad y ascendía en una trayectoria curva, apuntando con toda evidencia al descendente Navío Médico. Calhoun dijo con sequedad:

- Hay un cohete ascendiendo. Me apunta a mi.

La voz del suelo respondió:

- «Lo localizamos. Le voy a dar libre movimiento por si quiere emplearlo.»

La sensación en el navío cambió. Ya no descendía. El operador de la rejilla de aterrizaje lo mantenía parado, pero Calhoun podía moverse en acción evasiva, si así lo deseaba. Aprobó la libertad que se le acababa de conceder. Podría escapar empleando los cohetes de emergencia. Una segunda hebra de humo ascendió derecha hacia lo alto.

Luego más hebras de un blanco algodonoso se iniciaron justo al exterior de la rejilla de aterrizaje. Volaron en pos de la primera. El cohete original pareció esquivar. Más ascendieron. Se formó un intrincado dibujo formado por las estelas de los cohetes en ascensión y de las que les perseguían y algunos regueros serpenteaban al esquivar y los otros les seguían. Calhoun tuvo buen cuidado de recordarse a si mismo que no era probable que los cohetes portaran cabezas de guerra atómicas. En las últimas conflagraciones planetarias se peleó con armas de fusión y sólo las tripulaciones de los navíos aislados sobrevivieron. Las poblaciones planetarias no. Pero la energía atómica no se usaba mucho en tierra en estos días. La fuerza motriz para el uso planetario podía extraerse con mayor facilidad de las capas superiores ionizadas de los confines de las atmósferas.

Un cohete perseguidor se cerró sobre su presa. Se produjo una enorme bola de humo y un fogonazo de luz, pero no tan brillante como el sol. No fue una llamarada atómica. Calhoun se relajó. Contempló cómo cada uno de los cohetes ascendentes era rastreado y destruido por otro. El último se encontraba a tres cuartos de su distancia a cubrir.

El Navío Médico se tambaleó. Llegó al suelo. Unas cuantas figuras salieron al encuentro de Calhoun cuando, con Murgatroyd, traspuso la escotilla. Algunas iban uniformadas. Todas presentaban expresiones ceñudas y miradas presurosas propias de hombres que llevaran soportando una prolongada tensión.

El operador de la rejilla de aterrizaje fue el primero en estrecharle la mano.

-¡Buen descenso! Fue una fortuna que llegara usted. ¡Nosotros, los normales, necesitamos algo de suerte!

Presentó a un hombre en ropas de paisano diciendo que era el ministro planetario de Sanidad. Otro hombre, de uniforme, era el jefe de la policía de aquel planeta. Otro...

-¡Trabajamos deprisa luego de que llegó su llamada! - dijo el operador de la rejilla -. ¡Las cosas le están preparadas, aunque son malas!

- He estado preguntándome - admitió Calhoun -, si saludan con cohetes a todas las naves que arriban.

- Esos son los paras - anunció sombrío el jefe de policía -. Prefieren no tener aquí a un hombre del Servicio Médico.

Un cohete de superficie cruzó raudo el espaciopuerto. Llegó a velocidad reducida hasta el grupo que estaba cerca del Navío Médico. Se oyó el súbito gruñir de una sirena junto a la puerta de la verja que cerraba el espaciopuerto. Un segundo vehículo saltó como para interceptar al primero. La sirena volvió a bramar. Luego chispas brillantes aparecieron cerca de las ventanillas del primer coche. Los desintegradores ladraron. Incrédulamente, Calhoun vio los blanco-azulados rayos de los desintegradores marchar raudos hacia él. Los hombres a su lado empuñaron sus armas. El operador de la rejilla dijo con viveza:

-¡Métase en su navío! ¡Nosotros nos ocuparemos de esto! ¡Son paras!

Pero Calhoun permaneció inmóvil. Fue por instinto el que no demostrara alarma. En realidad, no la sentía. ¡Esto era demasiado inconcebible! Trató de captar la situación y la carencia de miedo no le fue de mucha ayuda en aquel momento.

Un disparo se estrelló contra el casco del Navío Médico, precisamente tras Calhoun. Los desintegradores detonaron desde cerca suyo. Otro disparo estalló a sus pies. Habían dos hombres en el primer coche de superficie y ahora el otro vehículo avanzaba para desviarlos. Uno de los individuos disparó a la desesperada y el otro trató de conducir y hacer fuego al mismo tiempo. El coche que hacía sonar la sirena lanzó un diluvio de disparos a los dos tipos. Pero ambos coches vibraban y saltaban. Era imposible tener buena puntería en tales condiciones.

Pero un disparo hizo impacto. El coche de los dos hombres escoró de pronto a un lado. Su parte delantera tocó el suelo. Giró en redondo y su parte trasera se levantó. Lanzó despedidos a los dos pasajeros y con un efecto de gran deliberación coleó y se detuvo volcado. De sus tripulantes, uno permaneció inmóvil. El otro luchó por ponerse en pie y comenzó a correr, hacia Calhoun. Disparó a la desesperada, una y otra vez...

Los disparos del coche perseguidor se estrellaron en su torno. Luego fue alcanzado por uno de ellos y se desplomó.

Las manos de Calhoun se le crisparon. Automáticamente, avanzó hacia la figura yacente, para actuar como lo hace un médico cuando alguien está herido. El operador de la rejilla le cogió del brazo. Mientras Calhoun trataba de libertarse dando un tirón, la segunda figura se agitó. Alzó el desintegrador y disparó. El pequeño proyectil de energía luminosa rozó el costado de Calhoun, quemándole el uniforme hasta llegar a su piel, mientras de inmediato se producía un infierno de fuego de desintegradores. El segundo hombre murió.

-¿Está usted loco? - le preguntó el operador de la rejilla colérico -. ¡Era un para! ¡Estaba aquí para tratar de matarle a usted!

El jefe de policía espetó:

-¡Rociad ese coche! ¡Mirad si tenía equipo para difundir el contagio! ¡Rociad todo lo que estuvo cerca de ese vehículo! ¡Y de prisa!

Hubo silencio mientras los hombres salían del edificio del espaciopuerto. Empujaban un tanque sobre ruedas ante sí. Tenía éste una manguera fijada a su parte anterior. Empezaron a emplear la manguera para producir una bruma espesa como niebla, muy pesada, que se agarraba al suelo y permanecía allí. El producto que rociaban tenía un mordiente olor a fenol.

-¿Qué ocurre aquí? - preguntó Calhoun colérico -. ¡Maldición! ¿Qué pasa aquí?

El ministro de Sanidad contestó con tono pesaroso:

- Pues... tenemos una situación de sanidad pública que no hemos podido resolver. Parece que se trata de una epidemia de... de... no estamos seguros de lo que es, pero se parece a la posesión demoníaca.