II
- Me gustaría que me dieran una definición - dijo Calhoun -. ¿Qué es exactamente lo que ustedes definen con la palabra «para»?
-«¡Chee-chee!» - fue la exclamación indignante de Murgatroyd, haciéndose eco de las palabras de su amo.
Esto sucedía veinte minutos más tarde. Calhoun había vuelto al interior del Navío Médico y se había curado la quemadura producida por el disparo de un desintegrador. Se cambió también de ropa, poniéndose un traje de paisano. Así no parecería excéntrico en este planeta. La indumentaria en general de los hombres era en extremo similar por toda la galaxia. La de las mujeres... bueno, eso es harina de otro costal.
Ahora, con Murgatroyd, viajaban en un coche de superficie con cuatro hombres armados de la policía planetaria, más el paisano que le presentaron como ministro de Sanidad de aquel mundo. El vehículo se dirigió raudo hacia la puerta de la verja de acceso al espaciopuerto. Masas de espesa niebla gris se aferraban aún al suelo en donde yacía el coche de los presuntos asesinos y sus propios cadáveres. La bruma estaba siendo rociada por doquier... por todas las partes que tocaron aquellos dos hombres o por las que circuló su coche. Calhoun tenía alguna experiencia con epidemias y medidas de emergencia para destruir los gérmenes del contagio. Pero confiaba más en el primitivo valor sanitario del fuego. Daba resultado, no importa lo antiguo que fuese el proceso de quemar las cosas sospechosas. Pero en estos días, muy poquísimos seres humanos habían visto llamas vivas como no fuera en el colegio, durante las clases de ciencia natural, en donde se les mostraba alguna reacción espectacularmente rápida para la oxidación de cualquier producto. La gente actual emplea la electricidad como energía calefactora, luminosa y locomotiva. La humanidad ha salido de la edad del fuego. Así que en Tallien parecía inevitable que el material infeccioso fuera rodeado con antisépticos en lugar de abrasarlo simplemente.
-¿Qué es un «para»? - repitió tozudo Calhoun.
El ministro de Sanidad contestó pesaroso:
- Los paras son... seres que una vez fueron hombres cuerdos. Ya no son cuerdos. Quizás también han dejado de ser hombres. Algo les ha ocurrido. Si usted hubiese tratado de aterrizar un día o dos más tarde, no habría podido hacerlo. Nosotros, los normales, teníamos la intención de destruir la rejilla de aterrizaje para que ningún otro navío pudiese tomar tierra y despegar de nuevo para extender... el contagio por otros mundos... Si es que existe tal contagio.
- Destrozar la rejilla de aterrizaje puede ser muy bien el último recurso - dijo Calhoun con sentido práctico de las cosas -. ¡Pero seguramente que primero se podrán intentar otras muchas cosas!
Entonces se detuvo. El coche en el que viajaba había llegado a la puerta de la verja de salida del espaciopuerto. Tres vehículos más le esperaban allí. Uno se puso en movimiento colocándose delante. Los otros dos tomaron posiciones detrás. Una caravana de cuatro coches, cada uno de ellos erizado de desintegradores, barrió la amplia autopista que empezaba aquí, a las puertas del espaciopuerto, y se extendía en línea recta hacia la ciudad cuyas torres surgían por el horizonte. Los demás coches formaban una escolta para Calhoun. Había necesitado protección antes y quizás volviera a nccesitarla.
- Médicamente - dijo al ministro de Sanidad - entiendo que un para es el humano víctima de alguna condición que le hace actuar insanamente. Esto resulta muy vago. Usted dice que no ha sido controlado. Eso deja todo aún más vago en realidad... ¿Cuán ampliamente se ha extendido...? Me refiero geográficamente.
- Los paras han aparecido en todos los lugares de Tallien Tres donde habitan hombres - respondió el ministro de Sanidad.
- Entonces es algo epidémico - contestó Calhoun con tono profesional -. Se le podría llamar mejor «pandémico». ¿Cuántos casos?
- Calculamos que afecta a un treinta por ciento de la población... por ahora - fue la desesperanzada respuesta del ministro de Sanidad -. Pero cada día aumenta la cifra total - hizo un pausa, para añadir al poco -: El doctor Lett tiene alguna esperanza de hallar la vacuna adecuada, pero quizás llegue demasiado tarde para auxiliar a la mayoría de las personas.
Calhoun frunció el ceño. Con las modernas y racionales técnicas, casi cualquier especie de infección debería ser detenida antes de que hubiese tan gran cantidad de casos como se habían presentado allí.
