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La tarde siguiente, Rafa entra por la verja de la parroquia de San Antonio de la Florida apoyándose en unas muletas y con el pie derecho levantado, inmovilizado por una venda rígida.

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—¡Ahí está! —advierte Becan.

Los Cebolletas, que estaban leyendo el último número del MatuTino, dejan el tablón de anuncios y van a saludar a su compañero.

—¿Cómo estás, Niño? —le pregunta enseguida Tomi.

—Bueno… —contesta con amargura el italiano—. Esta noche se me ha hinchado el tobillo. Si apoyo el pie, me hace mucho daño.

—Entonces tiene razón Tino —concluye Nico.

—¿Qué dice Tino? —inquiere Rafa.

—Ha escrito en el MatuTino de hoy que seguro que no podrás jugar en la final —le informa João.

—Pues yo todavía quiero creer que sí —replica el italiano, tratando de animarse—. En el fondo no me he roto nada, es solo un esguince.

—Sí, pero estamos a miércoles y todavía no puedes apoyar el pie en el suelo —observa Bruno con una mueca de pesimismo.

—Es verdad, pero en cuatro días tendré el tobillo menos hinchado y dolorido. Si puedo correr, apretaré los dientes y podré jugar con una buena venda —promete el Niño, antes de darle una patada al aire con su pie herido.

—Ánimo, Rafa —le consuela Dani—. Hay cosas peores que un esguince. Tener a los Zetas rondando por aquí, por ejemplo.

Y es que Pedro y los suyos no pierden ninguna ocasión para provocar a sus rivales y, en cuanto han visto al italiano andar con muletas, se han acercado con una sonrisita que no parece precisamente de compasión.

—Pobre Niño, que se ha hecho pupa… —bromea Pedro—. No sabes cuánto siento que no vayas a jugar el desempate.

—La verdad es que tampoco es tan extraño que alguien que celebra los goles haciendo la pipa se caiga de su trona —comenta Vlado.

Todos los Zetas celebran la ocurrencia con grandes risotadas.

—Qué graciosos que sois. Pero si no dejáis en paz a mi amigo Rafa, creo que alguno de vosotros también va a tener pupa… —dice Aquiles, con una mirada amenazante.

Los Tiburones deciden por su bien aceptar el consejo del exmatón y se dirigen en grupo hacia la salida de la parroquia.

—¡Aunque tenga que hacerlo con las muletas, jugaré la gran final! —promete el Niño, furioso por las burlas de sus adversarios—. Marcaré un gol ante las narices de esa bestia de Vlado y luego bailaré alrededor de él a la pata coja…

—No te obsesiones con los Zetas —le recomienda Tomi—. Concéntrate en curarte lo antes posible. Si no estás listo a tiempo, el gol a Vlado se lo marcarás la próxima temporada.

—El capitán tiene razón —coincide Dani—. No merece la pena ponerse de mal humor por la banda de Pedro. Vamos al Retiro a tomar el fresco. Aquí se muere uno de calor. Súbete al sillín, Niño, yo pedalearé y tú podrás disfrutar del paisaje. ¡Me llamo Daniel y corro como un corcel!

Los Cebolletas sueltan una carcajada y se ponen en marcha.

—¡Fantástico, Dani! —salta Tomi—. ¡Te salen los pareados mejor que a Adriana!

En cuanto oye mentar a la hermana de Rafa, Eva, que va montada en la bici rosa del capitán, salta como un resorte:

—La verdad es que no se te quita de la cabeza la italianita…

—¡No solo no se la quita de la cabeza, sino que además rueda anuncios para la televisión con ella! —bromea Fidu, que también ha salido de paseo al Retiro con sus excompañeros de equipo.

Por la cara que han puesto Tomi y Eva, el portero comprende al punto que habría podido ahorrarse el comentario…

—¿Qué historia es esa? —pregunta enseguida la bailarina.

—No… nada… —contesta Tomi, jadeando un poco, y no solo por la cuesta arriba.

—Cuéntame, Fidu, cuéntamelo… —le insiste Eva.

El portero, entre la espada y la pared, le explica cómo fueron las pruebas del anuncio que va a rodar Vincent en el Pétalos a la Cazuela.

—¡Solo eran unos ensayos! —precisa rápidamente Tomi—. Rodaremos el anuncio la semana próxima y ya le he pedido al director que aparezcas tú también. Pregúntales a los demás si es mentira.

Los amigos confirman la versión del capitán y Eva, que se estaba muriendo de celos, se tranquiliza al fin.

—Si es así, no me bajo de la Merengue, como estaba a punto de hacer hace solo un momento…

Los Cebolletas ríen entre dientes y siguen en dirección al Retiro. En el grupo va también Issa, el hijo adoptivo de Champignon, que cuenta a sus amigos sus progresos con la minimoto que ha preparado Fernando y el calendario de las carreras de la próxima temporada.

Solo falta Sara, que se ha quedado en casa pintando. Eso es lo que ha explicado Lara a los amigos que han preguntado por la razón de su ausencia. Pero tú sabes perfectamente que no es verdad…

Hoy es miércoles y, como recordarás, la gemela ha quedado con Ángel para visitar a los peces de colores del estanque del Retiro. Ahí están los dos amigos echando migas de pan al agua.

—¿Qué les querías preguntar a los peces? —pregunta Sara.

—Un pronóstico para el partido del domingo —responde el número 10 de los Tiburones Azzules.

—¿Y cómo puedes saber cuál es su respuesta? —insiste la gemela.

