II
«La información asegurada de otros es invariablemente y en cierto modo insegura. Una afirmación completa y razonada de una serie de acontecimientos está casi innecesariamente recortada y distorsionada y editada, o no aparecería razonable y completa. Los informes sinceramente factuales de cualquier serie de acontecimientos, sí son honrados, contendrán elementos inconsistentes o irracionales. La realidad es en exceso demasiado compleja para ser reducida a simples afirmaciones sin suprimir mucho de los hechos...»
Manual del Servicio Médico Interestelar. Pág. 25
Pudo comprobar su hipótesis acerca de los
medios por los que se hacía práctica la guerra interestelar, cuando
el Navío Médico fue aterrizado. Normalmente, una rejilla de
aterrizaje era una gigantesca estructura achaparrada de vigas de
acero, de un kilómetro de altura y casi dos de diámetro. Descansaba
sobre un lecho rocoso, estaba soldada en una unión irrompible con
la substancia de su planeta y extraía energía de la ionosfera.
Cuando el Navío Médico llegó a la oscuridad abismal de la sombra
del planeta más próximo, se produjeron largas, larguisimas pausas
en la que pendió aparentemente inmóvil en el espacio. Produjéronse
enormes y ocasionales balanceos, como si algo extendiese invisibles
manos y tanteara para asegurarse de que allí estaba la nave. Y
Calhoun utilizó su indicador de objetos más próximos para observar
que algo muy enorme palpaba en su torno y que al poco se convertía
en estacionario en el vacío para luego moverse rápida y seguramente
descendiendo en la negrura que era el lado nocturno del planeta.
Cuando ello y la superficie planetaria fueron uno, el Navío Médico
comenzó su rápido descenso en el asidero de los campos de fuerza
tipo rejilla de aterrizaje.
Tomó tierra en el centro de una rejilla, pero ésta no era de las típicas. Tampoco era achaparrada, sino tan alta como amplía. Mientras el navío descendía, vio luces en la célula del sistema de control, a mitad de camino del suelo. Era sorprendente, pero obvio. Los raptores del Navío Médico habían construido una rejilla de aterrizaje que era en realidad un navío. Era una reja que podía cruzar el vacío entre las estrellas. Podía dedicarse a la guerra ofensiva.
- Resulta infernalmente sencillo - dijo Calhoun a Murgatroyd, con disgusto -. Las normales rejillas de aterrizaje se enganchan con algo del espacio y tiran de él hasta el suelo. Este chisme se engancha en algo del suelo y se empuja fuera hasta el espacio. Viajará por medio del motor Lawlor o superimpulsión y cuando llegue a alguna parte en que pueda trabar cualquier zona de otro mundo y descenderse a sí mismo, de manera que logre anclarse, tendrá resuelto el problema. Luego puede hacer aterrizar la flota que viajó consigo. Es en parte un dique seco flotante parte una nave de aterrizaje, y actualmente ambas cosas. Es un espaciopuerto prefabricado que se instala en cualquier lugar elegido a placer. ¡Lo que significa que es el arma más mortífera de los pasados mil años!
- Murgatroyd trepó a su regazo y parpadeó sabiamente mirando las pantallas. Mostraban los alrededores del Navío Médico, ahora en tierra plantado sobre su cola. Por encima se veían innumerables estrellas. En su torno una blancura de nieve. Pero habían luces. Navíos descansando sobre un terreno helado.
- Sospecho - gruñó Calhoun -, que podría tratar de escapar con los cohetes de emergencia y colocarme más allá del horizonte antes de que pudieran capturarme. ¡Pero esto es simplemente una base militar ordinaria!
Consideró sus recientes estudios sobre las guerras históricas, de batallas y matanzas, de pillaje y saqueo. Incluso los hombres modernos y civilizados se convertirían muy rápidamente en salvajes una vez que hubiesen tomado parte en una batalla Inimaginables enormidades de otros tiempos no tardarían en ocurrir si los hombres regresaban a tal barbarie. Tales cosas podían estar ya presentes en las mentes de los tripulantes de aquellas espacionaves.
- Tú y yo, Murgatroyd - dijo Calhoun -, quizás seamos los únicos hombres racionales por entero de este planeta. Y tú no eres hombre.
