V

 

«...La verdad es el concordar de una idea con una cosa. Muy a menudo el individuo falla en descubrir la verdad acerca de alguna materia porque descuida informarse sobre algo. Pero todavía con mayor frecuencia, la verdad no se encuentra nunca porque alguien se niega a sostener una idea...


Manual del Servicio Medico Interestelar. Págs. 101 y 102.

 

 

 

 

 

El primer día Calhoun recorrió ceñudo el trecho de terreno que llevaba hasta las chozas alzadas para los jóvenes colonos que llegaron primero cuando los navíos empezaron a descargar chicos realmente pequeños en la rejilla de Canópolis. Las chozas no se parecían demasiado a los orfanatos, claro, pero los adultos habían puesto a la joven generación de Phaedra en una difícil situación. En el tiempo que se conoció la inminente explosión solar, el asunto pudo manejarse con mejor tacto. Actualmente, la explosión llevaba un retraso - con respecto a las previsiones hechas - de casi cinco años a partir del descubrimiento de que ello podría ocurrir. Si se hubiera predicho tal retraso, los hombres mayores y muchas máquinas se habrían enviado primero. Pero el estallido no se podía calcular. Era cuestión de probabilidades. Tales y cuales variables arrítmicas deberían coincidir tarde o temprano. Cuando lo hicieran... se produciría la catástrofe final. El sol ardería de manera terrible y destruiría toda la vida en su sistema solar. Podría calcularse de que las probabilidades de que esto ocurriera en el término de un año estaban igualadas; de que lo hiciera dentro de un bienio, el momio podía fijarse en dos contra uno, y de cinco a uno a que la catástrofe se produciría dentro del quinquenio. Las probabilidades en contra de que Phaedra sobreviviera más tiempo resultaban enormes. La gente del mundo madre había tenido ya un lapso altamente improbable.

Pero el frío sentido común habían hecho lo más sensato. Trataron de salvar primero a aquellos de sus hijos capaces de cuidarse de sí mismos, y añadieron otros en cuanto se atrevieron. Pero la carga que recayó sobre los jóvenes colonos había sido monstruosa. Incluso los adultos habían mostrado tendencia a la rebeldía sufriendo tan agotadora presión como la de explotar minas, edificar, arar y sembrar, que fue la tarea encomendada a los jóvenes. Apenas tuvieron nunca nada más que lo escasamente indispensable para comer... y siempre habían en camino muchas bocas más. Jamás tuvieron un refugio extra y, cargamentos de chicos más y más jóvenes, llegaban constantemente, cada uno necesitando más cobijo y cuidado que su antecesor. Y todavía estaba allí por prepararse el mundo para que lo ocuparan los adultos.

Calhoun conoció a las chicas que se habían dedicado por sí mismas al cuidado de los niños casi huérfanos. Se mostraban con aires de autoridad bastante conmovedores ante los niños más pequeños. Pero, en ocasiones, eran capaces de llegar hasta la ferocidad. A veces tenían necesidad no de defender a sus pupilos sino a ellas mismas contra los osados avances románticos y torpes de adolescentes pervertidos que las consideraban fascinadoras.

Lo habían hecho muy bien, hasta ahora.

Los niños pequeños eran exactamente igual a lo que anticipara Calhoun... en todos los sentidos. El chavalito que Calhoun vio primero era un caso extremo, pero los resultados de jugar por un medio remoto eran visibles por doquier. Calhoun inspeccionó atentamente uno tras otro a todos los refugios infantiles. Se notó vigilado ansiosamente por los rostros serios juveniles de las muchachas. Pero todas rieron cuando Murgatroyd trató de imitar las acciones de Calhoun al tomar temperaturas y cosas por el estilo. Sin embargo, se le tuvo que detener cuando intentó hacer un raspado de garganta al igual que Calhoun había hecho con pura rutina.

Después de la cuarta de tales inspecciones, dijo a Elsa:

- No necesito ver más. ¿Qué ha sido de los chicos de la misma edad que estas muchachas enfermeras... los de trece, catorce y quince años?

Elsa contestó con cierta incomodidad:

- En su mayoría se encuentran en la espesura. Cazan, pescan y exploran. No se interesan por las chicas. Algunos cultivas cosas... no creo que, de no hacerlo, hubiese bastante comida, aunque no tienen que alimentar a nadie.