—Muy fácil —explica Ángel—. Ahora echaremos dos migas a la vez. Si los peces se comen primero la tuya, es gol para los Cebolletas, si se comen primero la mía, es gol para los Tiburones. El que llegue antes a tres goles ganará la gran final. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —contesta Sara, divertida por el juego.

Echan a la vez dos migas de pan al agua. El pez más rápido en subir a la superficie se traga la de la gemela, que lo celebra dando botes.

—¡Gol! ¡Van ganando los Cebolletas!

Ángel empata con la miga siguiente y luego se pone por delante. La cuarta miga es la del empate: 2-2.

—Atención, ahora viene el gol decisivo —advierte Ángel.

Sara le sonríe y echa al agua su miga de pan, que se queda flotando al lado de la del Zeta, porque inexplicablemente los peces se han alejado de la comida.

—¿Y eso qué significa? —pregunta la gemela.

—Que el encuentro acabará empatado y habrá que ir a los penaltis para decidir el campeón —interpreta el número 10, que saca luego una miga más grande del trozo de pan y la lanza al agua.

—¿Y esa? —pregunta Sara con curiosidad.

—Tengo una última consulta que hacerles —explica Ángel—. Si se comen la miga en cinco segundos, significará que sí, de lo contrario, que no.

El Zeta cronometra el tiempo con su reloj y, cuando llega a cuatro, la miga de pan desaparece en la boca de un gran pez.

—¡La respuesta es que sí! —salta Sara—. Pero ¿qué habías preguntado?

—Si tenía que darte un beso —responde el Zeta con una sonrisa.

Tomi y Eva observan a lo lejos a Ángel dar un dulcísimo beso en la mejilla de la gemela, que sonríe al Zeta con los ojos bañados en la luz del estanque.

—¡Pero si es Sara! —exclama el capitán, boquiabierto—. ¿No estaba en casa pintando?

—Y tú te has creído que una chica como Sara se iba a quedar encerrada en casa ensuciándose las manos un día tan maravilloso como este —replica la bailarina—. Yo ya sabía que iba a salir con Ángel. Era un secreto, como el beso, ¡y debe seguir siéndolo! Imagina qué pasará si se enteran Fidu o João… A los cinco minutos lo comentaría todo el barrio, y la pobre Sara sería objeto de todo tipo de burlas. ¡En boca cerrada no entran moscas, Tomi! ¿Me lo prometes?

—Te lo prometo, pero a cambio de que me des un beso a mí… —contesta el capitán.

Eva sonríe con gran dulzura y acepta el pacto.

A primera hora de la noche, los Cebolletas vuelven a entrenar.

—Las luces funcionan y hay balones: parece que todo está en orden —observa Becan mientras hace unos estiramientos—. A lo mejor hoy los Zetas se han tomado un descanso y nos dejan en paz.

—¡Ni lo mientes! —le regaña el supersticioso Dani—. Da mala suerte…

Rafa, en un banco, mira entrenar a sus compañeros.

Los últimos días, Gaston Champignon ha ejercitado sobre todo la defensa y el centro del campo con los juegos de las espadas y las sillas.

Hoy, en cambio, prestará especial atención a los delanteros.

Coloca cuatro pequeñas porterías en el centro de los lados de una mitad del campo, se sube a su bici con el saco de los balones y explica el ejercicio:

—Ahora me pondré a pedalear y de vez en cuando dejaré caer una pelota. João y Becan, que me seguirán corriendo, tendrán que echarse sobre la bola. El que llegue primero la disparará contra la portería más cercana. En el saco tengo diez balones. El que meta más goles gana el juego. Después de Becan y João lucharán Tomi e Ígor. Un consejo: es un ejercicio útil para entrenar los reflejos, la coordinación en el disparo y la puntería, ¡pero solo si se juega lo más rápidamente posible! No tenéis que controlar el balón, sino dispararlo enseguida al vuelo, con la derecha o la izquierda, según os llegue. El domingo, los defensas no os darán tiempo para pensar. Robar una fracción de segundo al adversario para disparar puede significar el tiro que nos haga ganar. ¿De acuerdo, chicos? ¡Concentraos en la pelota y echaos encima de ella lo más rápido que podáis!

Como sabes, no ha habido vacaciones de los Cebolletas en que Becan y João no hayan disputado carreras entre ellos.

Los dos extremos adoran competir y por eso puedes estar seguro de que se dejarán la piel en este ejercicio.

El cocinero-entrenador da una vuelta completa a la mitad del campo con João y Becan pegados a su rueda posterior, hasta que gira bruscamente hacia el centro y echa un balón al aire.

El brasileño, que tiene las piernas más cortas y es más veloz en los sprints, se adelanta a su compañero y dispara con la zurda antes de que el esférico toque el suelo.

El balón rebota contra un poste y acaba dentro de la pequeña portería.

—¡Fantástico, João! —exclama Nico, que sigue el juego junto a los demás Cebolletas.

Champignon suelta dos pelotas más. João, rapidísimo, es otra vez el primero en chutar, pero esta vez no marca, mientras el derechazo de Becan da en plena diana: ¡1-1!

El cocinero-entrenador sigue pedaleando y deja caer un balón justo delante de una portería.

João y Becan echan a correr hombro con hombro; el brasileño parece ir por delante, pero el albanés, que tiene las piernas más largas, se lanza con decisión en plancha y empuja la bola al fondo de la red con la punta de la bota: ¡2-1 para él!

Champignon lanza tres nuevos balones antes de que hayan podido recuperar el resuello.