-«¡Chee!» - chilló Murgatroyd. Parecía alegrarse de no serlo.
- Pero tenemos que inspeccionar la situación antes de intentar algo noble e inútil - observó Calhoun -. Pero, sin embargo... ¿Qué es eso?
Miraba con fijeza la pantalla que mostraba luces en el suelo moviéndose hacia el Navío Médico. Eran transportadas por hombres a pie, caminando sobre la nieve. Mientras se acercaban resultó que también llevaban armas. Eran instrumentos feos y curiosos... como rifles deportivos, excepto que sus cañones eran imposiblemente largos. Tendrían que ser... Calhoun repasó su nuevo almacén de información... serian lanzadores de cohetes en miniatura, capaces de disparar pequeños proyectiles con potentes cargas que destruirían fácilmente el Navío Médico.
A treinta metros, se separaron para rodear la nave. Sólo un hombre avanzó.
- Voy a dejarle entrar, Murgatroyd - observó Calhoun -. En la guerra el hombre debe ser educado con cualquiera que lleve un arma capaz de hacerle pedazos. Es una de las leyes bélicas.
Abrió las puertas internas y externas. El resplandor del interior de la nave originó brillos blancos sobre la nieve virgen. Calhoun se plantó en la abertura, observando que cuando su aliento salía hacia el exterior se convertía en una blanca niebla.
- Me llamo Calhoun - dijo con sequedad a la sola figura que se acercaba -. Servicio Médico Interestelar. ¡Un neutral, no combatiente, y en este instante enojadisimo por lo que ha pasado!
Un hombre con barba gris, de ojos ásperos, avanzó hasta la puerta abierta. Asintió.
- Me llamo Walker - dijo -. Se supone que soy el jefe de esta expedición militar. Por lo menos, mi hijo es el jefe del... eje... del enemigo, lo que me convierte a mi en el hombre lógicamente indicado para dirigir el ataque contra ellos.
Calhoun no creía del todo lo que estaba oyendo, pero prestó atención. Un padre y un hijo en confianza por ninguna de las partes, puesto que esos eran los conceptos que privaban en la guerra. Y ciertamente, su parentesco apenas tendría una calificación especial para permitirles alcanzar la jefatura en ningún momento.
Hizo un gesto invitador y el hombre de la barba gris subió por la escalerilla hasta la portezuela. De algún modo no perdió ni el menor ápice de dignidad mientras ascendía. Entró con solidez en la escotilla de aire y luego en la cabina de la nave.
- Si me permite, cerraré las compuertas - dijo Calhoun -, siempre y cuando sus hombres no interpreten mal la acción. Hace frío fuera.
El recio hombre de la barba se encogió de hombros.
- Destrozarán su nave si trata de despegar dijo -. ¡Están de humor para acabar con cualquier cosa!
Con el mismo aire de confianza, avanzó hasta un asiento. Murgatroyd lo miró con recelo. El recién llegado ignoró al animalito.
-¿Y bien? - preguntó con impaciencia.
- Soy del Servicio Médico - contestó Calhoun -. Puedo demostrarlo. Deberé permanecer neutral en lo que está ocurriendo. Pero se me pidió que viniese por el gobierno planetario de Phaedra. Creo que es probable que sus navíos vengan de Phaedra. Su rejilla de aterrizaje-navío, en particular, no sería necesaria para los ciudadanos de la localidad. ¿Qué tal va la guerra?
Los ojos del hombre ardieron.
-¿Se ríe de mí? - preguntó.
- He estado tres meses en superimpulsión - le recordó Calhoun -. No he oído nada que me haga reír en todo ese tiempo. No.
- El... nuestro enemigo - dijo con amargura Walker -, considera que ha ganado la guerra. Pero usted quizá sea capaz de hacerles comprender que no es cierto y que no pueden ganarla. Hemos sido estúpidamente pacientes, pero no podemos continuar siéndolo más tiempo. Tenemos el propósito de seguir hasta la victoria aun cuando nos cueste el cuello llegar hasta la celebración del triunfo!Cosa que no es nada probable!