Calhoun asintió. En todas las ciudades de la galaxia, los niños pequeños de ambos sexos se veían por doquier, y chicas entre los diez y los veinte años, y adultos. Pero el grupo de muchachos de esa misma edad que él mencionase siempre resultaba invisible. Se congregaban pandillas lejos de la vista del público y se comprometían en juegos aventureros y en exploraciones del todo fútiles. Por todas partes el grupo de esa edad trataba de aparecer autosuficiente.

- Será mejor que tu marido trate de reunir unos cuantos de esos - dijo Calhoun, con una cuidadosa impasibilidad -. Tal y como lo recuerdo, son capaces de albergar alguna idea bastante admirable del deber... durante un ratito. Necesitaremos dentro de poco buena cantidad de esos románticos.

Elsa ahora tenía fe en Calhoun, porque parecía interesarse por los niños. Pero dijo con aire infeliz:

-¿De veras cree usted que... la gente mayor atacará? He madurado desde que llegamos aquí. Los que vinimos primero somos casi iguales a la gente de Phaedra... en cierto sentido. Estos jóvenes están propensos a mostrarse recelosos con respecto a nosotros porque... tratamos de guiarles.

- Si tratas de confesarme que piensas que hay dos aspectos en esta guerra, tienes toda la razón - la dijo Calhoun -. Pero veamos lo que puede hacer tu marido acerca de reunir a algunos de los miembros de la comunidad que se dedican a la caza y a la pesca. Yo tengo que regresar a mi navío.

 

 

 


 

 

 

Consiguió que le llevasen en coche hasta la rejilla de aterrizaje. No fue Walker quien lo hizo, sino otro de los casi hombres de veinticinco años o así, procedente del poblado o refugio de los colonos de la primera ola. Era uno de esos que trabajaban con Walker desde los comienzos y que al igual que él se mostraba de lo más amargado. Ahora se encontraba a sí mismo como un miembro de la generación más antigua. Aún sentía amargura contra la gente de Phaedra, pero...

-¡Todo este asunto es un lío! - dijo sombrío mientras conducía por la casi desierta ciudad en dirección a la rejilla de aterrizaje -. Tenemos que imaginar un modo de organizar las cosas que sea mejor que el antiguo estilo. ¡Pero la falta de organización tampoco es buena! ¡Poseemos unos cuantos jóvenes duros a los que les gusta esa desorganización, pero tendremos que domesticarlos!

Calhoun tenía también sus propios recelos inquietos. Siempre habrían ideas espléndidas de sistemas sociales que convertirían a la tierra en paraíso para sus habitantes. Aquí, por casualidad, se encontraba un mundo habitado sólo por la juventud. Trató de dejar a un lado, de momento, que se sintiera infelizmente seguro de lo que descubrirían en el navío. Intentó pensar en ésta en apariencia perfecta oportunidad para una nueva y mejor organización de las vidas humanas.

Pero no podía creer en ello. La teoría del instinto-cultura está muy bien elaborada. El Servicio Médico consideraba probado hasta el concepto de que el sistema básico de las sociedades humanas es instintivo más que evolucionado por las pruebas y los errores. El ser humano individual pasa a través de una serie de sistemas instintivos que le encajan en diferentes épocas para realizar funciones distintas en una organización social que puede variar, pero que nunca cambia en su esencia. Tiene que hacer uso esta organización de las funciones sucesivas de sus miembros a las que se ven impulsados por el instinto. Si no utiliza sus miembros, o reprime los instintos, no puede sobrevivir. Los intentos más letales en prueba de las sociedades noveles no sólo procuraban igualar a todos sus miembros, sino que intentaban hacerles iguales sin consideración a su edad. Lo que no podía resultar.

Calhoun pensó infeliz en las pruebas que quería efectuar en el Navío Médico. Mientras el coche de superficie doblaba hasta el gran centro abierto de la rejilla, dijo:

- Mi tarea es realizar un Servicio Médico. No puedo aconsejaros cómo planear un mundo nuevo. Si pudiera, no lo haría. Pero quien quiera que tenga autoridad aquí, será mejor que piense en las dificultades que se presentan muy inmediatas.

-¡Lucharemos si ataca Phaedra! - respondió sombrío el conductor -. ¡Nunca llegarán vivos hasta el suelo, y si lo hacen... lo lamentarán!

