Al volver del entrenamiento, Tomi entra en casa en el preciso momento en que se pone a sonar el teléfono.
—Ya contesto yo… —anuncia el capitán, que deja su bolsa en el suelo y coge el aparato.
—¡Diga! ¿Quién es? ¡Diga! ¿Hay alguien?
No se oye ninguna voz.
El capitán cuelga y encoge los hombros.
—Vaya, se habrán equivocado de número.
Al poco el teléfono se pone otra vez a sonar y Tomi va a contestar de nuevo.
—Diga… diga… Hola… ¿Me oye? Yo no… ¡Diga! ¿Quién habla?
De nuevo el silencio.
Tomi cuelga por segunda vez y vuelve al salón.
—Será alguna admiradora tuya tímida que, en cuanto te oye, se queda sin voz… —bromea Armando.
—Qué gracioso… —replica el número 9.
Media hora más tarde suena el timbre de la puerta.
Lucía va a abrir y anuncia:
—¡Tomi, es Eva!
El capitán va corriendo hasta la puerta con una sonrisa en los labios.
—¿A qué se debe esta hermosa sorpresa?
—He intentado telefonearte dos veces, pero no me oías —contesta la bailarina con un hilo de voz.
—¡Pues claro, si hablas a volumen cero! —exclama Tomi—. ¿Qué te ha pasado?
—Creo que he cogido frío hoy en bici, al volver del parque —explica Eva—. Después de jugar al balonvolea, estaba sudada. ¿Te das cuenta del desastre?
—Hombre, no es una buena noticia, pero tanto como un desastre… —comenta el capitán—. No creo que te vayas a quedar muda para siempre.
—Ya lo sé, pero mañana se rueda el anuncio en el Pétalos a la Cazuela —salta la bailarina, con una voz imperceptible—. ¿Cómo me las voy a apañar?
—¡No hace falta que interpretes una película! —intenta tranquilizarla Tomi—. Lo único que tenemos que decir es «¡Con Gaston, c’est plus bon!»; lo peor que puede pasar es que se oiga un poco más mi voz, pero lo importante es que saldremos juntos por la tele y nos grabarán a los dos, así tendremos siempre el recuerdo de esta experiencia.
—Tienes razón, me he preocupado demasiado —admite Eva, más relajada.
—Además, ya verás como esta noche recuperas la voz y mañana gritarás como haces siempre que te hablo de Adriana…
La bailarina sonríe, besa a Tomi en la mejilla y vuelve a su casa más tranquila.
Pero la cruda realidad es que la tarde siguiente Eva se presenta en la parroquia de San Antonio de la Florida sin voz y con una bufanda blanca de lino alrededor del cuello.
—No he parado de tomar jarabes y caramelos, pero no ha habido nada que hacer —explica la bailarina con su vocecita mientras sube al Cebojet.
—No pierdas la esperanza —la anima Tomi—. Todavía tenemos muchas horas por delante. No rodaremos el anuncio hasta última hora de la tarde. Tu voz puede volver igual que se fue, de repente.
Los Cebolletas suben a bordo del Cebojet con mochilas y toallas de rizo a la espalda. Augusto pone el autobús en marcha y se dirige hacia el chalet de las gemelas, que está a las afueras de la ciudad.
Como de costumbre, Daniela da muestras de una gran hospitalidad. Ha sacado jarras de limonada fresca y bebidas sobre la mesa que luego se utilizará para servir la merienda a los chicos.
—Me he enterado de que el domingo tendremos un hincha más —dice Gaston Champignon.
—¡Sí, por fin irá mi marido! —exclama la madre de las gemelas—. Estoy encantada. Ya sé lo importante que es para Sara y Lara jugar delante de su padre.
—El partido más importante de la temporada… —precisa el cocinero-entrenador.
—Seguro que lo es para mis hijas, sea cual sea el resultado —explica Daniela—, porque podrán mostrarle a su padre cuánto han aprendido a jugar y que están a la altura de los chicos.
—Y pensar que al principio no queríais darles a las gemelas el permiso de jugar con los Cebolletas… —recuerda Champignon.
—Tienes razón —admite Daniela—. Mi marido y yo creíamos que la danza les iba mejor, que era más femenino. Pero tengo que darte las gracias, Gaston, porque con el fútbol han aprendido a convivir mejor con los demás, se divierten como locas y han ganado fuerza de carácter.
—Soy yo quien tiene que darte las gracias, querida Daniela —rebate el cocinero-entrenador—, porque me has proporcionado a las dos mejores defensoras de la liga.
Rafa está nadando en la piscina con el tobillo vendado cubierto por una bolsa impermeable. El agua le aguanta la pierna y, gracias a ello, el Niño puede ejercitar los músculos sin tener que apoyar el pie en el suelo y sentir dolor.
Como recordarás, Tomi también hizo muchos ejercicios de rehabilitación en piscina cuando le destrozaron el pie.
Gaston Champignon, con un cómico bañador blanco estampado con pelotitas rojas y su inseparable sombrero en forma de hongo, organiza los juegos al borde de la piscina. Empiezan con una apasionante carrera de relevos entre dos equipos formados por los Cebolletas.
Todos los concursantes tienen que atravesar la piscina caminando y peloteando con la cabeza una pelotita hinchable.
Si se les cae tienen que volver a empezar desde el principio.
Al llegar al final, lo entregan a sus compañeros de equipo, que echan a correr.
Gana el equipo de Nico y João, que en el último relevo perdía por casi dos largos. Pero a Tomi, que se disponía a conducir a su equipo a la victoria, se le posó una abeja en la nariz, se asustó y se metió debajo del agua para ahuyentar al insecto, con lo que la pelotita se le cayó.
João lo aprovechó para adelantarle.
Luego llega el turno de las acrobacias temerarias.
El Gato defiende una portería de waterpolo colocada en uno de los lados más cortos de la piscina. Champignon, sobre un lado largo, lanza la pelota con las manos a los Cebolletas, que están en fila en el lado opuesto y tienen que intentar marcar de la manera más espectacular posible.
Tomi toma carrerilla, salta al borde, dibuja en el aire una chilena perfecta y golpea la pelota antes de caer al agua.
João se tira en plancha, pasa por debajo de la pelota y la golpea doblando las piernas: el tiro del escorpión.
Dani escoge en cambio el cabezazo: se lanza y, a pocos centímetros del agua, gira el cuello, golpea la pelota con la sien y la dirige hacia la puerta del Gato.
Una secuencia ininterrumpida de saltos y acrobacias, un Cebolleta tras otro asaltando la portería del Gato: no hay mejor modo de combatir el bochorno sofocante de la tarde. ¡Todos al agua a divertirse!
También se lo pasan bien Eva, que no puede bañarse por su dolor de garganta, y Rafa, que tiene que dejar descansar su tobillo lesionado. Forman el jurado que tiene que escoger la mejor acrobacia de la tarde.
Inesperadamente gana Issa, que sube al trampolín con aire concentrado, rebota sobre la tabla flexible, hace una cabriola en el aire y cae en el agua con las piernas perfectamente extendidas, ante el estupor general.
—Superbe! —aplaude admirado y orgulloso su padre Champignon.
Antes de la merienda hay tiempo para un partido enloquecido de waterpolo-rugby-fútbol.
¿Quieres saber qué tipo de deporte es ese? Sigue la jugada y lo entenderás fácilmente.