-¿Cuándo comenzó? ¿Lleva mucho tiempo en marcha?
- Los primeros paras fueron localizados hace seis meses - respondió el ministro de Sanidad
Se creyó que era una enfermedad. Nuestros mejores médicos los reconocieron. No pudieron ponerse de acuerdo acerca de la causa, ya que no hallaron ni un germen ni un virus...
-¿Síntomas? - inquirió tenso Calhoun.
- El doctor Lett los definió con frases médicas - contestó el ministro de Sanidad -. La condición empieza con un período de gran irritabilidad o depresión. Es tan enorme que no resultan raros los casos de suicidio. Si no sucede este final, hay luego un período de recelos y secretividad... que sugiere fuertemente a la enfermedad llamada paranoia. Luego aparece un ansia desorbitada hacia... una serie de alimentos poco corrientes. ¡Cuando el ansia se convierte en incontrolable, el paciente se ha vuelto loco!
Los coches marchaban veloces hacia la ciudad. Un segundo grupo de vehículos apareció, esperando. Cuando la caravana de cuatro automóviles llegó a su altura, uno de los que esperaban se colocó en cabeza, ante el vehículo que transportaba a Calhoun y Murgatroyd. Los otros se colocaron en línea cerrando la marcha. Todo parecía como una respetable exhibición de fuerza armada.
-¿Y después de la locura? - preguntó Calhoun.
-¡Entonces son paras! - contestó el ministro -. Se comen lo increíble. Se alimentan de lo abominable. ¡Y nos odian a nosotros, los normales, como... como los diablos del infierno podrían odiarnos!
-¿Y después de eso? - insistió Calhoun - Quiero decir, ¿cuál es la prognosis? ¿Mueren o Sanan? Si sanan, ¿cuánto tiempo tardan? Si mueren, ¿lo hacen muy pronto?
-¡Son paras! - repitió en tono quejumbroso el ministro de Sanidad -. ¡No soy médico! Soy un administrador. Pero no creo que nadie sane. ¡Con seguridad, tampoco mueren! Permanecen siendo... aquello en que se han convertido.
- Mi experiencia ha sido mayormente con enfermedades en las que o bien se sana o se muere - dijo Calhoun -. Un mal cuyas víctimas se organizan para robar cohetes meteorológicos y para utilizarlos en destruir una nave... aunque fracasen... no parece enfermedad. La enfermedad carece de propósitos propios. Ellos tenían una intención... como si obedecieran a un individuo de su grupo.
El ministro de Sanidad dijo intranquilo:
- Se ha sugerido que... algo salido de la jungla causa lo que está ocurriendo. Hay en otros planetas criaturas que beben sangre sin despertar a sus víctimas. Hay reptiles que aguijonean a los hombres. Hay incluso insectos que pican a los seres humanos y les inoculan enfermedades. Algo así parece haber salido de la jungla. ¡Mientras duermen los hombres... algo les sucede! Se convierten en paras. Algo nativo de este mundo tiene la culpa. ¡Este planeta no nos recibió bien! ¡No hay ni una planta o bestia nativas que nos sean útiles! ¡Tenemos que cultivar bacterias del suelo para lograr que crezcan aquí las plantas tipo terrestre! ¡No hemos empezado siquiera a conocer las criaturas indígenas de la jungla! Si algo sale de las tierras vírgenes y convierte a los hombres en paras sin saberlo...
Calhoun le interrumpió con suavidad:
- Parece que tales cosas se pueden descubrir...
El ministro de Sanidad contestó con amargura:
-¡Esta cosa no! ¡Es inteligente! Se esconde! ¡Actúa como si tuviera un plan para destruirnos! ¡Oh... hubo un joven doctor que dijo que había curado a un para! ¡Pero cuando fuimos a comprobar su pretensión le encontramos muerto... a él y al presunto ex para! ¡Las cosas de la jungla les habían matado! ¡Piensan! ¡Saben! ¡Comprenden! Son racionales, como diablos...
Un tercer grupo de automóviles apareció delante, aguardando. Como sus antecesores, estaban llenos de hombres empuñando rifles desintegradores. Se unieron a la procesión, formada por los raudos coches que venían en grupo desde el espaciopuerto. Evidentemente habían estado patrullando por la autopista en previsión de alguna posible emboscada o corte de carretera. El grupo de combate aumentado continuó adelante.