- Yo no pensaba en Phaedra - dijo Calhoun.

 

 

 


 

 

 

El coche se detuvo cerca del Navío Médico. Bajó. En su ausencia se había intentado entrar en la nave. La pandilla que ocupaba el edificio de control y en teoría protegía a Canis III contra el ataque del firmamento, había intentado satisfacer su curiosidad con respecto a la pequeña nave. Incluso utilizaron sopletes sobre el metal. Pero no consiguieron penetrar.

Calhoun sí. Murgatroyd parloteó agudamente cuando le colocó en el suelo. Correteó aliviado por la cabina, disfrutando de encontrarse una vez más en un medio ambiente familiar. Calhoun no le prestó atención. Cerró y aseguró la escotilla de aire. Conectó el espaciofono y dijo al poco:

Navío Médico «Esclipus Veinte» llamando a la flota Phaedriana. Navío Médico «Esclipus Veinte» llamando...

El altavoz por poco le ensorda cuando alguien le gritó por otra unidad de espaciofono desde la rejilla de control.

«¡Eh! ¡Usted, el del navío! ¡Basta de eso! ¡No se puede hablar con el enemigo!»

Calhoun rebajó el volumen de entrada y dijo con impaciencia:

- Navío Médico «Esclipus Veinte» llamando a la flota de Phaedra. ¡Adelante, flota de Phaedra! ¡Navío Médico «Esclipus Veinte» llamando...!

Se oyó un coro de gritos desde el edificio próximo. La guardia abigarrada, acalorada y auto-dominada de la rejilla que había intentado entrar en el Navío por causa de la curiosidad, estaba indignada cuando Calhoun hizo algo que desaprobaban ellos. Con su alboroto imposibilitaron que escuchara una respuesta de la flota espacial presumiblemente por encima de sus cabezas. Pero al cabo de un momento alguien en la torre de control, evidentemente apartó a un lado los demás y gritó:

«¡Usted! ¡Siga con eso y le destrozaremos! ¡Podemos hacerlo mediante la rejilla!»

Calhoun contestó con sequedad:

- Navío Médico a control. Tengo algo que deciros. Supongamos que me escucháis. Pero no por espaciofono. Que vuestro mejor técnico salga y entonces se lo diré por altavoz.

Cortó el espaciofono y aguardó. Del edificio de control salió una erupción de jóvenes indignados. Al cabo de un momento vio al zanquilargo que sonriera con orgullo cuando hizo aterrizar el Navío Médico con absoluta perfección. Los otros gritaban y agitaban el puño en dirección a la nave.

Calhoun sacó el altavoz exterior... utilizado normalmente para comunicación con una brigada terrestre antes del despegue.

- Estoy preparado para el viaje con superimpulsión - dijo Calhoun -. Tengo cargadas hasta el máximo mis células Duhanne. Si tratáis de formar un campo de fuerzas en torno a este navío, soltaré la mitad de una docena de cargas de superimpulsión en un sólo chorro que os quemará todas las bobinas que tenéis. ¿Y entonces cómo pelearéis contra los navíos de Phaedra? Voy a hablar con ellos por espacio. Escuchad si queréis. Registrad la conversación. ¡Pero no tratéis de molestarme!

Volvió a poner en marcha el espaciofono y pacientemente reanudó su llamada:

-¡Navío Médico «Esclipus Veinte» llamando a la flota de Phaedra! ¡Navío Médico llamando a la flota de Phaedra...!

Vio en el exterior, en el edificio de la rejilla de control, una violenta discusión. Algunas de las figuras jóvenes estaban furiosas. Pero el que manipuló la rejilla tan profesionalmente, se enfrentó con ellos. Calhoun no había hecho una vana amenaza. Toda rejilla de campo podía ser volada. Una rejilla podía volar por causa de uno de los navíos según manipulase. Cuando una nave como la de Calhoun entraba en superimpulsión, emitía algo de la clase de cuatro onzas de pura energía para formar un campo en el que poder viajar más allá de la velocidad de la luz. En términos de caballos de fuerza o kilovatios/hora, esa cantidad no tendría significado. Era demasiado grande. Formaba una cantidad de energía cuya masa se encontraba próxima a las cuatro onzas. Cuando el navío salía de superimpulsión, esa energía era recuperada y almacenada. La pérdida era despreciable, comparada con el total. Pero quedaba suelta en el campo de fuerza de una rejilla, incluso tres o cuatro cargas las cuales destruirían por completo el equipo de la rejilla.

