Los Cebolletas se quitan la camiseta y corren a abrazar a su entrenador, enseñando la que se han puesto durante el descanso y que llevaban por debajo, con el lema «Campeones». El míster abraza a su hijo Issa, le estampa un beso y se lo echa a los hombros. Lo celebran también con Augusto y luego, cogidos todos de la mano, atraviesan el campo para responder a los cánticos de la hinchada, que ha entonado el canto de los Cebolletas: «¡Cebolletas, oé, oé, oé!».
Lara va corriendo al vestuario, vuelve con dos camisetas blancas y entrega una a Sara, que camina con dificultad por culpa de los calambres.
Se las ponen a toda prisa. Son las camisetas que han preparado en honor a su padre. De hecho, se acercan a la valla de seguridad y, mostrando la inscripción que llevan en la barriga, dicen:
—¡Papá, este título es todo para ti!
La señora Sofía se seca los ojos con un pañuelo. Se ha emocionado también al ver a su hijo Issa tan feliz sobre los hombros de Champignon.
Tomi pide prestado el móvil a Augusto y telefonea enseguida a Armando, que todavía está en la autopista.
—¡Hemos ganado, papá! ¡Somos los campeones de Madrid! ¡Sí, he llegado en el segundo tiempo, he marcado un gol y hemos ganado a los penaltis!
Luego el capitán llama a Fernando y a su tío Simón para anunciarles también el triunfo.
Nico es el primero en recordar a un amigo que está en el campo con ellos, pero no puede celebrar la victoria.
—Fidu, ha sido muy duro superarte. Has jugado a las mil maravillas —le felicita el número 10—. Ha habido un momento en que he pensado que no te íbamos a lograr meter un solo penalti. Lo siento, hemos tenido un poquito más de suerte que tú…
—No te preocupes, pulga —contesta el portero sonriente—. Cuando ganan los Cebolletas yo no pierdo…
Por los altavoces se convoca a los dos equipos en el centro del campo, donde está listo el palco para la entrega de premios.
El primero en subir entre los aplausos es Pedro que, como capitán de los Tiburones Azzules, recoge la copa para los segundos clasificados, esforzándose por sonreír. Luego desfilan todos los Zetas para la entrega de las medallas de plata.
—Cuánto lo siento —bromea Aquiles cuando pasan delante de él César y Vlado, cabizbajos—. La próxima vez inundad también el resto del campo. A lo mejor a waterpolo conseguís ganarnos.
Ninguno de los dos defensas tiene fuerzas para replicar.
Los altavoces llaman ahora al palco al capitán de los Cebolletas.
Tomi sube y recibe la copa de manos de un representante de la Federación de Fútbol, pero antes de alzarla evoca un segundo la increíble jornada que ha vivido.
Hace unas horas estaba llorando de rabia en el coche de su padre, atascado en plena autopista, seguro de que se iba a perder la final. Luego vino la moto de Fernando, la avioneta, las nubes, el taxi, el gol, los penaltis, Issa…
El capitán rememora recuerdos aún más lejanos y se remonta a la época en que Gaston Champignon le propuso fundar un equipo de fútbol en el Pétalos a la Cazuela. Se acuerda de las pruebas de Fidu y Nico, en el patio, los primeros entrenamientos calamitosos en los jardines que hay delante de su casa, las primeras derrotas en el campo pequeño de la parroquia…
Ese equipo se ha convertido en el mejor de Madrid, acaba de ganar su primera liga entre equipos de once jugadores y la próxima temporada lucirá en el pecho el distintivo de campeones del trofeo.
—Vamos, capitán, ¡levanta ya de una vez esa copa! —pide João, impaciente.
Tomi busca la sonrisa de Eva en la tribuna y levanta el trofeo en dirección a ella, mientras los Cebolletas en el campo y los hinchas en las gradas estallan en una cerrada ovación.
Antes de que entre en el vestuario a darse una ducha, Ángel pregunta a Sara:
—¿Puedo llevarte hasta vuestro vestuario? Veo que todavía cojeas.
—Gracias, eres muy amable —responde la gemela—. Tengo que reconocer que, de no haber sido por tu deportividad, no habríamos ganado la finalísima.
—Tienes razón. Si hubiera marcado ese gol, a estas horas los que estaríamos celebrando la liga seríamos nosotros —concede el Zeta—, pero ya no habría podido invitarte a pasear conmigo por el Retiro. En cambio, ahora sí que puedo, ¿verdad?
—¡Claro, encantada! —exclama la gemela, que se sube a la espalda de Ángel y se deja llevar hasta el vestuario de los Cebolletas.
En la zona del vestuario, Gaston Champignon detiene a Charli para felicitarle.
—Los Tiburones han disputado un encuentro fabuloso. Reconozco que tu táctica me ha creado muchos problemas. Y no me refiero a las bandas anegadas…
—Te lo agradezco, Gaston, pero detesto recibir felicitaciones de los vencedores —contesta Charli.
—Entonces supongo que no aceptarás mi invitación —deduce el cocinero-entrenador—. Mañana por la noche organizamos una fiesta en el Pétalos a la Cazuela. Me gustaría que vinieran también tus pupilos.
—¡Olvídalo! —salta enseguida Charli, que de repente cambia de idea—. Mejor dicho… He cambiado de idea. Estaremos todos al completo. Estaba pensando en un buen castigo para mis jugadores, que han perdido los tres partidos que han disputado contra vosotros, y me parece estupendo: cenar junto a los vencedores, que exhibirán la copa de la liga sobre una mesa. Pedro y los demás se pasarán la velada muertos de vergüenza. ¡Esos mulos se lo merecen! Mañana por la noche iremos, Gaston, prometido.