- Como médico objeto la existencia de una criatura local racional y no humana - dijo con cuidado Calhoun. Las criaturas evolucionan o se adaptan para encajar en su medio ambiente. Cambian o evolucionan adaptándose dentro de alguna casilla, de algún sitio especial en el sistema ecológico que les rodea. Si no hay tal casilla, no hay espacio en el medio ambiente para tal criatura, por lo tanto no existe tal criatura. Y no puede haber lugar en un medio ambiente cualquiera para una criatura que lo cambiará. ¡Se establecería una contradicción entre los términos! Nosotros, los humanos racionales, cambiamos los mundos que ocupamos. ¡Cualquier criatura racional lo haría! Así que un animal racional es tan imposible como podría serlo cualquier criatura. Es verdad que nosotros hemos aparecido en el universo, pero... ¿otra raza racional? ¡Oh, no!
Murgatroyd dijo:
- «¡Chee!»
Las torres de la ciudad se cernían más y más altas por encima del horizonte. Luego, bruscamente, la rápida cabalgata de vehículos llegó al borde de la urbe y se adentró en ella.
No era una ciudad normal. Los edificios no eran excéntricos. Todos los planetas excepto los muy nuevos mostraban peculiaridades arquitectónicas locales, así que no era raro ver todas las ventanas culminadas por arcos triples, o por pilastras del todo inútiles en las paredes de ladrillo de los edificios apartamentales. Estos detalles habrían hecho aparecer a la ciudad corno individualizada. Pero el aspecto general no era normal. Las calles no estaban limpias. Dos ventanas de cada tres se veían destrozadas. En algunos sitios Calhoun vio puertas violentadas y hechas astillas, aunque jamás reparadas después de su destrucción. Eso implicaba violencia no restringida. Las calles estaban casi vacías. De vez en cuando se distinguían figuras en las aceras delante de los raudos coches, pero los vehículos nunca lograban sobrepasarías. Los peatones doblaban por las esquinas o se metían en los portales antes de que la caravana les alcanzara.
Los edificios se hicieron más altos. El nivel de la calle continuó vacío de humanos, pero de vez en cuando, a muchos pisos de altura, se asomaban cabezas por las ventanas. Luego, gritos en tono agudo llegaron de lo alto. No era posible distinguir si se trataba de gritos de desafío, desdén o de desesperación, pero sí que los dirigían a los veloces automóviles.
Calhoun miró con rapidez los rostros de los hombres que le rodeaban. El ministro de Sanidad parecía a la vez descorazonado y amargado. El jefe de la policía planetaria tenía la vista fija delante, con una expresión de sombría firmeza. Chirridos y aullidos despertaban ecos y ecos en los muros de las casas. Comenzaron a caer objetos desde las ventanas. Botellas. Botes y cacerolas. Sillas y taburetes giraron y giraron al caer. Todo lo que era movible y podía lanzarse por una ventana descendió, arrojado por los ocupantes de las viviendas altas. Con los objetos iban acompañados de gritos que con toda seguridad eran maldiciones.
Se le ocurrió pensar a Calhoun que había habido un período en la historia en el que la acción de las turbas invariablemente significaba fuego. Los hombres quemaban lo que odiaban y lo que temían. También incineraban las ofrendas religiosas a las diversas y sanguinarias deidades. Por fortuna, reflexionó con malicia, los incendios habían dejado de ser una experiencia común, de otro modo el aceite ardiendo o los proyectiles incendiarios habrían llovido sobre los veloces coches.
-¿Esta impopularidad es de ustedes? - preguntó -. ¿O tengo yo una parte en ella? ¿Acaso soy mal recibido por algunas partes de la población?
- Son los paras quienes no le acogen bien a usted - dijo fríamente el jefe de policía -. Los paras no le quieren aquí. Quienquiera que les dirija teme que el Servicio Médico pueda hacer que dejen de ser paras. Y desean permanecer tal y como están - chasqueó los labios -. Arman todo este escándalo, sin embargo, algunos no son todavía paras. Reunimos a todos los que estábamos seguros de que no eran... infecciosos, en el Centro del Gobierno. Estas gentes que se quedaron fuera no nos ofrecían la menor seguridad sanitaria. ¡Por eso consideran que los hemos abandonado para que se vuelvan paras y esa perspectiva no les gusta!