 

 

 


 

 

 

Calhoun obtuvo una respuesta del vacío cuando los miembros del grupo junto al edificio de control se citaban unos a otros y entraban a escuchar con amarga incomodidad y recelo lo que hablaba con el enemigo.

-«La flota de Phaedra llamando» - dijo una voz gruñona en el altavoz del espaciofono -. «¿Qué es lo que usted quiere?»

- Ejercitar mi autoridad como oficial del Servicio Médico - dijo con energía Calhoun -. Os advierto que declaro ahora a este planeta bajo cuarentena. Todo contacto con él desde el espacio queda prohibido hasta que las condiciones sanitarias aquí estén controladas. Informar a las demás espacionaves y a cualquier otro espaciopuerto que estén en contacto, de esta cuarentena. Fin del mensaje.

Silencio. Un largo silencio. La voz gruñona jadeó.

-«¿Qué es eso? ¡Repítalo!»

Calhoun lo repitió. Cortó el fono y desembaló las raspadoras de garganta que usara en los cuatro refugios infantiles que visitó. Abrió su equipo de laboratorio. Puso una disolución de una de las raspaderas de garganta en un porta cultivos que permitía a los organismos vivos ser examinados mientras se multiplicaban. Comenzó a comprobar sus sospechas altamente especificas. Al poco estaba probándolas con toques minúsculos de diferentes anticuerpos. Hizo unas toscas pero razonables y seguras identificaciones. Su expresión se hizo muy, pero que muy sombría. Cogió otra muestra de raspado y la sometió al mismo proceso. Una tercera, una cuarta, una quinta y una décima. A cada instante su expresión crecía en aspereza.

Se ponía el sol cuando martillearon el casco del navío. Conectó el micrófono y el altavoz.

-¿Qué queréis? - preguntó llanamente.

La voz del joven Walker llegó desde la creciente oscuridad. Las pantallas mostraron una docena o más de habitantes de Canis III arremolínándose furiosos en su torno. Algunos eran de la edad de los jóvenes guerreros. Se enzarzaron en una amarga discusión. Pero el joven Walker, y cuatro o cinco que le acompañaban, se encaminaron al navío con ominosa tranquilidad.

-«¿Qué es esta tontería acerca de la cuarentena?» - preguntó con voz áspera Walker desde el exterior -. «No es que tengamos miedo a perder el comercio espacial, ¿pero qué significa eso?»

- Significa que los coeficientes de vuestro valiente nuevo mundo son una basura - le contestó Calhoun -. Habéis mantenido quietos a los niños con circuitos psíquicos y no han comido adecuadamente ni hecho el ejercicio necesario. Se encuentran débiles, desnutridos y también indefensos y flojos por no haber jugado por cuenta propia. Son como los chiquillos míseros solían ser en las épocas pasadas. Aquí, en Canis III, estáis a punto de barreros vosotros mismos. Quizás ya lo habéis hecho.

-«¡Usted está loco!» - respondió Walker. Pero se le notaba trastornado.

- En los cuatro refugios que visité - dijo Calhoun con tono terrible -, localicé cuatro casos de temprana difteria, dos de tifoidea, tres de escarlatina y viruela y muestras de casi cualquier otra enfermedad que podáis conocer. Los chicos han estado desarrollando estas enfermedades por la debilidad y la falta de reserva de infecciones que los humanos siempre llevamos con nosotros. Han llegado a la etapa contagiosa antes de que les viese... pero todos los chicos son mantenidos tan quietos que nadie se fijó que estaban enfermos. Se han contagiado unos a otros y a sus enfermeras y por tanto a toda vuestra población general de todas las infecciones necesarias para una epidemia múltiple de primera clase. Y no tenéis médicos, ni antibióticos... ni siquiera practicantes para administrar inyecciones si las tuvieseis.

-«¡Usted está loco!» - repitió el joven Walker -. «¡Loco! ¿No es esto una treta de Phaedra para hacer que nos rindamos?»

- La treta de Phaedra - dijo Calhoun con tono más terrible que antes -, es una bomba atómica que van a dejar caer dentro de esta rejilla de aterrizaje, con cuarentena o sin cuarentena, dentro de dos días más. Considerando la situación total, no creo que eso importe mucho.