«¡Acaba de entrar en el campo Tomi! —grita Tino en su móvil—. ¡Ha vuelto el capitán! ¡Nadie lo esperaba ya! Y Charli menos… Tendríais que ver la cara de besugo que se le ha puesto al entrenador de los Zetas. Pero, para ser sincero, hasta vuestro cronista se ha quedado con la boca abierta y, si no la cierro deprisa, me entrarán moscas. Hace una hora y media, Tomi estaba metido en un atasco a setenta kilómetros de Madrid y ahora me lo veo en el campo… ¿Cómo lo habrá hecho? Driblando a todos los coches en la autopista, como hará dentro de poco con los Zetas. Solo falta un cuarto de hora para el final del encuentro y los Cebolletas van perdiendo por 2-1, ¡pero ahora es cuando empieza la diversión!»
Al oír a Tino, los muchachos que atiborran el bar de la parroquia prorrumpen en un estruendo de alegría.
Daniela besa a su marido, que se ha puesto a su lado en las gradas.
—¿Misión cumplida, piloto de mis amores?
—Sí. ¿Aquí cómo va? —pregunta el marido.
—Perdemos por 2-1, pero por poco tiempo —asegura don Calisto, antes de soltar un estornudo.