Calhoun volvió a fruncir el entrecejo. Esto lo confundía todo. Se hablaba de infección y de criaturas invisibles salidas de la jungla para convertir a los hombres en paras y luego controlarles como si fueran una demoníaca posesión. Habían habido pocos antojos humanos, sin embargo, de los que no estuvieran archivados en el Servicio Médico. Calhoun recordó algo y sintió asco. Era como una infección y también como una posesión efectuada por diablos. Habrían criaturas, de todas maneras, que no podrían distinguirse de los seres malévolos.
- Creo que me hará falta hablar con los investigadores que luchan los paras - dijo -. ¿Tienen a alguien trabajando en el problema?
- Teníamos - contestó el jefe de policía con aspereza -. Pero la mayor parte del personal se convirtió en paras. Creímos que serían más peligrosos que los otros paras y los fusilamos. Pero de nada sirvió. Siguieron apareciendo paras también hasta en el Centro del Gobierno. Ahora expulsamos a los paras por la puerta sur. Indudablemente se van... siendo paras.
Durante algún tiempo hubo silencio en los veloces coches, aunque el griterío y los aullidos y maldiciones seguían llegando de lo alto. Luego sonó un potente bramido de triunfo previsto. Una enorme pieza de mobiliario, un diván, pareció seguro de estrellarse contra el coche en que viajaba Calhoun. Pero el vehículo hizo un quiebro, subió a la acera y el mueble se hizo astillas donde el automóvil debía haber pisado. El coche bajó otra vez a la calzada.
La calle terminó. Una alta barrera de ladrillos se alzó en un cruce. Cerraba la autopista y conectaba las paredes de las viviendas de cada lado. Tenía una puerta enrejada en el centro. Los coches de vanguardia se hicieron a un lado y el que transportaba a Calhoun y Murgatroyd pasó por la puerta. Había una nueva barrera, pero esta se encontraba cerrada. La abrieron y pasaron todos los vehículos. Calhoun vio que las ventanas de las viviendas contiguas estaban cerradas con muros de ladrillo. Formaban una sólida muralla que impedía ver lo que había más allá de tales paredes.
Los hombres que custodiaban esta entrada recorrieron los vehículos de la escolta, inspeccionando a los componentes de la guardia de Calhoun. El ministro de Sanidad dijo de improviso:
- Todos los que viven en el Centro del Gobierno son examinados por lo menos una vez al día para ver si se vuelven paras o no. Los que muestran síntomas de esta enfermedad son expulsados por la puerta sur. Todo el mundo, incluso yo mismo, necesita un certificado sanitario nuevo cada veinticuatro horas.
La verja interior se abrió. El coche que portaba a Calhoun cruzó la puerta. Los edificios que le rodeaban terminaron. Se encontraban ahora en un enorme espacio abierto que debió ser antaño un parque en el centro de la ciudad. Habían estructuras que no podían ser otra cosa que edificios gubernamentales. Pero la población de este mundo era pequeña. No se mostraban grandiosos. Había senderos y algunas construcciones temporales evidentemente edificadas a toda prisa pata albergar a un súbito flujo de gente.
Y habían muchas personas. El sol brillaba y los niños jugaban y las mujeres les contemplaban. Se veían unos cuantos, no muchos, hombres en las cercanías, pero en su mayoría eran mayores. Todos los jóvenes iban de uniforme y marchaban presurosos de aquí para allá. Y aunque los niños jugaban alegremente, se veían pocas sonrisas en los rostros de los adultos.
- Tengo entendido, por lo que veo - dijo Calhoun -, que esto es un Centro del Gobierno, en donde han recogido a todos los de la ciudad que están seguros que son normales. Pero todos no es exactamente una infección sino el resultado de algo que se les ha hecho... por... Alguien.
- Muchos de nuestros electores así lo piensan - contestó el ministro de Sanidad -. Pero se han vuelto paras. Quizás las... Cosas se apoderaban de ellos porque estaban cerca de la verdad.
Su cabeza se hundió sobre el pecho. El jefe de policía dijo brevemente:
- Cuando vuelva a su navío, cuando desee volver, díganoslo y le llevaremos. Si no puede hacer nada por nosotros, sí podrá avisar a otros planetas que no envíen naves hasta aquí.
El coche frenó ante uno de los edificios cuadrados sin ornamentación alguna, que eran los laboratorios al estilo de todas las demás partes de la galaxia. El ministro de Sanidad bajó, Calhoun le siguió, con Murgatroyd cabalgando en su hombro. El coche se alejó y Calhoun Siguió hasta el edificio.