Calhoun alzó las cejas. Pero asintió. Sus estudios decían que una psicología de guerra era altamente emotiva.
- Nuestro planeta patrio Phaedra tiene que ser evacuado - dijo Walker, muy ceñudo -. Hay signos de inestabilidad en nuestro sol. Hace cinco años, enviamos a Canis III a nuestros hijos mayores para construir un mundo en el que trasladarnos todos. Nuestro sol puede estallar en cualquier momento. Seguro que arderá en cualquier instante... y pronto! Enviamos a nuestros hijos porque en la patria estaba el peligro. Les apremiamos para que trabajaran febrilmente. También enviamos a mujeres jóvenes al principio, para que si nuestro planeta se fundía cuando estallara el sol, aún hubiesen hijos de nuestros hijos que siguieran viviendo. Cuando nos atrevimos... cuando los primeramente enviados se vieron capaces de cobijarlos... mandamos a nuestros muchachos más jóvenes y a las niñas a la seguridad, sobrecargando la colonia con bocas que alimentar, pero quedándonos nosotros en donde estaba el peligro. Más tarde mandamos hasta las criaturas pequeñas, cuando los signos del inminente cataclismo se hicieron más amenazadores.
Calhoun volvió a asentir. En un año en la galaxia no se producían muchas novas, aun contando los millones de billones de estrellas que contenía. Pero por lo menos había habido una colonia que tuvo que ser trasladada a causa de la evidencia de inestabilidad solar. El trabajo en ese caso no fue completo cuando se produjo el estallido. La evacuación de un mundo, sin embargo, jamás sería una tarea fácil. La población tenía que ser trasladada a años luz de distancia. El viaje espacial necesita tiempo, incluso marchando a treinta veces la velocidad de la luz. Cuando llegó el momento del desastre, el plazo final para el traslado, cuyo día era imposible de calcular con anticipación exactamente, por lo que resultaba lógico el curso de acontecimientos adoptados por Phaedra. Los jóvenes y las mujeres tenían que ser enviados primero. Así construirían nuevas casas para si mismos y para los que les siguieran. Podrían trabajar con más dureza y más tiempo en ese propósito que cualquier otro grupo ya de edad... ¡Y se asegurarían mejor de la supervivencia permanente de alguien! La nueva colonia tendría que dedicarse a un trabajo frenético y sin descanso, febril empleo de las veinticuatro horas del día, porque la escala de tiempo para la labor era necesariamente desconocida, aunque resultase improbable que diera margen suficiente. Cuando pudieran soportar una carga mayor, los niños y las niñas serían enviados... lo bastante mayores para ayudar, aunque no para iniciar una colonización. Serían enviados a una colonia en parte construida con miras a la seguridad. Más tarde las criaturas pequeñas harían el viaje, necesitando los cuidados de sus paisanos mayores ya. Sólo al final abandonarían los adultos su mundo en busca del nuevo. Se quedarían allí, en donde el peligro, hasta que todos los jóvenes gozaran de seguridad.
- Pero ahora - dijo Walker con voz gruesa -, nuestros hijos han construido su mundo y se niegan a recibir a sus padres y abuelos. Tienen un mundo de gente joven, sin más autoridad que la suya. Dicen que les mentimos acerca de la próxima destrucción del sol de Phaedra: que les esclavizamos y les obligamos a utilizar su juventud para construir un nuevo mundo que ahora exigimos ocupar. ¡Desean que el sol de Phaedra estalle y mate al resto de nosotros, para poder vivir a su gusto sin preocupaciones hacia los que le dieron el ser!
Calhoun no dijo nada. Es parte del adiestramiento médico reconocer que la información obtenida de otros nunca es del todo segura. Admitiendo los hechos, seguiría obteniendo de Walker sólo una interpretación de tales hechos. Hay un instinto en los jóvenes de convertirse en independientes de los adultos, y un instinto en los adultos de ser protectores para sus descendientes más allá de toda razón. Hay, en cierto modo, siempre una guerra entre las generaciones en todos los planetas, no sólo en Phaedra y Canis III. Es un conflicto entre los instintos que por sí mismos son necesarios... y quizás el conflicto en sí es necesario para algún propósito en bien de la raza.