—Pero no tenéis que venir por esa razón —rebate el míster de los Cebolletas—, sino para celebrar una fiesta con nosotros y escuchar la propuesta que os quiero hacer. Te aseguro que te quedarás boquiabierto y que a lo mejor, después de oírla, consideras que la liga también es un poco tuya…
—¿Qué se te ha pasado por la cabeza, Gaston? —pregunta Charli—. No entiendo…
—No te preocupes, ya lo verás mañana —asegura el cocinero-entrenador—. Mientras tanto, si hablas con Fernando, dale las gracias de parte nuestra. Sin su ayuda no habríamos ganado la final en la vida.
—¿Qué tiene que ver Fernando? —se sorprende el entrenador de los Zetas.
Gaston Champignon le cuenta la carrera en moto y el rescate afortunado gracias al cual Tomi pudo entrar en el campo en el segundo tiempo.
Charli lo escucha y luego se pregunta, hecho una furia: «¿Cómo voy a ganar una liga si mis propios hijos van contra mí?».
Una fila interminable de coches que tocan el claxon sin parar precede al Cebojet, que llega hasta unos jardines que están invadidos por chicos con banderas y pancartas.
—¡Caramba! —salta Nico—. ¿Quién se hubiera esperado una acogida semejante? Todo el barrio ha bajado a la calle a recibirnos…
—Nos lo merecemos —rebate João—. ¡Somos los campeones de Madrid!
—A ver si nos van a pedir autógrafos —bromea Dani.
Las celebraciones por la victoria de la liga continúan la noche siguiente en el Pétalos a la Cazuela.
Como había prometido, Charli se presenta con todos los Zetas al completo. No hay duda de que Pedro y su banda no están para grandes celebraciones. Basta con mirarles a la cara para comprender que preferirían estar en cualquier otra parte del mundo salvo ahí, a un metro de la mesa de los Cebolletas, que no pierden ocasión para burlarse de ellos.
Empieza Aquiles, que se acerca a la mesa de los Zetas con la copa en la mano.
—Chicos, si os queréis hacer fotos con nuestro trofeo en la mano, no os cortéis. Así este verano podréis decirles a vuestros amigos que lo habéis ganado vosotros…
Los Cebolletas sueltan una carcajada, pero Gaston Champignon interrumpe de inmediato la diversión y llama la atención de todo el mundo haciendo tintinear un vaso con un cuchillo.
—Chicos, ante todo quiero recordaros que los Tiburones Azzules han sido invitados a mi restaurante y que para mí los invitados son sagrados. Así que esta noche están prohibidas las burlas y las provocaciones, ¿de acuerdo?
Los Cebolletas se quedan en silencio, cabizbajos.
—Y ahora os quiero proponer una idea que me ronda por la cabeza desde hace semanas —prosigue el cocinero-entrenador—. Es para la próxima temporada. Sé que os parecerá algo extraño, pero no os pido que me deis enseguida la respuesta. Pensadlo con calma durante las vacaciones y luego lo hablamos. Como vencedores de la liga madrileña, podemos participar en la liga autonómica. Así, el año próximo nos mediríamos con los mejores equipos de la Comunidad de Madrid…
Gaston Champignon no se equivocaba: después de escuchar su propuesta, Charli se queda literalmente boquiabierto, como si hubiera visto al gato Cazo tocar el violín…
Los Cebolletas y los Zetas también intercambian miradas de perplejidad, hasta que la voz de Vincent llama la atención de todos hacia la megapantalla que han instalado en la sala.
—¡Chicos, está a punto de emitirse el anuncio que hemos grabado en el restaurante!
—Tendría que salir ahora, después del informativo —anuncia Sofía.
Justo en ese momento aparece el rostro alegre del cocinero-entrenador, que anuncia: «¡Con Gaston, c’est plus bon!».
—Pero ¿quién es ese actor tan guapo? —pregunta Armando en cuanto se reconoce en televisión.
Luego aparecen Fernando y Clementina.
En cuanto cambia la imagen de la pantalla, Eva aúlla:
—¡Pero si esa no soy yo!
En efecto, sentada a la mesa con Tomi está Adriana…
La bailarina fulmina al capitán con la mirada.
—¡Quiero enseguida una explicación!
Tomi, con grandes apuros, balbucea:
—No sé… A lo mejor… ¡Yo no tengo nada que ver!
—Perdona, Eva, pero tu voz no se oía —explica Vincent—. He tenido que usar la cinta que grabé con tu amiga Adriana, que tiene una cara muy expresiva.
—¿Ves como no tengo nada que ver? —se justifica el capitán.
—¡Claro que tienes que ver! ¡La voz la perdí viniendo en bici contigo, así que es culpa tuya! —estalla la bailarina, que se levanta de la mesa y se va.
—Capitán —dice entre dientes Fidu—, tengo la impresión de que has ganado la liga pero perdido la novia.
¿En qué consistirá la propuesta tan extraña que tiene Gaston Champignon para la próxima temporada?
¿Seguirá Fidu con los Zetas o volverá con los Cebolletas?
¿Qué tal les irá a los Cebolletas en el próximo torneo autonómico?
¿Se las tendrán que ver con equipos y jugadores muy duros?
¿Seguirán siendo amigos Sara y Ángel?
Y, por enésima vez, ¿logrará Tomi hacer las paces con Eva?
Te lo contaré todo en el próximo episodio. ¡Hasta pronto! O, más bien,
¡hasta prontísimo!
«¡Choca esa cebolla!»