Junto a la puerta había un centinela, y un oficial de policía. Este examinó el certificado diario del ministro de Sanidad. Después de varias llamadas por televisófono, dejó pasar a Calhoun y a Murgatroyd. Marcharon a poca distancia antes de que otro centinela le detuviese. Un poco más y otro nuevo centinela.
- Una densa seguridad - dijo Calhoun.
- A mí me conocen - contestó arrastrando las palabras el ministro -, pero tienen que revisar mi certificado para cerciorarse de que lo han expendido esta mañana y que hasta entonces yo no era un para.
- He visto cuarentena con anterioridad - afirmó Calhoun -, pero ninguna como ésta. ¡No contra una enfermedad!
- No es contra la enfermedad - corrigió el ministro, con voz muy fina -, es contra alguien inteligente... que viene de las junglas... que elige víctimas por razón de sus propios propósitos.
Calhoun dijo con el máximo cuidado:
- Yo no me atrevería a decir que es de la jungla.
Entonces el ministro de Sanidad llamó a una puerta y acompañó a Calhoun a su través. Entraron en una enorme habitación llena con un complejo de escritorios, cámaras e instrumentos de observación y de registro que requiere el estudio de los organismos vivos. El escenario para el estudio de las cosas muertas es del todo diferente Aquí, a mitad de la estancia, había una impresionante lámina de cristal que dividía el apartamento en dos. El lado opuesto del cristal se veía evidentemente un medio ambiente aséptico que ahora se utilizaba como cámara de aislamiento.
Un hombre pasaba arriba y abajo más allá del cristal. Calhoun supo que debía ser un para porque estaba aislado en idea y en hechos de la humanidad normal. El aire que se le suministraba podía ser calefactado casi hasta el rojo blanco y luego enfriado antes de que se le introdujera en la cámara aséptica para que lo respirara, si se deseaba tal cosa. O el aire que se extraía podía hacerse incandescente para que ningún germen posible o sus esporas pudiera salir. Los desperdicios serian destruidos al pasar a través de un arco voltaico después de innumerables esterilizaciones previas. En tales habitaciones, siglos antes, las plantas crecieron de semillas antisépticamente empapadas y los pollitos dividieron al mundo de huevos libres de gérmenes e incluso los pequeños animales hechos nacer por una aséptica operación cesárea pudieron sobrevivir en un medio ambiente en el que no habían microorganismos vivos. Desde habitaciones como ésta, los hombres aprendieron por primera vez que algunos tipos de bacterias exteriores eran esenciales para la salud del hombre. Pero aquel individuo no era un voluntario para tal clase de investigaciones.
Paseaba arriba y abajo, las manos abriendo y cerrándose. Cuando Calhoun y el ministro de Sanidad entraron en la habitación externa, les miró fulminante. Maldijo, aunque de manera inaudible a causa de la plancha de cristal. Les odiaba con todas sus fuerzas porque no eran lo que él era, porque no estaban aprisionados detrás de gruesas paredes de vidrio a través de las que cada acción y casi cada pensamiento se podía vigilar. Pero había más en su odio que todo eso. En el centro de una furia tan grande que su cara casi parecía púrpura, de pronto bostezó de manera incontrolable.
Calhoun parpadeó y le miró con fijeza. El hombre de detrás del cristal volvió a bostezar una y otra vez. Era impotente para contener el bostezo. Si era posible tal cosa, se encontraba en un paroxismo de bostezos, por lo que sus ojos miraban llameantes mientras se golpeaba los puños uno contra otro. El músculo se controlaba en el acto del bostezo, funcionaba independientemente de la rabia que debió haber hecho imposible tal bostezo. Y estaba avergonzado y estaba furioso y bostezaba más violentamente de lo que parecía posible.
- Sabe de algún individuo que se dislocara la mandíbula, bostezando así - dijo Calhoun de manera destacada.
Una suave voz habló tras él.
- Pues si ese hombre se disloca la mandíbula, nadie podrá ayudarle. Es un para. No podemos unirnos a él.
Calhoun se volvió. Se encontró contemplado con untuosa condescendencia por un hombre que llevaba gruesas gafas relucientes... los ojos de un hombre que debía estar muy mal de la vista para no poder usar lentes de contacto... y también vestía uniforme con camafeos en su cuello. Era regordete. Estaba radiante. Era el único hombre que Calhoun había visto hasta ahora en este planeta, cuya expresión no era ni de desesperación ni de odio.