- Se cansaron del esfuerzo requerido para construir la colonia - dijo Walker, sus ojos ardiendo como antes -. ¡Así que decidieron que era necesario la duda! Enviaron a cierto número de ellos de regreso a Phaedra para verificar nuestras observaciones sobre el comportamiento del sol. ¡Nuestras observaciones! ¡Sucedió que llegaron en un momento en que las perturbaciones del sol estaban temporalmente acalladas! ¡Así que nuestros hijos decidieron que nos hablamos mostrado exagerados; de que no corríamos peligro; de que exigíamos demasiado! Se negaron a construir más refugios y limpiar y sembrar más tierra. Incluso se negaron a hacer aterrizar más navíos de Phaedra, y mucho menos los que les enviábamos con más bocas que alimentar. ¡Se mostraron partidarios del descanso, de la comodidad! ¡Se declararon independientes de nosotros! ¡Renegaron de su raza! Más malignos que los dientes de una serpiente...
- Los hijos son ingratos - dijo Calhoun -. Eso he oído decir. Por eso ustedes declararon la guerra.
- ¡Si! - estalló furioso Walker -. ¡Somos hombres! ¿No tenemos que proteger a nuestras esposas? ¡Lucharemos incluso contra nuestros hijos por la seguridad de sus madres! ¡Y tenemos nietos... en Canis III! Lo que ha pasado... y está ocurriendo allí... lo que están haciendo... - pareció que sus palabras se ahogaban por la furia -. Para nosotros, nuestros hijos se han perdido. Han renegado de sus padres. ¡Son capaces de destruirnos a nosotros y a nuestras esposas y de destruirse a sí mismos y también de destruir a nuestros nietos! ¡Lucharemos!
Murgatroyd trepó en el regazo de Calhoun y se acurrucó contra él.
Los «tormales» son animalitos pacíficos.
La furia y la amargura en el tono de Walker trastornaron a Murgatroyd. Buscó refugio de aquella cólera y la proximidad de Calhoun.
- Así que hay guerra entre ustedes y sus hijos y nietos - observó Calhoun - Como hombre del Navío Médico... ¿qué ha pasado hasta la fecha? ¿Cómo ha ido la lucha? ¿Cuál es el estado de cosas actual?
- No hemos logrado nada - jadeó Walker -. ¡Hemos sido demasiado blandos! ¡No queremos matarles... ni siquiera después de lo que nos han hecho! ¡Pero ellos si desean estar exterminándonos! Hace sólo una semana enviamos un crucero para una misión de propaganda. Creemos que debía quedar algún pensamiento decente en nuestros hijos! Claro que ningún navío puede utilizar sus motores cerca de un planeta. Lanzamos al crucero en un rumbo que formase una semiórbita parabólica, su momento de proximidad cerca de la atmósfera de Canópolis, en donde permitiría en frecuencias «standard» de comunicación y saldría al espacio libre otra vez. Pero utilizaron la rejilla de aterrizaje para sembrar su camino con rocas y peñascos. Chocó contra ellos. ¡Su casco quedó agujereado en cincuenta lugares! ¡Todos los tripulantes murieron!
Calhoun no cambió de expresión.
Esta entrevista tenía por misión conocer los hechos de una situación a la que el Servicio Médico había sido solicitado para actuar.
Era una ocasión apta para horrorizarse.
Dijo:
-¿Qué es lo que esperaban del Servicio Médico cuando pidieron su ayuda?
- Creímos - respondió Walker, con más amargura que antes -, que tendríamos prisioneros. Preparamos navíos hospital para cuidar a nuestros hijos heridos en el combate. Deseamos toda la ayuda posible en esa misión. No les importaba lo que nos hubieran hecho nuestros hijos...
-¿Y sin embargo no tienen prisioneros? - preguntó Calhoun.
Todavía no captaba el asunto. Quedaba demasiado lejos de lo corriente para un rápido criterio.
Cualquier guerra, en los tiempos modernos, habría parecido bastante extraña.
Pero una conflagración total entre padres e hijos a escala planetaria, era demasiado para captarlo rápidamente en todas sus implicaciones.
