—Superbe! —exclama admirado el cocinero-entrenador.
Augusto, que está a su lado, aplaude.
—¡Tienes razón, amigo Gaston, no hay nada imposible!
La única que no parece divertirse es Lara, que se acerca a Champignon frotándose los ojos.
—¡No vale, míster, João me ha apuntado con la linterna a la cara! ¡Me ha cegado! ¡Es falta!
—¡Qué falta ni qué ocho cuartos! —protesta João—. Era una finta, la finta de la lámpara…
Se oye una gran carcajada.
Los Zetas, escondidos en la oscuridad, se han quedado chascados. En lugar de sabotear el entrenamiento de sus rivales, lo han hecho todavía más entretenido.
Pedro lo susurra en nombre de todos:
—No será fácil detener a estos malditos Cebolluchos.
No, no será fácil. Para nadie.