- Usted es del Servicio Médico - observó inquieto el hombre radiante -. Del Servicio Médico Interestelar al que se pueden referir todos los problemas de Salud Pública. ¡Pues aquí tiene un verdadero problema! ¡Una locura contagiosa! ¡Una alucinación transmisible! ¡Una epidemia de insanidad! ¡Una plaga de lo indescriptible!
El ministro de Sanidad intervino intranquilo:
- Este es el doctor Lett. Era el primero de nuestros médicos. Ahora casi es el último.
- De acuerdo - dijo el hombre suave, tan inquieto como antes -. ¡Pero ahora está el Servicio Médico Interestelar que envía a alguien ante el que yo debiera inclinarme! ¡Alguien cuyo conocimiento, experiencia y adiestramiento son infinitamente mayores que los míos, por lo que me siento abrumado! ¡Soy tímido! ¡Pude no ofrecer una opinión ante un hombre del Servicio Médico!
No faltaban precedentes a que un eminente doctor se sintiera molesto por la existencia implícita de una gran pericia o sabiduría, superior a la suya. Pero este hombre no estaba solo resentido. Se mostraba despreciativo.
- Vine aquí esperando que fuese una visita estrictamente rutinaria - dijo Calhoun educadamente -. Pero se me ha dicho que la situación de la salud pública es muy grave. Me gustaría ofrecerles toda mi ayuda.
-¡Grave! - el doctor Lett se carcajeó desdeñoso -. ¡Es desesperada, para los pobres doctores planetarios como yo! ¡Aunque no, claro, para un hombre del Servicio Médico!
Calhoun sacudió la cabeza. Aquel individuo no sería una pera en dulce con la que tratar. Se requería tacto... pero la observación era abrumadora.
- Tengo una pregunta - dijo Calhoun de mala gana -. Se me ha dicho que los paras son locos y ha habido mención de sospechas y de secretividad que sugieren la esquizofrenia y... según he deducido... el término para se refiere a ese aspecto de su enfermedad.
- No es ninguna forma de paranoia - dijo el doctor planetario, desdeñoso -. La paranoia entraña sospecha de cada cual. Los paras desprecian y sospechan sólo de los normales. La paranoia comprende una sensación de grandeza, que no puede ser compartida. Los paras son amigos y compañeros mutuos, uno para otro. Cooperan encantados en su intento de hacer a los normales como ellos mismos. ¡Un paranoico no querría que nadie compartiera su grandeza!
Calhoun meditó y luego asintió.
- Puesto que usted lo ha dicho veo que así debe de ser. Pero persiste mi cuestión. La locura entraña alucinaciones. Pero los paras se organizan a sí mismos. Hacen planes y toman distintas partes en ellos. Actúan racionalmente en los propósitos en que están de acuerdo... tales como asesinarme. ¿Pero cómo pueden actuar de manera racional si tienen alucinaciones? ¿Qué clase de alucinaciones poseen?
El ministro de Sanidad dijo con voz áspera:
-¡Sólo las que los horrores salidos de las junglas pueden sugerir! ¡No... no puedo escuchar, doctor Lett! No puedo ver, si trata de hacer una demostración.
El hombre de las gruesas gafas agitó un brazo. El ministro de Sanidad se marchó presuroso. El doctor Lett emitió una risa implacable.
-¡No servía para médico...! Aquí hay un para en esta habitación aséptica. Es un buen espécimen extraordinariamente excelente para el estudio. Era mi ayudante y le conocí Cuando estaba sano.
Ahora sé que es un para. Le enseñaré su alucinación.
Se acercó a un pequeño horno de cultivos y abrió la puerta. Estuvo atareado con algo del interior. Por encima del hombro dijo con atención:
- Los primeros colonos tuvieron muchas dificultades en establecer una ecología de uso humano en este mundo. Las plantas nativas y los animales eran inútiles. Tuvieron que ser substituidas con cosas compatibles con los humanos. Luego se produjeron más dificultades. No existían aquí los útiles animales que se alimentan de carroña... ¡Y esos animales basureros son esenciales! Las ratas son de ordinario despreciables, pero de confianza, sin embargo no prosperaban en Tallen. Los buitres... no. Claro que no. Escarabajos de la carroña... escarabajos peloteros... ¡Las moscas que producen larvas de la putrefacción hacen muy buen trabajo en el aniquilamiento de los detritus... ¡No prosperaban ninguno de estos animales en Tallien Tres! ¡Y estas bestias barrenderas son de ordinario especialistas, también. ¡Pero la colonia no podía continuar sin tales animales de los que se alimentan de desperdicios! Así que nuestros antecesores buscaron en otros mundos y al poco descubrieron una criatura que se multiplicaría enormemente y con gran versatilidad sobre los desperdicios de las ciudades humanas. Es verdad, olía como un antiguo animal terrestre llamado mofeta... un animal de olor nauseabundo. No era bonito... para la mayor parte de los ojos es repugnante. Pero sí resultaba un barrendero o exterminador de detritus y no había producto de desperdicio que no devorase.