- Tenemos un prisionero - respondió Walker desdeñoso -. Le capturamos porque esperábamos hacer algo con él. Fracasamos. Usted lo devolverá. ¡No le queremos! ¡Antes de que parta, se le contarán nuestros planes para el combate; para la destrucción, si es preciso, de nuestros propios hijos! ¡Pero resulta mejor para nosotros destruirles que dejarles que nos destruyan a nuestros nietos, como están haciendo!
La acusación acerca de los nietos no parecía concebiblemente cierta. Sin embargo, Calhoun no la objetó.
Dijo reflexivo:
- Tratan este asunto de una manera rara, a veces como si fuese una guerra y otras como una muestra de disciplina paternal. Enviando noticias de sus planes al supuesto enemigo, por ejemplo...
Walker se puso en pie. Su mejilla se contraía.
-¡En cualquier momento el sol de Phaedra puede estallar! Es posible que suceda inesperadamente. Y nuestras esposas... las madres de nuestros hijos... están en Phaedra. Si nuestros hijos las han asesinado negándoles refugio, entonces solo nos quedará el derecho de...
Se oyó un batir en la escotilla.
- Terminé - jadeó Walker. Fue hacia la escotilla y abrió la puerta -. Este médico vendrá y verá lo que tenemos preparado - dijo a los del exterior -. Luego se llevará a nuestro prisionero hasta Canis. Informará de lo que sabe. Quizás de eso salga algo bueno.
Se apartó de la escotilla, lanzando una orden a Calhoun para que le siguiera.
Calhoun gruñó para sí.
Abrió un armario y se colocó unos gruesos vestidos invernales.
Murgatroyd dijo alarmado:
-«¡Chee!» - cuando comprendió que Calhoun iba a dejarle.
Calhoun chasqueó los dedos y Murgatroyd saltó a sus brazos. Calhoun lo metió bajo su abrigo y siguió a Walker hasta la nieve.
Esto, indudablemente, era el planeta siguiente al colonizado Canis III. Sería Canis IV y con un pequeñísimo exceso de dioxido de carbono en su atmósfera que le mantendría más cálido, gracias al efecto de invernadero, de lo que implicaría de otro modo su distancia del sol local.
La nieve era sólo fruto del invierno. No estaba demasiado fría para las operaciones militares de una base contra un planeta vecino en dirección al sol.
Walker caminó delante hacia las filas de cascos de espacionaves que rodeaban la singular y tentaculosa rejilla.
Se le ocurrió a Calhoun que la astrogación en tal nave sería muy parecida a manipular un descomunal cesto papelero de mimbre o alambres.
Se precisaría un monstruoso campo de superimpulsión y mantener su metal por encima del punto quebradizo en cualquier viaje espacial realmente largo, sería cosa muy difícil.
Pero aquí estaba. Indudablemente había despegado de Phaedra. Había aterrizado aquí mismo por si sola y sería capaz de aterrizar también en Canis y luego descender tras de sí a la flota guerrera que ahora se apiñaba en torno a su base. Calhoun trató de encontrar consuelo en la dificultad de viajar por distancias realmente largas, del orden de los diez o veinte años luz, con tal ingenio. Posiblemente, sólo posiblemente, la guerra quedaría todavía limitada a mundos relativamente cercanos.
- Pensamos - murmuró Walker -, que podríamos excavar refugios aquí, para poder traer al resto de la población de Phaedra y esperar el fin de la guerra... de modo que estuviesen a salvo si estallaba el sol de nuestro planeta. Pero no podríamos darles de comer a todos. ¡Así que tenemos que labrarnos con explosivos una recepción en el mundo creado por nuestros hijos!
Llegaron hasta una nave mayor que las otras, excepto la nave rejilla. Casi la mitad de su casco habla sido abierto y una tienda gigantesca se apoyaba en él.
Era un descomunal taller. El navío espacial interior era evidentemente el crucero del que hablara Walker.
Calhoun pudo ver los muchos desgarrados agujeros que poseía el casco. Hombres de mediana edad o más viejos, trabajaban en una especie de atmósfera artificial. Pero Walker señaló a otro objeto, casi la mitad del tamaño del Navío Médico. Los hombres también trabajaban en aquél. Era un proyectil dirigido, sin tripulación humana, con una capacidad de combustible relativamente enorme para los motores cohete.