El doctor Lett se dio la vuelta desde el horno de cultivos. Tenia en la mano un recipiente de plástico. De él se extendía un débil pero repugnante hedor.
-¿Preguntaba cuál es la salud y las alucinaciones de los paras? - sonrió pensativo. Extendió el recipiente -. Esto es la alucinación que produce el animalito éste, este comedor de cosas sucias; este trazo indescriptible de carne maloliente... ¡Los paras tienen la alucinación de que el animalito repugnante es la comida más deliciosa de todas las existentes!
Colocó el recipiente de plástico bajo las narices de Calhoun. Calhoun contuvo su aliento mientras tuvo la caja allí. El doctor Lett dijo con burlona admiración:
-¡Ah! ¡Tiene usted un estómago fuerte, como deberían tener todos los médicos! ¡La alucinación de los paras es que estos objetos que se retuercen entre los desperdicios son deliciosos! ¡Los paras desarrollan gusto irresistible hacia ellos! Es como si los hombres de un mundo más parecido a los terrestres desarrollasen un hambre incontrolable hacia los buitres y las ratas e... incluso cosas menos tolerables. Los paras se comen a estos basureros! ¡Por eso los hombres normales antes preferían morir que convertirse en paras!
Calhoun sintió una repulsión instintiva. Las cosas del recipiente de plástico eran grises y pequeñas. De haber estado quietas, no hubieran tenido mejor aspecto que las ostras crudas en un cóctel. Pero excitaban. Se retorcían.
- Le enseñaré - dijo con amabilidad el doctor Lett.
Se volvió hasta la plancha de cristal que dividía la habitación en dos mitades. El hombre más allá del grueso muro de vidrio se apretó ahora contra él. Miró el recipiente con un deseo horrible y ansioso. El doctor de las gruesas gafas soltó una risita, mirándole como si se tratara de un animal enjaulado al que deseara tranquilizar. El hombre de la otra parte del vidrio bostezó histérico y pareció sollozar. No podía apartar los ojos del recipiente de las manos del doctor.
. ¡Vaya! - exclamó el doctor.
Oprimió un botón y se abrió una puerta hermética. Coloco el recipiente dentro y la puerta se cerró. Podría esterilizarse antes de que la puerta por el otro lado se abriese, pero ahora estaba preparada para esterilizarse a sí mismo e impedir que el contagio saliera.
El hombre detrás del cristal murmuraba palabras inaudibles. Estaba lleno de una impaciencia bestial e incontrolable. Chillaba al mecanismo de la portezuela anticontagios como un animal bramaría a la abertura por la que le dejaban caer el alimento dentro de su jaula
La escotilla o portezuela se abrió, dentro de la sala amurallada de cristal. Apareció el recipiente de plástico y el hombre saltó sobre él. Se tragó su contenido y Calhoun sintió náuseas. Pero mientras el para devoraba, miraba fulminante a los dos que con Murgatroyd le contemplaban. Les odiaba con una ferocidad que hacia que sus venas sobresaliesen en sus sienes, y con una furia que se marcaban zonas púrpuras en su piel.
Calhoun se dio cuenta de que se había puesto blanco. Apartó los ojos y dijo tembloroso:
- Jamás vi cosa igual.
- Es nuevo, ¿eh? - exclamó el doctor Lett con una extraña especie de orgullo -. ¡Nuevo! ¡Yo... incluso yo... he descubierto algo que el Servicio Médico ignora!
- Yo no diría que el Servicio Médico ignora cosas similares - respondió despacio Calhoun -. Hay... a veces... en pequeñísima escala... docenas o quizás de centenares de víctimas... hay algunas veces apetitos similares irracionales. Pero a escala planetaria... no. Jamás hubo... una epidemia de este tamaño.
Seguía con aspecto de enfermo e impresionado. Pero preguntó:
-¿Cuál es el resultado de este... apetito? ¿Qué le convierte en para? ¿Qué cambia en... digamos... en su salud para que un hombre se convierta en para?
- No hay ningún cambio - dijo con suavidad el doctor Lett -. No están enfermos y no se mueren porque sean paras. La condición es que si no es más anormal que... la diabetes! ¡Los diabéticos requieren insulina! Los paras necesitan... otra cosa. Pero hay un prejuicio contra lo que necesitan los paras! ¡Es como si algunos hombres prefiriesen morir que utilizar la insulina y, aquellas que lo emplearan, se convirtieron en proscritos! ¡Yo no os digo qué es lo que causa esta condición! Yo no objeto si el ministro de Sanidad cree que nos han invadido criaturas de la jungla... convirtiendo a los hombres en paras - vigiló la expresión de Calhoun -. ¿Acaso la información de su Servicio Médico está de acuerdo con esto?
- Noooo - contestó Calhoun -. Me temo que se incline a la idea de un caso monstruoso y que no se parece en nada a la diabetes.
-¡Pero sí! - insistió Lett -. ¡Todo lo digestible, no importa lo poco apetitoso que sea para el hombre moderno, ha sido parte de la dieta regular de alguna tribu de salvajes humanos! Incluso los romanos prehistóricos comían lombrices cocinadas en miel! ¿Por qué debería existir el hecho de que una substancia necesaria tenga que encontrarse en un animalito que come detritos...?
- Los romanos no se volvían locos por las lombrices - contestó Calhoun -. O se las comían, o las dejaban en paz.
El hombre de detrás del grueso cristal vio fulminante a los dos de la habitación externa. Les odiaba de manera intolerable. Les gritaba. Las venas de sus sienes pulsaban al compás de su odio. Les maldecía...
- Destacaré una cosa más - dijo el doctor Lett -. Me gustaría tener la cooperación del Servicio Médico Interestelar. Pero también me gustaría que mi trabajo fuera aprobado por el Servicio Médico. Soy ciudadano de este planeta y no carezco de influencias. Tengo entendido de que en algunas zonas de la antigua tierra, la íodina se incluía en los sistemas de suministro de agua potable para evitar el bocio y el cretinismo. La flourina se añadía también al agua potable para impedir las caries. En Tralee el suministro de aguas potables tira rastros de zinc y cobalto. Estos son necesariamente elementos que se requieren en vestigios. ¿Por qué no admitir que aquí, en este lugar, hay rastros de elementos o elementos en vestigios que son necesarios.
- Usted quiere que informe de eso - contesto Calhoun llanamente -. No puedo hacerlo sin explicar... cierto número de cosas. Los paras son locos, pero se organizan. Un síntoma de la privación es el bostezo violento. Esta... condición apareció sólo hace seis meses. El presente planeta lleva colonizado trescientos años. No podría ser un componente necesario, naturalmente en dosis mínimas, la causa de todo.
El doctor Lett se encogió de hombros, elocuente y desdeñosamente.
Entonces usted no informará lo que todo este planeta certificará - dijo con sequedad -. Ni vacuna...
- Usted no debería llamarle vacuna si pensara que el origen de la enfermedad es una deficiencia en los suministros alimenticios... una necesidad especial de la gente de Tallien.
El doctor volvió a sonreír, despreciativo.
-¿Y no podría yo suministrar la deficiencia y llamarla vacuna? Pero no es una verdadera vacuna. No es todavía eficiente. Tiene que tomarse regularmente o no protege.
Calhoun experimentó la sensación de haberse puesto algo más pálido.
-¿Quiere darme una muestra de su vacuna?
- No - contestó con suavidad el doctor Lett -. La poca que hay asequible se necesita para las autoridades que deben ser protegidas a toda costa. Estoy preparándola para fabricarla en grandes cantidades. Entonces le daré... una dosis conveniente. Se alegrará de recibirla.
Calhoun sacudió la cabeza.
-¿No comprende por qué el Servicio Médico considera que esta especie de cosa tiene una causa monstruosa? ¿Es usted el monstruo, doctor Lett? - luego preguntó con viveza -: ¿Cuánto tiempo hace que es usted un para? ¿Seis meses?
Murgatroyd exclamó con gran agitación:
-«¡Chee! ¡Chee! ¡Chee!» - porque el doctor Lett empuñó un escalpelo de disección de encima de una mesa y se agachó para saltar sobre Calhoun.
Calhoun dijo:
-¡Calma, Murgatroyd! ¡No hará nada lamentable!
Tenía en la mano un desintegrador, apuntando directamente al más grande y experto médico de Tallien Tres. Y el doctor Lett no hizo nada. Pero sus ojos mostraron la furia de un loco.