- Fíjese en eso - ordenó Walker -. Es un proyectil cohete, un robot de combate que lanzaremos desde el espacio con combustible suficiente para que maniobre. Luchará y esquivará abriéndose paso hasta el centro de la rejilla de Canápolis... que nuestros hijos se negaron a utilizar para que aterrizaran sus padres. Dentro de tres días utilizaremos esto para destrozar esa rejilla y cuanto de la ciudad de Canápolis sea posible, con la explosión de una bomba megatónica. Luego nuestro navío rejilla tomará tierra y la flota le seguirá, y seremos Canis, utilizando rifles detonadores y llamas y bombas, para luchar por nuestro derecho a la supervivencia en el mundo de nuestros hijos.
»Cuando hayan aterrizado nuestros combatientes, los navíos empezarán a traer a nuestras esposas desde Phaedra... Si siguen todavía vivas... mientras los que combatamos les estaremos buscando lugar seguro. ¡Lucharemos contra nuestros hijos como si fuesen bestias salvajes... por el modo con que nos han tratado! Comenzaremos este combate dentro de tres días, cuando ese proyectil esté listo y probado. ¡Si nos matan... mucho mejor! ¡Pero les obligaremos a que nos maten con sus manos, con sus armas, con las que indudablemente ya se han fabricado! ¡Pero no nos matarán sin luchar! ¡Y si tenemos que darles muerte para salvar a nuestros nietos... lo haremos dentro de tres días! ¡Lléveles ese mensaje!
Calhoun dijo:
- Me temo que no me creerán.
-¡Comprenderán que deben hacerlo! - gruñó Walker. Luego, con brusquedad, añadió -: ¿Qué reparación necesitará su navío? ¡Lo traeremos aquí, arreglaremos y luego se llevará usted a nuestro prisionero y le transportará con nuestro mensaje hasta los de su propia clase... nuestros hijos!
La alegría y la furia en su frustración, en su tono, cuando dijo «hijo», hizo que Murgatroyd se agitara debajo del abrigo de Calhoun.
- Creo que cuanto necesito es energía - dijo Colhoun -. Dejaron seca mi carga de superimpulsión cuando arrancaron a mi navío de la misma.
Tengo células Duhanne, pero una carga de superimpulsión es una pérdida de energía considerable.
- Se la devolveremos - gruñó Walker -. Luego tomará al prisionero y nuestro aviso y lo llevará todo a Canis. Hágales rendir, si puede.
Calhoun meditó.
Bajo su abrigo, Murgatroyd dijo:
-«¡Chee! ¡Chee!» - en un tono de cierta indignación.
- Pensando cómo lo haría mi propio padre - dijo Calhoun con malicia -, y aceptando su propia historia como cierta... ¿Cómo diablos lograré que sus hijos crean que esta vez no están fanfarroneando? ¿No han fanfarroneado antes?
- Hemos amenazado - contestó Walker, los ojos echando llamas -. Sí. Y fuimos demasiado blandos de corazón para llevar a cabo nuestras amenazas. Hemos tratado todo excepto la fuerza. ¡Pero ha llegado el momento en que debemos ser implacables! ¡Tenemos que pensar en nuestras esposas!
- A quienes sospecho que no se han atrevido a traer consigo porque no les permitirían pelear, No importa cuanto sus hijos e hijas hicieran - observó Calhoun.
-¡Pero no están aquí ahora! - rugió Walker -. ¡Y nada nos detendrá!
Calhoun asintió.
En vista de la situación en su conjunto, casi creía en lo dicho por los padres de los colonos de Canis III. Pero no habría hecho caso a su propio padre, sin embargo, y no pensó que los jóvenes de Canis obraran de manera contraria. Sin embargo, no les quedaba otro remedio que actuar de esa manera.
Parecía como si hubiese viajado tres meses en superimpulsión y estudiaba penosamente muchos informes descorazonadores sobre los antecesores de los hombres modernos, sólo para llegar y ser testigo del más implacable conflicto en la historia de los humanos.